Un joven escocés, ya prometido en matrimonio, es amado por una criatura mitológica a quien solo él puede ver.
En el mundo de la danza clásica, cuando de historias de fantasía, amor y misterio se trata, el ballet La sílfide reluce entre los demás como el más representativo de la época romántica.
Estrenado en la Ópera de París el 12 de marzo de 1832, nos presenta a James, quien, a pesar de encontrarse bajo compromiso matrimonial, es el gran amor de una sílfide. El día de la boda, la esbelta ninfa se apodera de la alianza de la novia y huye al bosque para esconderse. Luego de ir tras ella, olvidándose de su prometida, el hombre se encuentra con una vieja hechicera que él había denunciado tiempo atrás. Deseosa de venganza, le ofrece un velo que, según le dice a James, serviría para atrapar a la sílfide; sin embargo, el objeto está envenenado y cuando cae sobre este espíritu femenino del aire, hace que pierda sus alas y su vida. En medio de la pena, el joven vislumbra en la distancia a su antigua novia casándose con su rival.
Este libreto, original del francés Adolphe Nourrit, está inspirado en Trilby, un cuento de su coterráneo Charles Nodier. Por su parte, la música es de Jean Schneitzhöffer; y la coreografía, del italiano Filippo Taglioni.
Vale resaltar que el apellido Taglioni puede sea el más simbólico en todo lo relacionado con el alcance de La sílfide, ya que dentro de esa familia no solo se queda el mérito por el trabajo creativo coreográfico del montaje inicial sino, además, el título de la máxima estrella del ballet romántico: Marie Taglioni.
Esta sueca, hija de Filippo y hermana de Paul, encabezó el reparto de aquel 1832, interpretando a la sílfide. A partir de este protagónico y hasta la actualidad, a la primera bailarina Taglioni se le considera uno de los íconos más importantes de esa producción, donde, por cierto, marcó pauta doblemente, al ser la primera artista de la danza clásica en usar las famosas zapatillas de punta ante la audiencia, elevando el peso de todo su cuerpo sobre sus dedos de los pies.
Asimismo, con un elenco liderado por Marie Taglioni y formado por setenta bailarines, representando escoceses, hechiceras y sílfides, la Ópera de París se llenó en el estreno de esta danza de mitología y amor con los talentos de Joseph Mazilier, Lisa Noblet, Mme. Brocard, M. Élie, Mme. Élie, Mme. Alexis, Mme. Leroux, Mme. Perceval, Mme. Roland, entre otros.
Además de su éxito como emblema de la era romántica, la conquista de Taglioni y el estreno del calzado de puntas, La sílfide es, también, uno de los ejemplos más reconocidos del llamado «ballet blanco», el cual se caracteriza por poseer escenas donde se visten de blanco todas las integrantes del cuerpo de baile, encarnando, por lo general, a fantasmas, dríadas, hadas o criaturas de esa naturaleza. En tal sentido, por supuesto, dentro de la historia en cuestión, tuvo gran influencia el uso de estas nuevas zapatillas, debido a su efecto etéreo y misterioso, junto con el de las faldas vaporosas de los tutús románticos. Otros casos célebres de este tipo de ballet son la escena de las monjas muertas en Roberto el diablo –Francia, principios del siglo XIX–, el acto segundo de Giselle –Francia, principios del siglo XIX–, la entrada de las sombras en La bayadera –Rusia, finales del siglo XIX–, etc.
Por las razones mencionadas y más, con una mirada desde el romanticismo, los Taglioni y los ballets blancos, La sílfide repercutió en su tiempo y espacio, pero, a su vez, logró trascender hasta nuestros días, al igual que todo el conjunto de expresiones artísticas con las que nos deleitamos en el presente, y que disfrutaríamos con mayor intensidad si conociéramos su historia.