Vivo en la cima del mundo, rodeada por un océano de montañas, a un paso del cielo. Bailo inmersa en una nube. Ecos de cuando de niña giraba abrazada por la niebla del mar.
La simplicidad resuena con la gracia y yo me siento bien.
Vivo con otras 500 almas, alma más, alma menos, que me recibieron en su comunidad rural. De hecho, fui invitada a quedarme por una de las personalidades de la región: Pilar, la curandera.
—Manuelita, te he estado esperando, quédate y vive conmigo. ¡Te enseñaré lo que sé! —me dijo en nuestro primer encuentro.
Después de un resbalón, una caída, dos subidas y una presa de posición definitiva, comencé a vivir con ella.
Este pueblo se llama Latuvi y está ubicado en el sur del grande México, a pocos kilómetros al norte de Oaxaca, al que solo se puede acceder tomando caminos de tierra, curvas cerradas y subidas que se abren paso entre el bosque y al matorral. Estamos a 2,500 metros, pero debido a la riqueza de los ecosistemas y al hecho de estar a un paso del ecuador, las montañas son ricas en vegetación y flores de colores.
Originalmente, los habitantes se llamaban ben'zaa, que significa «gente de las nubes»; después de la conquista de los aztecas, fueron nombrados Tzapotéecatl en náhuatl «pueblo de la fruta» y hoy en día se les llama zapotecas.
Hablan español y una de las 62 variantes zapotecas; detalle sorprendente, que aclara la inigualable riqueza cultural de los oaxaqueños.
Pilar, a menudo, me habla en zapoteco, como si pudiera entenderla, pero obviamente no le entendía una sola palabra.
Pàdiùxi, que significa buenos días, buenas tardes y buenas noches; tidigaàrà, con permiso o disculpe; xklenlhì, muchas gracias; son algunas de las palabras que he aprendido a lo largo de los años.
Los zapotecos ganaron fama por tener la escritura más antigua de toda Mesoamérica, gracias al descubrimiento de glifos y pictogramas grabados en la piedra que datan el 2500 a.C. Sin duda, son descendientes de una cultura milenaria.
En Latuvi, la historia está viva, en los hábitos y las costumbres, en el estilo de vida y las herramientas que utilizan en la vida cotidiana. Una cosa un tanto extravagante es que optan, con orgullo, por usar algunas de estas herramientas, y sin ninguna intención de abandonarlas en favor de la novedad. Otras, sin embargo, no se reemplazan por falta de recursos económicos.
Por ejemplo, en Latuvi, se ara con bueyes y se siembra a mano, luego se usa el arado de madera y, como contenedores de semillas, usan cubetas de plástico colorado, o más a menudo, el caparazón de un armadillo convertido en una bolsita. En la cocina también hay un mortero o molcajete, que se utiliza para obtener salsa de chile picante; el metate, que consiste en una piedra rectangular y un rodillo, también en piedra, que se utilizan para moler maíz, frijoles, cacao y otros ingredientes; la jícara, recipiente o cuenco para beber o llevar agua, elaborado con una calabaza; y, por último, menciono el molinillo, un palo de madera perforado que se utiliza para mezclar bebidas a base de cacao.
En Latuvi nos despertamos con el amanecer. El sol aún no se ha asomado a las montañas, pero la luz ilumina el cielo. Siempre hace frío en este momento del día, ya sea verano o invierno. Es como si la noche, antes de desaparecer, quisiera meterse debajo de la piel y luego el frío se vuelve más punzante, todo se congela y envuelve la creación por unos minutos más.
Se enciende el fuego y se calienta la cazuela sobre la llama encendida. No todo el mundo tiene estufa de gas, pero nadie renuncia a los sabores de la estufa tradicional hecha de tierra y fuego vivo. Entre un leño encendido y otro se colocan una o dos ollas: la del café con canela y del atole.
El atole o el champurrado son bebidas prehispánicas y son tan deliciosas que ningún mexicano ha querido renunciar a este hábito. Se trata de la misma bebida hecha a base de masa de maíz, azúcar, canela y leche, pero el champurrado, que yo prefiero, tiene además cacao. Pociones que, por su exquisitez, no tengo duda de que, a su tiempo, se ofrecieron a los dioses.
Contemplar el poder de la naturaleza y vivir con personas que durante siglos fueron moldeadas por esa influencia fue el mayor regalo que pude concederme. La naturaleza ha embellecido el alma de esta población. Está presente en el bordado de sus vestidos, en el arte y la artesanía, en sus gestos cotidianos y en el profundo respeto que tienen por los bosques, los árboles, el agua. Cada elemento de la naturaleza es vital y la comunidad está en sinergia con él. En la cosmovisión —o concepción del mundo— de los zapotecas, la naturaleza está viva. Como nos enseña doña Tomasa, partera y hierbera:
¡Tenemos que hablar con una planta! Antes de recogerla advierto a la planta, quizás porque es medicinal y por tanto útil para tratar a un enfermo, le explico para que beneficio la corto, así, en esta manera:
Hierba de mi alma, te llevo a casa porque tú curarás a la gente. Dios te dejó para curar y con tu permiso te quito la vida. Perdóname por cortarte, pero tú serás un remedio.
Así le hablamos a la planta.
Quizás no todo el mundo lo hace, pero es un hecho que es una práctica muy extendida, o al menos compartida por todos los curanderos de Oaxaca. Concebir la naturaleza viva es como cruzar la puerta de un nuevo mundo, el de ellos; n mundo en principio desconocido para mí, pero, con el tiempo, también se ha convertido en el mío. Habitado por seres no humanos que participan en la vida social de la comunidad. Lleno de prácticas, reglas, rituales, símbolos, significados.
Ahora en Latuvi tengo mi propia casa. En verdad, la dueña es tía Oliva, que lleva años durmiendo en la casa de Pilar, por eso me ofreció hospitalidad en su humilde hogar. Anteriormente, solía vivir en las cabañas y en un futuro, que ya pasó en 2021, me iré a vivir con doña Laura, la heredera de Pilar, y su extraordinaria familia (el momento de mi historia es a unos meses de mi llegada a Latuvi, en enero de 2010).
Donde vivo no tengo estufa de leña, solo de gas. Como buena italiana, después de dos meses de abstinencia y una dificultad infinita para carburar durante el día, me equipé con un moka y me preparo un delicioso café.
Oaxaca es uno de los estados mexicanos que producen una exquisita calidad de café. Pero la mayoría de ellos están acostumbrados a beber litros de «Nescafé» soluble. Afortunadamente en el futuro (a partir de 2012…) habrá movimientos de rescate de las producciones locales y comenzarán a abrir cafeterías que sensibilizarán a la sociedad para que aprecie el café de sus tierras, cambiando sus hábitos.
Pero volvamos a Latuvi, en abril de 2010, mientras me transformo en una nueva vida en compañía de Pilar.
Mi vida cotidiana se repite a menudo de manera similar a sí misma. Después de mi primer café en la mañana, me pongo los pantalones y una camiseta y camino por los caminos de tierra que me llevan a la casa de Pilar. Con frecuencia la encuentro en su cocina preparando tortillas, o entreteniendo a sus nietas, pero no pocas veces, la encuentro sola, sentada y absorta en un silencio que llena la habitación de una paz sublime. Me alimento de ella, de su incomparable belleza. Es una mujer de corazón puro Pilar. Esto le permite vagar hacia paisajes inimaginables, cruzando fronteras invisibles, mientras la gloria y la beatitud la visitan en su humilde morada.
Pilar, después de una enfermedad muy grave, se convirtió en curandera. Su médico y maestro le había advertido:
Tu enfermedad no es física, sino espiritual. Yo te curaré, pero luego dedicarás tu vida a los demás. Te convertirás en mi alumna. Te enseñaré a curar y a reconocer y a utilizar las plantas. Tú eres Pilar, es decir, el pilar de tu hermana la humanidad.
Tenía 37 años cuando fue iniciada por don Ramón, y ahora tiene 40 años de experiencia como médico tradicional, y me quiere con ella, para iniciarme en la vida chamánica.
—Pilar, ¿qué significa que tu enfermedad no fue física, sino espiritual?
—Significa que el mal no estaba en lo físico sino en el alma.
—¿Qué quieres decir?
—El alma es la parte invisible del ser humano. Es la chispa divina, el amor, el origen. Cuando estamos en sintonía con nuestra alma estamos en el centro de nosotros mismos y por lo tanto estamos en el amor. Cuando estamos en el amor, estamos en armonía y salud. Don Ramón sanó mi alma.
—¿Cómo se trata el alma?
—El alma se cura con el alma. La cura proviene de esa luz que vive en todo. El curandero es un instrumento de lo alto. Es un canal que el alto utiliza para inyectar a la persona la cantidad de luz o energía que necesita para recuperar fuerzas y aprender que lo físico es solo una parte de toda la existencia. Esa armonía es muy importante y hay que cultivarla mientras esté presente, porque cuando la perdemos, aparecen el malestar y la enfermedad.
Y añado que, tras años de convivencia con mis queridos amigos, he aprendido que la coherencia con lo que somos y lo que hacemos se debe cultivar, partiendo de un profundo respeto por la naturaleza, que no se enseña, sino que se vive como facultad de respetar la propia esencia «natural».
Don Eligio, hermano de doña Pilar, bien dice:
Nuestros antepasados fueron más sabios que los españoles, que lo cambiaron todo con la conquista. ¡Ellos con su religión idolatraron a un dios fuera de nosotros! En cambio, mis antepasados fueron sabios porque su dios era el sol; ¡intenta vivir sin el sol! Fue la lluvia; intenta nuevamente vivir sin lluvia, árboles, tierra y agua. Su dios era la naturaleza. Y todo esto también está dentro de nosotros.
Estamos profundamente conectados con el sol, la tierra, el agua.
¡Somos naturaleza!
Dios es todo, Dios también está dentro de nosotros. Ahora, sin embargo, el dios exterior nos ha llevado a idolatrar la luz eléctrica; ¿Y si un día una tormenta tumbara el pilón eléctrico? ¡¡¿Como puedo hacer?!!
Yo haría bien lo mismo, porque dependo del dios sol, ¡que sigue saliendo de todos modos! ¿Me entiendes Manuelita?
Sí, comprendo muy bien, don Eligio, y creo que, aunque mi sociedad haya ido mucho más allá de su propia naturaleza, siempre que trate de sentir mi alma y vivir en coherencia con ella y mi verdadera naturaleza, me alinearé con el universo y encontraré el verdadero rumbo de la sociedad y no estaré sola.