La montaña es una espiral hacia el cielo. Es en la cumbre donde se conserva la tradición, lejana, escondida, inaccesible para muchos.
Los antepasados de don Nacho fueron los pioneros de una nueva comunidad que fundaron con otras familias zapotecas. La llamaron Latuvi, «hoja enrollada». Venían de un pueblo a pocos kilómetros de distancia, Lachatao y buscaban tierra virgen en la que sembrar raíces. Eligieron la cima de una montaña, una de las más hermosas, ¡un lugar mágico! Seductora por su riqueza naturalista. Acogedora entre sus venas de agua, una fuente de agua pura, cascadas, grandes bosques de árboles y una extraordinaria variedad de plantas y flores.
Hoy, quienes llegan a Latuvi son, en su mayoría, amantes del trekking, los senderos y la naturaleza. Es difícil quedarse más de unas pocas horas, como mucho una sola noche. No porque sus habitantes no sean acogedores, sino simplemente porque el foco de los caminantes está en el itinerario, y muchas veces pierden las puertas invisibles presentes por todos lados.
Yo, de no haber sido por mi amigo Carlos, experto guía de montaña y amante de esas zonas, quizás, hubiera venido a pasar un feliz domingo. Sentados detrás de las gigantescas ventanas del comedor de doña Marta, con amigos hubiéramos disfrutado cómodamente de la vista, bebiendo un chocolate caliente.
Carlos, en cambio, quería presentarme a ella, la guardiana de la tradición.
Para mí, subir a la cima de esa montaña no solo fue llegar a un lugar.
Las montañas son el emblema del poder en la tierra, de la estabilidad, de la aparente inmovilidad.
Yo no sabía. Fue un descubrimiento gradual para mí: Pilar ejercía la función de soberana y sacerdotisa, no de esos lugares, sino con esos lugares.
Gracias al vínculo que creó con su montaña, ella se conquistó a sí misma. Así fue como tuvo acceso a la verdad de la montaña sagrada. Por eso supo viajar por encima de ella, más allá del mundo manifiesto, donde ya no hay nada de «humano». Supo llegar más lejos, donde la esperaba Aquel que es el principio, el motor, el amor que mueve la tierra, el sol y las estrellas. Por esto se convirtió en reina del mundo. Y por esto que fue capaz de mediar entre este y los mundos superiores u «otros».
La gente de su pueblo se volvió hacia ella con confianza. Ella jugó para ellos el papel de garante de su cultura, tan alejada de la científica occidental. Ella era la forma de asegurar la preservación, era la tradición viva.
Los zapotecas de la sierra se relacionan constantemente con lo invisible. Este último participa activamente en la realidad, manifestándose a través de enfermedades, pero también en la dinámica social de Latuvi. Pilar fue una sabia interlocutora entre «humanos» y «no humanos». Cuando falleció, fue trágico para su pueblo: no había otra persona como ella, con su poder y sabiduría.
Es cuando se entra en comunión con la espiral que conduce al cielo, que tiene lugar el viaje chamánico. Llegar a la cima de la montaña es llegar al centro de uno mismo, es descubrir el amor, es reconocer el origen del mundo que conduce a la suprema sencillez, a la raíz de la tradición.
Sin ella, ¿quién habría mantenido encendida su llama?