Nuestra primera cita fue en el Malecón de La Habana a la puesta de sol, fue una cita a ciegas, con el viento suave, el mar de fondo rugiendo y las olas embistiendo.
Años después, sentado ahora a la sombra de tres palmeras en la playa de Siboney (Santiago de Cuba), observo tiburones merodeando y recuerdo el balanceo de sus caderas al atardecer, sus manos lascivas al amanecer y su lengua ágil rebuscando en todos los rincones de mi ser. Sus nalgas se mueven como las olas del mar Caribe —siempre cálidas, atacan sin avisar—, van y vienen, unas más altas otras más bajas, unas empujan otras engullen, hasta devolverme la paz.
Primera cita: el beso
Un atardecer de verano.
Un gesto, una mirada.
Una cena para dos;
un personaje,
un mundo,
un viaje,
el inicio del viaje.
Es de noche.
Con el mar de fondo,
dedos cálidos
sobre su piel morena;
un beso de sus labios carnosos,
un mordisco.
La humedad.
El beso.
Tus muslos
Me gustas.
Me gustas cuando te mueves porque estás presente,
y te oigo cerca, y tu voz me toca.
Parece que los ojos se te hubieran nublado
y parece que un beso pidiera tu boca.
Asomo entre las cosas que llenan tu alma,
mimosa de ensueño.
Me gustas cuando te mueves, y estás presente,
y subes y bajas y estás como
¿quejándote?;
y estoy fuera y estoy dentro;
y me hablas despacio, muy despacio,
y dejas que me calle, en tu silencio.
Me gustas cuando te mueves
porque estás…
¡Presente!
(Versión con video y audio en Tus muslos).
Mejillas
El cielo amaneció gris en La Habana, amenaza tormenta. Es junio.
Un taxi nos lleva hacia el aeropuerto, caen gotas de lluvia empañando los cristales. Las gotas se convierten en aguacero, luego en tormenta tropical. El conductor esquiva los grandes charcos que descubre en la calzada. Entra agua por los agujeros, muchos, que hay en el piso del Lada azul turquesa pintado a brocha. Ella me acompaña sentada atrás, pensativa. Silencio contenido.
Un «caballito» (policía motorizado) espera bajo el puente, hace una señal de pare. El taxista, entrega al poli su documentación y un billete doblado de 10 dólares. El poli devuelve la documentación.
Avanzamos hasta el aeropuerto. Nos sentamos en el bar, en silencio contenido. Mientras dos cafés se consumen, dos lágrimas quieren saltar: es la espera.
Anuncian mi vuelo por los altavoces, destino: Madrid, con retraso. Brillan los ojos, se buscan, se encuentran; un abrazo, un beso largo, un «hasta pronto».
Más allá, por encima de todos los mares, dos luces chispean en el cielo. Son la lumbre que enciende esa confianza, esa complicidad, que hemos construido juntos, es la ilusión para volver a estar
juntos,
pronto,
mejilla con mejilla.
Silencios
Es como si nuestra relación, de repente, se hubiera convertido en una carrera de obstáculos, en un largo camino lleno de silencios, de profundos vacíos que hay que bordear para no caer.
Pasaron
Pasaron los días, los meses,
esperando;
pasaron las noches,
en silencio.
La primera lluvia
ahogó las flores y
borró el camino;
Queda una voz en el aire,
flotando.
Te recordaré,
siempre.
Podría...
Podría escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La tuve, ya no la tengo».
A la orilla del mar, y a la luz de una farola
y en la oscuridad de la noche,
nos besamos, tantas veces.
Podría escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quería, ella también me quiso.
En la oscuridad de la noche,
nos reímos, tantas veces.
Podría escribir los versos más tristes esta noche.
Decir, por ejemplo: «La tuve, ya no la tengo».
Amé sus ojos, sus labios,
sus curvas, sus profundidades.
Amé.
Podría escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Podría decir: «No la quiero, no me quiere».
Digo: «La quise y la querré».
(Para ser interpretada sobre el fondo con video y audio de Deseando amar —In the mood for love).