Cualquier cambio siempre plantea inseguridad y temor. Sentimos que todo se resquebraja bajo nuestros pies. Es una sensación de vértigo.
¿Estaremos equivocados?
Pocas veces pensamos que cuando damos un paso, decidimos cambiar, hemos acertado. Nuestra mente nos lleva hacia pensamientos oscuros, contradictorios, generándonos ansiedad y miedo.
La vida, ese largo camino, son etapas que debemos ir superando. Cada una de las etapas produce cambios y los cambios, a su vez, miedos e incertidumbres. ¿Quién no tiene miedo?
A veces, algo te empuja a tomar una decisión, esa decisión que ibas posponiendo en el tiempo, poniendo excusas absurdas. En ese momento tienes que saltar a un vacío en el que solo la confianza en ti te hará disfrutar del trayecto. Nadie conoce el final.
Comenzar una nueva etapa en la vida es proyectar una imagen positiva del futuro, en lugar de detenernos en esa melancolía del pasado que queda atrás.
Buda decía que «somos quienes creemos ser, porque llegamos a ser quienes creímos ser antes».
Lo que pensamos crea nuestra realidad. Si pensamos que hemos dado el paso correcto sentiremos que hemos acertado en nuestra decisión; si, en cambio, pensamos que tal vez nos hayamos equivocado, nunca estaremos seguros y crearemos dudas en nuestro caminar.
Hay que soltar lastre y vaciar la mochila para avanzar.
El cambio provoca otros cambios
Es momento de cuidar el alma. Platón decía que «es necesario cuidar el alma, si se quiere que el resto del cuerpo funcione correctamente».
Centrarse en ser más que en hacer. Hacer las cosas porque están en sintonía con lo que pensamos, sentimos, con nuestros principios, y no por obligación.
Tener un propósito. Despertar con un propósito y no con una preocupación. Hacer con un fin. Ser lo que nos gustaría ser.
Las cosas no tienen que ser como están siendo. Pueden ser de otra manera. Si son pueden dejar de ser y ser de otra.
Cambio y transformación
En mi libro Transformándot. 100 días de Alarma, desarrollo cómo es posible transformarnos en 100 días. Podemos cambiar, podemos dejar de ser como somos y ser de otra manera. Nosotros tenemos el poder de hacerlo realidad.
Cambiar es tomar una decisión. Si no estamos bien, a gusto, ¿Por qué no cambiamos? Y si cambiamos, si damos el paso, hay que disfrutar el momento y dejarse llevar. El tiempo nos dirá.
Dejarse llevar en el aquí y ahora, y buscar un propósito vital, una meta existencial. Es lo que el filósofo Martin Heidegger denominó con el concepto de Dasein.
Los cambios también tienen que ver con el tiempo. Son un proceso temporal, una transformación normalmente para bien, aunque a veces, de primeras, lo veamos como negativo. Los cambios ocurren en un espacio de tiempo.
Las horas, los minutos, los días… cambian. Todo es cambio.
Todo cambio nos modifica, nos desordena y, en un principio nos asfixia generando miedo y ansiedad.
Todo es tiempo. El tiempo hará que veamos todo tal y como en realidad es. La paciencia es parte de ese tiempo. Todos los cambios requieren de paciencia.
Todo cambia, nada permanece. La seguridad, la comodidad, desaparece momentáneamente con el cambio, entonces parece que todo se tambalea a nuestro alrededor.
El modo en el que nos enfrentamos a los cambios es el modo como miramos la vida
A los cambios no nos queda más remedio que hacerles frente. Hay personas que reniegan del cambio, protestan, se quejan, porque las cosas han dejado de ser o no son como ellos quieren que sean. No se dan cuenta de que esto no les ayudará a superar el cambio y adaptarse cuanto antes.
Debemos tener flexibilidad para reprogramar la vida, para adaptarnos a las nuevas circunstancias.
¿Qué ha cambiado? ¿Qué debemos hacer o aprender para adaptarnos a ello?
Aceptar los cambios. Si un aspecto de nuestra vida sufre una modificación, este no suele volver a su estado anterior, por lo que, queramos o no, debemos aceptar esta nueva situación.
Negar el cambio produce más miedo, más malestar, más ansiedad.
Debemos tener una actitud positiva. Que sí, que es fácil decirlo. La actitud en momentos de cambio es fundamental. Asimilar el cambio. Tenemos una nueva realidad. Disfrutemos esa realidad.
Aunque siempre pensemos que son mínimos, pensemos en los beneficios de la nueva situación que, sin duda, vendrán. Busca el lado positivo. Vive el presente, cada día.
No te compares nunca con los demás. No creas que estas cosas solo te pasan a ti. Lo que hacen unos lo pueden hacer otros.
Se ha demostrado que, si la respuesta que tenemos ante un suceso vital estresante no es adaptativa, corremos el riesgo de sufrir un trastorno de adaptación. Sufrimos una reacción de desajuste a una situación psicosocial estresante, desarrollándose un conjunto de síntomas emocionales, o conductuales, manifestándose en estados de ánimo depresivos (sentimientos de tristeza y desesperanza), ansiedad, preocupación, sentimiento de incapacidad para afrontar los problemas, de planificar el futuro o de poder continuar en la situación presente y un cierto grado de deterioro del cómo se lleva a cabo la rutina diaria.
Si somos incapaces de adaptarnos y padecemos un trastorno de adaptación tendremos la sensación de que la situación a la que nos enfrentamos es insostenible, y no somos capaces de vislumbrar una solución; nos sentimos atrapados, ya que las dificultades que experimentamos sobrepasan nuestra capacidad de afrontamiento, provocándonos malestar y frustración que generarán un comportamiento que es desproporcionado respecto a la gravedad o intensidad de la situación estresante.
Aceptemos que toda situación puede cambiar, para bien o para mal. La vida tiene, necesariamente, momentos y situaciones agradables y otras desagradables y de sufrimiento que se intercambian de forma alternativa. Aceptemos que no podemos controlar gran parte de los sucesos que pueden afectarnos negativamente.
Aceptemos aquello que no podemos cambiar de nosotros o de nuestro entorno. La nueva situación puede requerir cambios en la forma de ver y de relacionarnos con nuestro entorno, pero no todos los cambios deseados serán posibles.
Estamos obligados a definir un nuevo escenario para el desarrollo de nuestra vida y poner en práctica las acciones necesarias para que este escenario pueda generar un estado de equilibrio y bienestar, eliminando la incertidumbre y la inseguridad que nos acompaña.
El requisito fundamental es tener una actitud proactiva. La predisposición y la actitud positiva para enfrentarnos a la nueva situación vital deben ser firmes, pero también flexibles. Dejo por aquí un ejemplo del camino a seguir que nos aporta la física de sistemas:
Si llenamos de agua líquida un recipiente de forma cúbica, esta se adaptará fácilmente al contorno del recipiente y adoptará su forma, pero ante cualquier fuerza externa que agite el recipiente la perderá, pues su naturaleza líquida le hace inestable. Si está en estado sólido, como el hielo, si no tiene la misma forma y tamaño no podremos introducirlo en el recipiente y para adaptarlo a él tendremos que utilizar la fuerza y se romperá. Sin embargo, un estado intermedio, como el viscoso o gelatinoso, se adapta perfectamente a cualquier recipiente de forma lenta, lo que le permite mantener su estructura si es sometido a una fuerza, y es más estable que el líquido.
Todo requiere un tiempo. Tiempo para adaptarnos. Tiempo para ver las cosas como realmente son, no como nuestros pensamientos hacen que sean. Tiempo para ser. Parar, respirar, meditar. Seguir.