Todavía no hay resultados oficiales, pues hay votos impugnados que resolver, si bien todo indica que triunfará Pedro Castillo, representante de la izquierda radical. El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, tal vez volvería a utilizar su conocida frase con la que comienza su novela Conversación en la Catedral (1967): «En qué momento se jodió el Perú». Apoyó a regañadientes a Keiko Fujimori, su familia archienemiga que lo derrotó en su intento de 1990, y posiblemente sigue pensando lo mismo. No obstante, hay que rescatar que la democracia ha funcionado en Perú. Por poca diferencia de votos, como en comicios pasados, la ciudadanía se pronunció, a pesar de que el país ha quedado dividido en dos facciones diametralmente opuestas. La partidaria de Castillo de Perú Libre, y la de Fujimori de Fuerza Popular, aunque los nombres de sus agrupaciones o partidos, no evidencian los modelos verdaderamente en pugna. Castillo, un profesor primario que representa la izquierda extrema, apuntalada por el terrorista «sendero luminoso», sus atentados indiscriminados y una larga tradición de violencia política; y Fujimori, quien enfrenta acusaciones propias, y carga con el peso de los diez años de su padre Alberto (1990-2000), pleno de corrupciones, excesos autoritarios, y la eliminación del propio «sendero luminoso». Logró restaurar la economía, pero tuvo un final innoble, fugado al Japón donde intentó ser elegido senador por su doble nacionalidad, y regresó al Perú para enfrentar cargos muy graves de violaciones de derechos humanos y corrupciones, que lo han hecho entrar y salir de la prisión. Ahora está con arresto domiciliario. Todo esto es plenamente conocido, pero es revelador de que, luego de tantos años, el Perú sigue anclado en el pasado, en vez de buscar soluciones de futuro ¿Por qué?
Hay múltiples factores que se han acumulado, y están muy presentes en la población, entre ellos: un cansancio que ha llegado al límite de los sistemas dominantes por más de 20 años, reflejado por el trágico destino de todos los últimos presidentes, carencias y corrupción generalizada a todo nivel. Ahí están los muchos juicios sentenciados o en curso. Una plena constatación gracias a los nuevos medios de comunicación, prensa, radios, redes sociales, TV y otros, que han dejado de manifiesto, la pobreza, el desempleo, el trabajo informal, y tantos más problemas endémicos en amplias regiones del país, los que no solo persisten, sino que se han agudizado en una pandemia muy presente, mal contenida, y con más muertos, según recientes cifras corregidas al alza. La gran mayoría peruana se ha dado cuenta y tomado conciencia de esa realidad, como quedó reflejado en la reciente elección, con regiones como la Sierra y la Amazonía que han reaccionado, así como los sectores más desposeídos de las grandes ciudades, incluidas las votaciones en el extranjero.
Los dos postulantes presidenciales resultantes, con escasas mayorías relativas en la primera vuelta, debieron buscar desesperadamente más apoyos, por fuera de sus escuálidos respaldos, en sus adversarios políticos, con un largo pasado de confrontaciones donde los persiguieron o hicieron la vida imposible. Ahora los requerían urgentemente. Los han obtenido, pero Castillo, más que su contrincante, aunque por poco, lo que deja al país dividido entre opciones contrapuestas, y seguramente, irreconciliables entre sí.
Ambos procuraron morigerar sus programas y sus inflamados discursos, para evitar que la campaña fuera marcada por un «anti el otro», más que un acto positivo de respaldo, sin lograrlo. Mala señal, si la institucionalidad de un país se defiende por el rechazo o el miedo que provoca el contendor. Así, no hay avance y ha quedado demostrado. La conciencia real sobre los enormes problemas que enfrenta la población, en vez de encontrar proyecciones modernas, ha recurrido al pasado, y no justamente el mejor. Con Castillo, las propuestas socialistas o marxistas de hace 30 años, enmarcadas en una «revolución del siglo XXI», que intenta hacer todo de nuevo, con los estrepitosos fracasos demostrados en todo lugar que se ha aplicado; y por el otro, en los resabios de un autoritarismo fujimorista desprestigiado, de hace 20 años, y presentado como la única alternativa de libertad restante. O sea, ante nuevos desafíos, ambos han propuesto retroceder a viejas soluciones.
Cuesta creer que Castillo tendrá éxito, si aplica exactamente su programa de refundar todo nuevamente, mediante la revolución del «pueblo». Alusión que usa constantemente. Resulta a veces contradictoria, pues mientras más se cita al pueblo, menos se le representa. Se añaden, estatizaciones, término del sistema de libre mercado y las inversiones extranjeras, una nueva Constitución, y aumento del poder del Estado, entre las medidas más conocidas que propone. Cabe recordar que Castillo ha repetido, casi palabra por palabra, los mismos eslóganes de Hugo Chávez. Ya conocemos el resultado.
Queda por verse el papel que tendrán los Tribunales de Justicia, y los muchos procesos en curso, inclusive contra Vladimir Cerrón Rojas, el líder comunista del partido de Castillo, impedido de postular a la presidencia. O contra Keiko Fujimori, con acusaciones todavía en curso, ahora que no gozará de ningún fuero, y que se han reactivado. Juicios que se han revelado también, como un arma política muy efectiva, haciendo que los presidentes duren muy poco en el poder.
Se abren enormes interrogantes, además, de cómo reaccionará el Parlamento, que ya destituyó por la «incapacidad moral» prevista en la Constitución (cualquier razón política, en definitiva), a los expresidentes PPK, Vizcarra, y Merino, por citar los más recientes, y que nombró provisionalmente a Francisco Sagasti, luego de descartar a otros, sin elección popular. Cómo reaccionará «la calle», que ha tomado conciencia de su poder, y que ha demostrado que más reacciona que razona. No sería extraño que busque manifestarse decididamente, hasta con expresiones de fuerza. Cómo sorteará el nuevo mandatario las presiones, no solo de tantos adversarios, sino de sus propios partidarios, unidos solo para obtener el triunfo. Se presentan tareas muy desafiantes, y el futuro está lejos de ser garantizado, y se vuelve más incierto. Pedro Castillo, sin ninguna experiencia política ni gubernativa, con muy poca preparación técnica, y sin un eventual Gabinete debidamente capacitado, deberá afrontarlos y rendir cuentas en poco tiempo, una vez pasada la natural euforia del triunfo. Igualmente, recibirá no solo el apoyo de regímenes afines latinoamericanos, donde algunos se han adelantado a felicitarlo, sino que también, probables intentos de aconsejarlo, orientarlo y por qué no, hasta una pretendida manipulación. Por cierto, lo necesitan como su aliado, y como un nuevo respaldo incondicional, ante resultados tan poco eficaces como los que estos regímenes presentan en la actualidad.
Otro tanto para la relación bilateral con el resto de los latinoamericanos de signos tan diferentes como con Ecuador, Brasil, Colombia y Chile. Qué pasará con los Acuerdos Comerciales, la Alianza del Pacífico, el TPP11, el Grupo de Lima, PROSUR, las importantes inversiones en el Perú, las migraciones, la eventual fuga de capitales, el tráfico vecinal incesante y voluminoso. Y por qué no, la posible reactivación de ciertos problemas limítrofes, reales o inventados, tan fáciles de ser respaldados como fuerza aglutinadora. Los resultados en el Perú no son indiferentes para la región, en múltiples aspectos sumamente sensibles.
Ojalá, la frase de Vargas Llosa, solo siga siendo una expresión literaria y no se haga realidad.