El mundo asistió consternado, al retiro norteamericano en Afganistán. Con razón. Retroceder al punto de partida luego de veinte años, no es para menos. Políticos, expertos, y la prensa internacional le han fijado su atención, aunque normalmente se observe con lejana indiferencia. Esta vez han sido coincidentes sobre las múltiples causas y consecuencias para el país, sus vecinos, Estados Unidos, aliados, organismos y la comunidad de estados. Recién comienzan y, por ahora, son especulaciones. Sin pretender adivinarlos pero con más tiempo transcurrido, estimo que se han materializado tres importantes derrotas en esta debacle, para países involucrados o no.
Afganistán regresa a uno de sus más lamentables períodos: la era Talibán. Un destino trágico que se suma a la convulsionada constante histórica de un país siempre confrontado entre sí o con extranjeros, desde tiempos remotos. Clanes y facciones en guerra constante, irreductibles, por territorios, drogas, honor, o conflictos ancestrales. Ninguna autoridad institucional ha podido unificarlo, salvo por períodos muy breves. Todavía menos si se trata de invasiones foráneas, cualquiera fuere su poderío militar. Todas fracasadas, desde la antigüedad. Si esta realidad pretende ser acompañada de un intento transformador de sus costumbres, cultura, o modo de vida, no prosperará y encontrará una resistencia feroz. Es así aunque algunos insistan, ofreciendo un futuro más próspero, inviertan cantidades exorbitantes de dinero en el gobierno o el ejército, ayudas, tecnología, capacitación e impulso a la modernidad. Muy pocos aceptan incorporarse a la pretendida civilización. Todavía menos si el modelo es ajeno, como el occidental, con democracia, libertades, y muy particularmente, si procura igualar hombres y mujeres, en derechos y obligaciones. No lo han practicado nunca, contradice su idiosincrasia. Los intentos políticos, terminaron con la fuga del presidente y el dinero. En lo militar, un caos. Lo prueba el desfile Talibán en los vehículos norteamericanos entregados al ejército que desertó. Primera derrota.
Si agregamos el factor religioso, el problema es mayor. El Islam no permite alteraciones, pues no se contradice lo revelado por Alá, ni se interpreta ni evoluciona. Dios dispone y el creyente se somete, es su destino. Sin él no hay salvación. Es la base de su fe revelada para corregir las desviaciones de las antiguas creencias, o la falta de ellas, y para purificar el mal con la virtud. La religión es parte intrínseca de la cultura afgana, y tal vez, el único factor unificador. Tampoco es monolítica, pues subsisten y se expresan distintas corrientes opuestas entre sí.
Esta presencia, con toda su profundidad, no puede ser transformada ni actualizada, sobre todo si viene de la mano de un invasor extranjero no creyente. Cuando se añaden movimientos radicales, las áreas de conflicto aumentan, pues pugnan por aplicar lo más fielmente el Libro Sagrado del Corán y sus Leyes (Sharía). Si no es así, el peor enemigo del fundamentalista es el propio hermano en la religión, calificado de apóstata, el que puede ser eliminado incluso antes que los demás infieles de otras creencias. Ha quedado demostrado en el atentado indiscriminado en el aeropuerto, donde eliminaron a todos, propios, o extraños, como los militares estadounidenses. El que se salva y va directamente al Paraíso, es el que se inmola por Alá.
Operan todavía en Afganistán, movimientos como Al Qaeda, y ahora, la nueva versión del Estado Islámico, el ISIS-K, entrenado y mejor armado. Los Talibanes, si bien son enemigos de estos movimientos extremos, en su momento cobijaron a Bin Laden, hasta su eliminación en Pakistán, diez años después de la intervención norteamericana. Su acción en contra del autor intelectual, prosperó, y contó con el apoyo internacional y del Consejo de Seguridad de la ONU, en una resolución que le permitió utilizar todos los medios necesarios hasta llevar a la justicia a los terroristas. Otra cosa fue la presencia permanente, con el propósito de incidir en su evolución, y transformación en un Estado moderno inspirado en el mundo occidental. El temible terrorismo, controlado en el Estado Islámico que operó en Irak o Siria, ahora renace en Afganistán. Los riesgos de una nueva era de atentados en países no islámicos, aumenta. Ha ocurrido en Nueza Zelanda. En síntesis, el terrorismo podría estar de vuelta. La modernización religiosa como la eliminación del terrorismo, no han tenido éxito. Segunda derrota.
Para las relaciones internacionales, Estados Unidos evidencia sus fracasos, y hay quienes están dispuestos a llenar el vacío. Muy difícil que regrese a Afganistán, no tiene aliados entre los vecinos donde operar, como Irán, Rusia, China o Pakistán; ni un mar que controlar por ser mediterráneo. Vecinos que con pragmatismo, procurarán entenderse con los Talibanes ya dispuestos, al carecer de todo siendo ricos potencialmente, pues no intentan cambiarlos ni imponer otra cultura. Naciones Unidas, aunque con retraso, ha actuado. Está la Resolución 2593 (30.08.21), del Consejo de Seguridad, y sus explicaciones: Condena los atentados; exige no utilizar Afganistán para amenazar o atacar; pide asistencia humanitaria; respeto a los Derechos Humanos; cumplir las promesas talibanas; y manifiesta preocupación por la seguridad internacional. No mucho más, pues China (por considerarla apresurada), y Rusia (por considerar desastrosa toda intervención), se abstuvieron, lo que permitió su adopción. Otro tanto aprobaron los Comités de Discriminación contra la Mujer; Derechos del Niño; y la OTAN. Dependerá del nuevo Gobierno Talibán provisorio, si cumple su apertura ofrecida. Cuesta confiar en ello, basta observar sus integrantes, varios han sido los más extremos en el pasado. Y habrá un nuevo escenario regional, donde Norteamérica sale debilitada. Sólo puede mostrar una huída improvisada, lograda apenas, y aumento de la migración, pero con miles que quedaron abandonados a su suerte. Tercera derrota.
Los hechos podrían ser diferentes dependiendo de los Talibanes, lo que es incierto, o vuelven a ser base operativa de terroristas. Un verdadero reacomodo de la influencia occidental y de Estados Unidos en la región, plagado de dudas. Muy pronto para saberlo, sin olvidar el tremendo impacto político interno para la Administración de Biden, acusada de más equivocaciones, fragilidad, y errores que otros Presidentes, incluido Trump, su adversario al acecho y con quien siempre quiere diferenciarse a toda costa. Las tres derrotas anotadas, así como muchas otras condicionantes, seguirán presentes y lo acompañarán el resto de su mandato. En definitiva, el mundo suma más problemas y Afganistán se sumerge en un pasado que parecía superado.