Dicen que los seres humanos perdemos la inocencia muchas veces en el transcurso de nuestra vida, a pesar de que solemos creer —tal vez influenciados por la literatura o el cine— que esta pérdida solo se produce durante el paso de la niñez a la edad adulta al enfrentarnos con la realidad.
Cuando somos adultos, perder la inocencia no tiene por qué ser necesariamente negativo. Es comenzar a entender algo que teníamos idealizado, así irán pasando épocas aceptando la realidad. Tendremos que asumir que tampoco existen las utopías y, al admitirlo, entraremos en otro estadio donde habremos, otra vez, «perdido la inocencia». Pero si aceptamos esto como natural no nos convertiremos en adultos desilusionados, aunque, entretanto, la vida nos golpee con desgracias.
Actualmente, vivimos en plena revolución que a nuestro pesar nos está cambiando. Los estímulos —los sueños, las ilusiones, volver otra vez a la inocencia— muchas veces son virtuales, acrecentados con el confinamiento en que nos ha sumergido la pandemia y vienen en ese tren bala que se llama Internet.
Así vemos que el sol hace brillar las montañas con nieves perpetuas. El campo es un vergel del que brota toda clase de frutas y verduras. Hay arroz en abundancia y es fácil pescar en limpios ríos. Las casas son acogedoras con animales domésticos y abuelas sonrientes. No existen plagas ni observamos animales repulsivos, al menos para mí, como ratas o serpientes. En verano, tampoco hay mosquitos.
Cuando cae la nieve, lo hace delicadamente, tales pétalos de cerezos en flor agitados por un suave viento durante la sakura. El frío se combate con un buen fuego donde arde abundante leña que proporcionan los bosques cercanos. Los campos están como en las fotografías de los almanaques de nuestra niñez: limpios, ordenados.
En las viviendas —de una limpieza extrema— no se verá ni un recipiente de plástico, todo tiene una función lógica y elemental; no se producen casi residuos y quienes las habitan —no podía ser de otra forma— son chicas jóvenes, agraciadas y sonrientes. ¿Es un sueño? No, pero este mundo está lejos y accedemos a él por la red de redes. Las muchachas allá en la remota y tradicional China tienen nombres exóticos, evocadores y misteriosos: Li, Dianxi o Ermi,. Son «realmente virtuales», las conocidas como «youtubers», personas que suben vídeos a esa red social y que cuentan con millones de seguidores.
Li Ziqui, la más destacada, nos transporta a un edén donde reina la felicidad y la armonía en un ambiente idílico. Tiene cerca de 60 millones de seguidores en todo el mundo distribuidos en varias redes sociales y es la estrella indiscutible de toda una legión de muchachas que la están imitando. Nació hace treinta años en Sichuan y actualmente vive en Mianyang.
Siembra, recolecta, construye muebles de bambú, teje, confecciona ropa, dibuja, realiza pequeñas obras de albañilería, borda, tiñe con productos naturales, elabora embutidos, deseca pescado. Todo ello en imágenes bellísimas y nostálgicas, con una música que te transporta a ese estado ideal donde reencontramos sentimientos antiguos.
Pero es en la cocina donde despliega toda su destreza. Con aparente sencillez, surgen como por arte de magia, platos prodigiosos llenos de colores, cocinados en un wok o al vapor. Cuando crees que ya los ha acabado y es imposible mejorarlos, origina una suave lluvia de pétalos o de trocitos de verduras distintas que ponen un arco iris en sus más que apetecibles elaboraciones.
Es también un espectáculo verla usar un único cuchillo de hoja rectangular parecido a una hachuela con el que pica, corta, filetea o trocea carne, pescado o fruta.
Entonces pienso en los afamados y, a veces engreídos, chefs occidentales, que en sus cocinas-laboratorios llenas de artilugios manipulan tanto los alimentos que se ven obligados a explicar qué es lo que vas a comer, además no tienen sus platos, ni por asomo, la estética que ella les da.
Viendo a Li Ziqui regresas a la inocencia y vuelves a creer en personajes de cuentos como Blancanieves, porque así la llaman algunos periodistas y seguidores.
Pero nuestra Blancanieves casi no habla y apenas mira la cámara. Con ritmo elegante y sosegado va mostrando su quehacer en vídeos donde no ha querido introducir publicidad para no romper la cadencia. Si quieres saber cómo acaban estos pequeños documentales domésticos sobre la vida rural china, hay que verlos completos, lo cual es sencillo, pues a pesar de su ardua elaboración, rara vez duran más de quince minutos.
Resulta que, cuando alguien tiene éxito, surgen dudas de su autenticidad. Pero nuestra particular hada posee una historia real y comprobable. Con 14 años se fue a la ciudad para buscar trabajo, en 2012 murió su abuelo y volvió a la casa con su abuela, que la había criado, ya que se quedó huérfana muy pequeña. Entonces, en la calma del campo y como un medio de ganarse la vida, comenzó a moverse por Internet. Debido a su fama, el Gobierno chino quiere ponerla de ejemplo para que muchos jóvenes vuelvan al mundo rural, pero ella, de momento, sigue su labor solitaria y no se ha dejado seducir.
Antológicos son los finales de las historias cuando se sienta con su abuela; entonces sí se las oye hablar y reír mientras cenan en una noche ideal donde nos gustaría estar para compartir mesa con ellas.
Una imitadora aventajada de Li Ziqi es Dianxi Xiaoge, de la provincia de Yunnan, fronteriza con Laos. Dianxi cuenta con más de 7 millones de seguidores y sigue la misma estructura de los vídeos de Li. Pero Dianxi solo nos muestra sus habilidades en la cocina, también prodigiosas. Aquí la familia es extensa y destaca la paz que transmite junto a los sonidos de la naturaleza: el susurro del viento, el discurrir de las fuentes, el murmullo de las hojas o el ladrido lejano de algún perro. Todo esto hace que sus trabajos sean sumamente relajantes, con un tono nostálgico que nos evoca los paraísos perdidos.
Solo elabora alimentos con productos de temporada de su región y a su mesa acude toda la familia, incluidos los abuelos, como antes eran las familias y así tenía que haber perdurado, pero el absurdo eurocentrismo y una modernidad malentendida nos han hecho perder nuestros valores.
Otra influencer es Ermi Chuiyan, de la región de Sichuan, donde viven los pandas gigantes. Con menos seguidores que las anteriores, también luce en la cocina su maestría elaborando platos típicos chinos, lo que hace aconsejable pasar por su canal de YouTube. Aquí no busquéis rollitos primavera, chop suey, cerdo agridulce o arroz frito tres delicias; esto, afortunadamente, es otra historia.
Tengo amigos que me cuentan que cuando vienen del trabajo, tras la cena, van al canal de alguna de ellas. La calma a la hora de elaborar los platos, los paisajes idílicos, el chisporroteo de los alimentos en el fuego, la música apacible, el amanecer transparente o miríadas de estrellas, el viento y las risas los relajan.
Las hadas han vuelto.