Comentaba en mi anterior artículo que Emma Woodhouse, al iniciar su historia, tiene un serio problema: el aburrimiento, que la lleva a meterse en líos que podrían haberse evitado perfectamente. Sin embargo, la señorita Woodhouse tiene un segundo problema y es que, aunque Austen no quiera admitirlo, sexualmente Emma vive frustrada. Emma (Austen, 2007) no es solo el recuento del desarrollo moral de su protagonista, sino también de su despertar sexual tanto como sujeto como objeto de deseo. Parecerá vulgar el especular sobre la sexualidad de unos personajes construidos en clave tan puritana como fueron construidos y son percibidos los creados por Austen, pero lo cierto es que, aunque sea de forma encubierta, la sexualidad pervive como una amenaza oculta entre líneas en todas sus novelas: desde hijos ilegítimos hasta adulterios, las realidades de lo corporal aparecen en todas las novelas de Austen escondidas entre las escenas más cotidianas y apropiadas.
Emma es tal vez el personaje más energético de Austen —más que Elizabeth Bennet, cuya potencia se ve regida por un temperamento tranquilo; más que Catherine Morland, cuya juventud e inocencia la asemejan a un cachorro deseoso de agradar; Emma, por el contrario, tiene una fuerza arrolladora, sin rival entre las demás heroínas, amenazante para todo interés amoroso, aunque solo el señor Knightley parezca capaz de intuirla. Es esa fuerza la que la convierte en dueña indiscutible de la novela y del pequeño mundo que habita, un agujero negro que absorbe todas las miradas y acapara toda la atención del lector. Con esa potencia, Emma se autoproclama la casamentera extraoficial del pueblo y, más importante aún, conocedora de los secretos que guardan los corazones de todos sus habitantes. Pero para creerse superior, debe inevitablemente encontrar a alguien inferior a ella, a alguien que en inteligencia no le suponga rival y que la adule constantemente, y encuentra en Harriet la candidata perfecta. Pero Emma, que insiste en ser la maestra de Harriet, es en verdad la pupila que debe aprender a discernir entre realidad y ficción para poder reconocer sus propios deseos románticos y sexuales. Sin este desarrollo moral y sexual, Emma no puede entrar en el mundo adulto, un mundo de sexualidad contenida por las normas sociales, pero permitida; mientras que en la niñez se encuentra con una sexualidad reprimida pero arrolladora, tanto es así que aplasta a Harriet como una apisonadora e influye en las vidas de todos los habitantes de Highbury. Su ignorancia la ciega a los verdaderos intereses del señor Elton, que no quiere casarse con Harriet, sino con Emma; y lo que es peor, su ignorancia la ciega hacia su propio comportamiento, que queriendo avanzar los intereses de Harriet, predispone al señor Elton a pensar que es correspondido. Clueless (Heckerling, A., Rudin, S., y Lawrence, R., 1995), la película de Amy Heckerling con Alicia Silverstone en el papel de Cher Horowitz, reconstruye perfectamente la tensión de Emma y Harriet como maestra y pupila, culminando en la escena en la que Tai/Harriet acusa a Cher/Emma de ser «una virgen que no sabe conducir» (Heckerling et al., 1995, 1:17:02), señalando con precisión quirúrgica lo que el lector ya intuía: que Cher/Emma no tiene ni la experiencia ni los conocimientos necesarios para navegar el mundo real, ni jugar a ser casamentera, ni reconocer sus propios sentimientos y deseos.
La frustración de Emma proviene del mismo lugar que su aburrimiento: vive en una cárcel repleta de lujos, pero incapaz de deshacerse del dulce tirano que es su padre. Deseosa de tomar las riendas de su propia vida y de ser dueña de su cuerpo, pero consciente de que debe comportarse como una hija servicial, se encuentra atrapada en Hartfield sin más compañía que un padre hipocondríaco que querría verla enferma solo para poder curarla y una institutriz que la abandona para casarse. Desafortunadamente, Emma solo es dueña de su propia mente e, incapaz de dominar realmente ningún otro ámbito de su vida (puesto que, aunque goza de cierta libertad y poder sobre su casa gracias a la indulgencia de su padre, lo cierto es que este poder en primer lugar debe verse siempre subyugado a la comodidad y a los caprichos de su padre, hasta el punto de que introducir un nuevo estilo de mesa en el comedor resulta una ardua tarea de persuasión), abusa, como diría el señor Knightley, de esa inteligencia (Austen, 2007).
Pero son los personajes de Jane Fairfax y Frank Churchill los que destapan esa vena coqueta y ese interés por el sexo que Emma querría mantener escondida. Con la llegada de estos personajes, Emma dará rienda suelta a su imaginación, inventando e insinuando un adulterio entre la señorita Fairfax y el marido de su mejor amiga, el señor Dixon, acusaciones extremadamente graves que podrían manchar la reputación de Jane Fairfax si se llegaran a repetir por ahí. Que Emma quiera descubrir conexiones románticas ahí donde no existen nos señala que vive atrapada en su mente, disfrutando de los placeres de la carne a través de las acciones de los demás.
Frank Churchill, además, es uno de los personajes que funciona como espejo de Emma. Mientras que Emma se encuentra atrapada por la naturaleza de su padre, Frank se debe a sus tíos, concretamente a su tía, cuya delicada salud y temperamento volátil lo mantienen anclado a su lado. De la misma forma que el señor Woodhouse frustra la vida sentimental y sexual de Emma, la señora Churchill hace lo mismo con Frank; y, al igual que Emma, Frank es una figura llena de energía y vitalidad, una energía aún más frenética que la de Emma, una energía incontrolable que se escapa por las costuras, que crece cuanto más es frustrada y se vuelve molesta, estridente; «el buen humor del joven subió entonces a una altura casi desagradable» (Austen 2007: 413), nos dice la narración de la escena en Box Hill, cuando el compromiso entre Frank y Jane Fairfax empieza a tambalearse seriamente.
Tanto Emma como Frank maquinan con tal de dar salida a su frustración: Emma planea matrimonios entre sus amigos; Frank busca maneras de encontrarse con su prometida sin crear sospechas, y el lector espera con ansias esas válvulas de escape, esos bailes y excursiones que permiten a ambos dar rienda suelta a su deseo. La novela se expande progresivamente, desde el confinamiento en Hartfield hasta el baile organizado por el señor Weston en el Crown, y finalmente culmina en la excursión a Box Hill, que arrastra ya las tensiones de la excursión que realiza el elenco un día antes a Donwell.
Box Hill, por cierto, es un lugar real, alabado por sus vistas y caminos. Lo que Austen olvida mencionar, aunque a lo mejor el lector de la época ya sabía, es que se trata de un lugar con una reputación marcada por el libertinaje (Rogers, 1999). Emma, que llega a la colina sin ninguno de sus dos mentores (la señora Weston, al estar embarazada, ha permanecido en casa; el señor Knightley, muerto de celos, permanece en un segundo plano, eclipsado además por el frenesí de Frank Churchill y la chabacanería de la señora Elton), no tendrá a nadie que la guíe por ese sitio desconocido y peligroso, en un San Juan, época tradicionalmente asociada a la confusión y al desenfreno, excepcionalmente caluroso. Box Hill es la oportunidad perfecta para explorar todo aquello que le es prohibido en los confines de la alta sociedad de Highbury: flirtea, tontea, se deja adular, se abandona al ingenio… Emma se pierde en este laberinto de paseos y matorrales, se deja arrastrar por sus propios apetitos, hasta que el mundo real, el señor Knightley y sus recriminaciones, cae sobre ella como un balde de agua fría y la despierta nuevamente.
He aquí las pruebas. ¿Puede alguien negar, entonces, que Emma vive frustrada intelectual y sexualmente? Si tuviera más tiempo y más espacio, tal vez me pondría a elucubrar sobre su orientación sexual, pero eso, también, deberé dejarlo para un artículo futuro.
Notas
Austen, E. (2007). Emma. Barcelona: DeBOLS!LLO.
Heckerling, A. (directora), Rudin, S., y Lawrence, R. (productores). (1995). Clueless. [Filme]. Paramount Pictures.
Rogers, J. E. (1999). Emma Woodhouse: Betrayed by Place. Persuasions, 21, 163-171.