Los temas que predominan en el discurso político chileno son: el papel del Estado en la economía, políticas de redistribución de ingresos (impuesto y desigualdad social), derechos de los pueblos originarios, libertades personales, (de género y de la mujer), educación, salud, jubilación, ambiente, calentamiento global, derechos humanos, Constitución y seguridad pública.
Las posiciones frente a estas temáticas delinean una visión de país, junto a los métodos usados para promover ideas y programas políticos. El diálogo democrático se basa en el respeto a principios comunes y la capacidad de crear consenso. Insistir en el miedo, evocar el fantasma del comunismo, manipular a la opinión pública son artimañas antidemocráticas que no deberían ser aceptadas por el electorado, como tampoco avalar sistemas dictatoriales y al mismo tiempo profesar la defensa de los derechos humanos.
La estrategia del miedo es un arma para imponer limitaciones a los derechos civiles y el no reconocer la necesidad de garantizar el orden público representa una aceptación de métodos de protesta antidemocráticos, que deslegitima políticamente. La percepción por parte de los electores es la de un sistema al borde del colapso y las aspiraciones más sentidas son el trabajo y la estabilidad social.
La confrontación político-electoral es entre un modelo autocrático «neoliberal» y una concepción de la economía con una fuerte participación estatal. Dos modelos contrapuestos e irreconciliables que representan dos modelos de país que se excluyen mutuamente. Chile, sin estar preparado, elegirá en pocas semanas su futuro en tanto sistema valórico, económico y social en un escenario de fuerte tensión social y en estas condiciones vencer electoralmente podría significar perder democráticamente.
El miedo con actor político es el producto de un fuerte sentimiento de impotencia y abandono. Apoyar a un aparente «hombre fuerte» es en sí un acto de debilidad como también lo es votar por un desconocido que en las elecciones llegó tercero sin haber pisado desde años el país. Estos dos hechos demuestran que la gente vive de ilusiones y su capacidad de reflexión es limitada. Deficiencia que percibimos en el lenguaje cotidiano y en otros sectores en una fuerte propensión hacia la violencia. En este contexto, donde se confunden un pasado de guerra civil unilateral no digerido y un conservadurismo cultural, el riesgo mayor es el de caer en posiciones extremas y terminar con la democracia en la defensa a ultranza de posiciones ideológicas irracionales que contaminan el debate a nivel nacional.
Al mismo tiempo, podemos apreciar que ambos candidatos José Antonio Kast y Gabriel Boric, buscan ampliarse hacia el centro consolidando alianzas con sectores menos intransigentes, pero el peligro que persiste es que esta búsqueda sea sólo una movida táctica que no tendrá implicaciones programáticas ni de gobierno en caso de victoria. Por esto es perentorio exigir al candidato de extrema derecha una ruptura con la dictadura y al representante de la izquierda un respeto irrevocable a las instituciones y legalidad, no porque él simbolice una amenaza, sino para aclarar cómo pretende gobernar, pues cualquier intento legítimo de cambios sociales tiene que ser un cambio gradual.
Recordemos que en el Senado ninguno de los bloques políticos cuenta con una mayoría, y para gobernar va a ser necesario crear consenso y negociar. En pocas palabras, ambos candidatos dependerán de un centro no delineado y que posibilite ganar las elecciones. En estos momentos el juego es saber seducir, mostrando un rostro menos radical. La palabra del día es pragmatismo, concepto difícil de conjugar.