La idea del mal o la maldad como también se le conoce, se asocia con dos cosas:
Desastres naturales y accidentes destructivos que nos resultan perjudiciales y nos causan sufrimiento a los humanos.
Comportamientos humanos que nos resultan inmorales desde el punto de vista general de la sociedad en que vivimos.
Pero resulta que la naturaleza no es mala; no causa daño, destrucción o muerte porque ella quiera o por voluntad propia. Somos nosotros los humanos quienes lo hacemos; somos nosotros los humanos quienes nos interponemos en su camino e intervenimos y cambiamos sus ciclos naturales. Somos nosotros los humanos quienes la culpamos de lo que es nuestra propia culpa, acción y consecuencia.
Y desde el punto de vista menos general del comportamiento humano individual, resulta que somos nosotros, los individuos que vivimos en una sociedad, los que decidimos actuar de manera inmoral; los que pervertimos o convencemos a otros para que también lo hagan; los que definimos los parámetros de lo que se considera moral o inmoral; y los que los rebasamos o los acatamos como individuos que vivimos en una sociedad.
De ahí que, la maldad, o más bien, el concepto de maldad, es un concepto meramente humano. No existe maldad en la naturaleza; salvo, claro está, que nos estemos refiriendo a la naturaleza humana. Así es, la maldad es cosa única y exclusivamente de la humanidad.
Entonces, siendo la maldad un concepto meramente humano, inexorablemente surgen los dilemas éticos y morales en forma de pregunta: ¿el mal (la maldad) nace o se hace? ¿Somos malos por naturaleza o la naturaleza nos hace malos?
La respuesta a estos dilemas ha sido discutida, a través de, la historia humana, por diferentes disciplinas como la filosofía, la ética y la moral. Cuestionada por diferentes religiones el «problema de mal» fue originalmente formulado por el filósofo griego Epicuro de Samos para tratar de conciliar la existencia del mal con la existencia de una deidad omnisciente, omnipotente y todo benevolente. No obstante, tal y como fue planteada por el filósofo griego, la paradoja de Epicuro termina demostrando todo lo contrario. Y analizado científicamente por la psicología, la naturaleza del mal humano es vista como una psicopatología que resume la perversidad humana en nueve rasgos definidos que han llamado «factor oscuro de la personalidad» o Factor D.
De acuerdo con la psicología, estos rasgos humanos maximizan el interés individual conscientemente; sin tener en cuenta su utilidad o inutilidad ni el daño que este interés exacerbado pueda tener sobre otra persona o sobre los demás, al considerar únicamente el interés en sí mismo y apartar del entorno a todos y todo lo demás. Desde el punto de vista sociológico, el problema de la maldad humana es también un problema de injusticia social atribuido a la ausencia de principios morales y éticos en el conjunto de personas o individuos que se asocian para violarlos e ignorarlos deliberadamente, conscientemente. La maldad humana ha sido estudiada por la psicología, la ética, la moral, la antropología, la sociología, la política, el derecho, la religión, la historia y la filosofía, pero, como tal, como maldad humana; solo ha sido estudiada por la ponerología: del griego poneros’ (mal) y logos (razón o principio). El nombre fue acuñado por el psiquiatra polaco Andrzej Łobaczewski para el estudio interdisciplinario de las causas de la maldad en la sociedad humana en períodos de injusticia social.
Entonces, (al menos, desde mi punto de vista particular) surgen varias preguntas: ¿por qué hacen falta períodos de injusticia social o fenómenos sociales como la guerra, la agresión y la violencia injustificada para «justificar» la maldad humana? ¿Podría haber otra razón?
En el pasado nos impusieron los gobiernos; es decir, el rey, el monarca, el dictador. Y este gobernaba con mano de hierro; hacía la ley, era la ley y tenía poder sobre todo y sobre todos para hacer su voluntad. La cual casi siempre era pletórica de injusticias y de maldad. Pero hoy día, salvo unas pocas excepciones a nivel mundial, elegimos a nuestros gobernantes. En otras palabras, ahora somos nosotros quienes tenemos el poder. Y si, como sociedad elegimos ser gobernados por un psicópata patológico, ¿de quién es la culpa? Y la triste respuesta es: ¡solo nuestra, de nadie más!
El propio, Andrzej Łobaczewski, estudió cómo los psicópatas influyen en el avance de la injusticia social al abrirse un camino hacia el poder y acuñó otro término patocracia del griego παθο —patho— (dolencia o afección) y κρατία —kratía— (gobierno, dominio o poder). Como dice el Dictum de Acton: «El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente». Entonces, surge otra serie de dudas existenciales: ¿si no nacemos malos? ¿Si nos hacemos malos?; ¿Por qué nos corrompemos? ¿Por qué aceptamos el mal? Y la respuesta es: Porque si nosotros mismos, por voluntad propia y conscientes de lo que estamos haciendo, elegimos a un corrupto para que nos gobierne y permitimos que su poder crezca absolutamente, a sabiendas de lo que está ocurriendo y de lo que podría ocurrir, nos convertimos como sociedad civil en una patocracia. Y nosotros mismos en psicópatas; es decir, abrazamos la psicopatología; aunque no la reconozcamos. Porque, si como sociedad no hacemos nada para evitar, denunciar y remover a los psicópatas; especialmente a los que nos gobiernan y tienen poder para decidir en una sociedad civil. Nos convertimos en responsables indirectos de sus actos corruptos; de su despótica maldad y de su perversidad (aunque no hayamos sido nosotros quienes cometimos esos actos).
Porque, la maldad humana solo se puede propagar y extender entre una sociedad si nosotros lo permitimos: si permitimos la injusticia, si permitimos la desigualdad, si permitimos que quienes nos gobiernan lo permitan. Así es, el mal no se puede propagar si no creemos en él ni cuando no nos dejamos influenciar por él, o por quienes quieren propagarlo por el mundo, persiguiendo mezquinos intereses propios. Esa es la verdadera psicología que está detrás de la maldad humana.