A lomos de una mula blanca, como Jesús en Jerusalén. Así entran los obispos en la ciudad española de Orihuela. Esta forma de llegar los prelados a su destino fue común en todas las sedes episcopales de España, pero hoy solamente se conserva en Sigüenza y Orihuela. «La tradición de la entrada pública de los obispos en la capital de la diócesis es una de las manifestaciones religiosas de mayor singularidad e importancia de este Obispado, una secular costumbre que forma parte de la identidad de nuestro territorio y de sus habitantes», explican Gemma Ruiz y Mariano Cecilia, del Archivo Diocesano.
Estas entradas episcopales siguen lo escrito en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En Zacarías 9.9 podemos leer el recibimiento del pueblo al triunfador que entra en la ciudad montado, en este caso, sobre un asno:
Salta de alegría, Sión,
lanza gritos de júbilo, Jerusalén,
porque se acerca tu rey,
justo y victorioso,
humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo.
Pero también en el Nuevo Testamento (Mateo: 21.1-11) se relata la entrada de Jesús en Jerusalén:
Próximos ya a Jerusalén, al llegar a Betfagé, cerca del monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos con este encargo: Id a la aldea de enfrente; nada más entrar, encontraréis una borrica atada con su pollino al lado; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, decir que el Señor los necesita, pero que enseguida los devolverá.
Este mes de febrero se ha renovado una tradición que procede del siglo XVI, cuando la entrada de una autoridad eclesiástica a la ciudad se consideraba un acontecimiento público. En un documento del siglo XVII, el agustino ecuatoriano Gaspar de Villarroel explica el protocolo de entrada del obispo para tomar posesión de la diócesis y la compara con las entradas reales. Dice que el obispo debe ser recibido en la puerta de la ciudad por el clero, los religiosos, el poder político y los ciudadanos y que en alguna ermita «o lugar decente» deje el prelado los vestidos del camino y suba a un caballo «engualdrapado» y que «yendo todo el pueblo en procesión, entre debajo de Palio, vestido de medio Pontifical, y que lleven las varas el Magistrado y los Nobles de la Ciudad». Tras el recibimiento, llegaba el prelado hasta la Catedral para tomar posesión de la sede.
Las directrices por seguir en las tomas de posesión episcopales están recogidas en la Carta Apostólica Cum novisime de Clemente VIII (14 de julio de 1600). Pero ya anteriormente, el ceremoniero mayor del papa Julio II (1503-1513), Paris de Grassis, en un libro Ceremonial anterior, no solo el Ordo Romanus para la liturgia papal, escribió también una obra en 1564 que recibió el título de Dos libros de ceremonias de los Cardenales y de los Obispos en sus diócesis. La Carta Apostólica de Clemente VIII fue revisada durante el pontificado de Inocencio X que publicó la Constitución Etsi alias el 30 de julio de 1660. Más tarde, el Ceremoniale Episcoporum del año 1752 establece el protocolo a observar en la entrada de la ciudad por parte del obispo en el día de su toma de posesión de la diócesis. Las indicaciones comienzan con el aviso de la llegada del obispo a la ciudad y con la preparación ornamental:
Cuando él está cerca de su ciudad, uno o dos días de caminata, se notificará a su vicario [general], a los cánones [canónigos], al capítulo y al juez y a los funcionarios notables de la ciudad, el día y la hora de la entrada, para que todos puedan estar preparados para encontrarse con él y darle los honores que se le adeudan. Él enviará a alguien antes de su cortejo, que consultará con el clero y otros interesados para que anuncien la procesión que acompaña a su entrada, ellos preparan la tarima en la puerta de la ciudad y designar[án] a las personas que van a por el obispo, y como muestra de la alegría hacen limpiar y espolvorear con flores y follaje las calles que sigue la procesión.
El día determinado, los canónigos, el capítulo y el clero deben ir en procesión fuera de la puerta de la ciudad […]. El magistrado y funcionarios, así como los ciudadanos y las personas reciben al obispo en la puerta. Mientras tanto, en alguna capilla no muy lejos de la puerta de la ciudad, el obispo baja de la mula o un caballo y deja su ropa de viaje para tomar la capa pontifical. Luego se cubre con el sombrero pontifical solemne, a continuación, sale sobre su jula engalanada y vestido de púrpura, y acompañado por sus familiares y de sus siervos, y se dirigirá a la puerta de la ciudad, donde desciende de su caballo.
Se arrodilla en una estera y cojín, preparado de antemano, y devotamente besa la cruz que le presentará el miembro más digno del capítulo. […] el obispo entra en una capilla u otro local preparado para este fin, donde recibirá los ornamentos sagrados, a saber, amito, alba, cordón, cruz pectoral, estola y la capa pluvial, finalmente, la mitra y el anillo precioso. Luego vuelve a su caballo enjaezado de seda blanca y bastante bien decorado.
Seguidamente, el obispo se dirige a la Catedral, en cuya puerta se procede al rito del beso al «Lignum Crucis», dando comienzo así al acto propiamente religioso de la toma de posesión.
Posteriormente, este documento fue revisado por Benedicto XIV que publicó, el 7 de marzo de 1727, la bula Licet alias. En 1741 y 1752 Benedicto XIV publicó nuevas ediciones del Ceremonial de los Obispos. La última estuvo vigente hasta el 17 de agosto de 1886, fecha en la que se publica el texto sobre ceremonial redactado por la Congregación de los Ritos Sagrados. Finalmente, el Concilio Ecuménico Vaticano II mandó reformar todos los ritos y libros sagrados, y así vio la necesidad entonces de rehacer completamente el Ceremonial de los Obispos y editarlo (1991) en una forma nueva.
Como no podía ser de otro modo, la prensa oriolana daba cuenta en cada momento de esta secular tradición. Así contaba La Crónica (12 de agosto de 1886) la entrada del obispo mallorquín Juan Maura Gelabert a Orihuela:
Un repique general de campanas y veintiún cañonazos han anunciado esta tarde al vecindario que S. I. salía de la ermita de San Antón con dirección a Orihuela. La gente, que desde bien temprano se había apoderado de los mejores sitios, invadiendo las calles y plazas de la carrera, se agita y se mueve y va de acá para allá con ánimo de verlo antes y en todas partes. Ya se perciben los melodiosos ecos de la música que se confunden con el incesante y alegre repique de las campanas y con el sordo murmullo de la inquieta muchedumbre. Ya aparecen por la perta de Santo Domingo los guardias municipales, a los que sigue la banda de música del Ayuntamiento. En pos de ésta vienen dos alguaciles montados a caballo; los maceros de la corporación municipal; el prelado montado en una mula; después el excelentísimo Ayuntamiento a caballo, y detrás numeroso gentío.
El entusiasmo es indescriptible; la alegría inmensa; el espectáculo tiernísimo y esplendoroso. Con dificultad puede abrirse paso la comitiva a través de la apiñada muchedumbre que por todos lados se agolpa con el fin de ver más cerca a S. I. y llega a las gradas del paseo de la Puerta Nueva que presenta un hermoso golpe de vista. Se apea cada cual de sus respectivas cabalgaduras; allí es recibido por el Ilmo. Cabildo, clero parroquial, alumnos del Seminario y comunidades religiosas, y se dirigen al magnífico altar erigido provisionalmente en medio del paseo, donde el Sr. Obispo se viste los ornamentos pontificales y bajo palio marcha a la Catedral en solemne procesión, interrumpido por el numeroso pueblo que todo lo invade y le aclama y vitorea con la fe que su corazón atesora, al mismo tiempo que las músicas llenan el aire de melodiosos ecos. Una vez en la Catedral, que se hallaba profusamente iluminada y llena de gente, déjanse oír las armonías del órgano y se canta un solemne Te-Deum, terminado el cual y después de dar S. I. la bendición al pueblo y dejar los ornamentos pontificales, se dirigió a su palacio.
La tradición se repitió el pasado sábado 12 de febrero con motivo de la toma de posesión de monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, procedente de la diócesis de San Sebastián, quien vivió el protocolario e histórico ceremonial cuyos orígenes se remontan a la creación del Obispado de Orihuela cuando llegó su primer prelado, el burgalés Gregorio Gallo de Andrade, en marzo de 1566. Tuvo una entrada apoteósica entre aclamaciones de la muchedumbre y del suntuoso cortejo formaron parte atabaleros, dulzaineros y otros músicos que amenizaron el recorrido, adornado con arcos triunfales de verde y flores.
La primera parada del nuevo obispo de la diócesis, siguiendo la costumbre, fue la localidad de Cox, donde llegó a media mañana y visitó la parroquia de San Juan Bautista y, posteriormente, el Santuario de Nuestra Señora del Carmen. Tras comer el típico arroz con costra, José Ignacio Munilla siguió camino con destino a Orihuela, visitando las poblaciones de Callosa de Segura y Redován. Estas paradas tienen un origen histórico; según indican los investigadores Gemma Ruiz y Mariano Cecilia, se debe a que en tiempos pasados «el viaje del prelado a Orihuela solía ser bastante lento y tedioso, tanto por las incomodidades de los caminos como del transporte utilizado, generalmente carruajes, y por ello debía realizar numerosas paradas durante el itinerario. Por ejemplo, en el caso de Fray Andrés Balaguer su traslado se realizó por espacio de seis días pernoctando en Monforte y Albatera, parando previamente para comer en Elche y en posteriores jornadas en Redován».
El obispo José Ignacio Munilla, que tuvo un multitudinario recibimiento, llegó por la tarde a Orihuela y se dirigió en primer lugar a la ermita de San Antón para seguidamente partir —acompañado de los miembros de la Comisión Municipal de Festividades, a caballo— rumbo a las históricas puertas de la ciudad a lomos de una mula blanca, cumpliéndose una vez más con el ritual consistente en que el pertiguero diera los aldabonazos de rigor para anunciar que llegaba el nuevo obispo y se le permitiera atravesar la emblemática Puerta de la Olma, tras la que aguardaban la Corporación Municipal y demás autoridades y representaciones. A partir de ahí, monseñor Munilla y la comitiva realizaron un recorrido a pie por las calles más emblemáticas del casco antiguo de la ciudad, hasta llegar a la Catedral de El Salvador y Santa María donde tuvo lugar la celebración de la Eucaristía con el ceremonial de toma de posesión o inicio de su ministerio episcopal.
Al día siguiente, domingo, se realizó la recepción del nuevo obispo en la ciudad Alicante. Monseñor José Ignacio Munilla, ya como obispo de la diócesis, fue recibido en la Plaza del Abad Penalva de la capital alicantina y, a continuación, celebró la misa estacional en la Concatedral de San Nicolás, a las 12 horas.
Notas
Conferencia Episcopal Española. (2014). Sagrada Biblia. BAC.
Consejo Episcopal Latinoamericano. (1991). Ceremonial de los Obispos.
Código de Derecho Canónico. (1983).
Galiano Pérez, A. L., García-Molina Pérez, J. (2012). La entrada de los obispos de Orihuela en la capital de la diócesis. Siglos XVI-XIX. Orihuela.
Gisbert y Ballesteros, E. (1901). Historia de Orihuela, tomo III. Orihuela.
Portugal Bueno, M. C. (2015). El obispo a lomos de una mula. Orihuela.
Vidal Tur, G. (1962). Un obispado español, el de Orihuela-Alicante, tomo II. Alicante.
Vilar, J. B. (1981). Orihuela, una ciudad valenciana en la España moderna, tomo IV, v. 1. Orihuela.
Villarroel, G. (1738). Gobierno Eclesiástico Pacífico y Unión de los dos cuchillos, pontificio y regio, tomo I. Madrid.