Lo mejor es la ayuda mutua. Como todos sabemos que somos imperfectos, intentamos ayudarnos los unos a los otros.
(Haruki Murakami)
Para algunas personas, solicitar ayuda es un signo de debilidad. Para otras, lo es de inteligencia, de fortaleza. En cualquier caso, es una demostración de humildad y nunca debería ser de humillación. Dejarse ayudar es resolver, avanzar, aprender, evolucionar. Es reconocer que todos los seres humanos tenemos limitaciones que podemos superar con la asistencia de una mano solidaria. Es admitir que otros tienen formas desconocidas por nosotros para emprender una tarea o abordar una situación. Es descubrir que dos más dos suman más de cuatro cuando aplicamos el efecto de la sinergia.
La necesidad de ayuda está muy ligada a la tradicional pirámide de Maslow. Existen múltiples organizaciones que prestan ayuda a personas y grupos, con énfasis en los niveles más bajos de la pirámide. Las crisis migratorias generadas por regímenes dictatoriales o por conflictos de diversa naturaleza y los desastres naturales generan en algunos colectivos la necesidad de solicitar ayuda de forma perentoria y en muchos casos sin otras opciones a la mano para sobrevivir o llevar una existencia más o menos digna. Sin embargo, la intención de estas reflexiones va dirigida a la necesidad de ayuda que requieren las personas para enfrentar situaciones específicas, sobre todo referidas a la necesidad de autorrealización, en la cúspide de la pirámide.
En ciertas oportunidades la ayuda es requerida para un asunto puntual, de mayor o menor importancia. Sucede que a veces nos obcecamos en una idea, una solución y no vemos más allá de nuestras narices. Una ayuda oportuna, con una visión diferente, puede dar con la solución que se nos hace esquiva.
Hace poco extravié mi cartera, busqué en todos los sitios posibles una y otra vez y finalmente la di por perdida y solo esperaba el milagro de que alguien la encontrara y me avisara. Mi hija, al enterarse, me ofreció su ayuda, le expliqué todos mis intentos y a ella se le ocurrió buscarla en un sitio que yo no había tomado en cuenta, concretamente en el sitio exacto del parqueadero donde me bajé del coche al llegar. Yo la había buscado en el coche y en sus alrededores, pero no me acordaba de que me había bajado en un sitio distinto, a unos diez metros del coche. Después de escucharme bajamos al parqueadero y ella me dijo dónde iba a buscar. ¡Allí estaba la cartera!
En este caso, lo que más me llamó la atención fue que, si la cartera no hubiera sido la mía, si yo fuera el que estaba ayudando a otra persona, seguramente habría hecho lo mismo que mi hija. El ser el protagonista del problema me impidió ver más allá. Dejarme ayudar resolvió la situación. La verdad, es una tontería rechazar la ayuda en casos como este. De hacerlo, nos privamos de la posibilidad de solventar una situación que nos incomoda, nos hace perder tiempo y esfuerzos y que podría resolverse más fácilmente con la intervención de alguien que no esté involucrado. Esto aplica a situaciones personales o de trabajo.
Se presentan múltiples ocasiones para solicitar ayuda en asuntos cotidianos. Hoy en día la tecnología nos brinda respuestas a la mayoría de nuestras preguntas en cuestión de segundos. Casi cualquier cosa que se nos ocurra tiene una variedad de artículos relacionados y uno o varios tutoriales de «expertos» que nos invitan a no cometer los mismos errores que ellos ya cometieron en su momento. Ese tipo de ayuda es invaluable y debemos usarla cuando no tenemos a la mano un familiar, un amigo, un compañero. Nada como el contacto humano y el proceso de comunicación al solicitar o al brindar la asistencia. La empatía, el amor, la calidez humana son elementos que debemos cultivar y, en la medida de lo posible, evitar que sean sustituidas por un tutorial, por más eficiente que este sea.
Cuando la ayuda que requerimos es emocional, nada como una buena conversación con un ser querido que sepa escucharnos y, de ser menester, darnos un consejo que sin duda tendrá la mejor intención.
Sin embargo, hay en muchas personas una resistencia a solicitar o aceptar ayuda. Algunas se sienten vulnerables al hacerlo, sienten vergüenza, lo cual es natural. Aceptar que no se sabe algo específico o no se posee la habilidad o la capacidad para resolver una situación produce un sentimiento que es muy difícil de superar para algunas personas. Eso conduce a postergar acciones o a cometer errores. Otra causa es el orgullo, entendido como un sentimiento de superioridad que lleva al anterior por razones diferentes. Algunas personas llegan al extremo, por una u otra causa, de colocar barreras emocionales que impiden que otras se acerquen a ofrecer ayuda. Sea cual sea la causa, estas conductas llevan a quienes las ejercen a aislarse y a cometer errores en su vida personal o profesional, a veces muy costosos, que hubieran podido evitarse.
Quiero referirme principalmente a aquellas situaciones que se encuentran en la cúspide de la pirámide de Maslow. El ser humano, una vez resueltas las necesidades básicas, tiene la tendencia a superarse en lo personal y en lo profesional. Para hacerlo, requiere de la formación profesional y de emprender retos que superan a sus capacidades o habilidades actuales. De allí han surgido, en los últimos tiempos, figuras como el coach o el mentor que acompañan a las personas de formas diferentes.
Dicho de una forma simple, el coach ayuda a una persona, el coachee, a que encuentre sus propias respuestas, usando como principal herramienta las preguntas. Un coach no aconseja, no juzga. En su lugar, motiva al coachee a que defina y emprenda su propio camino. El mentor, por su parte, va más allá. Es posible que use algunas herramientas del coaching, pero su labor principal consiste en transmitir al mentee sus propios conocimientos, vivencias y experiencias. De esta forma, el avance profesional del mentee se acelera y a la vez evita el aprendizaje por ensayo y error, gracias a la experiencia acumulada del mentor.
Ambas figuras, el coach y el mentor, están siendo usadas de forma extensiva en grandes empresas, a través de programas formales destinados a formar y motivar a los colaboradores. Es cada vez mayor el número de gerentes de alto nivel que acuden a estos mecanismos de ayuda para potenciar su desarrollo y sus logros. También ha aumentado el número de profesionales y emprendedores que contratan los servicios de un coach o mentor con el mismo objetivo.
¿Cómo saber que necesitamos ayuda? En principio, cualquier persona, no importa su rango o su posición, tiene capacidades desarrolladas en algunas áreas y limitadas en otras. Para ellos, existe la opción de desarrollar las áreas menos fuertes o solicitar ayuda a través del mecanismo de la delegación, si existe la posibilidad de hacerlo. Esto nos impulsa a dedicar tiempo y esfuerzos en sus áreas de capacidad y delegar las restantes en personas de confianza. De esta forma se logra un equilibrio positivo en el desempeño general. Esto nos lleva a concluir que todas las personas necesitamos ayuda en algún aspecto o alguna circunstancia de nuestra vida, personal o profesional y existen los mecanismos para lograrlo. Somos buenos en algunas áreas y tenemos debilidades en otras. La ayuda oportuna nos conduce a ese balance positivo.
Una persona presumía de contar con veinte años de experiencia en su área y no se daba cuenta de que en realidad tenía veinte años haciendo lo mismo. Cualquier otra persona con menos años, pero más estudios o la capacidad de innovar puede adquirir mucha más experiencia que ella en menos tiempo. Por eso es indispensable la formación para adquirir los conocimientos necesarios y la ayuda de expertos para absorber su práctica. Recordemos para terminar la frase de Álvaro González Alorda: «Solos vamos más rápido, juntos llegamos más lejos».