No me refiero exclusivamente a la pandemia y todas su repercusiones, sino que la sumo, la adjunto a procesos que se están construyendo en el mundo desde hace tiempo, de la mano de la globalización incontenible, de las nuevas tecnologías cada día más a la mano de todos y de nuevas visiones individuales que están teniendo un fuerte impacto social e incluso político.
Durante cuatro siglos y hasta hace algunos años, la economía era considerada el factor clave y excluyente para explicar el conjunto de procesos que, en definitiva, culminaban en la madre de todas las cosas humanas: la política y el poder. Incluso de su variante armada: las guerras.
Por encima de las corrientes filosóficas, aún las más básicas, de las religiones, de la producción, el comercio, la acumulación, la distribución de la riqueza y las oportunidades, es decir, de las desigualdades económicas, las diferencias crecientes entre ricos y pobres, surgieron las principales teorías que movilizaron el pensamiento, las revoluciones, el poder en sus diversas expresiones y fueron precisamente los nombres de los pensadores o de los pensamientos económicos los que marcaron más de cuatro siglos. El marxismo, el liberalismo, la socialdemocracia y otros. No incluyo los dos exabruptos unificados del fascismo y el nazismo y sus sucursales porque fueron furúnculos particulares que duraron pocas décadas, aunque causaron un gran daño. Ahora se puede decir (me arriesgo a afirmar que se debe decir), que a los factores económicos y nacionales le comenzaron a despuntar nuevos procesos culturales e ideológicos.
Hoy el mundo es diferente, hay otra gran vertiente que aporta sus torrentosas y agitadas aguas a nuestra civilización, de distinta manera en las diversas latitudes. Sin olvidar la economía, incorpora nuevos elementos que están creciendo; y de ella, nacen corrientes populistas antidemocráticas, que llegan hasta el rojopardismo que es notorio en Europa. Todavía es minoritario, pero crece a gran velocidad.
Se basa en el individualismo cada día más fanático, en la necesidad de reafirmar la identidad racial, nacional, cultural o de cualquier índole, enfrentada a otras identidades, a los enemigos y, que va considerando la globalización como el territorio enemigo donde combatir. Son millones de individuos que necesitan encontrar nuevas satisfacciones, nuevos terrenos de competencia y de choque. Para ello deben construir o pertenecer a cosas fuertes, potentes y sobre todo reconocibles, «diferentes» y para ello se necesita un enemigo.
Su participación a través de los medios de comunicación tradicionales pero altamente potenciados, en cambio permanente y de su acceso a las redes sociales ya los ha transformado en otro tipo de individualidades que pueden (y necesitan) expresarse y obtener triunfos para derrotar a otros. A los inmigrantes, a los refugiados, a los «otros»; a los feministas o defensores de las diversas opciones sexuales y a los otros nacionalistas. Para constituir estas corrientes el peso de los sicológico, de lo emocional, de un rediseño de sus metas y sus logros personales, es fundamental y a costa de lo social. Además de los movimientos colectivos que los agrupan, lo más poderoso para ellos son los medios que les permiten manifestar sus odios, sus resentimientos, es decir, sus identidades. Uno de esos ejemplos es la resistencia a las vacunas, que alcanzó en algunos países como EE.UU. y Brasil altísimos niveles de politización y no casualmente en la tierra de Trump y de Bolsonaro.
Las nuevas tecnologías actuando durante años en permanente avance han determinado que los individuos, algunos en particular, tengan cada vez más necesidad de autoafirmación personal y de considerar que sus avances y logros dependen exclusivamente de ellos y sus fracasos son culpa de sus enemigos. Su participación en esos procesos, por los cuales, por ejemplo, los Estados de EE.UU. del sur y los más atrasados culturalmente, tengan la mitad del porcentaje de vacunación contra el covid de los del norte. Son datos que no pueden subestimarse ni considerarse una casualidad.
Pongan a jugar sus imaginaciones, ustedes que se atreven a leer el Wall Street International Magazine o los grandes diarios y revistas del mundo y proyecten esos datos de la vacunación y del uso de las redes a la vida social y a las opiniones políticas. Da miedo.
Sobre todo por la ingenua pero terriblemente peligrosa sensación de que por esa vía se alcanza la igualdad, una mayor justicia y la posibilidad de competir con los grandes en la capacidad de comunicar las individualidades y de alcanzar grandes metas.
Basta pensar que dos de las corrientes principales de esos procesos son encabezados por personajes del nivel cultural, intelectual y político de Trump y Bolsonaro, que ni siquiera rozan los rudimentos del liberalismo o de cualquier otra corriente seria de opinión y de pensamiento. No crecen a expensas de la economía, sino de las nuevas tendencias más rudimentarias del nuevo mundo de la aglomeración de los individuos con sus enemigos. Es una gigantesca estafa intelectual e ideológica planetaria, un círculo que cumple ese triste papel de todos los círculos que son exageradamente acariciados, se ponen muy viciosos.
Y así como durante la aparición de los furúnculos nazi-fascistas de los años 20 a los 40 del siglo XX se produjeron alianzas insólitas, baste pensar en los «Aliados» durante la Segunda Guerra Mundial, me angustia pensar si no estaremos ante la necesidad hasta el cuello de un tiempo donde será necesarias las alianzas o las acciones comunes de sectores muy amplios del mundo civilizado, aún con grandes diferencias.
Un ejemplo: Angela Merkel, nacida en Alemania del este a punto de culminar su mandato de canciller alemana que ocupó desde el año 2005, con su formación universitaria como fisioquímica en Berlín oriental y que ha desempeñado en todo el difícil proceso europeo y alemán, con impacto a nivel mundial, un papel extraordinario. No coincido con sus posiciones políticas como líder hasta ahora de los socialcristianos, pero tanto en el plano económico, de los refugiados y en muchos otros aspectos ha jugado un papel muy relevante. Y no hace falta esperar a la historia para que se destaque.
Es una paradoja, precisamente en Alemania es donde alcanzó un nivel más elevado un espectro de fuerzas democráticas y republicanas para afrontar los nuevos grandes problemas, de la economía, de la sociedad, de los refugiados, del medio ambiente, del enfrentamiento al rojopardismo y de la defensa del europeísmo en el amplio sentido de la palabra.
La confrontación con estas corrientes que crecen de nuevos nacionalismos, de racismos, de xenofobias diversas y de colocar los individualismos por encima de todo, para poder construir los enemigos que necesitan, no es solo una batalla política, de amplitud de alianzas, es una gigantesca confrontación cultural e intelectual. Que debemos darla en todos los terrenos, incluso en aquellos que nos son más oscos y difíciles, como el de Internet y las redes sociales.
Replegarnos solo a esos planos es entregar las armas principales que construyeron la civilización, sus grandes corrientes de pensamiento, sus academias, sus ciencias sociales, sus corrientes filosóficas, sus libros, su arte y lo mejor de su cultura. No solo de su pasado, sino el que surge de las nuevas necesidades del presente y del futuro inmediato.
Las tecnologías que se presentan como neutras son el peor camuflaje. Las tecnologías tienen moral, tienen contenido y sentido humano profundo; son también territorios de defensa de la civilización contra la barbarie del individualismo excluyente.
En ese mundo, el de «ellos», el progreso no tiene ni el mismo valor ni significado que en el variado y multicolor mundo que fuimos capaces de construir, aún con sus defectos y sus contradicciones.