Iba en el coche camino al trabajo, como cada día, escuchando la radio. Suele ser el único momento del día en que me intereso por las noticias. En la emisora que más escucho hablaba un escritor relativamente poco conocido para mí. Pero no estaba siendo entrevistado por nada que haya escrito, sino que había solicitado intervenir en el programa de radio para aclarar algunas cuestiones por las que estaba siendo criticado en redes sociales en relación con unas declaraciones realizadas la noche anterior en otro programa de gran audiencia de la misma emisora de radio.
Básicamente, defendía las razones por las que no había denunciado con anterioridad los abusos sexuales que había sufrido en su infancia en una escuela de religiosos de Barcelona. Un poco más adelante comentaré sobre estas razones, porque están directamente relacionadas con las consecuencias traumáticas del abuso y el maltrato durante la infancia y sus secuelas durante la edad adulta. La historia de abusos sexuales de este escritor es semejante a la de tantos niños y niñas víctimas de la pedofilia y la pederastia endogámica de la iglesia católica (también de otras confesiones). Como no es mi objetivo en este artículo entrar en este tema particular, sino que pretendo abordar las consecuencias del abuso sexual infantil en cualquier ámbito, invito al lector a que lea en esta misma revista un artículo que escribí sobre el abuso y el maltrato infantil en el seno de la iglesia: «Pajaritos y pajarracos».
Un psicólogo, de Ciudad Real, ha resultado condenado a 17 años de prisión por abusar de dos niños de 11 y 12 años cuando acudían a sus sesiones terapéuticas y mientras practicaba técnicas de hipnosis. En España, en los últimos tres años, tres entrenadores deportivos han sido condenados a más de 15 años por abusos a menores que entrenaban. Llevamos años destapando escándalos sobre la explotación sexual comercial infantil en los viajes o turismo sexual infantil, consumido por verdaderos depredadores sexuales, padres de familia, y promovido por asociaciones de delincuentes camufladas como empresas del sector turístico.
Comparto la opinión de aquellas personas que también consideramos como una forma de abuso sexual en la infancia los matrimonios precoces donde, por lo general, a las niñas se las priva de todo aquello que corresponde a su edad, robándoles la infancia, y se violan sistemáticamente sus derechos con base en tradiciones culturales o intereses económicos. Por otro lado, las tecnologías digitales se han transformado en una extensión del acoso y la violencia sexual. Las redes sociales se han convertido en vidas paralelas en las que parece habitar la impunidad para poder insultar, denigrar, amenazar y acosar, especialmente utilizando el sexo en sus diferentes vertientes. Las tipologías sobre el abuso sexual a menores ya no solo implican las conductas de contacto físico abusador, sino que se incorporan las proposiciones de agresión verbal sexual, exhibicionismo de partes del cuerpo, amenazas dirigidas a la exposición sexual, pornografía infantil.
Pero, de todos los ámbitos en los que se produce el abuso sexual infantil, es el que se da en seno de la propia familia de la víctima el que resulta más habitual; ocurre a diario en cualquier lugar del planeta. Se estima, de hecho, es ya una certeza, que la mayoría de los abusos sexuales a menores se comenten en el ámbito de la familia, siendo estos casos los más traumáticos para las víctimas ya que estas desarrollan sentimientos contradictorios en torno a la confianza, a la protección y al apego que tienen con los miembros de su familia.
La infancia robada
La vulnerabilidad de los niños atrae la atención de los ladrones de la infancia. Teniendo en cuenta que es durante la infancia que se empieza a construir la identidad personal que necesariamente necesita vivir el creativo mundo de la niñez, aquellos eventos, especialmente los producidos por personas que coartan la evolución natural de un niño, pueden y suelen gestar muchos de los traumas emocionales que vive una persona a lo largo de su vida.
Las personas que no han experimentado la vivencia de la infancia de una manera adaptada al entorno y con la seguridad de los cuidados de sus mayores, tienden a desarrollar un vacío existencial que puede correlacionar con depresión, problemas psicosomáticos e impredecibles conflictos emocionales. El abuso sexual de un menor, especialmente el producido por familiares, cuidadores o personas cercanas de confianza está en el origen de las conductas de aislamiento, el retraimiento en las relaciones sociales, los profundos sentimientos de vergüenza y culpabilidad, la baja autoestima y las conductas destructivas como las autolesiones y los suicidios en la adolescencia y en la joven adultez.
El círculo del silencio de los estigmas, de la vergüenza y el miedo que provoca el abuso sexual en los niños es el cómplice de muchos de los ladrones de infancias. Los niños son silenciados, es con lo que cuenta el abusador. Romper este círculo no es nada fácil. Se trata de una de las experiencias más demoledoras que se puedan vivir, especialmente cuando el robo de la infancia por abuso sexual lo comenten personas de confianza del menor (familiares, cuidadores, gente cercana). Y es que el silencio al que se ven empujados los niños abusados sexualmente es otra arista más del maltrato, la del abuso psicológico sobre los más vulnerables.
El niño es silenciado por los sentimientos de culpa; un silencio de miedos infundidos por la persona que le ha agredido y violentado. Un silencio que puede, y de hecho sucede a menudo, transformarse en bloqueo y/o amnesia disociativa; esta última puede acompañar a trastornos mucho más severos que la pérdida de memoria, como es el caso del trastorno de identidad disociativo (algo realmente complejo, créanme, me las he visto en consulta con tipos disociados tratando de escapar de la realidad de distintas formas, todas ellas poco saludables).
En relación con la amnesia disociativa cabe puntualizar, antes de continuar, que muchas personas que la padecen son bastante susceptibles a la hipnosis y a ser sugestionados, por lo que a veces el correlato de sus recuerdos puede dar origen a falsos recuerdos e, incluso, a exageraciones. Existe una gran diferencia entre los recuerdos ordinarios de una situación desagradable o problemática y los recuerdos traumáticos que tienen un carácter más evitativo debido a su mayor capacidad autodestructiva.
En un menor al que arrancan la inocencia con violencia y brutalidad, no nos debería extrañar que la mente creara su propio vacío y que este se prolongara en el tiempo con una amnesia disociada como mecanismo de defensa ante la devastación del recuerdo del abuso, de la persona que le maltrató, de la percepción de un olor, un sonido, unas palabras o un lugar similar. Cuando crecen, en la adolescencia y más allá la aparición de trastornos por estrés agudo y estrés postraumático pueden mantener el olvido como defensa, pobre defensa, hay que decirlo, que solo contribuye a enquistar el problema.
Alguien, que sufrió abusos sexuales en la infancia, me dijo: «es como si hubiera corrido una cortina negra». Se refería al momento en que se enfrentó con sus recuerdos traumáticos, o más bien, como si estos emergieran de un abismo de la memoria al que los había arrojado sabe dios cuándo. Apenas llevaba un par de semanas acudiendo a consulta. No ocurre con todas las personas que acuden a terapia por un trauma relacionado con malos tratos y abusos sexuales diez, veinte o más años después de acaecidos.
Hay teorías que aseguran que la terapia facilita la expresión del trauma, es posible, yo solo sé que a veces sucede. A muchos psicoterapeutas nos ha sucedido que cuando un adulto solicita ayuda profesional para un hijo por un motivo académico, de conducta inadaptada o similar, a veces emerge el trauma de un maltrato, de un abandono y también de abuso sexual.
La adultez condicionada
El abuso sexual infantil es un fenómeno que siempre está acompañado de malestar psicológico. Las consecuencias psicopatológicas relacionadas con la experiencia de abuso sexual infantil pueden perdurar a lo largo del ciclo evolutivo del menor y configurar, en la edad adulta, los llamados efectos a largo plazo del abuso sexual. Es muy posible que la víctima no desarrolle problemas aparentes durante la infancia y que estos aparezcan como problemas nuevos a medida que se hace mayor y en la mediana edad.
Es una evidencia que las víctimas de abuso sexual infantil pueden tener una peor salud mental, con una mayor presencia de síntomas y trastornos psiquiátricos; de hecho, abundan en estas personas una probabilidad cuatro veces mayor de desarrollar trastornos de personalidad con relación a quien no ha sufrido este tipo de abusos. Existen variables que pueden incrementar este riesgo psicopatológico como es el ambiente familiar disfuncional.
No obstante esto, sabemos que la experiencia de abuso sexual por sí misma es la mayor causante de problemas emocionales (depresiones, bipolaridad, trastornos de ansiedad severos, conductas autodestructivas, baja autoestimas, etc.). Los problemas de relación interpersonal también se ven muy afectados, se suelen presentar muchas dificultades en el establecimiento de relaciones con los coetáneos y dificultades con la pareja; destaca la presencia de mayor aislamiento y ansiedad social.
Los problemas de tipo funcional, entre los que figuran como más graves los trastornos de la alimentación o el hábito de consumo de sustancias tóxicas, también hacen su aparición entre los adolescentes y adultos que sufrieron abusos sexuales en su niñez. Se observan, también, niveles más elevados de hostilidad, así como presencia de diferente intensidad de conductas antisociales y trastornos de la conducta.
La sexualidad desadaptativa es la consecuencia más extendida del abuso sexual en la infancia, destacando problemas por motivo de una sexualidad insatisfactoria y disfuncional, conductas de riesgo sexual (como el mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, un mayor número de parejas y una mayor presencia de enfermedades de transmisión sexual). Derivados de estos problemas de tipo sexual y, particularmente de las conductas sexuales promiscuas y del precoz inicio a la sexualidad que presentan estas víctimas, destaca también la prostitución y la maternidad temprana. En el plano de la sexualidad suele también producirse el fenómeno de la revictimización; las víctimas de abusos sexuales en la infancia experimentan posteriores situaciones de violencia física y sexual por personas distintas al agresor de la infancia.
Con frecuencia me preguntan si la violencia y el abuso sexual en la infancia generan individuos que, de adultos, suelen repetir un patrón de conducta de violencia y abusos. Sobre esto quiero hacer la siguiente reflexión y con ello concluyo.
El abusador abusado
¿Existe una transmisión intergeneracional de las prácticas de maltrato y abuso sexual infantil? Asunto controvertido y contradictorio.
Existe evidencia de que las causas de que un adulto desarrolle conductas de abuso y maltrato se relacionan más con los déficits educativos y la ingesta abusiva de tóxicos que con los maltratos durante la infancia. Sin embargo, ser maltratado y abusado sexualmente en la infancia puede generar adultos abusadores en algunos casos. Conviene, sin embargo, despejar el mito de que la mayoría de los perpetradores del abuso sexual infantil fueron a su vez abusados.
En su libro Predators (Depredadores), la psicóloga y novelista Anna C. Salter habla de que la mayoría de los hombres declarados culpables de abuso sexual simplemente aluden abusos sexuales a sí mismos de niños como una forma de intento por reducir la condena por sus delitos. En realidad, sabemos que menos del 10% de los condenados por abusos sexuales a menores fueron realmente abusados en su niñez.
Ya hemos hablado de las secuelas del abuso sexual infantil. La baja autoestima, los miedos, los sentimientos de suciedad, vergüenza, culpabilidad, hipersexualización o temor al sexo, anorexia y bulimia, depresión, psicosis, dificultades para relacionarse, dependencia, drogadicción, autolesiones, o tentativas de suicidio son las secuelas más habituales, el riesgo de convertirse en un abusador de niños es infinitamente menos frecuente que cualquiera de estas.
En los casos en que un abusador o violador sexual tenga un historial de haber sufrido abuso sexual, de haber sido tratado como objeto sexual, nos encontramos habitualmente ante un individuo que busca repetitivamente reexperimentar escenas en las que confluyen sus miedos, angustias y sentimientos de agresividad, poniendo en juego toda una conflictividad emocional arrastrada desde la infancia.
Pero, insisto, la gran mayoría de los abusadores de niños no solo no han sufrido abusos en su infancia, sino que tampoco padecen trastornos de personalidad u otro tipo de psicopatología significativa, si bien presentan distorsiones cognitivas basadas en la construcción de una masculinidad hegemónica (creencias erróneas presentes en la sociedad, como, por ejemplo todas aquellas que devalúan a la mujer), conductas adictivas en las que predomina el consumo de alcohol, baja autoestima, escaso control de sus impulsos y fijación en objetos sexualizados.
El abusador sexual de niños no tiene por qué tener una personalidad extraña, la mayoría es gente «normal», que tiene familia, pareja y amigos, y mantienen relaciones de forma convencional; pero que, sin embargo, se convierten en ladrones de infancias a la menor oportunidad.