Juan Bautista Alberdi fue un abogado, economista, jurista, político, diplomático, músico y escritor argentino. Se distinguió también por sus ideas pacifistas y por sus numerosos exilios. Nació en San Miguel de Tucumán, Argentina el 29 de agosto del año 1810.
Realizó estudios en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires, los cuales interrumpe por no adaptarse a sus métodos de enseñanza. Posteriormente va cursando la carrera de leyes en las universidades de Buenos Aires, Córdoba y Montevideo hasta obtener su doctorado en jurisprudencia durante su estadía en Chile.
Fue integrante del Salón Literario, también llamado Generación del 37, compuesto por intelectuales que se adherían al libre pensamiento y a la democracia liberal. Amenazados por el gobierno de Juan Manuel de Rosas, debieron pasar a la clandestinidad y luego se fueron exiliando en otros países. Alberdi marchó al exilio primero en Montevideo y luego en París y en Chile.
En París lee El Espíritu de las leyes del Barón de Montesquieu y en Chile estudia la constitución de los Estados Unidos de América influenciada por las ideas del filósofo inglés John Locke. De dichas lecturas nacen varios de sus trabajos intelectuales que le convirtieron en el gran mentor intelectual de la Constitución Nacional de Argentina sancionada en el año 1853. En París también tuvo el gran honor de conocer al General San Martín.
Durante el gobierno del presidente Urquiza se desempeñó en varios cargos diplomáticos en Europa. En 1878 fue elegido diputado por su provincia natal.
Fue, sin duda, una de las personalidades más notables de la historia argentina, distinguiéndose como el típico intelectual libre pensador en oposición al gobierno de Juan Manuel de Rosas.
Criticó el estatismo que el atribuía a la herencia colonial hispana y lo consideraba el principal obstáculo al progreso de las nacientes repúblicas hispanoamericanas.
En su pensamiento distingue entre libertad exterior y la libertad interior. La libertad exterior consiste en que ninguna potencia extranjera domine nuestra sociedad. Hoy la llamaríamos «independencia». La libertad interior se da en dos planos: en el plano individual, consiste en que cada uno se gobierne a sí mismo; en el plano político, hay libertad interior, cuando a través del gobierno de nosotros mismos, nos damos un gobierno, es decir, cuando el gobierno es el producto de nuestras propias voluntades. (Grondona, M., 1986, p. 102).
Ya pasó el tiempo en que los pueblos civilizados se hacían a fuerza de siglos. Hoy se improvisan en el Nuevo Mundo con los elementos que reciben ya formados del Antiguo. ¿Cómo salir del engranaje de las tiranías? Los pueblos antiguos salieron a través de siglos y siglos de educación. Pero hoy hay un atajo, que es la inmigración (ibid. p. 105).
¿Queréis traer a nuestro suelo la libertad inglesa? En vez de traer sus leyes traed a sus ingleses (ibid. p. 106).
«Sólo es libre el país que es rico, y sólo es rico el país que trabaja libremente». Aquí hay una idea de Locke y de Smith: si a un pueblo se lo deja en libertad, termina siendo rico. Si es rico, es porque se lo dejó en libertad (ibid. p. 107).
Hay entonces una conexión profunda entre libertad y riqueza, porque la libertad, en vez de distribuir la riqueza que hay, lleva a crear la que «no» hay; de ahí al desarrollo, a La riqueza de las naciones (Smith), no queda más que un paso (ibid. pp. 108-109).
Algunos aportes de Luz del Día al depósito liberal
En pocos lugares se han visto tan claramente expuestos los tres planos de la libertad. El plano político de la libertad, el plano exterior y el plano interior o moral. Encontramos una teoría original de la tiranía. La causa de la tiranía no es el tirano sino los tiranizados (ibid. p. 109).
Profundiza la crítica de la militarización de América Latina. La «única libertad admitida en América hispana es la libertad militar». Hay siempre alguien que nos viene a regalar la libertad. Siempre hay un duce, siempre hay un jefe (ibid. p. 111).
Los conceptos económicos de Alberdi son significativos. Como ha dicho Raúl Prébisch: «Lo que hay acá es la lucha de los sectores para ganarse el favor del Estado». O sea que aún hoy para nosotros la riqueza consiste en obtener más del Estado que otros. Cada sector trata de prenderse al Estado para obtener una distribución más favorable. (ibid. p. 111).
Si tuviéramos que ubicar a Alberdi en alguna de las dos listas de los pensadores liberales éticos o utilitarios, quizás habría que ponerlo dentro de los utilitarios. Busca la libertad a sabiendas de que traerá la riqueza al país (ibid. p. 111).
Alberdi es un hombre angustiado ante el atraso que lo rodea. Si lo pusiéramos contra la pared, diría que quiere la libertad para el progreso, tomando en cuenta que él identifica libertad y progreso. Es el pensador de dimensiones más amplias de la Argentina. Estamos frente a un Tocqueville latinoamericano.
Montesquieu y Tocqueville adquirieron claridad sobre qué cosa era el liberalismo mirando el modelo anglosajón que anotaban y no tenían en sus países. Alberdi hizo el mismo ejercicio desde la perspectiva latinoamericana. Un anglosajón no racionaliza su propio sistema; simplemente lo vive. No sistematiza su éxito. Alberdi ve el modelo, lee a sus pensadores y se da cuenta de lo que es el modelo porque no lo tiene.
Es más completa la explicación sobre el liberalismo inglés de Montesquieu que la de los propios ingleses. Igual ocurre en Estados Unidos con Tocqueville. Así también, Alberdi explica con mayor lucidez el contraste entre el progreso anglosajón y lo que él vive que los beneficiarios de ese progreso. A unos les quedan los beneficios de la libertad. A otros, solamente la explicación (ibid. p. 112).
Juan Bautista Alberdi falleció en Neuilly-sur-Seine, un suburbio de París, Francia el 19 de junio del año 1884. Tenía 73 años y allí sufría, una vez más, del exilio, debido a sus enfrentamientos con el gobernante Bartolomé Mitre.
Nota
Grondona, M. (1986). Los pensadores de la libertad. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana.