El crítico, semiota, y poeta, Emmanuel Calvo Canossa examina en la presente entrevista el «discurso histórico y personal» de Juan Carlos Flores Zúñiga; para «interpretar» y contextualizar esa historia individual, los porqués y los cómo los eventos se convierten en signos (íconos, índices y símbolos) articulados en el «relato vital autopercibido», confrontando los eventos y sus relaciones integralmente, con la humana carga de responsabilidad e indulgencia; consigo mismo y con los demás.
Se revisan más de cuatro décadas de desempeño intelectual y sociocultural, desde lo particular, lo anecdótico, las referencias a los detractores de turno, hasta las dimensiones de la cultura y la espiritualidad.
En esta oportunidad, queremos entrevistar a Juan Carlos Flores, crítico de arte, comunicador, coach, una persona que ha venido, en el devenir de su vida, buscando la integridad, la coherencia, el sentido, en el ejercicio de sus oficios. ¿Naciste, y creciste en Costa Rica…?
Ujum…
…En el 58, sos sexalescente, la nueva categoría de la psicología. ¿En Heredia? De padre boliviano y madre costarricense…
Correcto.
…Pero en situación de migrantes, ambos.
Mi padre era boliviano, mi madre lo conoció en México, ella estudiaba allá periodismo, y mi padre venía exiliado, porque le tocó estar en el bando opuesto a la reforma agraria. Lo curioso es que del otro lado del bando estaba su padre, en la revolución. Le salvaron la vida porque su padre venía con el movimiento revolucionario, si no, no tendría padre, no habría nacido yo…
Hubo otras circunstancias…
Otras circunstancias…
Ehh… Viviste en Costa Rica hasta el 70.
Ujum…
Se marchan a…
Bolivia…
Bolivia. Y regresan en el 73.
Aproximadamente, sí.
Ahí seguís la carrera, escolaridad típica, instituciones públicas y privadas. Ingresas a la Universidad de Costa Rica, estudias Ciencias de la Comunicación Colectiva, ya se llamaba así…
Sí, ya se llamaba así.
¿Verdad? Un bachillerato.
Un bachillerato en Comunicación de Masas.
Pero para ese momento ya estabas ejerciendo…
Ejercía prácticamente desde el primer año, yo empecé a trabajar primero en Radio Universitaria, primero como locutor, y luego como productor. También me tocó trabajar en el Semanario Universidad, progresivamente me pusieron a cargo de los temas culturales. Mis primeras luchas, digamos, en la crítica, fueron con autoridades culturales, durante el gobierno de Carazo.
Ahora, justamente, estabas en el área de cultura de los Medios, pero a diferencia de otras circunstancias y otras personas que también estaban en ese momento histórico, en los periódicos en el área cultural…
Ujum…
Porque recordamos, y me decís si me equivoco, que, en esa época, cultura era, este... se refería a las notas de presentación en sociedad de las chiquitas en el Teatro Nacional…
En realidad, no. El período que a mí me tocó inició en el 76. Recuerda que ya habíamos tenido revolución cultural en este país con la fuerte inmigración sudamericana, que había revolucionado el teatro local. Nosotros en este país, presentábamos obras de primer mundo, en términos culturales, solamente en producción teatral. Todo ese influjo de… o esa migración, lo que trajo fue un enriquecimiento cultural de San José, y eso impactó la poesía, impactó la literatura, impactó el arte por supuesto, también.
O sea, nosotros vivíamos con aires de gran metrópoli, teníamos tres o cuatro críticos de teatro, teníamos críticos de música, teníamos crítica de artes plásticas, de cine.
O sea, nunca como en este período del 76 al 86, hemos experimentado tremendo auge cultural en este país, y a mí me tocó vivir ese auge.
¿Será que fue cuando alcanzamos la utopía de los 40?
Puede ser, pero también el hecho de que Costa Rica, con todo, se volvió cosmopolita, a pesar de que no lo era. Se volvió cosmopolita por la apariencia de esta influencia cultural, especialmente sudamericana, y de un momento a otro nos convertimos en capital cultural.
Y entonces en ese ámbito, entras a trabajar ya en televisión, en…
En radio, también…
En radio. Y entonces ya, en el primer libro que publicaste, es Cofradía: Testimonio pictórico.
Correcto.
Después viene, digamos, en obra literaria, en cuanto a libros; después de que se ha creado el Círculo de Críticos…
En el 86...
Tenés Arte crítica en el siglo XX…
Correcto.
¿Que también es una antología…?
Es una antología. Tratamos, siempre en la medida de lo posible en el Círculo, de reunir distintas personas que habían ejercido la crítica regularmente. Queríamos darle más cuerpo, queríamos darle sentido de comunidad a los críticos. Los críticos siempre han trabajado en este país en forma aislada. Cada uno por su lado, con su agenda. El sentido de comunidad, cero, y a la vez muy atacados. Entonces se creaban, digamos, grupos «agresivos» a menudo, contra el crítico, y el crítico nunca tenía nadie que lo acuerpara. Incluso el medio en el que escribía normalmente era hostil. Así es que pudimos crear un sentido de comunidad entre estos críticos que, se desarrollaron e influyeron fuertemente en la plástica de este país.
Y así en ese mismo ámbito, le sigue en ese entonces Memoria, percepción y moda, en el 91, también de la Editorial EUNED, que es del libro que vamos a estar hablando mucho, sobre todo el ensayo tuyo dentro de ese libro. Más tarde publicas Magia, realismo, arte contemporáneo centroamericano, en el 92.
Ese fue el primer libro que se produjo en Centroamérica, en gran formato, con una representación justa del mejor talento de la región. De hecho, este libro todavía es referencia para investigadores. Otra gente vino después a desarrollar otros proyectos, principalmente estadounidenses, pero ese libro realmente marcó un hito, en términos de lo que se podía hacer en Centroamérica, y darnos un sentido de comunidad, porque cada país tenía su propio discurrir, su propia actividad aislada, nadie sabía qué pasaba en el otro país.
Después, has publicado numerosos artículos de investigación en política, ética, comunicaciones y revistas y fundaciones. A partir del 2000, hay un cambio aquí interesante, dice, «su enfoque ha estado orientado en producir recursos impresos, audiovisuales, en liderazgo e iglesias saludables»-coaching transformacional.
Así es. Después de regresar de Estados Unidos, de tener esta experiencia con los últimos libros, hubo circunstancias personales en mi vida, que me obligaron a replegarme y a concentrarme en temas familiares; temas personales, y en ese período tuve un encuentro personal con Jesucristo, el cual definitivamente cambió mi vida, mudó mi vida. La crítica formaba parte de mi pasado, así que originalmente pensé que era algo que tenía que dejar, y por varios años, yo diría que, por más de siete años, no volví a escribir nunca más sobre crítica.
En los últimos cinco años, algo pasó a nivel personal nuevamente, que me llevó a revisar esa decisión. Ya para entonces la crítica había desaparecido de nuestro medio, no había espacios para la discusión, y en ese momento tomé la decisión de volver a retomar, empezando por el principio, rescatando todo el acervo de todas las críticas que había publicado desde el año 80.
Ese trabajo lo concluí el año pasado, y hoy en día, son la base histórica de la revista electrónica Ars Kriterion E-Zine, y empezamos a construir una nueva visión de la crítica, a partir de productos que eran tanto audiovisuales como impresos, utilizando nuevos medios, creando nuestro propio medio, nuestros propios canales en las redes sociales.
Todo esto permitió hacer algo que no pudimos hacer en otra época, que era poder presentar coetáneamente obra que está expuesta en museos a los que la mayor parte de nuestros usuarios no puede acceder, pudimos cubrir exposiciones en: París, en Ámsterdam, en Barcelona, pudimos exponer también arte en Panamá, en Lima, en Bolivia, en Chile…
Es decir, hemos podido diversificarnos a pesar de la escasez de recursos, permitiendo que cada semana, las personas puedan acceder directamente a exposiciones actuales que se desarrollan en otros contextos; y alternar con obra nacional, pues, obra nacional, obra internacional. De esa manera hemos logrado un equilibrio, en términos de lo que ofrecemos como producto a los lectores que nos siguen, en redes sociales, en medios audiovisuales, canales de video, y también canales de blog.
Paralelamente a eso está la incorporación tuya también, a la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA).
Correcto. Ese siempre fue un anhelo de mi corazón, desde que conocí a Bélgica Rodríguez, que fue presidenta de la AICA por muchos años, y yo siempre le manifestaba a ella, que por qué no había ningún representante centroamericano en AICA, y me dice, sencillamente, porque nunca lo han solicitado.
Dije, no lo creo, yo conozco a mucha gente que lo ha pedido, y no han accedido, y me dice, podrías intentarlo, y entonces ella se convirtió en madrina o patrocinadora mía, junto con la directora del AICA en Brasil.
Ellas dos me endosaron, porque se requieren dos directores, no críticos, sino directores del AICA, para poder entrar. Me endosaron, revisaron todo mi currículo parte del cual has leído, y me dijeron que perfecto, estoy ya hace más de un año siendo parte de AICA, lo cual le brinda a uno un nuevo horizonte, por ejemplo, temas de libertad de expresión, que es uno de los fuertes de esta ONG que pertenece a la UNESCO, el concepto de cómo defender y proteger la crítica en nuestros países, cómo enfrentar los nuevos desafíos que se están planteando para limitar la libertad de expresión, que la crítica es.
Entonces ese tipo de cooperación internacional te mete en una comunidad, que tiene una visión más amplia y enfrenta problemas más complejos que los de nuestro territorio, pero que definitivamente brindan lecciones y buenas prácticas que estamos incorporando.
Pueda que por la influencia intelectual de los 70 en Latinoamérica, vos entendiste que la expresión fidedigna del espíritu de los pueblos, de la humanidad de los pueblos, es la que se manifiesta en las formas de producción artística. ¿Cómo se ha ido construyendo el devenir de tu vida a partir de eso?
En el contexto de mi formación, lo que a mí primero me atrajo, siempre, fue la cultura precolombina. Si mi primera preocupación estética deviene primero de la Música, y luego se movió hacia la Narrativa, y finalmente, hacia la obra propiamente artística, sean artefactos, sean expresiones que hoy calificamos como esculturas, pero siempre de orden precolombino. O sea, mi formación en términos estéticos está fuertemente afincada en ese tipo de experiencias.
Ahora, no por una vocación o inspiración de izquierda, reivindicativa de los derechos populares o indígenas, sino más que todo por una atracción, yo diría de origen; mi papá fue boliviano; yo tuve la oportunidad de estudiar con jesuitas en La Paz, y antes de regresar a Costa Rica para completar mi secundaria, pude imbuir, pude mezclarme dentro de una cultura que es prácticamente indígena, como es la boliviana, con una minoría blanca, que había sido la que ha gobernado hasta que llegó Evo (Morales). Entonces, esencialmente digamos, mi crianza fue siempre vinculada muy fuertemente, como parte de un grupo blanco, a mi relación con una población indígena. Creo que hay muchos aspectos que tomar en cuenta, a la hora de ver con integralidad la vida de uno, pero estoy convencido de que todo lo que uno vive impacta en lo que uno hace. Ese decantamiento es fundamental.
Bueno, sí está claro entonces, que toda esta inmensidad de exposiciones, quedan grabadas simbólicamente, eso está claro. Entonces ahora, a partir de cuándo, ya decís, por las raíces paternas bolivianas, que estuviste viendo esto, pero ¿cuáles son las principales influencias originales, en cuanto a esa formación jesuítica? ¿Qué énfasis, y en correspondencia, cómo reaccionás vos también a los posibles cánones que se te ofrecían?
Hay una coyuntura muy especial, en términos de crianza, que me sigue afectando y que subyace en cualquier tipo de elemento o influencia. Es el hecho de que mi familia, desde un principio, fue una familia diáspora. Mis padres se conocieron en México, él era un exiliado boliviano residente allá, y mi madre estaba escapando de alguna manera de un contexto un poco opresivo, en la ciudad de Heredia, y empezando a estudiar periodismo a los dieciséis años en México; de hecho, trabajó como corresponsal un par de años antes de casarse allá. Entonces digamos que mi primer elemento formativo importante fue esa relación de mis padres, que surgió esencialmente de la mezcla de culturas. Los dos representaban cosmovisiones totalmente diferentes, la forma en que actuaban, la forma en que se dirigían uno al otro, lo que pensaban, el lenguaje, todo absolutamente era diferente en ellos.
Desde un principio fuimos expuestos a distintas culturas, mi primer viaje a los dos años, a Lima, Perú, a conocer al resto de mi familia, entonces de alguna manera yo nunca me sentí afincado únicamente a una identidad costarricense, y para mí en términos formativos, es sumamente importante saber de dónde partes y hacia dónde vas, y no podés llegar a ninguna parte si primero no conoces cómo fuiste criado. Mi genealogía fue un elemento fundamental a la hora de tomar mis decisiones.
Por ejemplo, mi padre tenía una fuerte vocación de que todos teníamos que estudiar, pero no estudiar simplemente. Teníamos que ser excelentes en todo lo que emprendiéramos. Digamos, eso puso un peso especialmente sobre mí, siendo el hijo mayor, y eso me llevó a mí siempre a ser lo que llamaríamos hoy en día un nerdo.
O sea, yo no concebía notas que fueran inferiores a diez, en términos de los estándares académicos de escuela pública, pues me tocó dictantes de escuela privada con escuela pública, pero era indispensable para mí tener un alto desempeño, invertía horas leyendo. No era una persona realmente fiestera, ni «pachanguera», para mí el enfoque de la disciplina era la lectura y el estudio; y en eso yo me aboqué, y no era una carga para mí, ¡era algo que disfrutaba profundamente!
O sea, yo me leo los clásicos antes de los quince años. Cuando a mí me dicen usted ya leyó tal cosa, ya la leí, literalmente mi biblioteca era una cosa gigantesca, y gracias a mi abuelo. Mi abuelo hablaba latín y griego, se había formado en Europa, conoció a mi abuela, que era francesa, y se la trajo, imagínese, de Bordeaux a esa Heredia inhóspita, verdad, y tan absolutamente, quiero decir, lo anti cosmopolita que puede ser Heredia, pensando en los años treinta.
Mi abuelo administraba fincas, mi bisabuelo era dueño, era terrateniente, pero era un hombre sencillo, y el decidió que de sus tres hijos uno iba a estudiar, y los otros dos iban a ser peones, y le tocó a mi abuelo Marcial educarse en Europa, casarse con una francesa, administrar los negocios de la familia, y enseñar en los espacios académicos que había en el Liceo de Heredia, en la Normal de Heredia, y el Liceo de Costa Rica. Entonces, para mí, estar rodeado de libros siempre fue lo normal.
Mi abuelo tenía toda la colección de los clásicos griegos, le encantaba Homero, y yo pasaba tiempo en su biblioteca, y era un hombre educado, mi abuela también, eran personas esforzadas trabajadoras, de buen nivel social; pero, nunca hacían ostentación de nada de eso, para ellos la fuerza de una persona era su educación, el desarrollo del conocimiento, la gestión del conocimiento. Entonces si viví rodeado de personas que leían.
¿Se puede decir que es un entorno cultural burgués…?
Yo diría que burgués, absolutamente burgués, indistintamente de los altibajos que la economía familiar sufrió, porque sufrimos todo tipo de altibajos, pero experimentamos la riqueza y experimentamos la pobreza, pero nunca dejé de leer. Algo que la gente a veces piensa, es que, si uno nace rico y permanece rico, va ser de una manera, y si uno es pobre y vive pobre, va ser de una manera, pues yo digo que el sube y baja, el peor sube y baja, la montaña rusa más peligrosa, es cuando pasas por altibajos. Cuando experimentas cielo y tierra, riqueza y pobreza, cambia totalmente tu carácter, restablece tus prioridades, yo nunca pensé en términos de hacer dinero, pero sí pensaba en términos de poder comprar los libros que quería leer, ir a ver las actividades de teatro o poesía que yo quería ir a ver, comprar la música que yo quería escuchar. Es decir, para mí la riqueza no se medía tanto, en términos de posesiones como una casa, un vehículo y demás, sino que siempre se medía en términos de los medios que me permitían a mí crecer, como persona, ¡verdad!, como intelectual, y eso lo entendí claramente desde el principio.
Aquí hay una frase que quiero que comentemos, es de Camilo José Cela.
Ujum…
«La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial, como fiel cronista del tiempo que le ha tocado vivir». Entonces —ya comento— el paradigma que califica la ocupación de quien ejerce la lectura es la de cronista, o en términos más comunes, la de un comunicador. Voy aquí: ¿qué opinión tenés vos sobre esto y si siempre te ha parecido así?
No, no me ha parecido así. Es cierto que uno se convierte tácitamente en un cronista de su tiempo, porque lo que uno hace es reflejar lo que está viviendo, es imposible sustraerse a ello, a menos que uno sea, no sé, un sociópata que rechaza totalmente, o un ermitaño que se refugia en una cueva. Sí, yo no creo que haya sido ninguna de las dos cosas.
En la práctica, no me preocupó tanto lo coetáneo, lo inmediato, lo contemporáneo, ni ser cronista de mi tiempo. A mí lo que me interesó siempre, fue poder substanciar mi quehacer en el conocimiento universal, tanto de nuestro, llamémosle mundo latino, fuertemente arraigado en la raíz precolombina, como también la cultura europea.
Nunca me preocupó la cultura «americana», de hecho, la mayor parte de mis autores favoritos todos eran europeos. Entonces cuando yo leía literatura, siempre era latinoamericana, o era europea. Rara vez me ocupé, y la gente me dice, pero es qué raro estar leyendo, por ejemplo, sobre un autor que escribió a principios de los 30, o a los 20, que qué haces leyendo a Céline, a Proust, por qué estás interesado en Joyce, o sea, básicamente, mi acervo, el acervo que pude construir, fue un acervo construido sobre las bases de la segunda mitad del siglo XIX, y la primera mitad del XX.
Esos eran mis autores, y con ellos yo empecé a construir mi propia forma de ver la realidad. Alguien le llama a eso ideología, cómo concibo el mundo, cómo veo las cosas. Si sumas a eso el hecho de que mi familia era sumamente católica, pero católicos de hueso colorado, de esas casas donde siempre estaba abierta la puerta de entrada con el Salmo 23, donde el sueño de mi madre es que yo me convirtiera en cura, donde a los cinco años yo ya ayunaba, para ir a la iglesia del Sagrado Corazón, ahí frente a la Cleto González Víquez en Heredia, más de uno caía desmayado, pero yo no entendía, yo nada más entendía que tenía que ser cura, que tenía que estudiar, un niño de cinco o seis años y le entregan un misal, para que empiece a prepararse para ese futuro, tal vez en un seminario teológico, y en medio de todo eso, mi atracción irremediable hacia lo opuesto, entonces siempre viví con dos cosas en las dos manos.
Por un lado, ese llamado, impuesto de alguna manera, por la necesidad de mi madre de consagrarme en esa ruta y, por otro lado, este otro mundo pagano, ateo, el cual nutría la mayor parte de mis lecturas, estos eran los dos mundos con los que yo me relacionaba. Diariamente iba a misa, un niño a los cinco o seis años yendo a misa todos los días, y luego a la escuela. Esa era la cultura de mi madre y de mi padre, los dos marianos, los dos metidos de cursillistas, la gente no se acuerda ya en Costa Rica qué era un cursillista, o metidos en el movimiento De Colores, que fue el primer avivamiento, digamos, «pentecostal», dentro de la Iglesia Católica, la gente vivía enamorada de Cristo, entregaba sus propiedades, el médico de cabecera nuestro entregó todo, fue como una reconversión, en una época en la que nadie hablaba de estas cosas, los 60. Entonces, cuando yo veía esas cosas y vivía esas cosas, y no era que me contaban, es que yo las vivía, y paralelamente me nutría de toda esta otra fuente, llamémosle más humanista, entonces yo siempre encontré balance, yo nunca me sentí fanático, yo me sentía radicalmente diferente en la forma en la que combinaba las cosas, y yo amaba esto, amaba tanto mi relación espiritual, a veces demasiado religiosa, y un poco farisea, pero por otro lado, amaba toda esta cultura humanista, que era anti religión, y combinaba ambas en mi práctica, en mis necesidades.
Eso desembocó que me convirtiera en ateo a los quince años, después de una Semana Santa en La Paz, en que estaba haciendo de monaguillo, en la iglesia, y yo me enojé con Dios. Fue mi última conversación con Él hasta los treinta y ocho años; nunca más le volví a hablar, hasta los treinta y ocho años y eso en otra circunstancia, que cambió mi vida de nuevo, pero la raíz estaba ahí plantada, la semilla estaba implantada, yo no podía, yo trataba de ir más allá de esas convicciones originales y no podía. Había algo que me ataba, había algo que me frenaba, digamos, para desbocarme dentro de la otra ruta. Por eso te digo que ambas cosas trajeron balance a mi vida.
Entonces te propongo estos conceptos: entonces se da la necesidad de definir su identidad, como cualquier adolescente, verdad, como cualquiera, bien, en medio de toda esta diversidad, donde lo común es lo diverso.
Así es.
Literalmente, y sin los slogans que se usan actualmente. Entonces, conceptos como lo manifiesto, y la certeza, o la verdad ¿cómo van construyéndose, en ese momento, hasta ahora?
Bueno, una vez que yo me declaro ateo a los quince años, unas semanas antes en La Paz, a partir de ese momento, busco la respuesta en el humanismo, y específicamente en el marxismo, yo me meto de cabeza a finales de la secundaria, en principios del 76, cuando ingreso a la UCR, a movimientos de izquierda, y no los conservadores como Vanguardia Popular, o La Hormiga, que era más burgués, sino que me meto directamente con el MRP, o sea, los grupos que se encargaban de robar para el pueblo, los «Robin Hoods» de la universidad, porque ahí se fraguaba cada cosa que uno se quedaba pasmado, pero es ahí donde encuentro, termino desencantándome de la izquierda, porque la izquierda en general, predica una cosa y vive otra.
Yo siempre andaba buscando coherencia. En otras palabras, siempre estuve buscando integridad, tanto en mi propia vida, como en las otras personas que yo quería seguir, o de las cuales me quería dejar influenciar, pero yo no podía admitir una persona que fuera inconsistente en su discurso, para mí, el alma tenía que ser limpia, no importa a quién servía, si estás en esto, estás en esto, pero no me digás una cosa y hagás otra, y eso me llevó al anarquismo.
Cuando dejo la universidad en los 80, me empiezo a meter en los libros de Kropotkin, el príncipe ruso que se hizo anarquista, me empiezo a ocupar de leer a Horowitz, y toda la compilación de anarquistas, y encuentro en los anarquistas algo absolutamente maravilloso. El mundo que ellos pretendían construir, a partir de la violencia, porque era la violencia el medio para conquistar eso, no muy distinto, digamos, de la revolución comunista o de los argumentos de la izquierda guerrillera, pero esta construcción del futuro era una construcción para que nadie fuera jefe de nadie. Es decir, vamos a usar la violencia para llegar a un estado, donde las personas se autogobiernen, y no venga un papá estado, o un papá partido, o un papá militar, a decirte qué tienes que hacer, muy parecido a lo que Tolstói planteaba en sus comunidades.
Cuando entro en esta coyuntura del anarquismo, empiezo a sentir la necesidad otra vez de la espiritualidad, y empiezo a encontrar conexiones tremendas entre la Biblia, y el mundo que Dios propone, no el mundo de la religión, no, el mundo que Dios propone, y el mundo que ofrecen los anarquistas, y la construcción es mucho más fácil para mí, porque me doy cuenta que es posible mantenerse íntegro en un mundo caótico, que es posible ser libre en medio de un mundo oprimido, que nadie tiene que ser dueño de mi alma, que yo puedo ser libre, aún en las peores circunstancias, y es cuando vinculación con la crítica se desata.
Al principio, cuando ingresé a la universidad en el 76, mi primera experiencia práctica fue en Radio Universitaria; en Radio Universitaria yo trabajaba produciendo programas, transmitía ópera, me metí de cabeza en todo lo clásico, pero paralelamente tuve la oportunidad de construir oportunidades para comunicar, para desarrollar eso, amarrado a mi carrera, y amarrado a mi siguiente experiencia con el Semanario Universidad, encontré espacio para poder tener un discurso coherente, que siempre me traía problemas.
Casi mis primeros artículos eran artículos que eran contestados inmediatamente, en el sentido de que provocaban polémica. Uno de mis mentores entonces, Carlos Morales, me decía, «Juan Carlos, estás muy joven para comprarte estas broncas», y yo le dije, «¿pero entonces para qué estoy aquí?». Me acuerdo cuando denunciamos la corrupción en la Radio Universitaria, y hubo una intervención de don Claudio Gutiérrez, que era entonces el rector, y logramos echar a un montón de gente canalla, que hacía lo que le daba la gana ahí. O sea, desde el principio, siempre he sido, la palabra que usan los gringos, counter-intuitive, realmente no voy con la vena de conformar y quedarme quieto, no voy con la vena de quedar bien con los demás, no soy un people pleaser, nunca lo pude ser.
En mi experiencia espiritual, mi experiencia humanista, siempre me llevó a trabajar en libertad, aun cuando eso me costara relaciones, amistades y posición, prácticamente en mi inserción en la universidad, así fue, y mi inserción en la crítica es exactamente igual. Yo pude encontrar que podía ser íntegro en lo que hiciera, indistintamente de las condiciones culturales, no importa cuán opresivas pudieran ser, y fueron.
Esa visión crítica, específicamente, decíamos que, además, te lleva a, —desde mi punto de vista—, a manifestar cuál es la función que tiene la crítica, en general en la sociedad, y en la vida particular de las personas.
Correcto.
Y lo expresas en el libro Memoria, percepción y moda, que es una denuncia, verdad, vos creas una antología, hay un montón de cómplices, llama la atención, varones, no estaba tan de moda el asunto de la repartición de géneros, pero queda claro, desde la contracubierta del libro, que ahí hay un argumento, un argumento central, y que está en el artículo, en el ensayo que vos ponés en la antología. El ensayo, específicamente, se llama: «Bienales, moda y mercado, agentes y cómplices en la crisis del arte contemporáneo», firma Lina Weissmüller.
(Risas).
En la contracubierta de Memoria, percepción y moda, pusiste: «la crítica se ha expresado con anterioridad, es inherente a la literatura y el arte, no hay producción artística o literaria si la crítica no antecede al hecho creativo, no hay confrontación de imágenes e ideas sin ella, sino que, a ella, le siguen a posteriori. Hay, sin embargo, una diferencia notable entre quienes hacen crítica, y quienes producen el objeto que se critica, aunque ambos crean, sus misiones difieren, aunque se complementan. El crítico interpreta y contextualiza con un sentido histórico, social o político. El literato, o el artista visual, testimonian su sensibilidad e inteligencia, a partir de un mundo que viven caóticamente, y ordenan en nuevas unidades semánticas».
Te digo lo que, el resumen que yo le podría hacer a alguien de ese ensayo: Hay una visión mística…
Ujum…
…del arte, y de la crítica, confrontada a una prosaica, la del mercantilismo. Se caracteriza la creación del arte y la crítica, por compartir una misión y una acción profética. Difieren en la prioridad que le dan cada una, en lo que llamaríamos «acción pastoral». Además, le corresponde a la crítica, organizar dinámicamente el culto, discriminando, y haciendo que las cosas se fijen entre las propuestas rituales que va aportando el arte, entre comillas, «verdadero».
Lo que te voy a decir va a sonar un poco pedante —y me disculpo de antemano por ello—, pero todas las sociedades, incluso las más tribales, siempre han tenido en medio de ellos personas que tienen una tarea fundamental, y es ejercer sabiduría, ayudar a discernir el camino, apoyar al liderazgo, sanar lo que está mal. A veces se confunde eso únicamente con la vena chamánica, o con el médico brujo, el viejo sabio de la tribu, el hombre mayor de la comunidad, pero en realidad es algo que trasciende totalmente esos roles, esos no son las únicas funciones que tienen.
Uno de los problemas más serios para que una sociedad sane, no importa el tamaño del conglomerado, es que esté dispuesta a aceptar lo que es. La mayor parte de las personas no viven en un sentido de realidad, viven en un sentido de evasión, eso suena un poco freudiano, pero en la práctica, la mayor parte de la gente anda previniendo el dolor, anda negando el conflicto, anda tratando de vivir una vida en las esquinas, oculto, tratando de pasar ignorado. Sí, los que sufren, son aquellos que se salen del común, donde se encuentra la mayor parte de la gente, esa pancita que le encanta a los estadísticos, ese sombrero que se dibuja en las gráficas, y deciden trabajar en los márgenes para cambiar las cosas.
Normalmente es ahí donde está el hombre sabio de la tribu, es la persona que no eligió ese camino, sino que fue llamado a ese camino. Casi nadie elige esa ruta, eso es parte de un proceso de autodescubrimiento, tú descubres para qué fuiste equipado, una inversión que yo hice, y que yo siempre recomiendo hacer, porque también trabajo con líderes en Latinoamérica, formándolos y desarrollándolos, a través del coaching profesional.
Es que yo siempre digo que es una obligación de uno prepararse y descubrir, no es obligación de nadie más, no es obligación de mis padres, no es obligación de mi entorno, no es obligación de mis mentores, es mi obligación, y ese proceso de descubrimiento siempre pasa por determinar de qué estoy hecho, qué tengo a mi haber, cuáles son mis fortalezas, no sólo cuáles son mis debilidades, que es en lo que la sociedad judeocristiana enfatiza más, tú eres débil en esto, arrepiéntete, trata de subsanar.
Yo creo más en que hemos sido diseñados, para liderar nuestras vidas en un formato tres sesenta, a partir de lo que nosotros descubrimos como fortaleza en nosotros. Sí, nosotros nos paralizamos cuando nos enfocamos en nuestras debilidades, pero nosotros lideramos cuando nos movemos a partir de nuestras fortalezas. Ese proceso de autodescubrimiento te permite confirmar exactamente para qué estás diseñado.
A veces, esto me evoca la historia de la tortuga que quiere cruzar un vado, pero un escorpión quiere cruzar también, y no puede porque se ahoga, y le pide a la tortuga que lo lleve, dice, no te puedo llevar porque (y está en la fábula de Esopo) me vas a morder a medio camino y me voy a morir, los dos morimos, y le dice, ¿cómo voy a ser tan estúpida que yo voy a hacer eso? Si hago eso nos ahogamos los dos, entonces la tortuga lleva al escorpión y a medio camino ¡paf! le clava el aguijón, y le dice, ¿por qué hiciste eso?, es que no puedo evitar lo que soy.
Cuando sabes quién eres, cuando sabes cómo estás diseñado, lo único que te queda es abrazarlo, aceptarlo, y moverte hacia adelante, no importa qué. Yo mucho tiempo estuve enojado con Dios, porque yo era una persona muy iracunda, tremendamente iracunda. No usaba los puños porque eso ya era el último recurso, pero sí he golpeado algunas personas, y yo le decía, «¿por qué no me quitas esto?», así como Pablo pidiéndole a Dios, quítame este aguijón, y yo veía que Dios no respondía.
La gente dice, «es que Dios no habla, es que no conocen a Dios, el que dice eso no conoce a Dios, Dios habla a través de las personas, Dios habla a través de las circunstancias, Dios habla a través de las distintas experiencias de vida, Dios habla a través de tu esposa, Dios te habla también a ti, sea un suave susurro, sea un silencio, Dios te habla». Eso es una revelación para mí, constante, antes de eso, yo siempre reclamaba, una vez que conocí a Jesús, algo maravilloso ocurrió en mi vida, y es que escuché tangiblemente, que Dios me dijo, yo no te voy a quitar eso, por más que te moleste. La pregunta obvia, y humana, es: ¿por qué? Y Dios me dice, no preguntes por qué, sino para qué, porque yo voy a usar eso. Entonces, lideramos a partir de donde somos fuertes, y entregamos lo que está débil a Dios, y Dios lo va a usar. La ira es un aspecto de mi personalidad, con la que he batallado muchas décadas, pero lo que hago es que diariamente la entrego, la rindo, como un sacrificio vivo, literalmente un sacrificio vivo, y cuando yo hago eso, empiezo a moverme hacia lo que yo he sido diseñado para hacer. A veces cuando uno habla cosas espirituales, la gente piensa, ah bueno, está hablando de religión. No, estoy hablando de vida.
Una visión mística.
Para mí, la religión es muerte, para mí, la espiritualidad es vida. Sí, porque tu vida es espiritual, porque somos seres espirituales, no vivimos en una dimensión largo-ancho, y volumen, tercera, y uso una dimensión metafísica como decía Kandinsky, el arte es espiritual o no es. Los críticos son espirituales o no son críticos, pueden ser cualquier cosa, pueden ser endosadores de la mediocridad, pueden ser cómplices del mercado, pueden trabajar para una élite que quiere perpetuar ciertos falsos valores en estética, pueden conspirar para destruir a los buenos artistas, pero una persona que es espiritual es una persona sujeta a la autorregulación, es una persona sujeta a la disciplina, es una persona sujeta al cambio y a la mejora continua. Entonces, cuando tú te reconoces primero quién eres, cómo has sido diseñado, y cómo todas tus experiencias contribuyen al momento en que te encuentras, ¡es revolucionario!
Decime, y en el proceso de madurez de todas estas ideas ¿cómo han afectado tu experiencia vital?
Bueno, hemos dejado sangre, sudor y lágrimas, y no es por parodiar a Churchill, pero literalmente he sido golpeado a la salida de conferencias, justamente cuando escribíamos ese libro y hacíamos el ciclo en la Alianza Francesa, el hermano de un pintor muy conocido decidió darme una paliza con otros miembros de su… especie, antes de ir a dar una conferencia. He sido acusado de todas las cosas inimaginables que puedas pensar, he sido afectado económicamente, he sido… me ha tocado todo. Yo no sé qué les queda, qué les falta.
Supondríamos que nada.
Excepto mi alma, es lo único que no pueden llevarse.
Y la libertad última, dice…
La libertad está en el alma, yo creo mucho en el concepto que se usaba en los campos de concentración, la famosa psicología del campo de concentración, que se desarrolló en el libro de El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Yo creo que realmente las circunstancias uno las define a través del sueño que supera esas circunstancias, si no tienes un sueño, en tu quehacer como crítico estás frito.
¿El sentido de El hombre en busca del sentido?
El sentido de la vida, es lo que te permite trascender tus circunstancias más inmediatas y dudosas.
Sentido como razón de ser, y sentido como ruta.
Sentido como propósito. Estás destinado a algo más. Alguien que me dice, para qué haces crítica, sólo problemas te traen, ¿ya te olvidaste de todo lo que pasó? Cuando yo empecé la crítica, ya de una manera, digamos amplificada, fue en el diario La Nación, pero yo ya escribía en la Revista Rumbo, ya yo escribía en varias revistas, había publicado mi primer libro, y cuando Eduardo Ulibarri me llama a mí a trabajar en La Nación, en el 85, yo le digo, ¿voy a tener libertad para escribir?
Y Eduardo, que siempre ha sido un pregonero de la libertad de prensa, me contesta rampante sí. Bueno, veremos, había sido mi profesor, y yo lo respetaba como mi profesor, pero no lo conocía como jefe. El proceso no tardó, en cuestión de cuatro meses ya me estaban restringiendo, y restringiendo era reducir espacio, quitar fotografías, a veces no publicar, y luego, a darle carta abierta a que publicaran lo que quisieran decir contra mí quien fuera.
La Nación ha sido siempre un periódico lento para conceder el derecho de respuesta, no en mi caso. Yo publicaba, y al día siguiente ya estaba la respuesta del enemigo, la persona que se sentía lastimada, la persona que no estaba de acuerdo, la persona que representaba al artista siempre había y siempre ha habido testaferros de los artistas. Rara vez he encontrado un artista que dé la cara, y cuando da la cara, se dedica a atacarte en el expediente personal. Esa fue la causa de mi salida de La Nación.
El nivel de encono que alcanzó esto, el nivel de ira que alcanzó esto, los fuegos que se desataron fueron tan enormes, que artistas se reunían únicamente para ver qué podían decir contra mí. No contestaban los artículos, y yo siempre escribía al final, porque llegó un momento en que Eduardo Ulibarri me decía, «no te puedo dar espacio para que contestes, contesta en tu crítica».
Le digo, no voy a usar mi crítica, para defenderme de las mentiras que otra gente dice, eso es impropio, eso no es ético, si usted les da el espacio a ellos para contestarme, para contestarles en el mismo espacio, eso es un derecho de respuesta.
El caso es que no aceptó, entonces yo al final le diga, por favor, leer bien la crítica antes de escribir otra vez, entonces ponían pequeñas señalitas al final, de cada una de las críticas, pero llegó un punto en que estos grupos empezaron directamente a sentirse amenazados con mi permanencia en La Nación, y el periódico no me podía botar porque era una inconsistencia demasiado obvia. Podían restringirme, podían hacerme problema, pero no podían hacerme salir, a menos que yo renunciara.
Entonces, en una de las publicaciones, un escultor costarricense, cuyo nombre no quiero acordarme, empezó a hablar cosas de orden psicológico sobre mí, y atacarme en una dimensión impropia, porque yo nunca me he metido con aspectos de personalidad o disfunción de ningún tipo en nadie. Para mí, esa parte íntima de la persona, y entendemos que hay personas en el medio artístico con distintas discapacidades, hay personas con problemas mentales, hay de todo, pero eso nunca fue un argumento de ninguna de mis críticas, pero ellos empezaron a usar esos argumentos.
Cuando usaron esos argumentos, yo hice lo que nunca creí que iba a hacer, que era demandar a esa persona, y por la prominencia de esa persona, se le dijo que retiraba la demanda, o simplemente, me iba del periódico, yo decidí irme del periódico.
Y eso inició un nuevo período. Vos me hablabas de la visión crítica del 91, y el 89, que son los dos títulos de las colecciones del Círculo de Críticos, en el 86 ya el Círculo existía, lo habíamos fundado con Alberto Icaza, Ricardo Ulloa Barrenechea, Víctor Valembois, y también estaba Andrés Sáenz, el crítico de teatro, tan polémico también, y juntos nos reunimos porque lo hicimos de las Artes, con la intención, no tanto de protegernos, porque cada uno tenía que lidiar con su propia banda de enemigos, o malhechores, pero en realidad era para compartir. La comunidad es fundamentalmente para el crítico y eso es lo que el Círculo era, una comunidad.
Nosotros íbamos a veces a ver exposiciones juntos, una experiencia maravillosa ir con Ricardo Ulloa, que nuestra persona talentosa —acaba de morir—, con Alberto Icaza, otro erudito, y ver los distintos puntos de vista. Nunca estábamos de acuerdo, la gente no entiende que, en el Círculo de Críticos, la gente nunca estaba de acuerdo, pero esa es la riqueza y esa es la libertad de la crítica, pero nos respetábamos.
Éramos diferentes, pero éramos amigos. Ese tipo de cosas son contra culturales, en este país tú eres amigo de alguien solamente si eres un sopla levas, y se considera la amistad, enemiga de la verdad. Para nunca ni han leído ni escuchado a Oscar Wilde, para ellos la noción de que un verdadero amigo te apuñala de frente es totalmente ajena, foránea, no la pueden manejar…
Escandalosa.
…Escandalosa. Y, sin embargo, en la extravagancia, porque había extravagancia, en la relación que teníamos todos los críticos en el Círculo, por el tiempo en que tuvimos esa primera etapa, hasta culminar con los libros, fue profundamente enriquecedora. Nosotros pasábamos horas y horas hablando, conversando, discutiendo, para mí era como volver, no sé cómo decírtelo, a esos campos donde Sócrates hablaba a sus discípulos, solamente que aquí no había un Sócrates.
Aquí era un grupo de gente que tenía su propia jornada, su propio bagaje, era lo que llamaríamos hoy una red de conocimiento.
Estaban los del Liceo, pero Sócrates no había llegado.
Sócrates no había llegado. Pero eso moderó muchas cosas.
El período de La Nación marcó mucho mis puntos de vista sobre la crítica. Ese período de casi cuatro años. Después de ahí yo me fui del país porque me fui a estudiar, a sacar mi maestría a Portland, Oregón, y eso, yo seguí escribiendo allá, yo seguí escribiendo en revistas de habla inglesa, tanto en Washington, como en Oregón, y cuando regresé a Costa Rica, me di cuenta, ¡diay!, que la gente que me había sucedido en puesto no había dado la talla. No había logrado resistir.
Quiero explicarte el concepto éste de resistencia, más bien cambiarlo por el término «resiliencia»: las personas que han escrito crítica en este país son poco resilientes. No son capaces de adaptarse con inteligencia a las condiciones adversas. O doblan el brazo para complacer a la otra gente, y empiezan a escribir cosas totalmente ridículas y de autoservicio…
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…autoindulgentes, o sencillamente renuncian. La mayoría de los críticos en este país siempre han renunciado, no han durado, no han entendido el nivel de compromiso que implica esto. Para mí, en la última frontera de la libertad de la crítica, cuando usted elimina la crítica en un país, destruye todo, absolutamente, no solamente la crítica. Baudelaire lo decía muy claramente, y también Paul Valéry: «si la crítica es intrínseca al acto creativo, cuando no hay crítica, la obra está incompleta», y eso aplica tanto para mi propia dimensión humana, y mi revisión y auto evaluación permanente, como también para las obras con las que interactúo, los productos culturales o esculturales que crítico.
O sea, no es posible que aquí se hable de arte, si no hay crítica.
¿Lo continúas concibiendo como la visión de la crítica y del arte como está expuesto allí?
Creo que poco ha cambiado en ese ámbito. En el fondo, si nosotros nos remontamos a la obra de otros críticos de arte, no sólo la mía, que es realmente modesta en comparación, vamos a encontrar que las mismas preocupaciones siguen afectando el quehacer del arte, desde 1800 a la fecha. Lo que ha cambiado, es tal vez el término complacencia. Antes, la crítica se dividía entre aquellos que servían nada más de eco para los artistas aceptados socialmente, fuera en un Salón, o fuera en un determinado conglomerado de consagrados, las vacas sagradas, y los críticos disidentes, los marginales.
Yo creo que el crítico marginal, el outsider, siempre ha existido, y siempre ha mantenido la misma definición operativa, sobre lo que es el arte, o el objeto que se critica, y lo que es la crítica de arte.
La función profética. De acuerdo con esa apreciación, a esa lectura que estoy haciendo sobre el ensayo, si esta interpretación es correcta, o no: ¿cómo ha ido confrontando estas ideas en el transcurso de tu vida, de forma integral?
Yo creo que, en el fondo, ser honesto con uno mismo, estar presto al autoexamen permanente, corregir y disculparse cuando nos hemos equivocado, yo no tengo ningún empacho en reconocer cuando me he equivocado. Sí, si yo descubro algo, me parece que lo ético es hacerlo, y hacerlo público. Yo creo que el problema, muchas veces, es tratar de mantener una máscara, en las relaciones con los demás, yo creo que el crítico, menos que nadie, es el que menos puede usar una máscara. O sea, tu apellido tiene que ser siempre sinceridad, sin máscara.
Hablamos de crítica, hablás de crítica, tu trabajo es crítico, sos un comunicador, tu formación académica es de comunicador. ¿Se puede decir, en tu experiencia vital, que has ido descubriendo en la crítica el paradigma trascendente de la profesión de periodista?
Creo que ha sido al revés. El periodismo me llevó a la crítica. El periodismo, a pesar de todas las limitaciones que sufre en el entorno nuestro, no es parangón en comparación con la crítica. La crítica es una actividad, tanto artística como profesional, y es totalmente diferente al periodismo. Lo que tú trabajas en la crítica es criterio. En el periodismo, estás siempre bajo la pena, o la guillotina, de la supuesta objetividad. Yo no necesito ser objetivo, yo necesito ser honesto.
Vamos a aclarar algo. Yo entré al periodismo por rebelión. Yo no entré al periodismo por convicción. Mi padre quería que yo estudiara economía, quería que yo estudiara una carrera en la que «no me muriera de hambre». Cuando entré al periodismo, el periodismo estaba desprestigiado en Costa Rica, estoy hablándote de que, en el año 76, aún fundado el Colegio de Periodistas, el concepto que había de periodista era simplemente un mercenario, una pluma vendible, y muchos colegas, efectivamente, vendían sus servicios. Todavía hoy hay mucho de eso, no vamos a citar nombres, muy públicos, por cierto, que son mercenarios del poder político temporal, pero yo no entré al periodismo con la convicción, primero, de que eso era lo que yo quería.
Lo que a mí me sorprendió, es que, al revisar la genealogía de mi familia, hay muchos periodistas. Periodistas que, en Buenos Aires, Argentina, en La Paz, Bolivia, en Santiago, Chile, todos parientes míos por la parte paterna, dedicados al periodismo, y mi madre estudió periodismo. Es decir, había algo que tal vez me trascendió a mí. La gente le gusta hablar de destino, a mí no me gusta hablar la palabra destino, me parece que uno es mucho más proactivo en este proceso.
Creo en un plan de Dios, pero que nosotros cooperamos con Dios en muchas cosas, pero cuando entré al periodismo me di cuenta de algo. Me di cuenta de que era el lugar donde yo tenía que estar en ese momento de mi vida, en esa temporada de mi vida, era el lugar donde yo podía encontrar espacio, para ser vocal, para poder comunicar, para poder proyectar ese concepto, que ya venía desarrollando en mí, sobre lo que es vivir con integridad, lo que es responder a tu propia voz y no a las voces de otros.
Y me di cuenta, trabajando con mis colegas, que había gente que era muy bien intencionada, y gente que no, gente que era mercenaria, y gente que no, gente que tenía una vida inmoral, y terminaban vendiéndose, y gente que era más correcta, o tenían una ética personal más sólida, y lograban salir adelante a pesar de todo. Me di cuenta realmente, que pesa fuertemente en tu carácter tu ética, tanto profesional como personal.
A la gente no le gusta hablar del tema moral, porque vivimos en un relativismo moral, pero en la práctica, si tú no crees en algo firmemente, nunca vas a hacer buena crítica, nunca vas a poder hacer una contribución en nada. La gente que dispara a todos lados es como una veleta. Los anarquistas tenían una frase, decían que el símbolo más lamentable es una bandera, porque ondea según le sople el viento. Yo nunca quise ser una bandera, yo siempre quise ser una persona íntegra, aunque cayera mal, y siempre quise actuar de acuerdo con lo que era correcto. Cometía errores, y he cometido errores, graves errores, y he pagado por ellos, porque me dice alguien que se pagan en la siguiente vida, no ha sido mi caso, me ha tocado pagarlo en vida.
No creo, en lo personal, después de casi treinta años de carrera en comunicaciones, después de igual número de años dedicado a la crítica de arte, a la investigación, no creo, sinceramente, que una persona carente de ética pueda producir algo de impacto. Toda persona tiene un cuerpo de creencias, y esas creencias van a impactar todo lo que hace, a permear todo. Es imposible que estén contenidas en el balde que es tu vida, eso, tarde o temprano, le salen agujeros y fluye. Entonces, yo creo que es mejor estar claro en esto, y no evitar la discusión.
En crítica, tú tienes que estar expuesto continuamente. Cuando yo empecé a escribir crítica, siempre les decía a los artistas, «el que expone, se expone», y se enojaban, porque aquí siempre era la actitud, yo digo casi infantil. El hombre particular costarricense es una persona profundamente infantil, en términos psicológicos es un adolescente emocional, y eso es un problema en el arte, porque la dominancia, hasta hace unos años, eran hombres, hoy en día son mujeres, y cuando el hombre no está acostumbrado a responder de lo que presenta públicamente, entonces estamos ante una persona inmadura, que tampoco va a producir gran arte.
Yo creo que las personas deben reconocer lo que son, y deben estar dispuestas a aceptar opiniones disidentes. ¿Va a doler? Sí, va a doler, siempre duele, cuando a uno lo ofenden, duele. Cuando a uno le gritan, duele, cuando a uno lo golpean, duele, ¡claro que duele! Pero entonces la pregunta es: ¿para qué produces arte? ¿Para tu propio placer ahí en tu estudio, en tu atelier? ¿O realmente estás produciendo algo porque tienes un llamado irrevocable, que te lleva a comunicar aquello que plasmas en el medio que utilizas? Si no hay un compromiso de exponer las cosas públicamente, ¿para que las hace?
Giacometti era un artista relativamente introvertido, no le gustaba, no era muy social, era casi antisocial. Le encantaban las mujeres, pero como los buenos tímidos —era sumamente infiel—, pero tenía algo que a mí me gusta, y es que no temía exponer. ¿Me explico? Evitaba la fiesta, la pachanga, la parte esa…
Cosmética…
…Cosmética del evento, pero no tenía ningún empacho en presentar sus obras. En confrontar la cultura, y lo hacía de una manera coherente, y con una consistencia conceptual tremenda. Entonces, yo creo que en realidad no se trata de si tú eres introvertido o no, se trata de si estás claro, que un arte que no se publica, un arte que no se expone, no existe. Arte en una caverna, es para los arqueólogos, nada más…
O algunos filósofos… (risas). ¿Considerás que el oficio está circunscrito a las ciencias sociales, específicamente, a la historia del arte?
No, creo que más bien los historiadores del arte han cometido un grave pecado, y es tratar de reducir la crítica a sus cánones. La Crítica nunca va a calzar dentro de una visión historicista, aunque toquen la Historia, aunque usen la historia, aunque recurran a los antecedentes, aunque hagan investigación. El crítico no es un historiador de arte, y el historiador de arte nunca podrá ser un crítico.
Ya.
Ese afán academicista es una pugna permanente. No se respeta la crítica, porque cuando han hecho esfuerzos para sistematizarla y meterla dentro de un currículum, una malla curricular, universitaria, o académica, han fracasado. No producen críticos, producen historiadores distorsionados.
Ese sesgo es fatal.
O curadores.
O curadores.
¿Cómo crees que se concilia en vos, el concepto este de la objetividad periodística?
Yo no creo en la objetividad periodística. Nunca creí. Aun cuando pasaba por los manuales de estilo que buscan garantizar un lenguaje sanitizado, donde las cosas que dices van aferradas a una estructura de importancia, la famosa 5W, donde vos ponés el qué, el cuándo, el cómo, el quién, y finalmente, desarrollas el por qué en el cuerpo de la noticia, a pesar de que respetas esa estructura piramidal de noticia, además, es imposible ser objetivo. No conozco un solo periodista objetivo en toda mi vida, y he conocido muchos.
El periodismo, en general, peca por hipócrita, porque yo creo que nosotros, hace años debimos haber removido de nuestro lenguaje, como lo hizo el New York Times, hace ya varias décadas, la palabra objetividad, de su encabezado principal en primera página. No existe la objetividad. Lo que existe es la rendición de cuentas. Yo soy responsable de lo que escribo, y yo debo responder, y rendir cuentas de lo que escribo. No escribo lo que me da la gana, escribo lo que investigo, lo que constato, y lo que, íntegramente, puedo publicar, no para mi beneficio. Entonces, nuevamente, sí debe haber una ética, pero no existe la objetividad.
¿Qué, de la deontología del periodismo, se refleja en el oficio del crítico?
Yo creo que todo, independientemente del código de ética o deontología que se utilice. Los mismos valores que prevalecen para ese código, prevalecen para todos. Ahora, los códigos son totalmente inútiles. Usted los puede pegar en la pared, puede guardar en su agenda, y no operan.
Lo que es importante es vivir los principios que rigen tu vida, una persona necesita tener valores, valores es lo que es realmente es importante para ti, los valores oscilan en los cambios culturales. Lo que antes era más importante, la honestidad, ya no es tan importante hoy en día, como otro valor. Yo creo que uno debe definir claramente su escala de valores, y esa deontología es personal, porque, al fin y al cabo, yo no soy responsable de lo que los demás hagan, ni tengo control de lo que los demás hagan, pero tengo responsabilidad, y debo ejercer el autocontrol y el dominio propio sobre mi vida y lo que hago, yo soy responsable de mi vida, y nadie más.
La ética, lo que hace es poner freno a este caballo violento del periodismo. Es tan común encontrarse personas presuntuosas, pedantes, arrogantes, ejerciendo el periodismo, sin nunca haber leído un libro, que se precian de no leer, que se nota en la forma en que escriben, como redactan, y como hablan. Personas que no podían operar en el mundo real profesional, si no tuvieran un foniatra, un redactor de noticias y un editor que les pula…
Y un teleprompter…
Y un teleprompter. He tratado con todo tipo de periodistas, pero la mayor parte de los periodistas no saben redactar, no saben condensar sus ideas y expresarlas por escrito, yo creo que una persona, aunque trabaje en medios masivos, audiovisuales, si no es capaz de transformar lo que conoce, lo que recoge, lo que acopia, y escribirlo de una manera que sea comprensible, no ha entendido nada. Einstein decía que, cuando las personas trataban de explicar conceptos teóricos, pero sus explicaciones eran confusas, era porque no entendían lo que estaban explicando, yo creo firmemente, que el conocimiento se decanta, cuando se comunica de una manera eficaz, y una manera profesional.
A mí me gusta escribir, pero me duele, me duele porque exige un grandísimo esfuerzo, me toma muchísimo tiempo, y siempre encuentro errores en la revisión, y luego lo presento, y todavía encuentro errores, y digo, cuándo terminará este dolor, cuándo terminará este parto. ¡Nunca! Porque si realmente estás interesado en contribuir de una manera profesional, ética y radical, a cambiar tu cultura, vas a estar sujeto a errores mientras sigas en este cuerpo, por más que te esfuerces, ¡pero debes esforzarte!
Debes esforzarte por dar lo mejor de ti mismo, si no, no estás honrando el descubrimiento de que sabes quién eres. ¿De qué me sirve a mí saber quién soy si no cumplo mi propósito? Y si cumplo mi propósito y no lo hago de una manera eficaz, de una manera pertinente, entonces ¿Para qué estoy haciendo lo que hago? No va a ser perfecto, ya lo sé. ¿Quién está hablando de perfeccionismo? Ya sé que no va a ser perfecto, pero sí va a ser mi mejor esfuerzo, y el siguiente va a ser todavía mejor, y así seguimos en esa cadena de mejoramiento continuo, ese kaisen kaisen que les encanta a los japoneses.
Es necesario que nos metamos en esto seriamente. En el periodismo, yo no encuentro esa preocupación por el mejoramiento continuo, nuestro periodismo local es sumamente mediocre, y yo dejé de leer periódicos acá. Yo leo lo mínimo de nuestros periódicos, y veo lo menos que pueda de televisión. Eso es para mí la mejor forma de no contaminarme, prefiero ir a donde están los medios de excelencia, y trabajar sobre eso, no importa si son liberales o conservadores.
Yo no tengo problema escuchando gente diferente. Kundera, mi autor favorito, Milan Kundera, escribe, que las mejores amistades que se pueden fraguar es entre personas que piensan totalmente diferente, y toma al fascista, al antisemita, al extraordinario novelista francés Louis-Ferdinand Céline, que sigue siendo extraordinario, a pesar de esas falencias humanas, y esas pobres y pésimas elecciones políticas, que tomó, colaborando con el gobierno de Vichy, y desarrolla una relación epistolar con el poeta comunista por excelencia, Louis Aragón, y estas dos personas antagónicas, uno en la resistencia, y el otro con los fascistas, establecen una amistad que trasciende hasta la muerte.
Para mí, el crítico es el mejor amigo del artista, aunque estén totalmente en desacuerdo, prefiero en mi esquina a alguien que no piensa como yo, que a alguien que nada más se dedica a alabarme, a darme masaje sobre las áreas débiles que ya de por sí yo conozco. El artista necesita ser desafiado, un artista no necesita probarle nada al crítico, él necesita probarse a sí mismo, él necesita revisarse. Hellen Keller creo que escribía eso, pero lo copió de Sócrates, una vida sin examinar es una vida que no vale la pena vivirse. Yo creo que el autoexamen aplica a los dos lados, la crítica, y el artista. No te hablo de la cultura, porque la cultura está llena de burócratas mediocres que nunca van a entender nada de eso, a ellos les aplica El Proceso de Kafka, pero la percepción. Llegué a un buró y una oficina, y creí que había un ser humano atrás, lo que había era un burócrata. Es obtuso, el medio que se encarga de producir las políticas culturales, el único reducto que nos queda es el propio artista, que creo que es salvable, y la crítica, nada más.
Entrando a políticas culturales, en el mismo ensayo, en el apartado quinto del mismo ensayo, hay una nota sobre la realidad, que vos haces, que, en Costa Rica, de ese momento, la definición del arte, la única definición oficial del arte que había, estaba en el arancel aduanero, y que era, que «el arte es, una obra lujosa, hecha a mano».
Y yo creo que para el coleccionista en general, es así, y yo creo que para la persona que anda buscando el color que calza, con la decoración interior que tiene diseñada para su nuevo apartamento, es así, y yo creo que para el curador que nada más se interesa, en lugar de indagar y profundizar, en lo que está de moda, es así, y creo que, para el artista mediocre, que cree que va a vivir del arte, produciendo lo que el mercado le pide por fórmula, es así.
Por más intentos que se hagan para una ley, para conseguir una ley general…
La ley no va a producir arte.
Derechos culturales.
La ley no va a producir arte. No hemos hablado este tema, pero tengo una preocupación latente. Desde que me asocié a la Asociación Internacional de Críticos de Arte, basada en París, he tenido un continuo envío de cartas sobre este tema. Para mí, un enemigo que está emergiendo para la crítica en Costa Rica y alrededor del mundo, son los derechos intelectuales. Quiero distinguir lo que son los derechos culturales, pero al final, vamos a llegar a un punto en que vamos a tener una colisión.
Hoy en día, los artistas pueden registrar su obra, con entidades que se encargan de proteger derechos de reproducción. Cuando nosotros hacemos una crítica, o un video de una crítica, hoy en día tenemos que producir todo nuestro material nosotros, no podemos usar material de acervo y, de hecho, material de acervo que hay de muy mala calidad, incluido «Pincel». El otro día, alguien me dijo, estás usando material original, no me interesa, «Pincel» no sirve para nada, y ya lo hemos escrito. Me parece que es fundamental que nosotros podamos ir constituyendo un acervo, hoy en día invertimos con nuestro equipo, una gran cantidad de tiempo construyéndolo, pero las leyes de protección intelectual en la reproducción impiden utilizar obras o reproducciones de obras que estén en colecciones privadas, sin gestionar los permisos, ya no con el coleccionista, sino con la agencia encargada de proteger sus derechos internacionalmente. He tenido oportunidad, a lo largo de treinta años, de tomar fotografías de distintas obras, y hoy en día, hay artistas que simplemente amenazan, si no se quitan las fotos que pongo de una crítica del año 85.
Estamos hablando algo así como el «arte transgénico».
Estamos hablando de que, el artista mediocre va a utilizar cualquier recurso legal a su alcance, para coartar a la crítica. Estamos hablando de que se está infligiendo una violación a la libertad de expresión, y que a nadie le importa, porque lo que importa aquí son los derechos intelectuales, y curiosamente, hay gente que recibe una foto tuya, tú eres un artista, tú me das tus fotos, las publico, le pongo el sello mío, y ahora digo, estos son mis derechos, ¿cómo se traga eso?
Creo que todos al final somos una obra de arte, somos perfectibles, pero requerimos tomar decisiones épicas, para poder cumplir realmente nuestro propósito.