La vida política en el tránsito del siglo XIX al XX en España estaba determinada por unos claros deseos de regeneración, término utilizado de forma casi habitual y aplicada a muy diversos asuntos. A raíz del desastre del 98 habían surgido varias voces, entre las que hay que destacar la de Joaquín Costa, denunciando los vicios del sistema de la Restauración y proponiendo muy diversas soluciones. Esta corriente regeneracionista interpretó la derrota colonial como un exponente del atraso secular de España, es decir, como consecuencia de su decadencia histórica, y denunció a los gobernantes por haber abandonado los intereses de la nación en provecho de los más poderosos.
En el regeneracionismo se empieza criticando al parlamentarismo viciado y se acaba atacando al parlamentarismo viciado o no; se empieza denostando a los que llevan el nombre de partidos políticos sin cumplir su función y se termina criticando a todos los partidos. Es decir, el contexto se tornó en una crispación contra todos y todo. Aunque no pasó de ser un movimiento de protesta, sustentado en sectores de las clases medias y en algunos notables rurales.
Una de las mayores aportaciones teóricas del regeneracionismo fue la definición de sociedad orgánica; idea de sociedad defendida por los intelectuales y muchos políticos de la España de principios de siglo y que entiende a la sociedad como un todo orgánico en el que los distintos grupos de intereses se constituyen en un determinado número de categorías obligatorias, estructuradas de forma jerárquica y manteniendo entre sí una relación de interdependencia. Este sistema orgánico y corporativo quería la supresión de la libertad sindical, una mayor intervención social del Estado en los asuntos económicos y sociales, un régimen autoritario y conservador de signo tecnocrático.
Otra importante aportación del pensamiento regeneracionista fue la formulación de la política de masas, pero estando estas dirigidas por una élite superior que sería en este contexto europeo el denominador común de las filosofías irracionalistas que condujeron al fascismo y proponen un orden político-social tomado como algo terapéutico que llevará a la implantación de la arbitrariedad y la crispación.
En las últimas décadas del siglo XIX se produce una quiebra de la tradición, crisis que afecta a todo el continente, y se inician una serie de transformaciones que ejercen su influencia, sobre todo después de la I Guerra Mundial y el periodo de entreguerras subsiguiente. Esta corriente finisecular se plasmó fundamentalmente en el reforzamiento de las tendencias antiliberales, tendencias estas que cuestionaban la democratización de los sistemas parlamentarios existentes.
Esta nueva derecha, como se puede definir, busco los orígenes de la crisis de la época en la instauración de sistemas parlamentarios y no dudó en recurrir a la movilización y agitación política e, incluso, promovió la práctica de la violencia para imponer la estructura política y social que representaba. También hacía suyos mensajes, técnicas y esquemas propios de movimientos de la izquierda revolucionaria.
Esta nueva derecha estará formada por tres corrientes principales:
Neoconservadurismo autoritario.
Catolicismo social.
Derecha radical.
La radicalización de los sectores más abiertamente antiliberales facilitó la eclosión de los llamados fascismos nacionales; un tipo de grupo político que era reflejo de una derecha radical sometida a un previo proceso de fascistización. Esta corriente solía contar con ciertos núcleos intelectuales y fuentes de financiación conservadoras.
El primer conato de ideología reaccionaria con tintes regeneracionistas y un pequeño matiz prefascista a modo de lo que luego serán los partidos que defenderían esta ideología fue el Partido Integrista (PI), fundado en 1888, de ahí que sea un modelo precursor. Este demandaba la formación de unas cortes de carácter corporativo y deseaba la reagrupación de los reinos histórico-tradicionales del país. No se puede decir que sea un partido conservador de corte moderno ya que debía su constitución a la vieja ideología carlista —de hecho, fue fundado por el carlista germanófilo Vázquez de Mella—, aunque no hay que desdeñar su cariz tradicionalista, corporativo y ultra conservador.
En Italia, país original del fascismo, la acción fascista precedió a la idea, pues bien, en España se da el paso inverso. En España el llamado fascismo tiene un tono más literario o teórico que pragmático. De hecho, en España, salvo quizás la aportación de Ledesma Ramos, no existió un verdadero fascismo ortodoxo.
De hecho, si intentamos definir al fascismo como ideología reaccionaria, podemos decir que el pensamiento reaccionario es aquel que intenta revivir el pasado mediante una visión del mismo más mítica que real y en el que se hacen presentes sentimientos de intolerancia, la denuncia de oscuras conspiraciones que no existen más que en la imaginación de sus autores, el recurso a planteamientos maniqueos, negando la posibilidad de existencia a cualquier posicionamiento intermedio entre el mal absoluto y el bien absoluto, y la exaltación de una determinada visión de la religión en oposición al cultivo de las ciencias naturales y al desarrollo científico-tecnológico.
Yendo más allá, puede ser afirmado que los pensamientos fascistas propiciaban el irracionalismo político, el vitalismo, el subjetivismo, el culto al pasado, un sentimiento trágico de la vida, la fe ciega en los jefes, el espíritu guerrero, la búsqueda de un nuevo estilo político y de un hombre nuevo en cuya concepción juega un papel importante el mito de la juventud como artífice de la historia, propagando un culto de redención.
Hay quien ve en ciertas corrientes del maurismo el germen de lo que pudo haber sido una corriente española fascista y así, sin ir más lejos, el propio A. Goicoechea dijo en una ocasión:
Los jóvenes mauristas fueron, en cierto modo, los precursores de los camisas negras de Mussolini y de los nazis de Adolfo Hitler. Dieron por primera vez en España la sensación de la existencia de una masa civil de clase media que no quería ya ser un instrumento pasivo en manos de los políticos, ni un conglomerado inerte dispuesto resignadamente a ser triturado entre la soberbia de los de arriba y el odio de los de abajo.
Uno de los mauristas que antes y más radicalmente hicieron guiños fascistas fue José Félix de Lequerica que, apoyándose en postulados regeneracionistas, se pronunciaba en favor de un Estado autoritario y expresaba que:
…las mudanzas traídas por la gran Guerra van a facilitar el abandono de los viejos hábitos mentales, del antiguo formulario liberal, ya que en Europa han triunfado los regímenes para los que la libertad es un bien subordinado.
En esta época se impuso el abandono de un tipo de política de pacificación social y democratizadora, en beneficio de unas nuevas formas de organización que, en torno a la paramilitarización y a los partidos de masas, defendían los métodos de enfrentamiento directo contra los grupos de izquierda.
Producto de esto surgió en 1919, de un sector del maurismo, la Unión Ciudadana (UC), la cual no era más que una milicia urbana de tipo milicia cívica que, a imagen y semejanza de otras organizaciones similares surgidas en la Europa de entreguerras e integradas por clase medias burguesas, se enfrentaban al proletariado y al sistema político existente por métodos de todo tipo, incluida, claro está, la violencia.
También surgió, en Barcelona en 1923, un pequeño grupo llamado «La Traza», era una pequeña organización semiclandestina de caracteres fascistas o prefascistas. Eran, no obstante, grupos con escasas posibilidades de cuajar como grandes movimientos.
Joaquín Costa
La simplificación burda de la obra de Costa lleva a ser utilizado por muchas corrientes políticas, entre ellas la derecha autoritaria y fascista. Defendiendo el poder para la aristocracia natural del país, la ideología fascista forma su idea elitista del poder para los mejores y la infalibilidad del jefe.
La idea de pueblo en Costa, que luego llevará a su idea de nación, se forma en relación de oposición con lo extranjero, en primer lugar, y desde ahí, en relación de oposición entre los humildes y los pudientes, llegando a una sociedad jerárquica en la que el pueblo significa la reunión de la colectividad de miembros de un pueblo. De esta idea total y colectiva de pueblo es desde donde verá la necesidad de crear un partido nacional.
Ricardo Macías Picavea
Macías Picavea en El problema nacional lleva a cabo su teoría nacional apoyándose en la historia de España. Para él los sucesivos reinados de los Austrias, que eran unos monarcas germánicos y, por lo tanto, extranjeros, desnaturalizaron el curso de la historia de España y pusieron está al servicio de los «ensueños de ideales que constituían la tradición perpetua del imperialismo alemán».
Critica a todos los partidos sin distinción ya que son «bandas de caciques» y, para naturalizar la tradición histórico-política de España y eliminar a estas bandas de caciques, propone que el poder sea ostentado por un hombre providencial, que debería estar por encima de unas Cortes de tipo corporativo. Para conseguir esto habría que cerrar las Cortes durante diez años para estabilizar la situación. Todo esto encuadrado dentro de un plan de «revolución nacional» de base corporativa y jerarquizada.
A la luz de esto podría enmarcarse al pensamiento de Macías Picavea como un repertorio de tópicos fascistas, pero realmente era un pensador conservador reaccionario que se encuadraba en el pensamiento regeneracionista de época con claros ribetes reaccionarios y ultra conservadores. Una de las cosas que le hacen no ser fascista es que no defiende la entrada de las masas en política, las masas deben permanecer inmóviles. Además, respeta la tradición católica española entendiéndola como idiosincrásica a la idea de España.
Ángel Ganivet
En la obra regeneracionista de Ganivet se encuentra expresada de forma clara una nostalgia del tiempo pasado. Ganivet es un crítico de la sociedad capitalista y defensor de un tipo de sociedad patriarcal y arcaizada.
Para él, el carácter español se define por un marcado espíritu territorial, un feroz espíritu guerrero, un puro espíritu jurídico, un marcado espíritu artístico y un sincero espíritu religioso; no en vano afirma que España se halla fundida con su ideal religioso.
Se le considera perteneciente más a la llamada generación de 98 que regeneracionista y, desde luego, del 98 hereda el pesimismo sobre el futuro del país, pero también, como regeneracionista, defiende la sociedad orgánica y tiene un marcado pensamiento voluntarista. Si se mezclan estos tres elementos expuestos, pesimismo sobre España, corporativismo y voluntarismo aparece la crítica que Ganivet hace a la «falta de voluntad colectiva» española.
Para acabar esta brevísima exposición sobre los caracteres prefascistas en la obra de Ganivet parece muy representativo de su pensamiento el siguiente texto:
En presencia de la ruina espiritual de España hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos.
Ramiro De Maeztu
Para Maeztu la primacía del hombre ha concluido, ahora estamos en manos de las cosas y los acontecimientos, que son superiores al hombre. Expone que el humanismo es culpable del relativismo existente en las sociedades modernas, por ello se debe buscar una moral objetiva y racional. Al hacer esto, Maeztu funda su teoría sobre principios y valores absolutos.
Para Maeztu, tanto los derechos del Estado como los del hombre nacen de la función que se desempeña; por ahí apunta, antes que Mussolini, hacia una sociedad sindicalista o gremialista. Y bien, este tipo de sociedad de tipo sindical será la que defiendan los fascistas posteriores; una sociedad estructurada jerárquicamente en la que cada uno tiene su papel a desarrollar y que integra de forma sindical a todas las estructuras sociales, haciendo un todo de ellas. En este tipo de sociedad totalizada el sufragio universal es considerado maligno; supone, en palabras de Maeztu, la bancarrota del sistema.
Una de las bases integradoras de esta sociedad «gremialista» debe ser la religión católica. Maeztu identifica a la patria con los valores religiosos ortodoxos.
Esta patria jerarquizada y armonizada orgánicamente debe ser dirigida por unas élites de marcado carácter «nostálgico», deben ser esas esas élites que se han ganado su posición por ser los más fuertes, los más ricos, los más poderosos… ya que se entiende que estos serán los más capaces.
Maeztu es claramente uno de los precedentes de lo que pudiera ser el fascismo español, fue un intelectual con gran influencia en su tiempo y parece de interés reproducir aquí un fragmento de una entrevista que le realizará Giménez Caballero para La Gaceta Literaria el 15 de febrero de 1927:
G. C. —¿Usted cree esa tendencia (fascismo) como algo substancial del momento?
Maeztu —A mí me parece el mejor signo de europeidad, de altura espiritual...
G. C.— De modo que para usted la vida política es hoy de camisas negras y rojas...
Maeztu —Nada más. El liberalismo ha desaparecido, y quien lo ostente es sin darse cuenta que no ostenta nada. El socialismo, derrotado, es un bolchevismo ignorante de sí mismo. No hay más que esto: de un lado, los salvadores de los principios de la civilización, de otro, los bolcheviques...
José Ortega y Gasset
La idea de nación en Ortega es bastante ambigua y se puede interpretar a la luz de tres de sus obras, a saber, España invertebrada, La rebelión de las masas y Meditación sobre Europa.
En España invertebrada aparece una concepción que radica en la voluntad de todos los ciudadanos y que es orientada hacia el futuro, es un «proyecto subjetivo de vida en común».
En La rebelión de las masas afirma lo anterior y, además, añade que la nación es un «artefacto político» —es un constructo—, es la obra del Estado y por lo tanto la nación es una nación política. Aquí aparece la idea romántica que luego tomara el fascismo y la derecha más autoritaria de que la nación se origina como precipitado de un largo, glorioso y rico pasado. Se puede decir que en esta idea la nación es la suma de la historia del país más la voluntad de sus miembros.
En Meditación sobre Europa da un giro y niega la idea de nación como artefacto. Se pliega más a una interpretación alemana de nación y la define como precipitado de lo específico de un pueblo —idea de nación de sangre— que es depositaria de la voluntad política.
Para Ortega el verdadero nacionalismo español consistía en «nacionalizar lo europeo» —Unamuno diría «españolizar Europa»— pero con una proyección de futuro —Unamuno lo veía como una reasunción del pasado español.
La acción política que alentaba el pensamiento de Ortega no renunciaba a la acción directa de los grupos, pero estos no debían ser nunca ninguno de los partidos existentes, así puede leerse en Vieja y nueva política. Al igual que Costa, defendía la creación de un Partido Nacional que representase a los intereses globales de todos los españoles; un partido para la dirección política, más allá de clases, instituciones y regiones, al servicio de la nacionalización.
Con un sistema como el que España tenía no convenía a la salud del país la participación de las masas en la política parlamentaria y electoral, tomando esta claros tintes elitistas que luego serían adaptados, como todo su pensamiento, a ideologías fascistizantes y autoritarias como la de su discípulo directo Ledesma Ramos.
Ramiro Ledesma Ramos
Ledesma, en su juventud tenía ambiciones literarias y adquirió una buena formación filosófica. Muy tempranamente, se vio influido por Nietzsche y por teorías románticas y naturalistas, por lo que se le puede considerar como un típico producto de la crisis cultural europea de finales de siglo XIX y principios del XX —crisis que hizo aparecer a todos los ismos—, más que un producto directo y unicausal del desastre español de 1898.
La influencia que tuvieron en él la filosofía alemana, las teorías irracionalistas, los nacionalismos, etc. serían el caldo de cultivo idóneo que formaría al fundador de las JONS.
En 1928 empieza a publicar sus ensayos de filosofía, comenzando una relación de amistad y admiración mutua con Ortega y Gasset, relación que nunca se extinguirá. A través de Ortega aprende Ledesma de la escuela de Marburgo, pudiendo considerarse parte de la primera etapa de su pensamiento filosófico, pero quien de verdad puede ser considerado como inspirador del pensamiento en Ledesma fue Heidegger.
Para Ledesma «el filósofo, en general, es enemigo de las cosas, no ama el Universo en sí mismo y siempre dispara a los objetos unos dardos ambiciosos, con la pretensión de captar en ellos esa propiedad que los hace cognoscibles, seres dóciles a las ideas».
La gran transformación intelectual de Ledesma no se produjo sino hasta finales de 1930. Ledesma define en 1929 la misión del Estado como autoridad máxima y ordenadora, idea que trascenderá en toda su obra posterior. Así, exalta al Estado como principio ordenador objetivo, estando por encima de los individuos y haciéndose cargo de sus problemas, orientándolos hacia el interés general (principio orgánico del Estado).
La ideología de Ledesma se podría resumir como: Estado autoritario, reivindicación de las juventudes, época en crisis, valores nuevos contra valores caducos, apetencia de una España nacionalista con voluntad de poderío, encuadramiento de las masas en una nueva disciplina, economía sindical y, a esto hay que añadir, la violencia en la lucha política.
Los Sindicatos Libres
Antes de la llegada de la dictadura, el sistema restauracionista estaba completamente descompuesto, los grupos conservadores deseaban frenar los avances y demandas izquierdistas, sobre todo las movilizaciones populares; por ello, se alienta la formación de organizaciones violentas, autoritarias y paramilitares para mantener el orden social. Algunos de estos grupos fueron el Somatén, Uniones Cívicas y los grupos de Defensa Ciudadana. Aunque, posiblemente, el más radical e interesante sea el movimiento de los Sindicatos Libres.
Realmente el fascismo no tenía mucho que ver con las uniones cívicas, más allá de la estética y modos paramilitares o el espíritu contrarrevolucionario. Las uniones cívicas o los somatenes que proliferaron en España antes de la dictadura de Primo de Rivera podrían considerarse, como mucho, organizaciones de derecha conservadora autoritaria, incluso de derecha radical, pero no deben considerarse organizaciones fascistas.
Fueron unos grupos fundados en Barcelona en octubre de 1919. y sus más marcadas características eran:
Base social lumpemproletaria. La mayoría de sus miembros provenían del proletariado, eran obreros desertores y desclasados del anarquismo o pistoleros a sueldo. Entre ellos su propio fundador, Ramón Sales, que era un antiguo dependiente de comercio de origen carlista. En origen, defendían la lucha contra los patronos.
Tenían un ideario patriótico. Desde un principio hacen profesión de fe patriótica, anti internacionalista, en definitiva, nacionalista; a diferencia de los movimientos de izquierda que eran internacionalistas.
Defendían un ideario pseudosindicalista con claros tintes corporativistas.
Fundamentalismo contrarrevolucionario. Fueron defendidos por los patronos y burgueses para enfrentarse y para a la CNT.
Hacían apología de la violencia. Veían a la violencia como instrumento político de acción y como fuerza purificadora.
Manejaban términos que más tarde utilizaría el fascismo (haz, falanges...).
Claro sentimiento elitista, se sentían elegidos para una tarea histórica por su valía y condición personal.
Clara vocación superadora de las derechas y las izquierdas, que será una característica claramente pseudo o proto fascista al negar a los partidos políticos ofreciendo su superación.
La Unión Patriótica
Fue una organización creada en 1924 durante la dictadura de Primo de Rivera. Intentó ser una organización de masas que canalizase los impulsos regeneracionistas de la burguesía cuando, desaparecida la dictadura, se volviese a una supuesta normalidad constitucional. Fue el origen de futuros grupos de extrema derecha.
Hay que situar su origen en la Unión Patriótica Castellana. Este era un grupo promovido por Ángel Herrera con influencias de la ACN de P, para intentar crear una nueva derecha española fuera de los partidos dinásticos, que se adaptase a los nuevos tiempos y saliese con un papel protagonista de la dictadura y siendo, mientras esta estuviese, un grupo colaboracionista.
Consiguieron en Barcelona el apoyo de miembros de la Unión Monárquica Nacional (UMN), y contó con el apoyo del Somatén y de los Sindicatos Libres. Primo de Rivera hizo oficial a la UP en abril de 1924, y anunció que la UP era una «liga de hombres de ideas sanas», de la que saldrían las elites políticas del país tras la dictadura.
La organización UP nunca poseyó una auténtica autonomía ya que el dictador la controlaba a través de un Comité Ejecutivo Central y de los Gobernadores Civiles. Era un partido que cooptaba a las personas que querían ser la élite política del sistema, ya que monopolizaba los cargos oficiales de la dictadura.
La época más importante e influyente para la UP fue cuando, tras constituirse el Directorio Civil, se fundó la Asamblea Nacional Consultiva. Primo de Rivera dio a la organización un papel preeminente hasta referirse a ella como una «liga de la ciudadanía» y «madre de partidos».
La existencia de la UP suponía la superación de la dinámica competitiva de los partidos monárquicos y ser la base del orden político futuro con un nuevo marco constitucional.
La UP reunía en su seno a militantes procedentes de prácticamente todo el espectro monárquico. Reunía a gente del PSP, de la confederación católico-Agraria, de la Unión Monárquica, del Somatén... Era un grupo heterogéneo y, como tal, tenía muchas limitaciones ideológicas, aunque lo que sí parece claro es que defendían «la vuelta a la tradición» y a los «grandes ideales nacionales». Las funciones principales que se arrogaron, fueron:
«Traspasar a manos civiles las funciones políticas que estaba realizando el Ejército para evitar su desgaste…».
Buscar los colaboradores que pusieran en práctica su política... entre elementos adictos, organizándolos...».
«Dotar a la dictadura de un instrumento que pusiera en contacto al Gobierno con el pueblo...».
En definitiva, la UP canalizó el surgimiento de políticos nuevos, de carácter burgués provinciano con profesiones liberales, comerciantes y agricultores, que surgieron sin provenir de los partidos dinásticos restauracionistas. Eran unas élites consideradas como «gentes de orden». Aunque, para extenderse, su organización recurrió a entramados caciquiles que acabaron aceptando en su seno a la mayoría de la vieja clase política.
Baste decir que, a mediados de 1927, la UP tenía aproximadamente un millón y medio de afiliados, de los cuales su mayoría se encontraban localizados en las zonas rurales del país.
La UP facilitó el rearme ideológico de la derecha española al alimentar en su seno las corrientes doctrinales muy diversas dentro del pensamiento derechista. Aunque quedó condenada a no salirse del sistema, que cultivaba ideas regeneracionistas de la derecha española, y no fue capaz de dotar al país de una élite derechista nueva y renovada.
No se puede decir que la UP fuese un grupo fascista, aunque sí era antiparlamentario y antipartidos políticos, aunque a esto estaba obligado también por la coyuntura de ese momento en España. Una de sus mayores aportaciones a la política conservadora fue la asimilación y fijación de conceptos como representación corporativa o democracia orgánica; conceptos que tienen su origen en el regeneracionismo y llegarán a su máxima expresión con las ideologías de extrema derecha que se darán en la República.
Conclusión
A modo de conclusión se puede afirmar que en España no existió un verdadero movimiento fascista, aunque sí hubo distintas teorías y corrientes más o menos autoritarias. Parece interesante reproducir algunas de las causas que, según S. G. Payne, hicieron posible que en España no se extendiera la hidra fascista:
La cultura y tradición españolas se identificaban con gran fuerza con la doctrina católica, más que en otros países, creando un clima de catolicismo nacional que resistió durante mucho tiempo la secularización moderna.
En los últimos doscientos años, después de la derrota de Napoleón, no ha surgido ninguna amenaza real a la seguridad española.
Por su situación geográfica y por sus limitadas ambiciones extraterritoriales, España evitó involucrarse en las principales guerras del siglo XX.
Antes de la guerra europea, la modernización económica y social se produjo a un paso muy lento. Esto posibilitó la conservación del modelo del liberalismo elitista de principios del siglo XIX.