En este artículo se presentan seis historias encadenadas que hablan de dos héroes, tres villanos y de uno que, pudiendo ser un héroe, se convirtió en un villano.
El Tratado Chamorro-Bryan
Adolfo Díaz había trabajado para La Luz y los Angeles Mining Company, la empresa norteamericana dueña de algunas de las mayores minas de oro del país. Era el hombre de confianza de «La Embajada» y ocupaba la Presidencia de Nicaragua. En 1912 hubo una rebelión liberal y Díaz pidió la intervención de los marines. Con su apoyo, los conservadores derrotaron a los liberales. Estos se rebelaron de nuevo en 1926, en la llamada Guerra Constitucionalista, y la marinería yanqui socorrió otra vez a los conservadores. El bastón presidencial terminó una vez más en manos de Adolfo Díaz.
¿Por qué los marines defendían con tanto ahínco a los conservadores en Nicaragua? Un vistazo al mapa de aquel país revela la clave: la posibilidad de construir un canal interoceánico por el Gran Lago de Nicaragua, un lago que ya está unido a la costa atlántica por el río San Juan y que dista unos veinte kilómetros de la costa pacífica. Con un canal artificial que lo uniese al Pacífico, el enlace interoceánico quedaría asegurado. Y si cruzar EE. UU. hace un siglo llevaba meses y suponía riesgos, llegar a tierras californianas por un canal como ese sería cuestión de semanas y sin sobresaltos.
EE. UU. construyó el canal en Panamá, pero, aun así, durante la presidencia de Adolfo Díaz, se firmó el Tratado Chamorro-Bryan. El Tratado establecía que: «El Gobierno de Nicaragua concede al Gobierno de EE. UU., ‘a perpetuidad y para siempre’, libre de todo impuesto u otra carga pública, los derechos exclusivos de propiedad para la construcción de un canal interoceánico por la vía del río San Juan y el Gran Lago de Nicaragua o por cualquier otra ruta sobre territorio nicaragüense…».
Además, para proteger el canal, Nicaragua arrendaba a los EE. UU. por 99 años las islas Great Corn y Little Corn y le concedía el derecho a establecer una base naval donde eligiera. A cambio, EE. UU. pagaba tres millones de dólares que, en realidad, Nicaragua no cobraría, pues se utilizarían para reducir su deuda con EE. UU. Díaz es nuestro primer villano.
Por cierto, ¿qué interés real tenía EE. UU. en construir aquel canal si ya se había inaugurado el de Panamá en 1914? Pues ninguno. Aquello que determinaría durante décadas el futuro de la nación no interesaba a la gran potencia. Pero sí quería asegurarse de que ninguna otra nación pudiera construirlo. América para los americanos.
Augusto César Sandino
Sandino ha estado combatiendo contra los marines durante seis años. En febrero de 1933 contabiliza 2,800 combatientes muertos, pero ha triunfado: las tropas gringas se van a retirar y él firmará la paz con Sacasa, el nuevo presidente de Nicaragua.
Sandino entrega las armas. No pide nada a cambio, salvo protección para su gente y apoyo para colonizar con ella la zona del río Coco. La Guardia Nacional comandada por Somoza se hará cargo de la seguridad en el país. Sandino debió rememorar en aquel momento pasajes de su vida, como cuando trabajó en México, donde lo encontró la revuelta liberal y la Guerra Constitucionalista. Allí supo de la revolución mexicana, de la jornada de 8 horas y de los repartos de tierras. Entonces decidió regresar a Nicaragua. Obtuvo un empleo en una mina en la ciudad de León e inició un trabajo de propaganda entre los mineros. O tal vez recordase cuando fue a pedir armas al General Moncada, jefe del ejército liberal. Moncada se las había negado; no se fio de que pudiera controlar a aquel hombre. Pero Sandino se hizo con 40 rifles y comenzó la lucha con su gente.
Había explicado su causa al Congreso antiimperialista reunido en Frankfurt: «El pueblo de Nicaragua desconoce y rechaza ‘a costa de su propia sangre’ los tratados, pactos y convenios celebrados entre EE. UU. y los oligarcas impuestos por ellos a Nicaragua», escribió. Se refería sobre todo al Tratado Chamorro-Bryan, y mencionaba a Díaz, Chamorro y Moncada. ¿Por qué a Moncada, que era liberal? Los gringos lo habían comprado aupándolo a la presidencia a cambio de que respetase los tratados. Todos los generales aceptaron, excepto Sandino, «Yo no me vendo ni me rindo. Quiero patria libre o morir», expresó.
Sandino practica la guerra de guerrillas y mantiene en jaque a miles de marines que lo persiguen por todo Nicaragua. Su fama crece internacionalmente. No son pocos los poetas que cantan su gesta, como Pablo Neruda y Gabriela Mistral, quien lo aclama como «General de hombres libres». Su lucha aparece en corridos, rumbas y merengues.
En 1932 los liberales ganan las elecciones, Sacasa toma posesión y los gringos se van. ¿Por qué se van? En Washington, después de recibir a docenas de centenares de marines muertos debieron pensar: «¿Y si creamos un ejército profesional formado por nicaragüenses y que los muertos, a partir de ahora, los pongan ellos?». Era la época de Roosevelt y su política de buena vecindad. Con las secuelas de la «Gran Depresión» no estaba el presupuesto público para grandes derroches. Se creó la Guardia Nacional.
Los gringos se han ido y Sandino, ya retirado, viaja a Managua para quejarse del incumplimiento de los acuerdos: la Guardia ha atacado un campamento de desmovilizados de su ejército. Sacasa lo cita en la casa presidencial. Esa misma tarde, Somoza recibe a algunos jefes de la Guardia. Comparte su conversación con el embajador gringo, quien le trasladó la recomendación de su gobierno de eliminar a Sandino. Temen su capacidad de levantar un ejército en poco tiempo. Es el 21 de febrero de 1934.
A las 10 de la noche los invitados dejan el palacio presidencial. Su automóvil es detenido en un retén. La hija de Sacasa, quien ha seguido el coche de Sandino, consigue avisar a su padre. Sacasa llama a Somoza, pero no es atendido. La Guardia Nacional llega con los prisioneros a «Los Guanacastes», los bajan del camión y los acribillan. Lo que no consiguieron miles de marines lo logró un compatriota traidor.
Anastasio (Tacho) Somoza García
Si Sandino era “Patria libre o morir”, Somoza, como Díaz, era el hombre de EE. UU. en Nicaragua. A Roosevelt se atribuye la frase: «Somoza es un hijo de puta, pero es ‘nuestro’ hijo de puta», aunque, en honor a la verdad, la expresó un secretario de Estado.
Mal estudiante, juerguista y vividor, Tacho era simpático y con buena presencia, lo que le valió casarse con Salvadora Debayle, sobrina de quien sería el presidente Sacasa. Gracias a la familia política y desenvuelto en inglés, trabajó para el general Logand Feland, comandante de las fuerzas de ocupación en Nicaragua. Cuando llega el momento de nombrar jefe de la Guardia Nacional, Somoza cuenta con todos los apoyos: el más importante, el de los gringos, pero también el de Moncada, presidente de la República, de quien había sido secretario cuando pactó con ellos su presidencia.
Tacho, con el asesinato de Sandino, resolvió el principal problema de los gringos en Nicaragua y, de paso, el suyo propio: quería la presidencia. Consigue la dimisión de Sacasa y, apoyado por «La Embajada» y la Guardia, gana las elecciones. Toma posesión en enero de 1937 sin que nadie imaginara que su dinastía gobernaría Nicaragua durante 42 años.
Tacho saca provecho a todo: recibe comisiones de las empresas mineras; se nombra a sí mismo director de la Compañía de Ferrocarril, cuyo salario suma al de presidente y al de director de la Guardia… La entrada de EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial refuerza su papel ante el gringo: declara de inmediato la guerra a las fuerzas del Eje. Y ya puestos, confisca las propiedades de italianos y alemanes. Su política se resumía en tres «P»: «Plata para los amigos, palo para los indiferentes y plomo para los enemigos».
El 21 de septiembre de 1956, el poeta Rigoberto López Pérez le pegó cinco tiros en una fiesta del Partido Liberal Nacionalista. Quería acaba con la dictadura, pero a Tacho le sucede su primogénito, Luis, quien presidía el Congreso, mientras su otro hijo, Tachito, es ascendido a general de la Guardia. La represión desencadenada por ellos fue brutal.
Pero que nadie crea que Somoza era un caso anómalo en América Latina. En 1956 se celebró una cumbre continental de presidentes y allí se sentaron, junto a Tacho, Fulgencio Batista, el dictador de Cuba; Trujillo, el de República Dominicana; Castillo Armas, quien lideró el golpe de Estado contra Arbenz en Guatemala; Rojas Pinilla, quien lo hizo contra Laureano Gómez en Colombia; Pérez Jiménez, el dictador de Venezuela; y Manuel Odría, el de Perú. El presidente de EE. UU. era Eisenhower. Así que Somoza no era «nuestro ‘único’ hijo de puta».
Pedro Joaquín Chamorro Cardenal
La rebeldía contra el poder somocista le venía a Pedro Joaquín de familia: su padre había sido perseguido por Tacho siendo dueño de La Prensa. Tacho, propietario de periódicos que alababan su labor, tampoco soportó las críticas de Pedro Joaquín, quien pronto pagó las consecuencias: cierres del diario, exilios y cinco encarcelamientos. Uno de ellos se produjo inmediatamente después del atentado que costó la vida a Tacho. Pedro Joaquín lo narró en Estirpe Sangrienta: Los Somoza. Él desconocía lo sucedido, pero Luis y Tachito lo consideraban uno de sus enemigos principales. Así que lo condujeron a la casa presidencial de Managua, en la Loma de Tiscapa, donde contaban con celdas para sus presos más significados. Pedro Joaquín cuenta que en los jardines había jaulas para fieras que daban cobijo a leones y panteras con espacios adosados para mantener a algunos prisioneros «casi» a su alcance. Aquella vez lo condenaron a 40 meses de confinamiento y al destierro en la ciudad de San Carlos, pero, aprovechando un descuido de sus guardianes, pudo escapar en lancha por el río San Juan y exiliarse en Costa Rica.
Con Kennedy llegó un tiempo de tranquilidad. Después de la Revolución Cubana, y para evitar otras, Kennedy rompió las amarras de Eisenhower con las dictaduras latinoamericanas. En Nicaragua, ni Luis debía reelegirse ni Tachito suceder a este. Pedro Joaquín aprovechó para impulsar La Prensa, promover una campaña de alfabetización e impartir clases en la Escuela de Periodismo, aunque aquello duró poco. Cuando llegó Nixon, Tachito volvió a contar con el respaldo norteamericano.
Cuando se produjo el terremoto de Managua de 1972, Tachito aprovechó la ayuda que recibió Nicaragua y las labores de reconstrucción para acrecentar su riqueza. Pedro Joaquín denunció todas sus corruptelas y aquel no se lo perdonó. El 10 de enero de 1978, cuando el periodista se dirigía a su diario, un auto se puso al lado del suyo y le descerrajaron varios tiros de escopeta. Murió en el acto.
¿Contó el asesinato con el visto bueno norteamericano? Aunque Pedro Joaquín había denunciado el apoyo de EE. UU. a la dictadura de Somoza y a otras tiranías, Carter era ya presidente de EE. UU. y es muy improbable que lo aprobara. Si acaso, en el supuesto de que Tachito informase antes a «La Embajada», alguien —tal vez de la CIA— prefirió no darse por enterado y dejar correr los acontecimientos.
Anastasio (Tachito) Somoza Debayle
Tachito había sido elegido presidente por primera vez el 5 de febrero de 1967. En 1972 entregó el poder a una Junta Nacional de Gobierno compuesta por el conservador Fernando Agüero y dos liberales, en cumplimiento de un pacto que permitiría su reelección en 1974. Tachito seguía las mañas de Tacho firmando pactos con los conservadores para seguir gobernando, incluso distanciándose un poco del poder. Pero meses después, cuando el gran terremoto sacudió Managua… bueno, no iba a quedarse al margen del negocio de la reconstrucción. Así que, se declaró la ley marcial y, como jefe de la Guardia, se convirtió de facto en el presidente. Tachito llegó a reunir una de las mayores fortunas de América Latina, tal vez la mayor junto a la de Trujillo.
En 1974, como estaba previsto, fue elegido de nuevo presidente, pero ya tenía que enfrentar la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un movimiento que aumentó su apoyo entre la población cuando se conocieron sus trapacerías después del terremoto. El FSLN llevó a cabo acciones espectaculares, como el asalto a la casa de Chema Castillo, un importante personaje del régimen; a cambio de los rehenes que se encontraban aquel día en la recepción que este ofrecía, consiguió la liberación de ocho presos sandinistas, entre ellos Daniel Ortega, dinero, la publicación de un manifiesto en el que se exponían los atropellos del régimen y un avión para volar a Cuba. García Márquez narró la historia en una de sus obras.
Cuando la insurrección triunfa en julio de 1979, el dictador Stroessner ofrece asilo a Tachito en Paraguay. Allí, un grupo argentino del Ejército Revolucionario del Pueblo comandado por Enrique Gorriarán acaba con su vida. Y vean lo que era la codicia somocista: aunque Tachito tenía una fortuna considerable fuera de Nicaragua, los herederos reclamaron también los bienes confiscados por los sandinistas en Nicaragua.
Daniel Ortega
Reagan se mostró extraordinariamente hostil con los sandinistas desde el primer día. Explicaba en la televisión que aquel pequeño país, que no alcanzaba el 1 por mil del PIB estadounidense, era una amenaza para la seguridad nacional porque su influencia podía extenderse por México y llegar a EE. UU. Para evitarlo, creó, armó y financió a la «Contra». En una historia digna de Macondo, la CIA llegó a negociar con el narcotráfico, a vender armamento a Irán y, con esos fondos, a financiar a la Contra, saltándose tres prohibiciones del Congreso a la vez. La tercera prohibía a la CIA utilizar sus recursos para combatir al gobierno nicaragüense.
Nicaragua fue desgastándose en aquella guerra «de baja intensidad». Cuando se convocaron las elecciones de 1990, Ortega representaba la continuidad, mientras Violeta Barrios de Chamorro, la viuda de Pedro Joaquín, simbolizaba la paz. Ganó Violeta, pero Ortega, líder del FSLN, no cejó hasta volver al poder. Tenía plata gracias a la «Piñata» —una privatización de bienes del Estado en favor de algunos dirigentes del FSLN llevada a cabo durante el traspaso de gobierno—; se acercó a la Iglesia, prometiendo la prohibición de la interrupción voluntaria del embarazo; también a la burguesía con promesas de políticas neoliberales, y a «La Embajada». Con estos nuevos ropajes consiguió ganar las elecciones en 2006.
Ortega en su segundo mandato mantuvo un discurso populista, pero en el festín que siguió a los primeros años de su presidencia hubo un olvidado: el pueblo. El mismo que aguantaba el aumento de la desigualdad que producían las políticas neoliberales y que sufría la represión y la corrupción. Ese pueblo salió a la calle a protestar hace tres años y Ortega ejerció entonces una represión brutal a través de la policía y de fuerzas paramilitares; una represión que se cobró más de trescientas víctimas, dejó centenares de heridos y detenidos y provocó el exilio de más de cien mil nicaragüenses.
En noviembre se celebrarán las elecciones presidenciales en Nicaragua. Ortega ha encarcelado a los candidatos con posibilidades de ganarlas y también a antiguos dirigentes del FSLN, incluso a algunos que participaron en el asalto a la casa de Chema Castillo que lo liberó, pero que ahora no le siguen el juego. No abandonará el poder.
Cuesta trabajo creer, sobre todo a las izquierdas, que aquel líder revolucionario se haya convertido en un tirano. Pero la explicación es simple: entre pasar a la historia como un líder que acabó con el somocismo, un héroe como Sandino o como Pedro Joaquín, o mantenerse a toda costa en el poder, conservar la riqueza mal habida y gozar de la impunidad, como los villanos Díaz, Tacho y Tachito, Ortega eligió esto último. Ojalá no acabe acribillado, como Sandino o Pedro Joaquín, o como Tacho o Tachito, y enfrente un juicio justo. Un juicio que seguramente lo encarcelará por el resto de su vida.