La segunda vuelta en las elecciones presidenciales en Chile tuvo un resultado inesperado, no por el vencedor, –bastaba sumar el apoyo a Gabriel Boric de los partidos del Nuevo Pacto Social, más el PRO de Marcos Enríquez-Ominami y la Unión Patriótica de Eduardo Artés– sino por la participación de la ciudadanía, 55% de electores del Padrón electoral. El margen de error lo daba la votación del candidato del Partido de la Gente, Franco Parisi, que finalmente, contra todo pronóstico, se volcó por el candidato del Frente Amplio: Boric (55,9%) venció a Kast (44,1%), 11,8 puntos de diferencia –un millón de votos lo separaron de José Antonio Kast su contendor de derecha. Sin embargo, Boric obtuvo solo el 31% de la población habilitada para votar y 44% del electorado, 6,6 millones de ciudadanos, se abstuvo de participar.
Al margen de los cálculos, el resultado abre esperanzas, algunos ven la posibilidad cierta de un nuevo ciclo político, con propuestas estructurales destinadas a despejar dudas e instalar certezas. Pero ahí surge la interrogante, ¿Podrán realizarse con un parlamento empatado en el Senado y sin mayoría en la Cámara de diputados? Con una derecha reducida a 68 diputados, Boric necesita 78 para lograr la mayoría –recordemos que la Cámara está constituida por 155 miembros– lo que podría conseguir sumando a los 37 diputados del Frente Amplio, los 37 del Nuevo Pacto Social, a los que podrían agregarse 3 humanistas y 2 del partido ecologista verde, es decir, 79 en total. Obtener estos 5 últimos es materia de acuerdos y negociación, por tanto, algo que, al menos en el corto plazo, no está zanjado ni mucho menos.
Durante la campaña, en la batalla por lograr el centro, Gabriel Boric dejó más dudas que certezas, fue lo que sucedió, entre muchos otros, con el tema de las pensiones y la continuidad de las AFP (con cuentas de capitalización individual), el alcance de la reforma tributaria y la decisión para desintegrar el sistema, la nacionalización de la Gran Minería del cobre, el manejo de la deuda pública y el déficit fiscal (estructural), etcétera.
Sin embargo, en su primer discurso, la tarde de la victoria, Boric señaló dos anuncios claves: los cambios se realizarán en la estabilidad de las instituciones democráticas y estos serán posible mediante acuerdos amplios lo que se obtendrá construyendo puentes con la oposición.
La contraparte de estos cambios liderados por una nueva generación de políticos está ciertamente en el Parlamento, al que se agrega un nuevo actor a saber la Convención Constituyente que ya el 4 de julio próximo deberá presentar una nueva Constitución para ser plebiscitada con la posibilidad cierta de alcanzar la misma mayoría del 19 de diciembre, pero con el desafío de incorporar al 44% de abstencionistas. Por esto, a los cambios anunciados por Boric, se suman aquellos ya en discusión en las Comisiones de la Convención y los externos a la Convención que se agregan en listas con la firma de 15 mil ciudadanos. Algunos de estos se refieren a la nacionalización de las empresas de la Gran Minería del cobre, las negociaciones laborales por sector, nuevo sistema de pensiones, soberanía alimentaria, derecho a la educación y rol del Estado, sistema plurinacional de educación pública y financiamiento, derecho a la seguridad social….
Queda aún el factor de las Comunas, donde junto a la revuelta del 18 de octubre, se creó un poder de debates e intercambios intercomunales aún vigente. Es al que hicimos referencia hace 2 años atrás cuando hablamos, en ausencia de iniciativas del poder central, del Plan B. Ambos, Convención Constitucional y poder comunal son factores, más allá de las elecciones, de movilización necesaria en este nuevo ciclo político.
No obstante, hagamos un paréntesis, no todos los que se agregaron a la votación, 4 puntos del electorado, constituyen un grupo homogéneo. Tampoco lo es, aquellos de la vieja política (Nuevo Pacto Social) que se sumaron al escuálido 25,8% de Boric en la primera vuelta de noviembre (1,8 millones de electores). En ese vasto grupo heterogéneo que le dio el triunfo en segunda vuelta militan deudores habitacionales, del CAE, de créditos de consumo, seducidos por eventuales negociaciones y perdonazos, junto a una clase media aspiracional integrada por jóvenes profesionales en sus primeros años de carrera y de endeudamientos (primer departamento, vacaciones en el extranjero, gadgets, auto y utilitarios de gama…) seducidos por expectativas y bienestar en orden y seguridad.
Sin los factores de cambio ya mencionados (Convención y base territorial) el discurso de Boric no tendrá ninguna posibilidad de enfrentar a enemigos poderosos que durante 30 años jugaron al transformismo político. Esa clase aspiracional espera resultados rápidos por lo que el período de gracia se reduce a tiempos incompatibles con las reformas que se anuncian –a menos que se produzcan evidencias de avances ciertos en curso. Recordemos que durante 3 décadas se habló de transición a la democracia. Democracia que nunca llegó. ¿Cree alguien que bajo el nuevo escenario se pueda todavía, levantar la bandera de los acuerdos? Ante esta duda fundamental, muchos, en la segunda vuelta, optaron por votar nulo o blanco –30 años de deshonestidad política son difíciles de borrar– sabiendo que al día siguiente estarían en la vereda de enfrente del gobierno que llegara.
Los primeros meses bastarán para percibir si acaso el valor de las apuestas se parangona con la fuerza de los hechos. El fantasma de una Concertación 2.0 ronda en el espíritu de muchos quienes votaron por aspiraciones y promesas discursivas más que programas que ni siquiera leyeron. Está aún allí presente la validación del mandato de Gabriel Boric por el Pueblo, esta vendrá cuando las declaraciones e intenciones se enfrenten a la realidad de los hechos.