Ante la pregunta ¿qué es percepción?, se esperaría una respuesta asimilada por nuestro cuerpo, con su capacidad de percibir y comunicar implicada por la experiencia, el comportamiento, la memoria, el saber y conciencia de sí mismo; una amalgama de estos vocablos catapulta a sentir y a ser criatura privilegiada en esta magna creación, con capacidad de mutuo entendimiento entre las personas, a pesar de hablar diferentes idiomas y tener, razas, credos e ideologías, diversos.
El profesor de la lejana India, Amit Ganjoo, gestor cultural, artista visual, director de Academia IPS de Indore, me invitó a escribir acerca de la «percepción». Para responder a su pedido, requerí revisar primero mis propios saberes al respecto, repasar referentes, y sobre manera, sentirme bien atendiendo la solicitud. Esto, para decir, que también las percepciones dependen de la voluntad y emocionalidad personal en el momento de escribir.
El doctor Daniel Goleman (2000), en La Inteligencia Emocional expresa:
Algunos de nosotros estamos naturalmente más en armonía con los estilos simbólicos especiales de la mente emocional, metáforas y símiles, junto con la poesía.
Las percepciones están acordes con nuestros sentidos, influidas por el entorno natural y social, serán consideradas valores morales, éticos, psicológicos, físico-biológicos, y hasta políticos o ideológicos, pero, sobre todo: son una experiencia de la memoria. Hablamos de la capacidad de comprensión, de lectura y de sentir globalmente los objetos y sus caracteres en relación con lo que rodea, medio natural o artificial.
Memoria y experiencia
Cuando ingreso a la cocina de mi hogar, al estar cerca de la plantilla eléctrica o de gas, por lo general siento el calor de la estufa, a pesar de que no esté encendida, pues hemos tenido la experiencia de tocarla y sentir su condición calórica que determina su función. Incluso, en ocasiones que he deseado tomar un café, preparo el percolador y quizás olvide conectarlo, aun así, voy a sentir no solo el aroma al café colándose, o escuchar el hervor que el agua, al subir. Es más, el lector, al leer estas notas, es probable que sienta deseos de tomar una tacita de café.
Se trata de percepciones psicológicas y sinestésicas que ocurren cuando un sentido activa a otro, y la experiencia que tenemos de tales interacciones con los objetos y el conocimiento de sus funciones, también originan las percepciones en conexión con la memoria.
Otro aspecto central que importa considerar, tiene que ver con la colectividad, pues no estamos solos; las interacciones sociales y culturales modelan estas formas de transmitir los sentidos y de comunicar. El filósofo hispano Eugenio Trías, en su libro El Artista y La Ciudad (1997), inicia su reflexión con un planteamiento de Platón en La República, cuando dice: «La ciudad nace por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo…».
Esto implica que comunicar es un talento que rinde en el interaccionismo simbólico cotidiano, existente en la estructura que llamamos sociedad, como también en la naturaleza, pues los animales o plantas transmiten sus necesidades y comunican su estado. Todo esto enciende nuestra emocionalidad, lo cual da temple al organismo en el momento de percibir y dar respuestas, o sea comunicar.
Constancias perceptivas
Tal y como se dijo, para percibir importa el temple del organismo, y en todo ello se implican las constancias fisiológicas y psicológicas con que el cerebro intenta clarificar lo observado, pues si existe una alteración de las constancias, afecta la armonía, por lo tanto, la conciencia y por ende la comunicación.
Las constancias fisiológicas son como la temperatura constante del cuerpo, los 37 grados centígrados; la presión arterial, el pulso alterado pueden inducir errores; los humores orgánicos en el estómago, entre otros factores, inciden. Veamos un caso: si un sujeto presenta temperatura de 40 grados, no tendrá ánimo para escribir ni analizar una obra de arte, aunque sea su trabajo habitual. Con esa ruptura de la constancia de temperatura corporal, verá borroso, las líneas en el esquema se moverán, y el desgano corporal obstruirá su criterio.
De manera que el temple general del organismo incide en el proceso perceptivo. Tanto como influyen las constancias psicológicas de forma, tamaño, posición. Si al observar una determinada forma, el registro perceptivo en el cerebro no cambia, aun si se mira de lejos o de cerca, esa constancia del tamaño se debe a la experiencia que cada uno tenga de esa forma, su peso, volumen, textura o lisura. Los conocimientos de esas propiedades permiten opinar acerca de sus dimensiones, sean grandes, medianas o pequeñas.
Igual sucede con las constancias de la forma, estamos acostumbrados a apreciar el cuadrado de frente, vista ortogonal; esa es la noción elemental de la geometría, aunque lo muestren inclinado o ladeado, va a ser observado según la memoria que se tenga de su percepción en el esquema cognitivo, aunque en el cono visual lo que el cerebro registre sea un rectángulo, o un rombo, y en el caso de círculo, un óvalo.
Entran en este compendio perceptivo lo que conocemos como leyes de la Teoría Gestalt: la distancia mínima, la forma cerrada, la similitud, la ley de la experiencia que se explica como una manera de percibir los objetos con que interactuamos a diario, e incluso, usamos, según el conocimiento y experiencia que tengamos de ellos. Importa haberlos sentido, tocado, tenido entre las manos, incluso escuchado, saboreado u olfateado.
Otras de estas leyes es la orientación, que ayuda a ubicarnos en la ciudad en tanto la conocemos, sabemos de sus calles y avenidas, de sus edificaciones diferenciadas, parques plazas o lugares históricos o de recreo. No ocurre lo mismo al encontrarnos en la montaña donde casi todos los árboles se parecen, y perdemos el sentido de orientación.
El teórico de la percepción Atilio Marcoli en su libro Teoría del Campo (1978), advierte un aspecto central en torno a las mediciones aritméticas y las apreciaciones gestálticas y visoperceptivas, pues podemos apreciar dos determinados elementos de la misma medida aritmética, como si fueran de diferente tamaño, dependiendo lo que tengan a su alrededor, y a esto se le denominan los fenómenos ópticos que pueden inducir a errores en la visión.
Las percepciones estéticas con las cuales se orienta el arte, para analizar y valorar la obra, dependen del intelecto, grado de educación o bagaje de conocimientos de quien las mira.
Estos aspectos de la estética, pueden ser valorados incluso en la observación de sus caracteres codificados en un test, y checar sus diversos grados de apariencia: tamaño, posición, textura o acabado material, lenguaje de la forma, entre otros valores que puedan ser relacionados con un valor numérico, de acuerdo con los intereses de las persona o grupo que los perciba. Franklin Hernández, docente e investigador del Instituto Tecnológico de Costa Rica, en su libro Estética Artificial (2012), define los parámetros que influyen en la determinación del grado de belleza de un objeto, percepción mediada, o artificial.
Pareidolias y otros fenómenos visuales
Las pareidolias se deben a la experiencia que se tiene de ciertos patrones como rostros, animales, símbolos, y, cada vez que observamos un objeto, o, en las texturas de una pared e incluso hasta en las nubes, creemos reconocer tales figuras por la ley de la semejanza estudiada por la Gestalt, o retentiva de lo conocido o experimentado con anterioridad.
Entonces, recapitulo: la capacidad de valorar, apreciar, percibir, depende del equilibrio del cuerpo perceptivo, en sintonía con el ánimo o emocionalidad, saberes y memoria. Las visiones, en cambio, son otro carácter que provienen de lo imaginado, de acuerdo con las experiencias de la memoria, lo que se recuerda, desea, o necesita, como ocurre con los llamados espejismos. Estas son imágenes originadas en el cerebro, no vistas por los ojos.
La conciencia y explicación de estos fenómenos implica conocerse a sí mismo, saber acerca de los procesos de la mirada, reconocer lo que está enfrente, saber cómo escuchar los sonidos del entorno o determinados reclamos como el timbre del teléfono, una pieza musical que la retentiva recuerda y repite tarareando, silbando, o como si tuviéramos una orquesta dentro del cerebro. Igual ocurre con las voces de las personas; incluso, las codificamos de acuerdo con sus acentos, idiomas y hasta nacionalidad.
A veces se nos presentan objetos desconocidos, no sabemos para qué son y cuál significado puedan tener para otros. En casos como ese, se examinan de acuerdo a saberes generales, que llamamos lenguaje: los lenguajes de las formas, de los trazos, de las texturas, de los colores. El lenguaje del blanco, que puede estar vacío de signos, pero colmado de gracia y virtud, como la poesía visual que expone Amit Ganjoo con su libro. Una línea inclinada atravesando el espacio será leída distinto si está en posición de descenso, derecha a izquierda, o en ascenso, si está trazada al contrario, o en trazos segmentados.
Los trazos determinan un lenguaje universal, dependiendo de nuestra manera de leer y escribir: en las lenguas occidentales lo hacemos de derecha a izquierda y de arriba abajo, pues de esa manera observamos, en tanto los ojos están alineados en la horizontal, puede que nos exijamos a leer en sentido vertical, pero habrá alguna resistencia del cerebro a hacerlo. Vemos lo que sabemos, axioma pronunciado por teóricos como Rudolf Arnhein de la escuela de Psicología de Harvard, o Bruno Munari, inquieto artista italiano quien ha escrito sobre este bagaje y comprensión acerca de lo visto, sentido, oído, saboreado, según el orden natural de las cosas.
Amit Ganjoo, amplio conocedor de estas teorías, recién presentó el libro «Percepción», en el cual nos demuestra con axiomas muy sencillos, nociones comprendidas o asimiladas en su saberes y bagaje cultural, que tienen que ver con estos lenguajes y significados, e incluso son, como dije, una poesía o una narrativa visual.
En un texto relativo a sus dibujos titulados «espejismos», reflexiona cómo el ser humano en sus inicios era similar al animal, primigenio, salvaje, pero al adquirir conciencia se revistió de sabiduría, y lo llevó a diferenciarse de aquellos:
Con la fuerza de sabiduría y motivación intrínseca, hizo algunos cambios importantes en su conducta, comportamiento e instintos y, refinándose a sí mismo, alcanzó la humanidad por completo. Solo los seres humanos tienen esta capacidad de alcanzar la divinidad refugiándose en su conciencia, la delicadeza de pensamientos y el carácter de su ingenio, levantándose de la materialidad y caminando por el sendero de la espiritualidad (Ganjoo, A., 2021, publicado en su página de FB).
Los dibujos en referencia, trazados en blanco y negro e iluminados detrás del cuerpo del sujeto, presentan a un personaje el cual arroja su sombra hacia adelante, pero en esa sombra se aprecia el animal que le abandona. El tropo de los dibujos de Ganjoo encuentra significado por su similitud con la vida misma, en la colectividad, en la sociedad, y por ello abrazamos una fe o espiritualidad en común unión.
Concluyo con otra idea de Goleman:
Quienes tienen una sintonía natural con la voz de su corazón —el lenguaje de la emoción— están seguros de ser más expertos en la articulación de sus mensajes (2000).
La lectura del espacio vacío o el blanco en las artes visuales, influye en el cerebro, motiva a esperar, a abrir una esperanza: pues a todo vacío lo sigue un trazo y en ese trazo ocurre una constante, una transformación, tan relacionada a la sensibilidad y, como dije, al corazón.
Notas
Goleman, D. (2000). La Inteligencia Emocional. Buenos Aires: Zeta.
Trías, E. (1997). El Artista y La Ciudad. Barcelona: Anagrama.
Marcoli, A. (1978). Teoría del Campo. Bologna: Romana.
Hernández, F. (2012). Estética Artificial. San José: Mithos.