A la fecha de escribir esta nota, la pandemia ocasionada por un minúsculo virus, que ni siquiera vemos, ha puesto a nuestra orgullosa civilización, social, económica y sanitariamente de rodillas, y ni siquiera sabemos cuándo acabará, aunque ahora vemos una luz en el túnel con las vacunas, ya que, si logramos vacunar a por lo menos 5 mil millones de personas, es posible que logremos ¿vencer? al coronavirus y, probablemente, habrá «una nueva normalidad», ojalá con más justicia social.
Pero, la realidad es que conocemos el antes de la pandemia, no el después. Desconocemos muchos aspectos evolutivos del llamado coronavirus, aunque ya conocemos cuales son los factores sociales que favorecen su difusión, pero aún no sabemos cómo hacerlo desaparecer y más aún, parece que convivirá con nosotros mucho tiempo, a pesar de la vacuna, pues sus mutaciones son impredecibles, ya una de ellas se sabe más contagiosa y, por otro lado, no se sabe por cuánto tiempo la vacuna produce inmunidad, es seguro que por cuatro meses y los laboratorios afirman que hasta por dos años.
Nos abruma lo desconocido y cómo estará cada país y el mundo después de la pandemia; esa incertidumbre causa ansiedad, angustia y depresión, afectando a millones de personas. Es posible que después cambien los sistemas de servicios educativos, de trabajo, de comercio y finanzas, entre otros, y habrá que sortear una gran depresión económica mundial de la que, tal vez, solo China se salvaría, aunque nuevamente la COVID-19 está afectando a esa nación y acaba de anunciar que ha puesto en confinamiento a 22 millones de personas de una provincia.
Lo que sí nos queda claro es que, si no evitamos continuar cambiando a la naturaleza con nuestras acciones que han manipulado mal los ecosistemas, provocando alteraciones no solo de tipo cambio climático, sino incluso en la vida de la fauna silvestre, habrá una mayor mutación de los virus que viven en estos animales, con los peligros consecuentes de contagio para las personas y, posiblemente, nuevas pandemias virales o bacterianas nos afectarán.
La pandemia y sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales provocan como ya dijimos, tanta incertidumbre, que eso nos hace pensar que debemos no volver a malgastar el tiempo de cada uno y, además, debemos replantearnos nuestra visión de la sociedad en que vivimos, sobre todo nuestro modo de entender la vida aceptando que todos los seres humanos tienen derecho a subsistir dignamente en libertad y con justicia social igual para todos.
En el momento actual, el coronavirus parece estarse propagando con mayor velocidad que antes en Europa y los Estados Unidos, y ha vuelto a golpear incluso a los países asiáticos Japón y China. Se ha señalado que el más rápido contagio se debe a una mutación del virus, comprobada en Gran Bretaña y otros países, esperamos no aparezca otro tipo de coronavirus más letal.
Sin embargo, la mortalidad parece estar disminuyendo debido al mejor tratamiento intrahospitalario, a que se infectan más jóvenes y ellos tienen mejor pronostico y hay más cuidado de los ancianos para que se contagien menos. Mientras el mundo se vacuna, el distanciamiento social, el lavado de manos y, sobre todo, el uso de mascarilla debe ser la norma, al extremo que la OMS, está pidiendo que se use incluso en las reuniones familiares.
También ha quedado claro que, en situaciones de crisis serias como esta, los países dependen del Estado (no de la empresa privada) para salir adelante. Por eso ahora, todo el mundo clama por una mayor intervención de ese Estado en el campo de la salud y la economía. Ninguna institución privada es capaz de enfrentar la pandemia, ni siquiera en Estados Unidos. En todo el mundo, se han exacerbado las desigualdades económicas y sociales; lamentablemente las personas más afectadas son las del sector informal de la economía y los pobres con menores ingresos.
Con este confinamiento, yo me he preguntado más de una vez si es qué estoy viviendo un mal sueño, incluso a veces me parece estar viendo una de las tantas películas de ciencia ficción donde la humanidad se ve amenazada por un gran peligro, que hoy se ha hecho realidad. Y creo que todos sentimos que esta crisis nos ha dado oportunidad de cuestionarnos sobre valorar mejor nuestras vidas y el por qué merece la pena vivir. Hemos tenido oportunidad de apreciar mejor el tiempo que pasamos con nuestras familias, haciéndonos ver cuán favorecidos hemos sido muchos de nosotros al presente, en cuanto a que muchas otras personas no cuentan con los recursos que poseemos. Si ustedes están leyendo esta nota, son parte de los favorecidos. En realidad, dentro de esta tristeza somos muy afortunados.
El mundo ha cambiado, el contacto humano directo en muchos sentidos ha sido dejado de lado y el virtual se ha acrecentado. Lo que sí podemos predecir, es que veremos mayor pobreza y atraso económico-social en la población. Millones de personas han perdido su trabajo, y muchos de los que se ganaban el pan cada día, hoy desesperan por ayuda para no perecer él o su familia. Muchas empresas pequeñas quebrarán, y algunas grandes; entre estas, las más golpeadas son las de turismo, las compañías aéreas, los cines y muchas otras. A su vez, se verá como los bancos, las funerarias, muchas transnacionales, en especial las farmacéuticas, y las grandes empresas digitales (Amazon-Google, Apple, Facebook, etc.), se enriquecerán a extremos inconcebibles.
La educación se ha retrasado en todos los niveles, y las experiencias y vivencias que los niños y jóvenes tenían en sus escuelas y colegios se ha perdido por meses, con posibles efectos mentales negativos en ellos. Lo que preocupa es cómo se logrará mantener la distancia y el uso de mascarilla entre ellos cuando se reintegren a la enseñanza.
La pregunta es, ¿cuándo volveremos sin riesgos a poder hacer lo que se llama una vida normal? ¿Cuándo podremos ir a un restaurante a la iglesia, a un funeral, a una boda, un cumpleaños, una reunión de amigos, a eventos deportivos, un concierto, al cine, al médico o a un hospital, un centro comercial, viajar en bus, tren o en avión? ¿Cuándo tomarnos unas vacaciones? ¿Cuándo podremos salir sin peligro? La especie homo sapiens (al igual que los chimpancés), se caracteriza por la necesidad de muestras de afecto con nuestras familia y amigos; los saludos, los abrazos, los besos y las miradas cariñosas nos caracterizan, pero esa magia de afecto no parece se podrán mantener en el futuro.
Lo triste es que el temor a contagiarnos no desaparecerá por mucho tiempo, aunque nos den permiso de salir y juntarnos, y al parecer tendremos que acostumbrarnos, pues este virus probablemente se volverá estacional, lo cual se resolvería dentro de unos meses a dos años, cuando logremos vacunarnos.
No obstante, pese a la tardanza en algún momento deberá suceder que la vida debe continuar y, además, porque poder asistir a todo lo anterior mantiene nuestra humanidad, ya que, las personas somos antes que nada seres sociales; el enclaustrarnos evita el contagio viral, pero a su vez causa problemas físicos y psicológicos a muchas personas.
Aristóteles señaló: «el hombre es, por naturaleza un animal civil o político, solamente en la sociedad civil puede realizarse en plenitud la esencia humana. Lo que constituye la base de la política es la firme convicción de la naturaleza social de las personas». Bueno, Aristóteles estaría desconcertado al ver como este pequeño virus está trastornado en muchos aspectos a la sociedad contemporánea y sus relaciones sociales.
Debemos resolver cómo relacionarnos con los ancianos, no solo de la familia, sino incluso los de los asilos y los abandonados, ya que la soledad depara mucha tristeza y ansiedad a ellos, y les quita el deseo de vivir. Por su debilidad, por la edad y posibles patologías agregadas son fácilmente contagiados, por esa razón se deberá tener con ellos cuidados permanentes y un alejamiento parcial, pero de alguna manera los parientes deben mantener contacto con ellos.
Todos esperamos que el regreso suceda ahora que hay una vacuna efectiva en darnos prevención; aplicárnosla está relacionado con el riesgo que se corre versus su beneficio. Las farmacéuticas afirman es muy segura y efectiva; hasta el momento, son pocas las personas con efectos secundarios postvacuna, a pesar de alguna que otra anafilaxis. Cuando la vacuna se le haya aplicado a la mayoría de la población, según orden de responsabilidades, como son: los trabajadores de los hospitales, los que tienen que ver con contacto directo con la población en servicios públicos o privados indispensables, los ancianos, las personas que son grupos de riesgo (hipertensos, diabéticos, inmunosuprimidos, obesos, etc.), y finalmente al resto de las personas; cuando hayan pasado unos meses de vacunación masiva en la población mundial, veremos si es cierto que las vacunas son tan inocuas a largo plazo como dicen los laboratorios farmacéuticos.
Lamentablemente, no vemos que se señale con claridad cuándo se van a vacunar a los pobres (deben estar entre la población de riesgo), ya que viven hacinados en barriadas marginales, sitios de fácil contagio del virus. Ellos, los pobres, son los más golpeados por la pandemia, muchos han perdido su vida, pero más sus ingresos por sus trabajos, dificultando obtener una alimentación mínima para la familia, así como los cuidados sanitarios que requieren, incluyendo las vacunas de diferentes tipos para los niños. Las vacunas han logrado controlar muchas enfermedades en los niños pobres y han reducido la mortalidad infantil. El problema es que la actual vacuna no ha sido experimentada en niños y jóvenes y por eso no se les aplicará a menores de 18 años, con el atenuante de que ellos son los menos contagiados, aunque está claro que sí se contagian, lo que pasa es que suelen ser la mayoría asintomáticos, pero una proporción ha tenido que hospitalizarse y hasta morir algunos. En Costa Rica el 26% de la población quedarían sin ser vacunada, con un futuro incierto por lo cambiante que es este virus.
En todo caso, será difícil de lograr con celeridad la vacuna para toda la población de los países pobres. Se requiere un mínimo de vacunar al 60% o más de la población, para lograr la «inmunización de rebaño» o comunitaria.
Como la mortalidad en los contagiados varía según países desde 0.2 hasta 1% o más, un porcentaje importante de la población tiene temor y ha manifestado que no se vacunará. Hay que insistir para que se vacune, ya que la mortalidad es mínima. Hay que hacer énfasis sobre que, entre los cientos de miles de personas que han estado enfermos, se han reportado secuelas serias después de pasada la infección, eso es un motivo más para vacunarse.
Fabricar, distribuir y aplicar casi 8 billones de vacunas y repetir la dosis un tiempo (un mes) después, es una lucha de titanes, que no sabemos cuándo sucederá. Ya se están aplicando a la población varios tipos de vacuna en China y otros países asiáticos, además, de Europa, Estados Unidos, América Latina y Rusia y se continuará con los países que hayan contratado previamente con las farmacéuticas.
Lo que sí parece estar claro es que, ahora, ante el cansancio se debe permitir a la gente salir a los parques y espacios públicos o privados al aire libre, sin aglomeraciones; esto es importante para la salud mental sobre todo de los niños. Los niños y jóvenes deberán volver a sus escuelas y colegios y universidades, cuidando las distancias y, sobre todo, usando mascarillas.
No se entiende como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las autoridades de salud del país, retrasaron la recomendación del uso de la mascarilla para disminuir los contagios y las muertes, si, desde la Edad Media y después de una peste, todo el mundo se alejaba del enfermo y de los grupos; se preferían los sitios ventilados y se tapaba la nariz. Cuando en el año 1918 surgió la influenza española, que causó la muerte de 50 millones de personas, todo el mundo se tapaba la nariz con algo. La población de Asia, desde hace años, y para una simple gripe, usa mascarilla facial, con más razón cuando aparece una epidemia, así sucedió en enero del 2020 cuando se reportó en China.
Las personas deben volver a sus trabajos como está sucediendo, ya que si no trabajan no comen, pues dependen de un salario y para evitar que se derrumbe la economía del país, usando tapabocas permanentemente y guardando la distancia con personas desconocidas y los grupos, lavándose las manos las veces que pueda. Por supuesto, si la población está sufriendo una segunda o tercera ola, hay que volver a confinarse en las casas temporalmente hasta que se logre la vacunación.
La sugerencia de dejar que un alto porcentaje de la población se contagie y se logre la llamada «inmunidad de rebaño» es muy peligrosa. Suecia, que se jactaba de no haber sometido a la población a las medidas de alejamiento, mascarillas y confinamiento durante la primera ola (aunque su mortalidad fue muy alta, comparada con Noruega o Dinamarca que si sometieron a su población a restricciones), ahora está sufriendo una segunda ola y ha aceptado todas las medidas restrictivas.
Independientemente de que las personas asistan personalmente a los trabajos, las escuelas, los colegios y las universidades, la pandemia y el confinamiento causado por ella, ha probado que, en muchos aspectos, es muy beneficiosa «la telecomunicación» para los estudios, el trabajo, la consulta y tratamientos médicos y varios otros más. De hecho, desde la década de 1990, cuando apareció Internet y las redes sociales, la digitalización del mundo era ya un hecho y se hablaba de «una nueva era», la pandemia viral ha logrado acrecentar la importancia de este medio de comunicación virtual.
Se ha comprobado que no es necesario que diferentes empleados de las empresas estén todo el tiempo en la oficina, siempre y cuando, cumplan su trabajo usual en la casa. Lo mismo sucede con los estudiantes, se les puede enseñar muchos temas mediante la teleconferencia y así disponer qué temas requieren la asistencia presencial y cuáles pueden ser impartidos en sus casas, disminuyendo así los costos de transporte y el tiempo que se gasta en desplazarse al colegio o trabajo y se disminuye el estrés que eso causa en las personas. Las grandes empresas celebraran sus foros o reuniones extraordinarias en forma virtual, con gran economía para ellas. Repetimos, los expertos dicen que el teletrabajo es igual de productivo que el trabajo presencial, si se realiza y controla adecuadamente.
Lo anterior hará que cientos de miles de estudiantes y trabajadores no tengan que asistir en el futuro y diariamente a sus centros de enseñanza o sus trabajos, bajando drásticamente el uso de automóviles, buses, busetas, etc., y el consumo de gasolina, disminuyendo a la vez el caos vial y la contaminación de la atmósfera por el CO2 y otros gases.
Nos sabemos qué va a pasar con la salud mental de la población, ya que después de tantos meses de temor y ansiedad y del tiempo acumulado en el confinamiento y las pérdidas de fuentes de trabajo, el cierre de negocios, de los entretenimientos y de los ingresos y la falta de relaciones sociales ordinarias, el estrés causado por esa razón va a derivar en angustia y depresiones serias y otros problemas mentales en muchas personas, que los médicos deberán tratar posiblemente en forma masiva. Miles de personas que han estado enfermas relatan sufrir después secuelas consistentes en perdida de la memoria, temores, insomnio, olvidos, dificultad para concentrarse mentalmente, a eso se le llama «Niebla mental por la COVID-19», otros le llaman estrés postraumático. Todo lo anterior es más frecuente en el personal hospitalario de primera línea (médicos, enfermeras, técnicos, personal de limpieza, etc.); ese personal está agotado física y mentalmente por tantos meses de trabajo intenso y de ver tantos sufrimientos y muertes.
La humanidad durante los dos últimos siglos, sin distingo social, económico, ideológico o religioso que tenga, no había estado bajo tanto riesgo como ha sucedido con esta pandemia (fue peor la del 1918 y salimos en medio de una mortandad).
Debemos reconocer y apoyar el ejemplo de miles de personas que, con su trabajo, han evitado el desplome de nuestra vida comunitaria; ellas se han arriesgado y sacrificado para protegernos, ya sea en los hospitales, o para que mantengamos nuestra relaciones sociales y económicas y para impedir que este virus nos doblegue y podamos construir un mundo más justo y mejor. En el futuro habrá una nueva realidad no solo sanitaria, sino, además, social, ecológica, económica y hasta ideológica a la que tendremos que enfrentarnos. Debemos entender que no se regresara al statu quo previo a la pandemia.
Por ello, como sociedad, necesitamos organizarnos para pensar y actuar con los recursos económicos y humanos existentes con la finalidad de lograr resolver todos los problemas que se han presentado, requiriéndose para ello los esfuerzos de todas las personas, los gobiernos y la empresa privada para salir adelante.
Para finalizar, un comentario de Don Quijote que pareciera ser hecho en los tiempos de esta pandemia viral.
Sábete, Sancho
Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de renacerse el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni bien sea durable, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.