El 2022 ha empezado con la triste noticia de la invasión y guerra en Ucrania; una guerra que ha puesto de manifiesto, una vez más y entre muchas otras cosas, la enorme dependencia que los países desarrollados tienen de los combustibles fósiles y la fragilidad de sus políticas climáticas.
Miramos hacia atrás y recordamos la puesta en escena del último día de la Conferencia del Clima (COP26) celebrada en Glasgow el pasado noviembre. En aquel momento, el Reino Unido, EE. UU. y la Unión Europea abanderaron una iniciativa para poner fin al uso del carbón. Algunos se rasgaron las vestiduras cuando determinados países del sur indicaron que no estaban aún en condiciones de renunciar a dotar a su población del imprescindible acceso a la electricidad utilizando un combustible barato y a su alcance como el carbón. Otros, en cambio, vertieron lágrimas cuando se terminó consensuando un texto que, según ellos, diluía enormemente su «ambiciosa» propuesta. Nuestro escepticismo de aquel momento se ha visto confirmado por la triste realidad. Solo tres meses después, la Unión Europea se enfrenta a una escalada del precio del gas como consecuencia de la guerra en Ucrania. Y algunos países, como por ejemplo Alemania, que importa de Rusia más del 80% del gas que consume, reactivan la producción de electricidad con carbón. ¡Cuánto teatro y cuanta hipocresía, en las últimas horas de la COP26!
El 2022 también es el año en que el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) finalizará la publicación de su sexto informe de evaluación, conocido como el AR6. El IPCC publica informes cada seis o siete años. En ellos recoge y presenta ordenadamente los últimos avances científicos en materia de cambio climático. Estos informes constan de tres volúmenes (las bases físicas del cambio climático, sus impactos y las medidas de adaptación, y las medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero). Hasta ahora ya se han publicado los tres volúmenes y se espera la publicación del informe de síntesis del total de la obra para el mes de septiembre. Esto nos permite afirmar que disponemos de un compendio actualizado de la información científica de mayor relevancia.
El AR6 nos muestra que las evidencias científicas del avance del cambio climático y de los impactos que hoy en día ya se están observando son abrumadoras. Además, también describe las reducciones de emisiones que deberían llevarse a cabo para conseguir estabilizar el calentamiento global por debajo de un límite que no ponga en peligro el futuro de la humanidad, y las acciones que deberían emprenderse en los distintos sectores de la economía, a nivel institucional y a nivel personal. Es importante remarcar que cada volumen, elaborado por científicos de primera línea en su ámbito, va acompañado de un resumen para responsables de la toma de posiciones políticas que se somete a aprobación (párrafo a párrafo y línea por línea) de los representantes nominados por los gobiernos de los 195 Estados que componen el IPCC. En este contexto, ningún gobierno puede argumentar que desconoce la gravedad del problema y, en general, cómo afrontarlo.
El AR6 debería ser un insumo de gran importancia en las próximas rondas de las negociaciones climáticas multilaterales y debería marcar el rumbo de las políticas a emprender en los próximos años. Hoy en día, el cambio climático avanza aceleradamente, pero afortunadamente, el conocimiento científico y tecnológico han avanzado también lo suficiente como para saber cómo revertir la actual crisis climática. En cambio, muchas de las decisiones políticas que se han tomado en los últimos años no han estado a la altura de la gravedad del problema que nos acecha y, la tan necesaria acción a nivel multilateral ha avanzado muy lentamente. El AR6 lo dice, y nosotros lo suscribimos: actualmente, revertir la crisis climática es, ante todo, un reto político. El objetivo de este artículo es situar en qué momento nos encontramos en los esfuerzos multilaterales para revertir un inminente colapso climático, y cuáles son, en nuestra opinión, los mayores escollos que deberían salvarse a lo largo de este 2022. Empezaremos situando los grandes retos que tenemos sobre la mesa.
Según el AR6 los impactos del cambio climático serán menores cuanto antes consigamos estabilizar el aumento de la temperatura media global. Estabilizar el calentamiento global muy por debajo de los 2 oC y hacer lo posible para que este aumento no supere los 1.5 oC es el objetivo del Acuerdo de París, y debería ser una prioridad por excelencia para toda la humanidad. Conseguirlo reduciría los impactos del cambio climático, facilitaría la adaptación de las sociedades humanas a este cambio y reduciría mucho los costes de las pérdidas y daños que, en mayor o menor medida, ya estamos afrontando. La única receta para conseguir este objetivo es reducir drástica y urgentemente las emisiones de gases de efecto invernadero que cada año lanzamos a la atmosfera. Y cuando decimos, de forma drástica y urgente, nos referimos a que, en lo que queda de esta década, las emisiones deberían reducirse a la mitad. Según el mismo AR6, de no hacerlo, será imposible alcanzar este objetivo.
Desgraciadamente, de momento, estamos muy lejos de conseguirlo ya que los compromisos adoptados por los países nos conducen, en 2030, a unos niveles de emisiones que lejos de disminuir, van a aumentar por encima de los niveles actuales. Con el objetivo de intentar mejorar esta desastrosa situación, la COP26 hace un nuevo llamado a los países para que, a lo largo de este 2022, revisen los compromisos de sus Contribución Determinada a nivel Nacional (NDC) y aumenten la ambición de sus compromisos de mitigación para conseguir la reducción de emisiones que globalmente deberíamos alcanzar. Y aquí es donde tropezamos con uno de los más grandes escollos de este proceso. No hay ningún acuerdo, ni ningún tipo de referencia consensuada, sobre qué reducción de emisiones debería hacer cada uno de los países, es decir: ¿qué le tocaría hacer a cada uno de ellos? Y, evidentemente, cada país asume que su contribución es sumamente ambiciosa, que es la del vecino la que carece de la ambición necesaria, y que por lo tanto es el vecino quien debe revisar su NDC a fondo. De hecho, este es el escollo que venimos acarreando desde Copenhague 2009.
También debemos ser conscientes de que reducir las emisiones en 2030 a la mitad, es una condición necesaria pero no suficiente para conseguir el objetivo de estabilización de la temperatura marcado en el Acuerdo de París. Más allá de 2030, las emisiones deberían continuar reduciéndose para, globalmente, llegar a la neutralidad de emisiones de CO2 a medianos de siglo. Esto significa que en 2050 deberíamos llegar a un nivel muy bajo de emisiones de CO2 y compensar estas emisiones con absorciones que provengan de acciones que comporten la captura de este gas, como lo es por ejemplo la reforestación. Es en este contexto en el que se desarrollan iniciativas como la Race to Zero, promovida por la propia UNFCCC: una alianza global que exhorta a empresas, organizaciones, ciudades, regiones y países a lograr emisiones netas de carbono cero antes de 2050. En este horizonte a medio plazo, a nivel gubernamental y dentro del marco del Acuerdo de París, en 2020 los países deberían haber formulado y presentado sus Estrategias Nacionales de Desarrollo Bajo en Carbono a largo plazo. Hasta ahora, solo una cincuentena de países ha entregado estas estrategias a largo plazo y, por esta razón, la COP26 pidió a los que no lo han hecho que en 2022 las entreguen.
En septiembre y octubre de este 2022, el Secretariado de la UNFCCC presentará dos informes de síntesis. El primero sobre las estrategias a largo plazo para un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero, y el segundo sobre el efecto agregado de las NDC vigentes actualmente. Es decir, antes de la COP27 que se celebrará en noviembre, tendremos una nueva constatación de cuán lejos estamos de conseguir el objetivo deseado. Y en aquel momento, seguro que habrá personas que afirmarán que estamos lejos de conseguirlo y otras que lo verán cercano. Es aquello de ver el vaso medio vacío o medio lleno…
Afortunadamente, el AR6, además de publicar los caminos de evolución de las emisiones compatibles con determinados niveles de calentamiento global, también actualiza los valores del presupuesto global de carbono restante. El presupuesto de carbono restante es un concepto que permite objetivar un poco más estas valoraciones. Recordemos que es la cantidad de CO2 que aún podría emitirse manteniendo el calentamiento por debajo de un nivel de temperatura específico. Según el AR6, para mantener el calentamiento por debajo de los 1.5 oC, deberíamos limitar las emisiones que lanzamos a la atmosfera, desde el inicio de 2020 en adelante, a 400 GtCO2, y para estabilizar el aumento de temperatura en 2 oC, limitarlas a 1150 GtCO2. La valoración hecha de las NDC, anterior a la COP26, indicaba que, de cumplir con los compromisos, en 2030 el mundo habrá lanzado a la atmosfera 445 GtCO2 y por lo tanto habrá agotado la totalidad del presupuesto de carbono compatible con los 1.5 oC. Es decir, a no ser que a lo largo de este 2022, la ambición de las NDC aumente considerablemente, el objetivo de los 1.5 oC pronto será inalcanzable.
Ante esta preocupante situación, el Pacto de Glasgow para el Clima aprobado en la COP26 provee alguna herramienta que debería desarrollarse y concretarse, también a lo largo de este 2022. El Pacto establece que debe elaborarse y aprobarse un programa de trabajo para aumentar urgentemente la ambición y la aplicación de medidas en materia de mitigación en la presente década. A lo largo de este año debería elaborarse un proyecto de decisión sobre este tema que tendría que aprobarse en la próxima Conferencia del Clima (COP27) que se celebrará en Egipto a finales de año. A nuestro entender, este programa podría ser una pieza clave para afrontar el gran reto que tenemos por delante para conseguir compromisos de reducción de emisiones mucho mayores de los que están actualmente encima de la mesa. Deseamos con esperanza que en él se aborde con valentía el tema de la equidad en la mitigación del cambio climático. Porque es la equidad, o más bien dicho, la falta de equidad, el gran elefante blanco que tenemos en la sala y que bloquea una acción climática a la altura de los objetivos que marca el Acuerdo de París.
A continuación, pondremos un ejemplo de esta falta de equidad. Como ya hemos comentado, el mundo debería alcanzar la neutralidad de carbono a medianos de siglo. Pero evidentemente, en base a la equidad, esto no implica que todos los países deban llegar a este objetivo en 2050. Los países más desarrollados deberían alcanzarlo una década antes, mientras que los países menos desarrollados podrían alcanzarlo una década después. Que EE. UU., la UE27 o el Reino Unido hayan situado en 2050 el año en que llegarán a la neutralidad de emisiones, y que además lo anuncien como si esto fuera un gran compromiso, dificulta mucho que otros actores importantes entren en este juego, y que el resultado a nivel global sea el deseado. A nuestro modo de ver, uno de los mayores escollos para un avance eficaz del multilateralismo climático es la falta de reconocimiento de la enorme deuda ecológica que los países del norte global tienen con el sur del mundo. Reconocimiento que debería comportar la condonación de su deuda externa, la aportación de recursos financieros que permita a los países del sur adaptarse a los impactos de una problemática de la que no son los mayores responsables, y la asunción que las reducciones de emisiones del norte global, deberían ser ejemplares y estar muy por delante de las que se requieren a nivel global. Un histórico lleno de incumplimientos y determinadas actitudes arrogantes, no favorecen la credibilidad de las promesas de los países desarrollados y minan la confianza en el proceso.
El Pacto de Glasgow para el Clima, uno de los textos más progresistas aprobados en los últimos años en el seno de la UNFCCC, nos marca una agenda 2022 extremadamente ambiciosa. Probablemente esta es la última oportunidad que tenemos para conseguir revertir la crisis climática. Somos muchos los que esperamos que no tarde en llegar la revisión de las NDC de los países más desarrollados, y que dicha revisión sea ejemplar. Solo así se conseguirá la implicación del resto del mundo. Nos preocupa que prácticamente no se esté hablando del tema… hay mucho trabajo por hacer y la guerra no es excusa para dejar de hacerlo.
(Artículo en coautoría con Josep Xercavins i Valls, Profesor jubilado de la UPC y ex-codirector del GGCC de la UPC)