Confabulación es una palabra poco usada y sin embargo útil, pues nos describe un fenómeno psíquico que día a día asume mayor importancia. Me explico, nuestro ambiente social se hace más complejo e intrincado y nuestros conocimientos nos permiten explicar sólo una ínfima fracción de lo que sucede a nuestro alrededor. Nuestro modo de ser, sentir y pensar requiere explicaciones, una teoría del mundo, que no tenemos y que probablemente no existe, pero nuestra necesidad de conocer las causas detrás de la realidad que nos rodea es tal, que terminamos inventando explicaciones en muchos casos absurdas, y esto es confabular. Mientras más expuestos y más miedo tenemos, mayor es la tendencia no solo a confabular, sino que además a creer ciegamente en nuestros propios engaños. Esta realidad imaginada se transforma en nuestra única realidad; es decir, nuestra fantasía se convierte en mundo y así es que el mundo con todos sus fenómenos deviene en una absurda caricatura de sí mismo, reflejado de manera tergiversada en autoengaño.
Confabulación es uno de los síntomas de la esquizofrenia y, en este contexto, es parte de un síndrome paranoico. Los miedos son elaborados y proyectados en el mundo exterior y uno percibe perseguidores en todas las esquinas. El mundo se reduce a un nido de conspiradores y todo lo que sucede es explicado como parte de un tejido de tramas y elucubraciones sin sentido. Por otro lado, el miedo es evidente y se siente con todos los sentidos incluso el olfato. Una situación de malestar interior e incontrolable se transforma apoyada por la desesperación en una teoría del mundo o en una cosmología omnicomprensiva capaz de explicar todo y nada a la vez. Esta versión exagerada de confabulación nos permite entender la gravedad del fenómeno y su omnipresencia abarcadora y asfixiante a la vez.
La confabulación es parte de nuestro modo de pensar, en el sentido que necesitamos darnos una explicación a todo costo y nuestra actividad mental tiende hacia una integración narrativa, donde los acontecimientos son subordinados a un tema central. La pandemia como experiencia social incontrolada e incontrolable, ha dejado al descubierto fehacientemente una infinidad de aspectos sobre nuestra naturaleza: vulnerabilidad, interdependencia social y, entre muchos otros, también la tendencia innegable a la confabulación.
Miles de teorías complotistas han surgido como hongos después de la tormenta de verano. Todas y cada una de ellas son defendidas con fervor y la pregunta que nadie responde es dónde están las pruebas. La teoría del Reset, la instalación de un chip mediante la vacuna para controlarnos, el magnetismo de la vacuna, la intención programada de eliminar un porcentaje importante de la población mundial, el complot universal de la industria farmacéutica con la crema de la financia mundial y tantas otras perlas en una cadena casi interminable de conjeturas absolutas frente a la fragilidad de nuestras pobres y escazas verdades.
En realidad, la base empírica de todas estas teorías, que son vividas como reales e imprescindibles para entender nuestra realidad social, es totalmente inexistente al punto que, en cierta medida, podemos decir que somos víctimas de nuestro propio engaño. La confabulación es de tal magnitud que para conservar un mínimo de sentido común tenemos que hacer un esfuerzo sobrehumano y el método para reconocer que somos náufragos de una enorme absurdidad es que esta además lo explica todo, independientemente de las contradicciones y sin preocupación de demostrar la conexión entre un fenómeno dado y otro, cuando se afirma que uno es causa y el otro efecto o se considera sin pudor y como prueba irrefutable, la existencia de vida inteligente en el espacio sideral, porque esta ha sido lo suficientemente precavida de no contactarnos.
Nadie lo había pensado, pero es así, el límite de la humanidad es insuperable en su infinita e incontrolada imaginación y lo defino como límite, porque la confabulación impide toda forma «racional de consenso» y sin este: no existe sociedad. Por eso la pregunta que siempre debemos hacernos, es dónde están las pruebas y métodos que hacen plausible cada teoría y cuáles pueden ser las explicaciones alternativas y ante el dilema de creer o no creer, es siempre mejor no creer. El fin del mundo ha sido anticipado incontables veces, negando en cada oportunidad y con más fuerza toda forma sensata de realidad.