Al acercarse el Bicentenario de Independencia de las naciones centroamericanas —septiembre 2021—, el colectivo de arte contemporáneo Museo de Pobre y Trabajador presenta un evento que eriza la piel de la cultura regional: «Mesoamérica Tierra Encendida», curada por Erandi Ávalos (Méx), Illimani de los Andes (Nic) y Luis Fernando Quirós (CR), muestra a realizarse del 4 de junio al 4 de agosto 2021, en el Museo de Jade y la Cultura Precolombina del Instituto Nacional de Seguros, San José.
Para la inauguración el 4 de junio a las 4 de la tarde por la red Microsoft Teams, Museo del Jade, se transmitirá el recital virtual «Voces Poéticas Mesoamericanas», declamado por los mismos poetas y del cual, el joven cantautor y escritor nicaragüense, Yasser Salamanca, nos comparte una singular lectura y sensible interpretación que comparto con nuestros lectores y seguidores:
La poesía que se enciende en nuestra tierra en esta ocasión nos revela las raíces intrínsecas que se mantienen esparcidas en la región y que encuentran ahora un momento de concurrencia y concordancia en la conmemoración del bicentenario de la independencia de nuestros pueblos. Aunque este acontecimiento se nos presenta de forma efímera y relativa, dado a que nuestras voces milenarias y nuestras naciones se mantienen igualmente subyugadas por el poder económico. Resulta interesante que, en este contexto, en un mundo convaleciente, nuestra poesía aún retoma y alberga la vitalidad y el eco de la naturaleza, la conciencia de lucha por el bien común, racial, cultural, y el aire de libertad que solo con el arte se acaricia.
El conglomerado de poetas que participan en este encuentro nos entrega las reminiscencias de nuestra historia, y es que, como bien lo señala la poeta afrocostarricense, Shirley Campbell, en su obra El Encuentro:
Después de todo es necesario desenmascarar la historia, y hacerla escupir con sangre, toda la verdad. Es necesario sentarla frente a los nuestros y hacerla hablar. No se puede vivir sin historia, no se pueden criar hijos sin historia.
En este sentido, cual se cumpliera una profecía también ella dice: «Es necesario desenmascararla, eran muchos años de estar esperando, era mucho tiempo detrás de nosotros».
La artista alude al hallazgo de una conciencia colectiva que nos permita otra forma de reconocernos y reorientarnos, tal cual lo refiere en otra de sus obras:
Me convertí en mi mísma, me aprendí, soy yo, tengo certeza de mí misma, y de los míos… No pido ya permisos para vivir. Hoy disfruto con sobrada elegancia mi negrura. La paseo por parques, mercados, y plazas. Por escenarios anfiteatros, simples coloquios, y grandes conferencias. La aprendí desde adentro, con historia y desde el centro del alma. Por eso ya no preciso de razones para ser, porque me descubrí limpia, brillante, victoriosa, incólume, probada, bendecida, batallada, ¡negra! Ya no, no preciso razones porque hoy soy yo, ¡¡¡liberada!!!
Sucede también en esta confluencia poética un encuentro ancestral, un trance a la naturaleza como elemento propio de nuestros ritos antiguos, así bien lo designa el joven poeta maya, Pedro Chavajay en sus Na'ooj ja njaqb'eejeel jawa´rammaj ri´ (Palabras para abrir camino en el tiempo). En donde él traslada parte de la tradición cultural del pueblo tz'utujil hacia las líneas que invocan un pasaje al conocimiento.
Espíritu de nuestros muertos, danos un corazón que absorba el dolor, que no guarde el eco de las palabras negativas. Danos sombras que nos pronostiquen los augurios, sueños donde acudamos a traer el gran conocimiento.
Y es justamente este conocimiento, esta filosofía de vida, lo que desvela una cosmovisión propia, la cual hoy nuevamente, poco a poco se presenta y se manifiesta, retomando un espacio entre nosotros después de algunos siglos.
Le damos un sorbo de agua a la vida para que esté feliz con nosotros, que nada nos tape los ojos en los días que vamos tejiendo hilo por hilo la vida, porque así andamos y vamos formando la matriz de la luna.
Nos deja ver como se alumbra de religiosidad al gran conocimiento, atribuido al espíritu de nuestros muertos, así, se ampara en éstos para que broten las semillas y le permitan ser el encantador del corazón más incrédulo.
Las distintas percepciones poéticas revelan una analogía ante la búsqueda de refrescar la memoria, encontrar los elementos o símbolos que trascienden los sentidos y que de esta manera envuelvan un escenario donde pueda fluir aquella tierra encantada de la cual todavía respiramos.
En la tierra donde nace el espinoso coyol, la ceiba gigante, de ahí soy yo, nos dice el maestro Rolando Castellón, al dar lectura a las Cenizas de la Conquista, una mirada que recorre el pintor y escritor nicaragüense Omar D' León en su libro el Canto Grande. Y que nos traslada hacia el hábitat donde vuelan, corren, se arrastran, mueren y renacen animales y árboles, plantas, frutos, mitologías, estaciones, dioses, volcanes, los amores. Todo lo que surge de esa historia olvidada que aún hace palpitar la vida a pesar del cúmulo de adversidades impuestas en el tiempo.
De allí soy, donde se distingue el brujo de la caraña junto al ojoche refrescante, la serpiente emplumada, el chompipe, la pithaya, el nancite, el níspero, la cabuya, el junco, el icaco, el malinche, el pájaro triste, los cipreces, el galán de la noche, la tierra de los temporales, llanos, cordilleras, duendes, encantos, cususas, candiles, canículas. De ahí soy verdaderamente. ¿Y vos de dónde sos? Se me hace que vos no venís con amor o como hermano…
Señala precavidamente el poeta antes de expresar en medio de aquel aire florido todo su descontento.
En un cercano paraje, pero esta vez refiriéndose a un mar iluminado en el istmo, el artista costarricense Minor Arias Uva describe como si de un sueño, o una visión se tratara. Traza una inminente catástrofe la cual busca ubicarse en el pasado, o bien, en el futuro:
…las placas tectónicas chocan con fuerza, Abya Yala se reacomoda, chorros de lava corren bajo el agua y quedan flotando como serpientes. Los animales gigantes escapan del fuego, camarones y peces carbonizados abarrotan el litoral, entre cenizas y breves brotes de llamas llueve y llueve, luna ácida y sol apagado, todo vuelve a la calma. Las semillas de aquí y de allá son arrastradas por encima de las vértebras de un dragón despierto de nuestra tierra emergente, Centroamérica.
Abriéndonos camino entre la consonancia de voces y el traspaso del tiempo que se remonta poéticamente a una lucha sin tregua, de repente llegamos a otra realidad, esta nos describe parte de las guerras fratricidas que se han desplegado en los pueblos centroamericanos, en este caso particularmente, en el Salvador.
La transición hegemónica que pasó de manos de los conquistadores europeos a la potestad norteamericana, trajo consigo aquellas nuevas calamidades, se extendió el grito a través de los días. «Era un pájaro muerto la encorvada juventud de los desaparecidos», refiere el poeta salvadoreño Noé Lima en su escrito titulado Nudo, cuya prosa surge sin conmiseración.
«El nudo hecho en el silencio desde 1980 con el sudario del ahorcado de la Plaza Barrios, con las retinas de arenas de aquel exilio paterno tullido de vela y barro, de infancia y bala, de paludismo y madre muerta». Ese nudo que él realiza nuevamente con «el costado ensangrentado del calendario que todavía tartamudea los nombres regados en la morgue. En la montaña, con la cisterna de sangre que cubre los bosques, las hélices de sal que todavía en verano recuerdan los asesinatos de Monterrosa, el empapado verde olivo de la bota gringa golpeando a los ancianos».
Este fragmento suscita un cuadro que se reproduce mil veces entre una y otra metáfora centroamericana, donde se mantiene atado ese nudo en el silencio que en las estremecidas líneas del poeta se siguen percibiendo «los vacíos párpados de la abuela por su hermano asesinado. Y es el llanto de ella, ahora incubado entre mis dientes que gritan…».
Actualmente, subsiguiente a las guerras y como secuelas de otros acontecimientos sociopolíticos, se escuchan en nuestros pueblos las risas lejanas de los niños que una vez dejaron aquellos padres, ahora en el exilio. Ese común andar que discurre Norma Zamarrón en su poema No Me Olvides: «Donde se aleja el alma de sus raíces, pero no se olvida el lugar nuestro».
El distanciamiento de su hija y la partida eterna de su madre lejos de los suyos, formaron parte de los insumos para sentir ese «beso que se graba en la memoria» y que se describe casi como una carta cuyo sobre antes de enviar traspasa los rostros de miles de migrantes que se consumen viendo pasar a lo lejos los días que no volverán.
En este momento histórico que levanta muros, que lo multitudinario no borre lo cercano. Mientras se habitan tierras que se extienden tras la otra orilla del Río Bravo, que descansan y se fatigan tras las sombras del muro, no me olvides. Que el odio no nos borre, que el miedo no separe nuestro abrazo. No importa si la gasolina aumentó su precio, o tengo el auto varado en el estacionamiento, si cortaron la luz y el gas se agota, o regreso de una marcha de protesta, si grito por lo que no puedo resolver. Pero me pega el aumento del dólar porque mi boleto de viaje hacia ti ya no es posible, y mi amor te añora. De este lado del muro yo te amo, de ese lado del muro, no me olvides, en esta orilla de nuestro corazón, permanezcamos. Te extraño, no me olvides.
A pesar de todo el desasosiego que se descubre en el andar de nuestros pueblos, surge siempre un amanecer, al igual que lo percibían nuestros ancestros, el universo sigue moviéndose y la conciencia de lo que realmente nos pertenece se empieza a ventilar. Ahora en el arte germina el conocimiento que alguna vez fue enterrado. Los colores de los telares reviven, colores que vienen impregnados de plantas, rocas, semillas, cielo. Donde se interactúa con el origen, con el cosmos. Vuelven a verse a sí mismas las mujeres con sus manos dotadas de sabiduría, el manto progenitor. Dentro de un telar nos declama la artista hondureña Valeria Cobos:
Yo nací dentro de un telar transparente, desde su seno mamá me enseñó a hilar. Yo nadé dentro de un telar azul, por en medio de mis pies pasaron infinitos peces. Yo me herí dentro de un telar rojo, mi abuelo me curó las cicatrices con sus manos arrugadas de amor. Yo sembré dentro de un telar verde, y trepé los árboles que mis hijos y nietos luego treparon. Yo peleé dentro de un telar naranja, y mis compañeros me llamaron el niño del telar. Yo lloré dentro de un telar celeste, y la abuela me explicó que valía más un telar de hilo que de cemento. Yo envejecí dentro de un telar morado, junto al horno de leña, y mis nietos amados.
Finalmente encontramos el aporte en la obra de Sashenka Hernández quien desde la Meseta Purépecha de México sigue luchando y resistiendo para que su lengua y la existencia de su pueblo no se desvanezca donde nadie los escucha, donde nadie los entiende: «Entonces, ¿qué tendríamos nosotros que decir?»
Juchá,
engaxi ioni ueratini ixú irekanijaká.
Juchá,
engaxi xanini jingoni markueka.
Engaxi xanarajka iamindu juchari uajpachani
ka uichuchani jingoni.Jucha karaxinga, uandaxinga,
uarhaxinga, kustaxinga.
Ka menichani,
juchajtuxi uarhipixinga
enga no tsipikua jingoni irekani jauakaxi,
juchari eskuecha mitakurhixindi
ka juchá markuentaxinga,
joperu iaxi,
¿ambé jaua parixi juchá uandani?Juchari uandakua niraxatí tarhitani jingoni,
juchá uandaxinga ka mintsitaxinga
exka jauaka tekanskua,
exjka jananarinaka juchari uandakuechani, juchanxini.
Joperu juchá no mentkuni uandaxiga
jimbokatsini nojtsini nemá kurhajchaxindi.Ka jauatixi uerakua anapuecha,
ka p´itakata ma pakurhitixijoperu juchanxini
nojtsini nemá kurhajchaxindi,
nojtsini nemá jananarhixindi.Jarastikxi mamaru uandakuechani ixú,
juchari ech’erini jimbó,
ka jarasti nemaka markuni uandaka exka juchá,
nakoru no mentku uandakuani jingoni,
joperu imachajtu niraxti, niraxatikxi.Jimboka juchari tsipekua ixisti ixú parhakpini,
exka tsikipu ma iauani ech’erirhu inchatsitini,
noxi meni mitixka ná jatini tsikintaxi
o ná jatini kamakurhixi.¿Ambé jauá parixi juchá uandani?
(Artículo en colaboración con Yasser Salamanca)