Teoponte significa lugar o pampa (ponte) de teo, un arbusto espinoso de flores rojas y fruto agridulce comestible, ya casi extinguido. La palabra corresponde a la lengua de los Lecos, reconocida en la Constitución de 2009 como una de las 34 que se hablan en Bolivia, aunque la emplean apenas unos 200 descendientes de ese pueblo nómade e indómito.
Teoponte es un antiguo poblado minero que tuvo un efímero auge con la explotación de oro. Situado en una zona selvática a unos 150 kilómetros al noreste de La Paz fue el lugar escogido por el ELN (Ejército de Liberación Nacional) para relanzar, en 1970, la guerrilla iniciada por Ernesto Guevara. A tres años de la caída y asesinato del Ché en Ñancaguazú, se configuraba nuevamente una fuerza irregular internacionalista que se proponía materializar el proyecto insurgente del argentino-cubano.
Guevara era ya una figura de culto. El Hasta siempre comandante de Carlos Puebla se coreaba en toda América Latina. En París, el 2 de diciembre de 1969, el teatro Olympia estallaba en una cerrada ovación al escuchar a Paco Ibáñez: «el muerto es el Ché Guevara, y era argentino y cubano», en la musicalización de Soldadito boliviano, el poema de Nicolás Guillén.
Pero más allá de la iconografía, el ELN reasumía el guevarismo en su ideario político y en su adscripción a la vía armada como estrategia de toma del poder. La de Teoponte fue «La otra guerrilla guevarista en Bolivia», según el historiador y economista Gustavo Rodríguez Ostria (1952-2020), quien bajo ese título publicó en el año 2006 una completa investigación de casi 650 páginas sobre esa experiencia. En 2012 se estrenó el documental de 56 minutos Teoponte: volveremos a las montañas, del fotógrafo y cineasta Roberto Alem Rojo, basado en la obra de Rodríguez. Ambos registros hablan de este episodio, tal vez el más trágico en la historia de las guerrillas que se multiplicaron en América Latina en los años 60 y 70 del siglo pasado.
No fue una aventura improvisada, aunque en su materialización le jugaron en contra varios factores. En lenguaje marxista, se diría que no se dieron completamente las condiciones objetivas y subjetivas que requería el proyecto insurgente para alcanzar el éxito. Ello, pese a una preparación que pareció más meticulosa y más sólida que la de Guevara.
Tras la derrota de Ñancahuazú, la dirección del ELN recayó en Guido Peredo Leigue, conocido como Inti, hermano de Coco (Roberto) Peredo, muerto en combate en septiembre de 1967, un mes antes de la caída de Guevara. Su propósito de reanudar la guerrilla tuvo un decidido respaldo desde Chile, a través de una fracción del Partido Socialista (PS), conocida como los «elenos», a la cual perteneció Beatriz Allende, hija de Salvador Allende.
El periodista Elmo Catalán fue uno de los principales cuadros del ELN chileno. A mediados de 1969 se trasladó a Cochabamba para trabajar desde la clandestinidad en la organización y entrenamiento de la columna guerrillera. Poco después, el 9 de septiembre de ese año, Inti Peredo muere en una emboscada policial en La Paz y el mando superior del partido recae en su hermano Chato (Osvaldo) Peredo.
Tampoco Ricardo —nombre de guerra de Elmo Catalán— llegaría a combatir en la guerrilla de Teoponte. El 8 de junio de 1970 fue asesinado en Cochabamba por Aníbal Crespo, miembro del ELN, quien también dio muerte a la compañera de Catalán, la joven boliviana Genny Koller, dirigente estudiantil. El periodista cubano José Bodes, autor del libro Elmo Catalán, en la senda del Ché, sostiene que Crespo era un infiltrado y que el asesinato del chileno fue ordenado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos. «Esa versión es indemostrable», apuntaba a su vez Rodríguez Ostria, para quien el crimen fue motivado por una disputa personal.
Como sea, inicialmente se produjeron masivas protestas en varias ciudades de Bolivia e incluso en Chile contra el gobierno de facto del general Alfredo Ovando, a quien se responsabilizaba del crimen. Sin embargo, la propia dirección del ELN se encargaría más tarde de aclarar en un comunicado que Elmo y Genny fueron asesinados por «un compañero» opuesto a medidas disciplinarias.
Con el preámbulo de estas muertes, el 19 de julio de 1970, la columna guerrillera de 67 hombres irrumpe en el poblado minero de Teoponte, al mando de Chato Peredo. Esta pequeña fuerza insurgente estaba compuesta por 53 bolivianos, ocho chilenos, dos argentinos, un peruano, un brasileño, un colombiano y un español-estadounidense. En sus filas había profesionales, obreros y campesinos. Políticamente, esta militancia combatiente del ELN tenía variados orígenes, la mayoría disidentes del Partido Comunista Boliviano, otros procedentes de organizaciones marxistas y alrededor de un veinte por ciento identificados con una concepción cristiana liberacionista, según Rodríguez Ostria. El mismo historiador apunta que el miembro más veterano de la guerrilla tenía 38 años, mientras el más joven no llegaba a los 18.
El Ejército boliviano, con una mejor preparación para la lucha antisubversiva que en el combate contra los 59 guerrilleros de Guevara, lanzó una efectiva campaña de exterminio contra la columna de Teoponte. Según algunas fuentes, se desplegaron alrededor de 1.500 rangers en la zona. Los mandos militares cumplieron fielmente la orden del general Ovando: «Ni heridos, ni prisioneros». Así, los insurgentes que no cayeron en combate, fueron fusilados tras ser detenidos. La consigna oficial era no dar lugar a campañas internacionales ni a un gran despliegue periodístico en torno a esta nueva guerrilla.
Fueron cien días en que los guerrilleros cayeron uno a uno, con escaramuzas aisladas, cercos y huidas en las zonas selváticas, mientras cundían el agotamiento físico, el hambre y la desesperación. Dos de los combatientes desertaron, luego de robar dos latas de sardinas, y fueron capturados y ajusticiados por sus propios compañeros.
En esta aventura perdieron la vida valiosos jóvenes bolivianos, como el ex seminarista Nestor Paz Zamora, hermano de Jaime Paz Zamora, quien sería presidente de Bolivia entre 1989 y 1993. También encontró la muerte el gran cantautor Benjo Cruz, nombre artístico de Luis Cordeiro Ponce.
A comienzos de noviembre, ocho sobrevivientes de la guerrilla llegaron a La Paz, protegidos por sindicalistas y personeros de la Iglesia. Para su buena fortuna, desde el 7 de octubre gobernaba el general izquierdista Juan José Torres, que había derrocado a Ovando. La decisión de expulsarlos de Bolivia se adoptó el 5 de noviembre, en otro golpe de suerte, ya que fueron enviados a Chile, donde acababa de asumir el gobierno el doctor Salvador Allende.
La historia se repetía: en 1968 fue Allende, como presidente del Senado chileno, quien brindó protección a Pombo, Urbano y Benigno, los cubanos sobrevivientes de la guerrilla del Ché, y garantizó su regreso a La Habana en un largo periplo aéreo que comenzó en Santiago y continuó en Tahiti para arribar a La Habana tras una interminable vuelta por Europa.
El voluntarismo y una mística inspirada en el Ché Guevara fueron los signos distintivos de la fracasada guerrilla de Teoponte. Como siempre, la derrota se explica por errores estratégicos que Rodríguez Ostria resume en tres puntos: ausencia de un trabajo político previo en la zona, inadecuada selección e inexperiencia de los combatientes y aislamiento de la red urbana.
Teoponte fue el epitafio de la «teoría del foco», levantada como paradigma tras el éxito de Fidel Castro desde la Sierra Maestra. Fue asimismo la derrota de un proyecto idealista y voluntarista, con una lectura equivocada del impacto de la gesta del Ché, como si la admiración y devoción por su ejemplo pudiera traducirse en un levantamiento general de las masas campesinas y obreras de Bolivia. Rodríguez Ostria lo analizó así:
El ELN no consideraba necesario contar con frentes de masas ni organismos con cobertura legal que hicieran política en las calles o en las tribunas, sino nutrirse de cuadros selectos que operaran en y desde la clandestinidad. La voluntad mesiánica y heroísmo de ese pequeño y decidido núcleo de combatientes monte arriba sería más que suficiente para quemar etapas y establecer el socialismo, como pregonaba el Ché. Imaginación utópica y misión providencial construida sobre bases subjetivas, pero también sobre la lectura de los signos de una época por una militancia que, en su singularidad, se sentía parte del colectivo revolucionario internacionalista.