La novela es ficción, incluso cuando es histórica y, a pesar de sus «mentiras», nos hace reflexionar sobre las múltiples verdades que encierra una realidad. Esta afirmación puede ser considerada paradojal en el sentido de tener que crear algo artificial para describir la realidad. Pero esta contradicción se esfuma lentamente, cuando consideramos el modo en que percibimos el mundo, la historia y nuestra propia realidad, porque nuestras percepciones son dimensiones vivas de una narración que hemos creado y que actualizamos constantemente, representando un mapa del mundo externo y las relaciones que lo sostienen.
Nuestros conocimientos son datos y cuentos y estas dos vertientes son inseparables, a pesar de que la ciencia nos imponga sus métodos. Por otro lado, la ciencia nunca pierde su condición de narrativa, porque esta es necesaria, no solo para ser comunicada, transmitida, sino también para ser asimilada y memorizada. En el universo psíquico existen meta scripts o esquemas mentales, donde viven sujetos con intenciones y capacidades que, interactuando con otros sujetos y objetos, crean la realidad.
En la física misma, el concepto de hoyos negros y materia oscura no son otra cosa, que metáforas que nos permiten representar aspectos de la realidad, como también lo son las teorías de la evolución en biología. Metáforas que representan paradigmas y que apoyan nuestros esfuerzos para entender qué es el universo y la vida. Es verdad, existen una serie de observaciones que substancian estas «metáforas», pero estas no dejan nunca de ser tales y, con el tiempo, son superadas y se crean nuevas metáforas o narraciones.
El conocimiento humano consiste en datos, métodos y relatos y la ciencia se distingue de la novela, porque exige método y, como parte de este, demostraciones. La diferencia no está en la falta de narraciones, sino en el modo en que estas se construyen y aceptan como «provisoriamente válidas». La racionalidad en el comportamiento del homo econonomicus es sin lugar a duda una aberración, que demuestra nuestro modo de pensar, como también lo es la visión teleológica de la historia, que se desarrolla hacia un fin específico, donde las sociedades humanas superan sus contradicciones internas.
Las ciencias sociales están impregnadas de narraciones relativamente arbitrarias, como la sociología y la psicología. Las teorías mismas de Freud demuestran estos hechos, apelando entre otras metáforas, a la del complejo de Edipo, que después habría que leer con otros ojos o como una representación de ciertos conflictos determinados por la cultura del siglo XIX en Europa.
Dicho esto, tenemos que reconocer el papel epistemológico de la novela en general, sus ventajas y desventajas. Cuánto aprendimos leyendo una buena novela, cuánto nos hace pensar y reflexionar, liberándonos y encarcelándonos a la vez y en esta nueva paradoja tenemos otra verdad de la cual no podemos huir. Estamos atrapados en nuestras propias narraciones que reflejan y tergiversan nuestro mundo, como el hombre de la caverna en la historia de Platón, que solo percibe reflejos y de ellos construye su realidad. La otra gran verdad que tenemos que aceptar, aunque suene contradictorio, es que no existe una verdad, sino un reflejo más o menos «validado» de realidad y la ficción es la fuerza que nos hace caminar y tropezar.