A inicios de 1856, cuando la invasión a Costa Rica por parte del ejército filibustero del esclavista William Walker era inminente, de seguro que la comunidad alemana residente en el país empezó a inquietarse.
Para ese entonces los germanos eran el grupo más numeroso de extranjeros que vivían en el país, y habían dejado su tierra natal sobre todo por la crisis derivada de las revoluciones contra el absolutismo de las monarquías. Estas habían culminado con la de Berlín, iniciada en marzo de 1848 y, aunque aquella última trajo esperanza, después más bien sobrevino una dramática crisis económica y social, que provocó un serio empobrecimiento, especialmente en las zonas rurales. ¡Había que sobrevivir a como diera lugar y donde fuera posible! Esto causó un éxodo masivo de ciudadanos, sobre todo hacia EE. UU. y otros puntos de América, que para ellos era una especie de tierra de promisión.
Así que, ¿cómo no inquietarse si ahora, mientras trataban de labrar un nuevo porvenir, se cernía en el horizonte la grave amenaza filibustera?
Eso explica que aquella mañana del 1 de marzo, cuando en la Plaza Principal el presidente don Juan Rafael (Juanito) Mora convocó y arengó a las multitudes para ir a enfrentar al ejército invasor, los alemanes no permanecieran ajenos a lo que acontecía. Por el contrario, horas después don Juanito recibió una escueta pero sincera, directa y comprometedora carta que decía:
Los abajo firmados alemanes se aprovechan de la ocasión para manifestar a V.E. [Vuestra Excelencia] sus simpatías y deseos de cooperar para Costa Rica en la guerra actual contra los filibusteros. Si V.E. nos halla útiles en alguna cosa, disponga V.E. con franqueza y confianza.
No se trataba de formalismos o poses, ni tampoco de palabras fatuas. No. Eran de auténtico compromiso. Y tan serio, que varios de ellos dejarían sus vidas en los frentes de guerra, como sucedió con cuatro que, por cierto, no firmaron dicha misiva. Cabe aclarar que la carta fue suscrita por únicamente 35 individuos residentes en San José, pero había otros alemanes vecinos que no pudieron firmarla ese día, o que vivían en Alajuela, Heredia o Cartago.
En realidad, gracias a las detalladas investigaciones del historiador Raúl Arias Sánchez, quien en su muy valioso libro Los soldados de la Campaña Nacional de 1856-1857 logró compilar los nombres de la mayoría de nuestros combatientes, sabemos que fueron apenas diez los alemanes que estuvieron en los frentes de batalla.
Esto es importante aclararlo pues, para justificar ante quienes financiaban su aventura esclavista las derrotas de su poderoso ejército en las memorables batallas de Santa Rosa y Rivas, Walker y sus subalternos argumentaron que debieron enfrentarse a regimientos de franceses y alemanes de alto nivel, incorporados al ejército costarricense. Pero lo cierto es que en Santa Rosa no participó ningún extranjero de estas dos nacionalidades, mientras que en Rivas hubo apenas un francés —el general Pedro Barillier—, así como los diez alemanes citados; de éstos, solo Alexander von Bülow tenía grado militar, en tanto que los otros nueve si acaso habían hecho el servicio militar en su país. A propósito de extranjeros, cabe acotar que, en 1853, se había contratado al coronel polaco Ferdinand von Salisch como jefe de instrucción de nuestro ejército, pero por un período breve.
Por justicia histórica, cabe mencionar aquí los nombres de los que fueron a la guerra, así como su responsabilidad en el Ejército Expedicionario: Alexander von Bülow (miembro del Estado Mayor), Karl Hoffmann (cirujano mayor), Guillermo Witting (teniente coronel y edecán de don Juanito), Rodolfo Quehl (capitán), Franz Blottenberg (capitán), Pablo von Stiepnagel (capitán), Linata Steba (capitán), Carlos Teodoro Schäfer (segundo armero) y Juan Knöhr (sargento de la banda musical). Un caso particular es el de Franz Ellendorf, quien permaneció como médico de reserva, pero viajaría a Rivas para la segunda etapa de la Campaña Nacional. Cabe acotar que, si bien el ingeniero Francisco Kurtze figuró en la nómina inicial, después fue eximido, quizás porque tenía esposa y varios hijos por los cuales velar. De ellos, Schäfer, von Bülow, Blottenberg y von Stiepnagel dejaron sus vidas en los frentes de guerra, víctimas de la pólvora, los sables, la disentería o el cholera morbus.
Ahora bien, desde la primera vez que el amigo Raúl Arias compartió esa lista conmigo, me sorprendió mucho el nombre del capitán Linata Steba, pues es realmente insólito. Consulté con amigos alemanes, y me dijeron que ni el nombre ni el apellido corresponden a los de una persona de dicha nacionalidad. Sin embargo, así está escrito en los expedientes de la sección de guerra, en el Archivo Nacional. En todo caso, quedé insatisfecho, y me dije que ojalá llegara el día de despejar un acertijo tan tentador.
Y así fue. Todo empezó la noche del 28 de marzo de 2019, cuando mi hermana Brunilda y su colega historiadora Margarita Torres presentaron en el Club Alemán su libro La inmigración alemana a Costa Rica en el siglo XIX (1840-1900), publicado por la Editorial de la Universidad Técnica Nacional (EUTN). Fue un acto cálido y muy concurrido, en el que participaron numerosos descendientes de alemanes, durante el cual hubo una intervención que me despertó la curiosidad, de parte de Mario Steller Pineda, maestro jubilado y padre de Aurora Steller Hernández, colega y amiga mía. Él comentó que en la tradición oral de su familia había escuchado que su ancestro Leonardo Steller Vaten combatió en la Campaña Nacional, y preguntó al respecto. Como yo estaba de moderador en el conversatorio, le respondí lo que he narrado hasta aquí, y ahí quedó el asunto.
Sin embargo, intrigado, días después consulté el libro de mi hermana, en el cual hallé que, mientras residía en San José, donde tenía un taller de carpintería, Leonardo Steller y Compañía —al parecer, sus socios eran alemanes—, quienes eran dueños de una máquina de aserrío, formaron una sociedad con cinco vecinos de la villa de Atenas, en Alajuela, para aserrar madera; ellos aportarían la máquina y los vecinos la materia prima. Eso ocurrió en 1855, lo cual significa que en 1856 Steller ya residía en Costa Rica.
Además, caí en cuenta de que los nombres y apellidos de Linata Steba y Leonardo Steller tienen en común ambas iniciales y que, si uno lee rápidamente ambos, suenan parecido. Por tanto, en una época en que no había cédulas de identidad ni de residencia, ni tampoco máquinas de escribir, era posible que al trazar de oídas el apelativo de una persona con nombre extraño, un escribiente lo hiciera de manera errónea.
En mi caso, que tengo nombre y apellido croatas, casi nunca escriben bien mi nombre, aún hoy, aunque lo deletree e incluso muestre la cédula. Al respecto, en cuanto a alemanes de aquella época, he visto apellidos mal escritos, como Kureh (Kurtze), Qüel (Quehl), Chefl (Schäfer) y von Stuelpriagel (von Stiepnagel), entre los cuales el colmo lo alcanzan Bómbulo (von Bülow) y Amalia Vainica (¿Weinecker?), la segunda esposa de Julián Carmiol. Por cierto, el apellido original de este último era Carnigohl, y posiblemente desde que se lo escribieron mal por primera vez optó por cambiarlo. ¡De las que se libró, con tan previsor proceder!
Eso sí, al desventurado Linata Steba el error le vino por partida doble, en ambas partículas de su apelativo. Y digo desventurado, porque eso excluyó al valiente Leonardo Steller de ser reconocido en nuestros anales históricos como uno de los alemanes que defendió a Costa Rica en aquellos tiempos aciagos para nuestra libertad y soberanía.
Conviene hacer un paréntesis aquí para relatar que, según lo consignan Brunilda y Margarita en su libro, aunque vecino de San José originalmente, años después Steller residiría en varias villas de la provincia de Alajuela, de las cuales Naranjo —mi tierra natal— sería clave en su vida. Pero, para entender por qué Naranjo, es inevitable referirse a la familia Carmiol, también de origen alemán.
En efecto, después de arribar en diciembre de 1853 al puerto caribeño de San Juan del Norte, en Nicaragua, a inicios de 1854 había llegado a nuestra capital Julián Carmiol Grasneck, junto con su familia. Ellos eran seis de los viajeros del bergantín Antoinette, en el que también venían los médicos y naturalistas Karl Hoffmann y Alexander von Frantzius, así como unos cien compatriotas, de los cuales 33 planeaban instalarse en la colonia que el ingeniero von Bülow gestaba en Angostura, Turrialba. Por entonces viudo, al llegar lo acompañaba Amalia, su segunda esposa —que moriría pocos años después—, con la que procreó una niña que murió al nacer. Se casaría por tercera vez, esta vez con Paula Flores García, con quien tuvo siete hijas. Cabe acotar que con él habían venido los cuatro hijos de su primer matrimonio con Augusta Prössel: Julio, Bertha Petronila, Ana y Francisco, con edades que variaban entre los 19 y los 9 años.
Carmiol, quien tenía 47 años cuando arribó al país, era maestro-jardinero, pero a lo largo de los años debió dedicarse a varios tipos de negocios para llevar sustento a su cada vez más numerosa familia. Primero fue panadero y corredor de bienes raíces, luego tuvo una lavandería de ropa, y después un pequeño hostal y un restaurante. No obstante, dedicó sus mayores esfuerzos a la recolección de objetos arqueológicos, plantas y animales, que comerciaba con museos y coleccionistas de Europa y EE. UU., así como a la importación y venta de semillas y plantas exóticas. De ello hay abundantes detalles en mi libro Trópico agreste; la huella de los naturalistas alemanes en la Costa Rica del siglo XIX.
En dicho libro hipotetizo que fueron sus labores de recolector las que lo llevaron a Naranjo, en una época en que no existía ni siquiera una trocha decente más allá de ese punto, para aproximarse a las vastas llanuras del norte del país. Él solía efectuar dichas labores con sus dos hijos varones, y eso podría explicar que Julio conociera allí a Ana Leona de Jesús Corrales Blanco, nieta de Judas Tadeo Corrales Sáenz, el fundador de Naranjo; ella era hija de Leandro Corrales Barrantes y Ramona Blanco Cordero.
Pero el asunto va más allá, pues hubo otros vínculos de sangre en tierras naranjeñas. Asentado Julio allá, esto quizás propició que después su hermana paterna, María Luisa Carmiol Flores, contrajera nupcias con su cuñado Félix Corrales Blanco. Es decir, en Naranjo se formaron y residieron familias Carmiol Corrales y Corrales Carmiol. Sin embargo, además, Bertha Petronila (Petra) Carmiol Prössel se casó con su compatriota Leonardo Steller, y vivieron en Naranjo, aunque se desconoce por cuántos años.
Según documentan Brunilda y Margarita en su libro, esta pareja procreó seis mujeres y cuatro varones. La primera, Inés Augusta Amalia, se casaría con Guillermo Jovel Aguilar; María Petronila con Pablo Mejía Carvajal; Luis, con María Cecilia Chacón Soto; Agustín Leonardo, con Albertina Rodríguez Delgado; otra María Petronila, con Antonio Rodríguez Huertas; Francisca Estefana Elena Clotilde, con Procopio Granados Blanco; Carlos Conrado Nicanor Julio, con Josefa Céspedes Barrantes; Francisco Emilio Alberto, con María Campos Murillo; y Amalia Sofía, con Pastor Quesada Campos. De Clara Basilia Rosalía, penúltima de la prole, no hay más información; al parecer, permaneció soltera.
Pero, bueno… tanto hablar de Leonardo Steller, de su familia política y hasta de su descendencia, sin haber demostrado hasta aquí que se trataba de la misma persona que el supuesto Linata Steba. ¿Lo era, o no?
Antes de responder esta pregunta, es pertinente una digresión, para resaltar que entre los 35 alemanes que suscribieron la carta enviada a don Juanito el 1 de marzo figuraban las firmas de don Julián Carmiol y de su hijo Julio, por entonces con apenas 21 años. Es decir, en la familia Carmiol había un antecedente de compromiso con su nueva patria. Y, aunque se desconoce la fecha exacta en que Steller y Petra iniciaron su relación sentimental, lo cierto es que pareciera que este tampoco dudó en enrolarse en las tropas que fueron a defender a Costa Rica. Al respecto, hasta ahora se desconocía tan importante hecho, pero hoy se cuenta con una evidencia indirecta, pero inobjetable.
En efecto, hace poco tiempo, Greivin Salas Segura —coterráneo naranjeño, quien es ingeniero mecánico y aficionado a la historia— me envió un esclarecedor artículo periodístico acerca de Steller; fue hallado originalmente por Juan Gregorio Vargas Chavarría, quien lo compartió por Facebook. Se trata de una extensa reseña que, con el título «Una hermosa fiesta en el Naranjo» (La Información, 3 de marzo de 1914, p. 2), relata los pormenores de una festividad realizada en dicha localidad el domingo 1 de marzo, para rendir un tributo a los combatientes naranjeños que participaron en la Campaña Nacional.
En la citada reseña se narra que «los salones del nuevo Palacio Municipal se abrían al servicio público, y se dedicó el honor del día a la memoria del recordado don Juanito Mora, representado por aquellos viejos soldados del 56 que aún se conservan como joyas veneradas, ya en el ocaso de la vida». Efectivamente, nacido el 8 de febrero de 1814, ese año se conmemoró con gran pompa en diferentes puntos del país el centenario del natalicio de don Juanito, héroe y gran conductor en la Guerra Patria contra el ejército filibustero.
Al despuntar el día, ya a las cinco de la mañana la población naranjeña era despertada por una alegre diana de la banda municipal, para así convocarla al antiguo Palacio Municipal —por entonces nuevo— y, ya ahí, «a las nueve de la mañana la presencia del primer inválido trastornaba una multitud, que delirante vivaba a la Patria y a sus hijos heroicos». Ese inadecuado calificativo alude a la condición en que estaban dichos excombatientes debido a su avanzada edad, pues es de suponer que los más jóvenes frisaban los 78 años.
A continuación, la efusiva nota periodística, escrita por el corresponsal P.P., relata que:
…nueve fueron los que aparecieron, y entre ellos un capitán, el capitán Steller, alemán, que aún con el peso de los años, pudo olvidarlos para creerse aún joven y ponerse al frente de los otros, para encaminarlos y dirigir como jefe aquellos despojos casi, que amedrentaron al fiero invasor cuando la patria lo pidió. Por entre la aglomeración pasaron, tímidos, sorprendidos, confusos, haciendo descubrirse con veneración ante ellos, a toda una generación, que envidiosa de sus glorias prorrumpía en mueras a los filibusteros.
Y, más adelante, la reseña destaca que:
…cuando el café hubo terminado, un aire marcial de la banda anunció algo extraordinario. En un ángulo del salón, cubiertos con banderas, estaban unos rifles viejos y una trompeta herrumbrada, colocados artísticamente. La autoridad nombró al Capitán Steller, y el viejo, tambaleando, del brazo de una bella señorita fue a colocarse entre aquellos trofeos, para ser cruzado por una hermosa cinta tricolor, con inscripciones que honraban a la Patria, al soldado y al héroe. Después de él, los otros, uno a uno, fueron recibiendo el recuerdo.
¡Sí, el capitán Steller!
En síntesis, Linata Steba, por cierto, reclutado exactamente en Naranjo (Archivo Nacional-Guerra 9151bis, f. 45v), nunca existió. Y aunque, debido a una equivocación, en nuestros anales históricos no hay constancia de que existiera un combatiente alemán llamado Leonardo Steller —residente en el mismo Naranjo y a quien también se le asignó el grado de capitán—, sí la había entre los 47 naranjeños que participaron en la Campaña Nacional. Además, como todos esos vecinos regresaron ilesos, hubo casi medio centenar de corajudos compañeros de lucha que podían atestiguar acerca de sus acciones en los frentes de guerra. Si no, alguno de los que sobrevivieron hasta 1914 podría haber objetado su presencia en el homenaje que se les tributó, si eso no fuera cierto.
Que sirva entonces el presente artículo para rescatar la verdadera identidad, así como para reparar la memoria y el legado de este valeroso alemán —aunque sea un siglo después—, a quien nuestro país mucho le debe, al igual que a varios de sus compatriotas. Ellos amaron a Costa Rica desde lo más profundo de sus corazones, hasta convertirla en su segunda patria y, como buenos hijos, la supieron defender cuando las circunstancias lo demandaron.