Con frecuencia se ha establecido cierto paralelismo entre los grupos armados ETA e IRA, que operaron sembrando el terror durante décadas en España e Irlanda, respectivamente. Ambos buscando una ansiada independencia: en el caso del País Vasco, con el resto de España, y en el caso de Irlanda del Norte, con los británicos, para conformar con el resto de la isla de Irlanda un único estado soberano ajeno al Reino Unido.
Desde hace algunos años, la historia del truculento recorrido de ambas bandas ha quedado para el recuerdo, eso sí, con una profunda muesca que enturbia de rojo el pasado de dos hermosos países.
En 2016, Fernando Aramburu publicó su novela Patria, en la que expone magistralmente la realidad de un pueblo sometido por el miedo y la violencia. Las amenazas y el posterior asesinato de un pequeño empresario que ha renunciado a seguir cediendo a la extorsión de los terroristas enfrentan a dos familias que habían estado unidas por una estrecha amistad: la de la víctima y la del verdugo. El terror lleva a que el pueblo entero, al tanto de lo que se cuece por las pintadas que han dejado por doquier, que le tildan entre otras de opresor, pese a que el Txato era un buen hombre, comprometido con sus gentes, que participaba de las actividades en la comunidad y daba trabajo a sus vecinos, le dé la espalda, conscientes del peligro de relacionarse con quien ya lleva una cruz en la frente.
Lo interesante de la obra es la manera en que el autor es capaz de ponerse en la piel de cada personaje, de esas dos mujeres, madres y esposas, las mejores amigas que iban a tomar chocolate con churros cada semana y a las que «la lucha» enfrentará para siempre: la una que pierde a su marido, la otra que, de otro modo, pierde a su hijo. Y las devastadoras consecuencias que marcarán sin remedio la vida de tantas personas, que nunca volverán a ser ni de lejos lo que fueron. Tantas familias destruidas, tantas vidas rotas.
En 2020 se llevó a la pequeña pantalla la tan aclamada obra en formato de ocho capítulos de una hora —que podemos ver en HBO—, que fielmente pone cara a todos los personajes y color a los entresijos que Aramburu, pese a las represalias, se atrevió a enseñar al mundo.
Al hilo del conflicto irlandés, recientemente tuve la suerte de topar con una serie poco o nada conocida en España, Derry Girls (que se puede ver en Netflix, aunque en versión original, con subtítulos, si se quiere). La serie consta de dos temporadas (y una tercera en producción) con un total de doce capítulos de una media hora.
Mi nombre es Erin Quinn. Tengo dieciséis años y soy de un sitio que se llama Derry, o Londonderry, dependiendo de tu convicción, un pequeño lugar problemático al noroeste de Irlanda. Debo decir que tengo una relación complicada con mi ciudad natal. El problema de vivir en Derry es que no hay dónde esconderse: todos conocen a todos y lo saben todo de todos. A veces lo único que quiero es que me dejen en paz.
Así comienza, con la narración de una voz en off que no pertenece a la protagonista, como se espera, sino a su prima, que imperturbable lee su diario; en la pantalla, unos militares armados pasan por delante de unos chicos que se entretienen en tachar del cartel de entada a Londonderry la primera parte del nombre; y, de fondo, la maravillosa voz de Dolores O’Riordan.
Aunque la serie es de 2018, está ambientada en la década de 1990, coincidiendo con los últimos años del conflicto de Irlanda del Norte. Es una comedia fresca y divertida que gira en torno a la vida y las disparatadas ocurrencias de un grupo de cinco jóvenes de Derry (cuatro chicas irlandesas y el primo inglés de una de ellas). De la mano de Erin, una joven profundamente reflexiva, con aspiraciones literarias y grandes dosis de sarcasmo, asistimos a una concatenación de vicisitudes de lo más variopinta no solo protagonizadas por los chicos, sino también por los padres, más excéntricos si cabe que los propios chiquillos.
Las peripecias de unos simpáticos adolescentes, como pudimos ser cualesquiera de nosotros, con las hormonas en ebullición, la cabeza llena de sueños, la necesidad de transgredir los límites, los primeros amores y desengaños, en fin, el inevitable trasiego vital que conduce a la madurez. Pero siempre con el perpetuo conflicto entre católicos y protestantes, y la alerta constante ante la amenaza de un atentado en cualquier momento sobrevolando sobre sus cabezas, y el «fucking British», que no se les cae nunca de la boca.
Aunque en clave de humor, lo que ocurre en segundo plano es una realidad que está tan presente que marca tanto la personalidad como el modo de vida de esas gentes. No es casual, por otro lado, que la banda sonora corra a cargo de The Canberries (la banda irlandesa de Limerick), pero no con Zombie, la canción que compusieron como protesta ante esa misma violencia que llevaba décadas asolando Irlanda, sino con Dreams.
La segunda temporada toca a su fin con la noticia del cese de las armas, un momento histórico sin precedentes que va a cambiar el rumbo del país. Paralela a la noticia y al revuelo que provoca, transcurre otra circunstancia que para los chicos es tan importante que difumina el anuncio del fin de la violencia. El triunfo de la amistad.
Patria y Derry Girls muestran de un modo muy diferente la vida en un entorno adverso. El toparse de frente o no con el despiadado destino probablemente sea lo que marque la diferencia entre las distintas formas de contar una historia. En ambos casos, buenas crónicas de un tiempo pasado que no se puede olvidar, grandes obras del todo recomendables.