Desde los tiempos de Epicuro de Samos (341-270 AC) en la Grecia clásica se comenzó a pensar en la inexistencia de los dioses y la intrascendencia metafísica de la vida. Como buen atomista que era, Epicuro se atrevió a no temer a la muerte ya que somos simple materia, también reflexionó sobre la futilidad del miedo a supuestos seres más allá del plano perceptible del ser. Para él, la importancia de la vida es buscar la felicidad a través de la satisfacción de las necesidades básicas, la sabiduría y los placeres moderados.
Las ideas de Epicuro, plasmadas en sus textos, se perdieron con el fin de la Grecia antigua, sin embargo, fueron recopiladas a través de sus discípulos y algunos filósofos de la República romana. Con el establecimiento del cristianismo en el siglo IV d. C., hacia el final del Imperio romano de occidente, todo ese conocimiento materialista y escéptico fue desechado. Y de todas esas culturas antiguas, fueron Egipto y Judea las naciones que le dieron mayor relevancia al mundo espiritual y de persistencia de la existencia humana en otro plano. Esas nociones místicas y no las racionales griegas son las que prevalecieron en la gente común.
Durante la Edad Media obviamente que las ideas carentes de un Dios y la negación de la trascendencia serían perseguidas hasta con la pena capital. La humanidad debió esperar hasta el Renacimiento para que algunos racionalistas como el italiano Pietro Pomponazzi (1462-1525) negaran la inmortalidad del «alma» humana y, en consecuencia, cuestionasen las «divinidades». Durante la ilustración, el historiador inglés David Hume (1711-1776) renegó de toda metafísica, aunque reconocía el miedo a lo desconocido. De los franceses de esa época el ateo más destacado era Denis Diderot (1713-1784) quien decía: «El primer paso a la filosofía es la incredulidad».
Quien primero acuño el termino «agnosticismo» fue el darwinista británico Thomas Huxley (1825-1895), quien se dio cuenta de la irracionalidad del conocimiento no científico, es decir de todas aquellas disciplinas o actividades de índole religiosa que negaban las pruebas de la evidencia fáctica. No se puede afirmar ni negar la existencia de dioses, son cosas intangibles e ideas tan imposibles de falsear que solo están para creer en ellas sobre la base de la fe y no de la prueba lógica. A esto, los ateos dicen e incluso junto con los creyentes: «el agnóstico es igual de ateo». Sin embargo, en el agnóstico cabe una profunda racionalidad y no la ciega creencia de la no existencia o presencia de una entidad suprema más allá de las leyes mecánicas que gobiernan el universo.
Además, el agnóstico persigue la felicidad de quienes están dispuestos a ser honorables, y aspiran a la justicia de lo correcto, así como al final retomar el epicureísmo de la ataraxia (no temer a la muerte). La mayor trascendencia es dejar un legado de hacer el bien a través de lo digno y la mejora del presente.
Actualmente, como en la antigua Grecia, al racionalista agnóstico se le incluye junto al ateo y, lo que es un mayor error, junto al comunista. Si bien es cierto que las corrientes de reivindicación social parten del desapego con las iglesias, no todos los socialistas son agnósticos. Como también vemos que muchos científicos son creyentes. La realidad es que la tendencia agnóstica está creciendo en la población mundial, todo ello como parte del avance tecnológico y quizás del relajamiento de la moral tradicional.
Según Pew Research Center y ourworldindata.org, si incluimos a las personas sin afiliación religiosa como agnósticos en todos los países del mundo, la cifra representa un 16% de la población mundial. Existen dos grandes naciones agnósticas como China y Corea del Norte. No obstante, en el último país el culto a la dinastía Kim es casi una religión, así que no pudiese ser considerado un lugar libre de la adoración cuasi mística. La mayoría de Europa, especialmente los escandinavos, tienen una población agnóstica superior al 35% de sus ciudadanos. Y en toda América, Uruguay destaca con el 40% de sus habitantes quienes no profesan religión alguna. Japón, un país muy tradicionalista por el sintoísmo tiene un nivel del 57% de gente sin creencia mística formal.
En el otro extremo, existen teocracias máximas como Irán, donde el agnóstico es perseguido y castigado más que los cristianos, judíos o incluso variantes no oficiales del islamismo. Otro ejemplo dramático de persecución a escépticos, es la democracia más antigua y la nación de mayor producción científica y tecnológica de los últimos dos siglos, los Estados Unidos de Norteamérica, donde el fanatismo cristiano de más de un 38% de sus ciudadanos, niega la evolución orgánica hasta afirmar que el planeta Tierra solo tiene 6,000 años de existencia y los agnósticos o apóstatas de sus propias filas son incluidos dentro del enemigo comunista e islamista.
No pudiese imaginar un futuro cercano donde los fanáticos, en contra de los escépticos, persiguieran e incluso atentaran contra los agnósticos. Quienes no profesan religión son cada día más en un planeta dominado por la ciencia y la tecnología, disciplinas que le han dado tantos beneficios a la humanidad.
El actual papa Francisco y líder mundial de la iglesia católica ha dicho que conoce más personas sin religión quienes se comportan y obran mejor que muchos creyentes. Sigamos dando ese ejemplo.