Definitivamente la sexualidad es uno de los temas más polémicos que existen. La concepción común sobre el asunto, lo que decimos a diario sobre ello, tiene una base de corte biologicista. Esa visión domina nuestra forma de entender las cosas: el positivismo del siglo XIX sigue vigente, amén de una consideración moralista que envuelve toda la cuestión. Dicho de otra forma: cuando hablamos de sexualidad humana tenemos a la mano la idea de un instinto que gobernaría nuestros actos: macho y hembra de la especie se buscan para unirse genitalmente y dejar descendencia. Habría así, para esa concepción, un modelo «instintivista», biológico, que rige nuestra conducta. Pero en el ámbito humano las cosas no son tan sencillas: nos movemos por algo más que por la necesidad de procreación. ¿Por qué cubrimos los órganos genitales, o tenemos la prohibición del incesto? (cosa que a los animales no les ocurre). Ahí está la gran diferencia. Todo lo humano es una construcción, producto de una historia social, cultural. Somos animales civilizados.
Los humanos nos movemos por el deseo, una búsqueda, una fuerza que continuamente nos lleva a buscar algo pero que nunca se termina de conseguir. ¿Por qué hay transgresión? ¿Por qué hay leyes, códigos sociales que reglan nuestra vida? No tenemos un instinto que nos asegura nuestro objeto sexual: el objeto sexual es siempre una búsqueda, y puede ser cualquier cosa: un zapato, un ser humano del sexo opuesto, una parte de ese ser humano, una película pornográfica, un juguete. Esa búsqueda, ese objeto deseado, tiene que ver con el placer, que no se corresponde forzosamente con la necesidad biológica. Por ejemplo: hablamos de monogamia, pero las relaciones extramaritales están a la orden día. ¿Por qué sucede esto? No hay instinto que nos conduzca en forma segura, sino configuraciones sociales, simbólicas, culturales. La unión genital se puede dar con la forma de monogamia, de poligamia, de poliandria, de pareja abierta.
De la mano de esa visión biologicista de la sexualidad va una concepción moral. De ahí que pueda hablarse de una sexualidad «normal». La evidencia cotidiana, más allá de toda la parafernalia moralista con que vivimos, muestra que esa supuesta normalidad está siempre en entredicho. Para ello, piénsese en la homosexualidad (masculina o femenina).
Tema polémico como pocos, la homosexualidad está en el centro de nuestra visión del mundo. Según determinados estudios, en lo que llamamos hoy Occidente entre un 6 y un 10% de la población tiene prácticas homosexuales. ¿Por qué esto es tan controversial, levanta tantas ronchas, mueve tantas pasiones? Porque lo humano, indefectiblemente, es controversial. El conflicto nos mueve.
De acuerdo con estudios histórico-antropológicos, todo indica que la homosexualidad se ha dado siempre en las más diversas culturas: la china, la india, la de Medio Oriente, la americana precolombina, la europea. Recientes excavaciones en los arrabales de lo que hoy es la ciudad de Praga, en la República Checa, muestran la tumba de un varón que habría vivido entre los años 2,900 a 2,500 antes de nuestra era, perteneciendo a la cultura de la Cerámica Cordada, enterrado a la usanza de las mujeres. Podría inferirse que se le enterró así por su conducta homosexual. Es una especulación, pero consistente. La homosexualidad (masculina y femenina) atraviesa toda la historia de la humanidad.
En la Grecia clásica era un privilegio de los aristócratas varones tener, además de su esposa con la que engendrar hijos, un mancebo que los atendiera sexualmente. Dicho en otros términos: un compañero homosexual. ¡Privilegio de aristócratas y no de plebeyos!
El Elogio de la sodomía fue escrito por Giovanni Della Casa, arzobispo de Benevento, dedicado a su compañero homosexual, el papa Julio III, quien ejerciera su papado entre 1550 y 1555. Es decir: la homosexualidad no es algo nuevo y desconocido. En muchos países hoy en día se la sigue condenando legalmente; y si no es en forma legal, hasta con pena de muerte en algún caso, lo es por costumbre. Pero en otros se acepta el matrimonio homosexual, incluso con la potestad de criar hijos. El avance de las libertades en opciones sexuales ha permitido en la actualidad un poderoso movimiento LGTBQ+. En Occidente al menos, los medios de comunicación masiva ya comienzan a mostrarla normalmente como una conducta posible, no detestable. Pero no se debe olvidar que eso es muy reciente; por ejemplo, en Inglaterra, país presuntamente «evolucionado» (¿pero por qué mantiene una monarquía feudal aún?), hasta 1967 la homosexualidad estaba penada por ley.
Entonces, ¿qué es la homosexualidad? ¿Privilegio de aristócratas, práctica tolerada socialmente, «vicio», trastorno psicopatológico, libre opción sexual, comportamiento antinatural contrario al orden establecido por el Sumo Hacedor, disfunción en los neurotransmisores cerebrales, pecado mortal? De hecho, la Organización Mundial de la Salud la eliminó de su listado de la Clasificación Internacional de Enfermedades en 1990. ¿Hasta ese año era una «enfermedad» y ahora no entonces? No podría suceder lo mismo con la varicela, el cáncer o los juanetes.
Sin dudas la homosexualidad es un tema altamente polémico. Por lo pronto, es casi unánime el uso de ese término para referirse a la práctica homosexual masculina, y no así al lesbianismo. Pareciera que ni aquí estamos libres del machismo. Pero más allá de esta consideración, cualquier forma de homosexualidad es problemática.
Estudios serios indican que hasta un 10% de los varones alguna vez en su vida tienen algún tipo de contacto homosexual. Por cierto: ¿qué clientes atiende esta masa siempre creciente de mujeres transgénero que pulula por las calles de distintas ciudades? No son mujeres biológicas, mujeres cisgéneros sus clientes. Son varones. ¿De dónde viene entonces esa repulsión tan grande por los homosexuales que presentan los varones de la llamada cultura «normal»?
Como sucede con todo lo que pensamos, creemos y opinamos: no somos muy originales. En general, repetimos lo que heredamos culturalmente. Y en un mundo machista guiado por el patriarcado no podríamos dejar de repetir —en general en forma acrítica— los patrones que se vienen reproduciendo desde tiempos inmemoriales: un varón bien nacido no practica esas «aberraciones».
Más allá de una dudosa moral que hace lo contrario de lo que predica, ¿en nombre de qué atacar la homosexualidad? ¿Qué es contraria a la naturaleza? ¿A la moral? La sexualidad es lo menos natural que hay (si no, no sería tan problemática), y la moral es una invención cambiante. ¿Asusta tanto por ser tan tentadora?