El arte que conocemos en el presente, en todas sus expresiones, es fruto de la compilación de historias y legados que reúne una humanidad aparentemente inclinada, por tradición, hacia las contribuciones de las grandes figuras masculinas, alejándose de aquello que las mujeres, con el paso del tiempo, han ido incorporando a lo artístico. Por ellas y para todos, este texto.
Artemisia Gentileschi: claroscuro en la vida, claroscuro en el lienzo
Esta italiana marcó pauta por ser la primera mujer en hacerse miembro de la Accademia di Arte del Disegno de Florencia.
Artemisia, nacida en Roma el 8 de julio de 1593 y representante de la corriente barroca del caravaggismo, comenzó su formación artística en el taller de su padre, el pintor Orazio Gentileschi, aprendiendo de él la técnica del dibujo y estudiando el naturalismo característico de la mencionada escuela pictórica que realza el uso del claroscuro. Sin embargo, cuando la artista tenía 18 años fue víctima de violación a manos de Agostino Tassi, su maestro y amigo de Orazio. Tal trágico suceso es considerado de enorme influencia dentro de su vida personal y, por ende, profesional.
Acreedora de una gran clientela internacional, esta dama de cuadros que aluden a la historia y la religión, a su vez, ha sido comparada con el mismo Caravaggio por las escenas violentas que suelen mostrar sus trabajos. Así, vale resaltar que varios de los personajes femeninos que retratan algunas de sus pinturas más célebres, si acaso, con pinceladas feministas, son Lucrecia, Betsabé, Judith, Cleopatra, entre otros.
En 1630 se mudó a Nápoles, siendo justo en ese período cuando Gentileschi recibió su primer pedido de pintura al fresco por parte de la Iglesia. Desde 1638 hasta 1641, vivió y trabajó en Londres con su padre, bajo el patrocinio de Carlos I de Inglaterra, para, posteriormente, regresar a Nápoles, donde habitó hasta el momento de su muerte, hacia 1656.
Claroscuro en la vida, claroscuro en el lienzo. En nuestros días, de esto es símbolo, emblemáticamente, la historia de la gran Artemisia Gentileschi.
Mary Shelley: la palabra dicha desde el ser
La primera novela de ciencia ficción moderna nació de la pluma de una mujer: Mary Wollstonecraft Godwin, mejor conocida como Mary Shelley.
Esta escritora, dramaturga, ensayista y biógrafa británica, nacida en Londres el 30 de agosto de 1797, es reconocida, especialmente, por ser pionera del género gótico con Frankenstein o el moderno Prometeo —1818.
A pesar de que, a lo largo de su vida, ella también fue la encargada de editar y promocionar los textos de su esposo, el poeta y filósofo romántico, Percy Bysshe Shelley, y aunque los críticos no siempre apreciaban los rasgos políticos radicales presentes en las obras de su autoría, esta mujer, que derramaba en sus páginas ciertos guiños sobre su propia historia, sí era tomada en serio como escritora.
No obstante, para el momento de su muerte, el 1 de febrero de 1851, fue catalogada, principalmente, como la esposa del señalado escritor y la novelista de Frankenstein, la cual, analizada como una suerte de reflejo de la vida de la autora, continúa siendo el centro de atención de cientos de miles de lectores alrededor del mundo, e inspiración para múltiples expresiones cinematográficas, teatrales, etc.
Así fue recordada Shelley hasta la década de 1970. Sin embargo, desde esa época, historiadores han empezado a detallar más sus logros, mostrando un interés progresivo en varias de sus producciones literarias como las novelas históricas Valperga —1823— y Perkin Warbeck —1830—; la obra apocalíptica El último hombre —1826—; y sus dos últimos textos, Lodore —1835— y Falkner —1837.
Desafiando todo lo acostumbrado, con sus letras solía argumentar que la sociedad civil podía transformarse gracias a la cooperación y la compasión que las mujeres practicaban dentro de sus núcleos familiares, resaltando, a su vez, el rol de la familia en una esfera pública donde la figura femenina se encontraba injustamente subordinada a la masculina.
Un alma deseosa por expresarse genuinamente residió en Mary Shelley, cuyo ejemplo ha trascendido para enseñarnos el poder de la palabra dicha desde el ser.
Marie Taglioni: el mañana empieza una zapatilla a la vez
Todo lo que conocemos actualmente y damos por sentado, en algún momento de la historia fue considerado una curiosa novedad. En la danza, las características zapatillas de punta se subieron, por primera vez, a un escenario en los pies de la máxima estrella del ballet romántico: Marie Taglioni.
Nacida en Estocolmo el 23 de abril de 1804 y proveniente de una familia de célebres artistas, empezó a instruirse en tal arte a los 12 años con su padre, el coreógrafo y bailarín, Filippo Taglioni, debutando en Viena en 1822 y estrenándose en París en 1827. Además, la sueca fue primera bailarina de la Académie Royale de Musique de París, danzó en el Ballet Bolshoi y fue pionera del famoso pas de quatre.
Pero no fue sino hasta 1832 en la Ópera de París cuando Taglioni dio inicio a la era del baile en puntas con La Sílfide, ballet creado por su progenitor para narrar la historia de un joven ya prometido, pero amado por una sílfide a quien únicamente él puede ver.
La época romántica adquirió, entonces, nuevos símbolos que apuntaban a lo etéreo, pues, junto con el calzado, las vaporosas faldas de ese montaje se instauraron como el vestuario portado por la mayoría de las bailarinas del momento, en el presente, utilizado y conocido como «tutú romántico». Todo esto, acompañado por la delicadeza emanada de las posturas equilibradas como el arabesque y los saltos flotantes.
El deceso de esta dama en Marsella, Francia, el 22 de abril de 1884 es, realmente, una fecha más en el calendario, ya que la esbelta silueta de Marie Taglioni, hoy por hoy, no es solo un antecedente para el artista sino, también, un necesario recordatorio de la constante búsqueda de progreso a la cual la humanidad debe apuntar, dado que el mañana empieza una zapatilla a la vez.
Teresa Carreño: el nombre de su tierra natal
El registro histórico internacional, colector de lugares que vieron nacer a las más grandes figuras de la cultura, contempla, repetidas veces entre sus páginas, la riqueza artística de Venezuela. Al respecto, el de Teresa Carreño es el nombre de la venezolana que se volvió un ícono de la música dentro y fuera de las fronteras nacionales.
Esta pianista, cantante y compositora, nacida en Caracas el 22 de diciembre de 1853, ha sido considerada por expertos como la artista más fructífera de América Latina durante los siglos XIX y XX, así como una de las más importantes a nivel mundial.
Desde muy temprana edad, comenzó a estudiar música al lado de su padre, Manuel Antonio Carreño, compositor de más de 500 ejercicios musicales que la prodigiosa niña usaba para practicar con tan solo cinco años. A los seis, publicó su primera obra, agotada en tres ediciones sucesivas en un solo año. Luego, a los nueve, debutó como solista con la Orquesta Sinfónica de Boston y con la Filarmónica de Londres.
Los mejores teatros de ciudades como Nueva York, París, Berlín y Milán fueron testigos de sus destacadas presentaciones a lo largo de su vida. Europa, América, África y Australia escucharon sus interpretaciones de Beethoven, Liszt, Chopin, Schumann, Brahms, Strauss, Tchaikovski, Stravinski, Rajmáninov, entre otros grandes de las melodías.
En honor a ella, el principal complejo cultural de Caracas, Venezuela, inaugurado en 1983, lleva su nombre —«Teatro Teresa Carreño»—, así como una plaza en el parque El Calvario, dos calles, un colegio y una orquesta sinfónica juvenil de El Sistema.
Inspiradora de generaciones de artistas de su tiempo y el nuestro, Carreño insistía en la indispensabilidad de la cultura general en la esencia un hacedor de arte y la proyección de su trabajo. Por eso, en las clases que impartía, hacía énfasis en el estudio del hombre como ser y creador, en el conocimiento de la arquitectura y la poesía, en la simple apreciación de la naturaleza.
Aun cuando, en su época, era muy inusual que una dama se dedicara, profesionalmente, al piano, Teresa Carreño, fallecida en Nueva York, Estados Unidos, el 12 de junio de 1917, ha sido registrada en la historia como una mujer cuya pasión y compromiso hacia su arte, y todo lo que podía aportarles a otros con ello, la llevaron a dejar en alto, ante el mundo entero, el nombre de su tierra natal: Venezuela.
Sea canalizando los claroscuros de nuestra existencia, como Artemisia Gentileschi; sea conociendo el poder de una palabra genuina, cual Mary Shelley; sea forjando el futuro a partir las acciones del hoy, al igual que Marie Taglioni; o sea enalteciendo nuestros orígenes con un hacer ligado a aquello que nos mueve internamente, en semejanza a Teresa Carreño, estas admirables artistas nos enseñan a ver la historia de la humanidad y, por consecuencia, del arte, también, nacido de la mujer, desde otras perspectivas.
Ellas son solo algunas de las figuras femeninas que se han abierto a nosotros para invitarnos a rescatar de sus propias vidas la motivación que necesitamos para ser una mejor versión de nosotros mismos y, de esa forma, refinar el universo que nos rodea.