En mis conferencias me preguntan si hoy puede nacer alguien como Hitler, respondo que las circunstancias que lo engendraron siguen vigentes. Se trata de un hombre en quien se encarna la pose de resolución y fuerza (...) Naturalmente eso no es verdadera fortaleza humana, pues esta tiene que ver con la firmeza interior que, entre otras cosas, crece al confrontarse con el dolor y cuando se es capaz de asumirlo. Hitler como la mayoría de la jerarquía nazi ofrecían esa perfecta encarnación de hombre fuerte, pero realmente era un hombre débil. (...) La época Nazi ofrece ejemplos de hombres sin ninguna relación con su ser íntimo y su dolor, y por eso no tienen compasión con el sufrimiento ajeno. (...) La búsqueda de la grandeza e invulnerabilidad era el camino para eludir la confrontación con el dolor y escapar del sufrimiento. Estos son hombres que como en los tiempos de Hitler se les permite llegar al poder (...) Carl Amery, describe a Hitler como un precursor de nuestro tiempo, nos quiere prevenir de que el ideal del hombre actual se corresponde con lo inhumano. (...) Así pues si lo que importa es impedir la aparición de un nuevo Hitler, debemos tomar consciencia de nosotros mismos y prevenir nuestra fijación por la pose. Somos seducidos por la fascinación hacia la grandeza, que a fin de cuentas también se expresa en la búsqueda de poder (...). Los dictadores y las guerras pueden evitarse sólo con la compasión frente al dolor que los hombres experimentan por la humillación, la pérdida de dignidad y la violencia. Pero esa compasión solo podremos aportarla si hallamos acceso hacia nuestro propio dolor (...).
(Arno Gruen, Psicoanalista autor del libro «Es posible un mundo sin guerra: El dolor como origen de la violencia»)
Es difícil hablarles de esto sin esperar que cada uno lo lea desde su realidad o historia, pero lo que quiero compartir no busca levantar la candidatura de nadie, pero si invitarnos a pensar nuestra realidad juntos desde lo que Hannah Arendt llamó la «banalidad del mal», aquello que ocurre cuando lo terrorífico se pinta como anecdótico a propósito de los resultados y este Chile que estamos viendo.
Parto por contarles que el mundo en que me muevo es bien diverso en ideologías y realidades. En este sentido, una de las cosas que me dediqué a preguntar a ambos extremos estos días era que esperaban de su candidato y a que temían, las palabras seguridad, estabilidad, oportunidades se repetían en ambos extremos, pero en el de izquierda se nombraba la palabra dignidad, en el otro el «querer estar tranquilos». Como si una cosa no necesitara de la otra; pienso, nos está costando ver nuestra interdependencia, y ante esta ceguera nos vemos tentados desde la necesidad a buscar salvadores o justicieros, normalizando que la política sea un campo de guerra en vez de los pilares que nos permitan construir un proyecto país humano y sostenible.
Y así, observando los resultados que nos muestran un Chile polarizado, un Chile con miedo y a un Kast por arriba, me pregunto si conseguiremos esos objetivos de seguridad social y económica cuando leo que, más allá de la imagen, la realidad que el mismo nos ofrece habla de tasas de crecimiento inalcanzables según el análisis del comando de alguien que forma parte de su propio eje político, y una propuesta de bajada de impuestos financiada con 20 mil despidos de funcionarios que es evaluada como simplista y populista por el vicepresidente de la Comisión Nacional de Productividad. No me parecen temas menores ni lo que se afirma ni quien lo dijo, cuando en paralelo escucho que, a muchos, las razones que los llevaron a votar por Kast es la supuesta seguridad económica y social que promete.
Pero viendo esto me pregunto: ¿según quien su propuesta es segura?, y dicho esto, ¿qué es la seguridad? Como psicóloga se me ocurren varias respuestas muy distintas a la mano dura que hoy parece ser el camino que Chile comienza a elegir.
Si las medidas económicas del programa de Kast están siendo evaluadas de esta forma por expertos, ¿Qué pasa en el imaginario colectivo para pensar que es el más indicado? Siempre nos queda la apariencia, el como si, pero también como dice Gruen: el gran riesgo que esto conlleva para una sociedad democrática fijada en la pose.
Desde la psicología, tengo claro que la pose del orden y la seguridad nos atrae ante el caos, y nos lleva a pintar las cosas en blanco o negro, a idealizar o devaluar y puede dar mucho terreno para discursos sobre lo correcto, alimentados desde el miedo, desde nuestra historia no resuelta, o desde la seguridad de un discurso del orden que suena más a autoritarismo que a una sociedad que cuida e impulsa desde nuestra naturaleza. Desde este discurso del orden finalmente justificamos violencia por violencia. Por ejemplo, al renegar los factores psicosociales vinculados a la génesis de la delincuencia. Yo no quiero un país de unos contra otros, no quiero un país de más chivos emisarios, no quiero un país que piense que el orden está en los extremos, en discursos totalitarios. Si la delincuencia es tal, en que estamos fallando, o por qué nuestra población necesita consumir tanto para que hoy el narcotráfico campe libre, son dos preguntas que no he escuchado.
Me duele, y sé que a muchos también, lo que estamos viendo hoy, porque aún cuando puedo entender la búsqueda de seguridad económica y social de nuestra sociedad, y la importancia que la misma tienen, no comparto la forma. Hablamos de una propuesta extrema desde lo valórico que además de no dar ninguna seguridad económica (por lo visto) tampoco la da a nivel social. Si pensamos en los vínculos sociales hablamos de una propuesta que además de lo anterior, promueve la persecución por ideologías y puede ser abono para la xenofobia , homofobia y misoginia , entre otros. Considerando la historia de nuestro país realmente me pregunto qué tipo de seguridad puede darnos alguien que afirma todo esto y que es seguidor de Pinochet en pleno 2021, quién puede justificar el dolor que se vivió en nuestro país en esa época? , no se trata de ser de izquierda o de derecha, se trata de seres humanos , y de recordar que la violencia no solo afecta a quien la vive directamente, nos afecta a todos. Con respecto a esto, normalizar la relativización de las distintas manifestaciones de la violencia según una mirada ideológica y no científica creo que no es el camino, porque desde la psicología y psiquiatría, sabemos que la dictadura de Chile conlleva un trauma colectivo que dejo su impacto en al menos 3 generaciones, producto de la violencia vivida, entonces, me pregunto, de qué estamos hablando cuando nuestro principal candidato normaliza un trauma colectivo producto de la violencia política?
No me considero una persona ni de izquierda ni de derecha, menos extrema, pero si alguien cuya ideología es el bienestar y desarrollo humano, y hoy siento que gran parte de nuestro país ante los fantasmas de un pasado que se sigue reeditando en el hoy, votó desde el miedo, la rabia o incluso desde revivir un trauma... Me pregunto si es desde ahí desde donde queremos construir un nuevo Chile, si nos merecemos esto, la ausencia de un proyecto país que desde su historia y aprendizajes construya futuro.
Poniendo las cartas sobre la mesa, y sabiendo lo que está en juego, hoy se necesita claridad ante cualquier discurso autoritario o que promueva la violencia. En este sentido, me encantaría que Gabriel Boric definiera de forma clara su diferencia con la actitud de imposición que muchos percibimos por parte del partido comunista en caso de que el saliera, y que a muchos asusta. Como me encantaría que la derecha de Chile le deje claro a Kast que el 73 ya pasó, que no va a volver y que por encima de sus propuestas existen leyes, una Constitución y tratados internacionales que lo obligan a respetar lo humano más allá de sus ideologías. Me encantaría que todos saquen lo mejor de los programas de los otros desde la economía y desde lo social, porque ya no necesitamos ni un padre-madre mercado ni Estado, necesitamos un proyecto país. Chile está en riesgo por nuestra falta de cohesión.
Las sociedades orientadas al dominio se debilitan a sí mismas, porque inhiben las posibilidades positivas de desarrollo de sus miembros, mientras refuerzan sus tendencias destructivas, se estimula el desprecio hacia los más «débiles», así como la envidia y el odio (...). En el nivel individual, el dominio fomenta el aislamiento y la distancia psicológica, dos estados que actúan contra la cohesión de grupo. (...)La supervivencia de la especie humana no habría sido posible sin cohesión emocional (...) sólo la socialización de nuestra civilización moderna condujo a relaciones de dominio y rivalidad que hoy nos parecen «normales». Las sociedades que no fomentan la convivencia están condenadas a hundirse (...).
(Arno Gruen, Psicoanalista, autor del libro «Es posible un mundo sin guerra: El dolor como origen de la violencia»)