El 15 de septiembre de 1957 fue inaugurado el colegio Fray Luis Amigó de Colinas de Bello Monte (ciudad de Caracas) con la bendición de las instalaciones (y de la institución, claro está) por parte del arzobispo de Caracas monseñor Rafael Arias Blanco. En sus inicios se llamó Nuestra Señora de los Dolores y su sede es la misma en la que hoy está la dirección, la llamada «casa del cura» (segundo piso) y el bachillerato en la planta baja, aunque con varias reformas en la infraestructura. El padre capuchino y obispo Luis Amigó Ferrer (Venerable) (1854-1934) fue el fundador de la Congregación de los Religiosos y Religiosas Terciarios Capuchinos, que al extenderse en su labor evangelizadora desde su España natal tuvo en Venezuela una de sus primeros destinos. Al colegio llegará como maestro en 1972 un inmigrante español laico (con diez años en el país y nacionalizado para 1969) que con su ejemplo y esfuerzo dejará una profunda huella en sus alumnos y la institución, nos referimos a don Pedro Sevillano. La semblanza nace de lo que aprendí junto a él, además de las gratas conversas que tuvimos en torno a su vida.
Un primer contacto con el profesor Pedro podría impresionar a los más sensibles, porque su voz y personalidad posee esa fuerza y carácter que es normal en muchos españoles (por lo menos los que yo conocí desde niño). Es la expresión, entre otras, de su profunda convicción y responsabilidad como maestro. Los educadores enseñamos verdades, y si además se posee el don de la fe en el marco de un colegio llevado por una congregación religiosa, se habla con la confianza y el enamoramiento de ser cooperador de la Verdad (con «V» mayúscula, y que no es otra que la Verdad trascendente). Lo que no quiere decir jamás que esté (y estemos) abiertos al diálogo en la búsqueda y transmisión del conocimiento, en especial el que ayuda a crecer y ser la mejor persona posible. Al estudiante, sobre todo los disciplinados y/o más inteligentes, hay que exigirles mucho más. Quizás al principio les moleste un poco pero al final te lo agradecerán.
El maestro Pedro nació el primero de abril de 1944 en San Pedro de Pegas en la Provincia de León (Comunidad Autónoma de Castilla y León, España). Su vocación se origina estudiando interno con Los Hermanos de La Salle desde 1956 hasta el 62 en la Provincia de Barcelona. De ellos aprendió el amor por la educación y estos le hablaron de la necesidad que los docentes con formación cristiana fueron a «hacer las Américas». En 1962 los Hermanos le ofrecieron el pasaje y seguir formándose pero con el compromiso de trabajar en sus colegios un mínimo de tres años, solo tenía 18 años y aceptó el reto. Al llegar a Venezuela estudió para maestro Normalista (Escuela Normalista de La Salle) y dio clases en sus colegios de Valencia, Barquisimeto y Puerto Cabello. Después estaría con los agustinos, de manera independiente junto a otro docente fundó un colegio llamado Santiago Apóstol que por diversas razones tuvo que vender y finalmente un 25 de septiembre de 1972 comenzaría a trabajar en el Fray Luis Amigó. El hecho que recuerde con tanta precisión la fecha quiere decir que algo distinto había en esta institución para que no olvide el momento.
En lo que respecta al Fray Luis me dice que la estabilidad que tuvo en él responde a la identificación con la formación integral que ofrece el colegio y la «libertad que le dio para hacer lo que sabe hacer: educar». Cada propuesta que hacía para mejorar el desempeño de los muchachos era apoyado por la institución. Hay un ambiente de respeto y reconocimiento del esfuerzo que se realiza, y esto fue retribuido con lealtad y dedicación por parte de don Pedro; pasando por diversos cargos. No puedo negar que verlo con tantas fuerzas y juventud en sus 78 años es un ejemplo para mí ¡y para muchos! Su enseñanza se caracteriza por conocer bien a cada alumno, saber su nombre, sus problemas y anhelos. En este sentido cumple con la pedagogía «amigoniana» de seguir el ejemplo de Jesús como «buen pastor» que va tras la «oveja perdida», entendiendo por tal a aquellos jóvenes que por alguna mala experiencia cierran su corazón a lo bueno y a lo grande. Y al mismo tiempo quiere el bien de cada uno de sus discípulos atendiéndolos de forma personalizada.
Al preguntarle por su legado me habla con orgullo de muchos de sus alumnos; pero también, no conforme con sus estudios como maestro normalista, sacaría la licenciatura en Educación en la Universidad Central de Venezuela. Su tesis de pregrado «generó un cambio significativo en el ciclo básico del sistema educativo nacional», al pasar de un solo maestro a varios especializados por cada asignatura (lenguaje, sociales, matemáticas, ciencias, deporte, artes plásticas, música, inglés) desde cuarto a sexto grado. El «buen docente», afirma, debe tener conocimiento en otras áreas del saber y no solo una excelente formación en su área de especialización. Y de esa forma ha ayudado en todas las materias en algunas ocasiones. Pero, concluye, «lo más importante es la moral, la ética, lo que consideramos una formación integral que se logra principalmente con el ejemplo porque el consejo ayuda, pero el ejemplo arrastra».
Al mismo tiempo que realizó esta gran tarea construiría una hermosa familia con su esposa, teniendo dos hijos varones y tres nietos y una nieta. La experiencia y enseñanzas del maestro Pedro no pueden reducirse a esta breve semblanza, de modo que me alegraría mucho que la misma animara a sus alumnos, familiares, amigos y colegas educadores a contarnos anécdotas que ilustren su larga y fructífera vida. Solo queda de mi parte darle las gracias.