En la madrugada del 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue asesinado por la espalda, junto al maestro republicano Dióscoro Galindo y a los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, en los alrededores de Víznar, provincia de Granada. Hace ochenta y cinco años. Antonio Machado, su más claro antecesor poético, escribió su elegía desgarrada:
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
...Que fue en Granada el crimen sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...
García Lorca es reconocido, en el parnaso universal y en el auténtico Canon, por haber integrado, de manera genial, tendencias literarias como el simbolismo, futurismo y surrealismo en las creaciones poéticas españolas y en el teatro, donde alcanzó también la genialidad con sus célebres dramas Bodas de Sangre, Yerma y La Casa de Bernarda Alba.
Un auténtico renacentista de la Generación del 27, que fuera discípulo del compositor Manuel de Falla, otro ilustre granadino, cuya maestría le llevó a perfeccionar sus dotes de pianista, iniciado en la música y en el canto por su madre, la maestra de escuela Vicenta Lorca.
Su breve y prolífica vida nos revela una intensidad desorbitada, inquietud a través de la cual prodigó su encanto singular, que fascinó a nuestro Pablo Neruda, con quien compartiría horas magníficas en Buenos Aires y en Madrid. Durante 1930, después de su periplo viajero en Nueva York y La Habana, Federico fue designado director del Teatro Universitario La Barraca, una de las primeras compañías fundadas bajo el Ministerio de Educación de la República, inspirado en las ideas progresistas y laicas de la Institución Libre de Enseñanza, que patrocinara Francisco Giner de los Ríos. Su principal tarea fue llevar el arte escénico a las áreas rurales de España, a esa infinidad de pueblos y villas donde, a finales del siglo XVI, floreciera el teatro popular.
Las obras que escribió e hizo representar Federico en ese periodo, criticaban la sociedad burguesa y la decadencia de la España monárquica y clerical, que combatía al incipiente gobierno republicano con sus secuaces de sacristía, cuartel y latifundio, alzando poco a poco la hidra destructora que iba aniquilar a más de un millón de españoles. Entre los primeros, como feroz premonición, caería el granadino universal, un insurgente del arte, en cuyos ámbitos estéticos desarrolló temas como el homoerotismo, el feminismo y la libertad de pensamiento creador.
Cuando estalla la guerra civil, el 18 de julio de 1936, a raíz del levantamiento de las guarniciones de África, bajo el mando de un oscuro y desconocido oficial, Francisco Franco Bahamonde, nacido en El Ferrol, Galicia, Federico García Lorca estaba en Madrid. Sus amigos y cercanos le instaron a permanecer en la capital, donde los republicanos controlaban la situación. Federico insistió en marchar hacia su casa, en la Huerta de San Vicente, en Granada, corazón de la Andalucía mozárabe y gitana. Dijo que no tenía nada que temer, que era un poeta, amante de la vida y del arte, que carecía de enemigos. Fue una equivocación trágica, el preludio de su martirologio. Antes de él, los falangistas asesinaron a su cuñado, Manuel Fernández-Montesinos, a la sazón alcalde republicano de Granada. A solicitud de sus familiares, Federico se refugia en casa de su amigo, el poeta Luis Rosales, miembro de la fatídica Falange Española.
No obstante, Ramón Ruiz Alonso, diputado de la Confederación Española de Derechas Autónomas, ejecutó la orden de arresto en contra de García Lorca, desestimando la defensa que de él hicieran los Rosales, encabezados por su madre, que amaba a Federico. Poco se sabe de los hechos cercanos a su captura. Ian Gibson, el principal estudioso y exegeta de Federico, relata que fue apresado, junto a otros tres republicanos, y se les llevó a la Fuente Grande, entre Víznar y Alfacar. Ruiz Alonso fue el primero en dispararle a Federico, según iba a jactarse con otros sicarios franquistas en bares y tugurios de Granada, resaltando su barbarie insolente con procaces insultos al granadino inmortal, como lo relata Ian Gibson en su monumental Vida, Pasión y Muerte de Federico García Lorca, (Plaza & Janés Editores, 1998, página 553):
Parece que el poeta no murió enseguida y que hubo que rematarlo con un tiro de gracia, o varios, después de que se incorporara gritando: «todavía estoy vivo». Entre los asesinos iba Juan Luis Trescastro, el fanfarrón machista y compinche de Ramón Ruiz Alonso, que terminada la sangrienta faena alardearía aquella misma mañana en Granada, no solo de haber participado en la muerte de García Lorca, sino de haberle «metido dos tiros en el culo por maricón». Poco antes de su muerte, Trescastro le diría a su practicante: «Yo he sido uno de los que ha sacado a García Lorca de la casa de los Rosales. Es que estábamos hartos ya de maricones en Granada. A él por maricón y a la Zapatera por puta». (Se refiere a Amelia Agustina González Blanco, joven sufragista y feminista, amiga de Lorca: Una mujer adelantada a su tiempo; incluso hoy día estaría considerada como una mujer «muy moderna». De hecho, hay dos personajes importantes en la obra escénica de García Lorca inspirados en ella; una es la «zapatera prodigiosa» y otra, Amelia, la heroína rebelde de «La Casa de Bernarda Alba». En ambos casos representan a la mujer que quiere vivir sin ataduras, en plena libertad).
Era la mentalidad de «Gracia y Justicia», en versión granadina, y en absoluto habría que descartar la posibilidad de que Lorca fuera torturado de esta o de otra manera antes de morir.
El extenso y erudito relato de Ian Gibson concluye con un párrafo cuyo desenlace final, post mortem, sigue pendiente:
A finales de 1939, nueve meses después de terminada la guerra «incivil» (01.04.1939), la familia García Lorca inició los trámites para que la muerte del poeta se pudiera inscribir oficialmente en el Registro Civil. Para completar los requisitos, dos funcionarios de la Audiencia juraron -no era verdad- haber visto el cadáver del poeta al lado de la carretera de Víznar a Alfacar, el 20 de agosto de 1936. El certificado de defunción, recurriendo a un eufemismo entonces habitual en tales documentos, dice que el poeta murió «a consecuencia de heridas producidas por hechos de guerra». Era como si Federico García Lorca hubiera caído en el frente y no, vilmente asesinado, en la retaguardia granadina.
En el octogésimo quinto aniversario de su muerte, el Grupo Insurgencia Cultural Latinoamericana ha levantado la figura de Federico García Lorca como un símbolo histórico en la lucha por la libertad de los pueblos. Se suceden los encuentros, recitales poéticos, lecturas presenciales, publicaciones en diversos medios continentales, que culminarán el 18 de agosto de 2021, con el Mitin Mundial de la Insurgencia Cultural. En estas instancias también se hace presente nuestra Sociedad de Escritores de Chile y la revista Cine y Literatura, a través de sucesivas publicaciones que incluyen una vibrante crónica-ensayo del escritor argentino, Leonardo Herrmann, El secreto del beso y el grito.
En uno de sus más recientes estudios, Lorca y el mundo gay, Ian Gibson sintetiza la figura trascendental del poeta granadino:
Federico García Lorca fue un revolucionario cristiano y gay que no creía en el Dios bíblico. Un revolucionario con la misión de abogar, desde sus obras, por el amor total, el amor en todos sus matices, libre de puritanismos, de prohibiciones, de castigos, de infiernos. Los reaccionarios oyeron el mensaje, lo entendieron, lo despreciaron y lo condenaron. Les ofendió en lo más hondo. Y, llegado el momento, hicieron pagar al poeta su atrevimiento con la muerte, porque a estas alturas es innegable que, además del odio al «rojo» comprometido con la República, y de la envidia por su fama y sus triunfos, desempeñó la homofobia un papel inequívoco en el crimen de Granada. Crimen que, como dijo Pablo Neruda, consiguió que la ciudad de la Alhambra volviera a la historia «con un pabellón negro que se divisa desde todos los puntos del planeta».
Se le vio caminar...
Labrad amigos,
de piedra y sueño, en la Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Hay palabras pronunciadas por el poeta que hoy resultan premonitorias para su propio destino, para su inmortalidad estética:
En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún otro sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera.