Nos han hecho creer que las dictaduras genocidas en Europa que provocan guerras y masacres formaban parte del pasado. Nos hemos convencido de que después de Hitler, nadie, aunque viviera en un delirio similar al del poderoso psicópata nazi, tendría el poder militar de arrasar con Europa y sus gentes. Nos habíamos acostumbrado a ver la guerra y todas sus secuelas desde lejos, en el norte de África, en Asia Central o en Oriente Medio. La mitad de la población europea actual no había nacido o eran niños, y la otra mitad parece que nos hemos olvidado de los conflictos armados en la península balcánica al sur del continente, hace ya más de treinta años.
Hoy, sexto día de la guerra desatada en Ucrania por Vladimir Putin ha venido a despertar todos los fantasmas de la guerra y del genocidio. Cuando lean esto, dentro de unas semanas, muchas de las personas que están presentando resistencia a la invasión, o solo tratan de poner a salvo a sus hijos, habrán sido asesinadas por las bombas del ejército de Putin, incluidos numerosos de esos niños. Sí, también perecerán soldados rusos obligados a estar ahí. Quisiera imaginar que la tragedia de sus madres y familias en Moscú o San Petersburgo pudiera obligar a Putin a desistir de sus ambiciones imperialistas de expansión territorial, pero, me temo que, los llantos por los muertos quedan ahogados por la retórica incendiaria y el delirio belicista de este señor de la guerra, sus secuaces y sus cómplices entre la gente del pueblo ruso que le apoya.
Cuando me lean, cientos de miles de personas, quién sabe si millones, habrán abandonado su casa, sus ciudades y pueblos, la vida que hasta ahora habían conocido. Huyen desesperadas de la posibilidad de morir de un tiro, de hambre o de frío. Desde la Segunda Guerra Mundial no se habían vuelto a ver caravanas de refugiados que se pierden en un horizonte incierto al que se enfrentan con lo poco que han podido meter en una maleta.
Del desastre de la guerra, el trauma de la huida
La guerra es una realidad íntimamente relacionada con la historia de la humanidad. La guerra constituye un verdadero desastre, un caos provocado por el hombre, que determina una desorganización total de toda la sociedad, afectándola desde todos los puntos de vista. Se trata de un instrumento político que no solo abarca el conflicto bélico entre sus contendientes, en su sentido tradicional y convencional, sino que va más allá, es un amplio espectro de agresiones de toda índole, particularmente cuando se desata la guerra total. Hoy, las tropas de Putin amenazan con una ofensiva brutal, indiscriminada, sobre la población de cualquiera de las ciudades de Ucrania que tienen asediadas. La guerra total liquida la distinción entre combatientes y civiles.
En todos los conflictos acaecidos en los últimos cien años, más del 80% de las víctimas han sido civiles. Son el blanco principal en la guerra. No solo mueren destrozados por la metralla de las bombas, sino que son objeto de violaciones y torturas, y empujados al exilio y a la locura de dejar toda su vida tras sí. Perderlo todo por causa de una guerra es una de las experiencias de vulnerabilidad, indefensión y terror más perturbadoras que se pueden sufrir, y marca profundamente el psiquismo de la persona.
La guerra provoca una afectación ostensible de la salud mental y, en consecuencia, un aumento significativo de los trastornos mentales. Huir de la guerra sobrepasa los mecanismos de reacción del individuo a situaciones extremas profundamente traumatizantes. La pérdida del sentido de la vida, las transformaciones persistentes de la personalidad tras la experiencia catastrófica de la guerra y el exilio, los sentimientos de odio y de ira, la desesperanza, generan esa angustia que es la antesala de los trastornos depresivos, ansiosos, emocionales y conductuales que acaban por padecer, en mayor o menor medida, las personas desplazadas forzosamente de sus casas y de sus vidas.
Después de la guerra de Hitler, que sometió al mundo al mayor conflicto jamás conocido, se estudiaron concienzudamente los cuadros postraumáticos de los supervivientes de campos de concentración, de personas torturadas y de la población refugiada, describiéndose las consecuencias de la denominada transformación de la personalidad condicionada por vivencias, la reestructuración traumática de la personalidad, el síndrome del superviviente o la astenia crónica de los perseguidos. A muchos de estos desajustes psiquiátricos están siendo expuestos miles de esos cientos de miles de refugiados ucranianos que huyen de la devastación provocada por todos esos «hijos de Putin».
La salud mental de los refugiados
Ahora que les escribo, Europa facilita la entrada de los cientos de miles de desplazados a causa de la invasión de Ucrania por el ejército ruso de Putin y el recrudecimiento de la guerra. Para ello se activa la Directiva de Protección Temporal, que garantiza la acogida automática en toda la Unión Europea (UE) de quienes huyen de la guerra, otorgándoles un estatus adecuado o equivalente al recogido en la legislación nacional de cada miembro de la UE. Por otro lado, la Directiva de Acogida obliga a los Estados europeos a «garantizar la protección de la salud mental de los refugiados». Sin embargo, las estimaciones de atención psicológica que se les presta a su llegada e Europa son muy bajas.
Superar un duelo migratorio, como el que afrontan los refugiados por guerra, obligados a abandonar forzosamente su casa, su país, su familia, sus gentes, puede resultar algo realmente complejo. Hay a quien le cuesta un tiempo relativamente corto, pero otras personas tardarán años y no todas lo consiguen. Los traumas por los miedos a la guerra conforman un laberinto mental resultado no solo de las pérdidas de vidas humanas en el entorno del desplazado, del refugiado, sino por la desaparición de sus referentes vitales (familia, amistad, hogar, trabajo). Los síntomas de un trastorno mental, que pueden ir desde la ansiedad al brote esquizofrénico, se ven agudizados cuanto más largos y peligrosos se vuelven los trayectos de salida.
Hoy, día 4 de marzo, los negociadores ucranianos y rusos han llegado a un principio de acuerdo para establecer un corredor humanitario para la salida de civiles de las ciudades sitiadas. Sin embargo, los bombardeos con morteros por parte de las tropas de Putin no cesan en las proximidades de esas supuestas vías de salida de madres con sus hijos, enfermos, heridos y ancianos. El terror psicológico está servido.
Imaginen que invaden su país, que bombardean su ciudad, que mueren vecinos a su alrededor. Que tienen que decidir qué cuatro cosas meten en una maleta y se echan a la carretera arrastrando con sus hijos para huir lo más lejos posible de la guerra. Que se exponen a los peligros de la huida (redes de traficantes, abusos, asaltos, torturas) y que, finalmente, durante horas o días, viven la incertidumbre de la acogida por un tercer país en el que puedan percibir un aceptable nivel de seguridad. La necesidad de reorganizar su mente después de estas experiencias vitales es, sin duda, incuestionable.
¿Por qué es importante el tratamiento psicológico de los refugiados?
La necesidad de poder volver a reconstruir la confianza perdida por parte del refugiado es el elemento principal en el que la ayuda psicológica cumple una función muy importante después que la persona se siente a salvo físicamente del conflicto del que ha huido: permitir a estas personas focalizarse en sus fortalezas para seguir adelante con sus vidas.
Las diferentes estrategias y habilidades con las que una persona en situación de shock o trastorno postraumático puede aceptar la realidad que está viviendo y la comprensión de las diferencias de lo que puede y no puede cambiar sobre la misma, evitan notablemente la aparición de trastornos de la salud mental más complejos y dañinos, como el llamado síndrome de resignación, que suele afectar a niños y adolescentes y que se caracteriza por apatía y mutismo.
El abordaje psicológico en los traumas sufridos por guerras y exilios (como ocurre también en las violaciones, violencia de género o abuso sexual en la infancia) permite que el trauma y sus secuelas no se cronifiquen y que las personas adquieran una mayor seguridad en la resolución de estos conflictos. La percepción de seguridad es básica para garantizar una buena salud mental. La recuperación emocional está íntimamente ligada a una buena inclusión social de los refugiados en un lugar a salvo de las catástrofes de la guerra mientras esta dure. Cuanta más percepción de inclusión social tiene una persona refugiada, más estable es su salud mental.
Ojalá que cuando lean este artículo la guerra en Ucrania haya acabado y las personas exiliadas puedan volver a sus casas, con sus seres queridos, con las maletas llenas de esperanzas y fortalezas para la reconstrucción de sus vidas y la de su país. Ojalá los rusos, también, sean capaces de librarse de la tiranía.