En sociedades controladas y manipuladas hasta extremos demenciales, la autonomía, la creatividad y la autogestión expresan grietas de libertad en los muros de la alienación universal.
El profesor Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (en adelante FEM), muestra una meritoria lucidez en la interpretación de la situación actual, pero no se trata, por supuesto, de una interpretación completa (ninguna lo es), sin errores o igual de profunda en los diversos aspectos a que se refiere.
¿Reinicio? No. ¿Gran transición? Si.
A diferencia de lo que sostiene el presidente ejecutivo del FEM estimo que el mejor concepto para comprender la situación contemporánea es el de «gran transición» y no, como propone Schwab, «gran reinicio». Hablar de «gran reinicio» es equivocado porque sugiere que las sociedades humanas deben colocarse en las condiciones iniciales o primigenias de sus sistemas organizacionales y, sobre esa base, cambiar o transformarse, pero esto no es lo que ocurre ni tampoco corresponde a la dinámica histórica conocida desde tiempos antiguos. Las sociedades cambian y se transforman no porque apaguen sus sistemas y luego los reinicien, sino debido a un proceso continuo de rupturas, transiciones, continuidades y discontinuidades. En otras palabras, el cambio de época que experimenta la humanidad actual es el resultado acumulativo del constante cambio de circunstancias que caracteriza al sistema-mundo. Por otra parte, el enunciado «gran reinicio» revela un reduccionismo tecnocrático que interpreta la historia humana como si fuese un sistema cerrado que cada cierto tiempo se reinicia desde cero. En términos de la Teoría General de Sistemas, la Historia es un sistema abierto que no se apaga, resetea y reinicia como si fuese un ordenador. A la luz de lo escrito, es claro que al profesor Klaus Schwab le haría bien uno o varios ejercicios de análisis epistemológico sobre la rigurosidad y validez del concepto «gran reinicio».
Revoluciones industriales
Para mejor comprender los contenidos de la «gran transición» en los marcos de este ensayo, conviene situarse en una perspectiva asociada con la evolución de los sistemas productivos a través del cambio tecnológico (que reconozco es un ángulo de visión incompleto, pero necesario). Conforme con la cronología comúnmente aceptada, la primera revolución industrial se produjo desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta 1840 o finales de la primera mitad del siglo XIX. El conjunto de transformaciones que tuvo lugar en ese período provocó el predominio de sistemas productivos urbanos, industrializados y mecanizados. La máquina de vapor (patentada en 1769), los barcos y los ferrocarriles a vapor, los motores de combustión interna y la energía eléctrica, definen las transformaciones tecnológicas de la primera revolución industrial. Se acostumbra a situar la segunda revolución industrial en una fase histórica que comprende las últimas tres décadas del siglo XIX (1870-1900) hasta 1920, aproximadamente, y se caracteriza por la definitiva consolidación de los procesos tecnológicos de la primera revolución industrial, pero comprende innovaciones técnicas basadas en nuevas fuentes de energía, tales como el gas y el petróleo. En este período se introducen el avión, el automóvil, el teléfono y la radio, y se conocen avances sustantivos en los medios de transporte. La tercera revolución industrial encuentra sus antecedentes en el período que se extiende desde 1920 hasta 1950, para consolidarse y desarrollarse desde 1950 hasta la primera década del siglo XXI. En sus inicios, encontró soportes claves en los contenidos de la segunda revolución industrial (especialmente los vinculados a la electricidad y a las innovaciones en transportes), pero los avances científicos y tecnológicos que venían acumulándose en los ámbitos de la información, la comunicación y el uso de energías renovables permitieron que, de 1980 al año 2000, se consolidara la automatización de la producción, la existencia de ordenadores (computadoras), el Internet y la telefonía móvil, con lo cual tomó forma un mundo conectado a través de redes globales de información y conocimiento. Los conceptos de sociedad red, sociedad de la información, sociedad del conocimiento y pensamiento complejo, disruptivo y prospectivo, utilizados con profusión hacia finales del siglo XX y la primera década del siglo XXI, dieron cuenta de las realidades creadas en el marco de la tercera revolución industrial.
A partir de la segunda década del siglo XXI, los procesos de cambio progresivo y acumulativo que habían tenido lugar desde el siglo XVIII, crearon la posibilidad de establecer conexiones entre sistemas mecánicos, eléctricos, informáticos, digitales, biológicos y genéticos, aplicándolas a la transformación de los sistemas productivos, económicos, financieros, políticos, culturales y sociales, y son estas conexiones la singularidad de la cuarta revolución industrial. El profesor Schwab lleva razón cuando explica que: «Es la fusión de estas tecnologías y su interacción a través de los dominios físicos, digitales y biológicos lo que hace que la cuarta revolución industrial sea fundamentalmente diferente de las anteriores». La cuarta revolución industrial consolida y desarrolla avances tecnológicos y científicos en ámbitos como los siguientes: robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D y vehículos autónomos, e implica la generalización de los algoritmos como conjunto de instrucciones, reglas, normas y procedimientos para abordar y solucionar problemas en los más distintos aspectos de la vida social. El desarrollo y universalización de algorítmicos permite postular, con carácter hipotético pero verosímil, el advenimiento de la sociedad algorítmica, el control social algorítmico, la seguridad algorítmica y la economía algorítmica.
Las narrativas apocalípticas
En el marco de la historia de las revoluciones industriales han existido corrientes ideológicas que denomino apocalípticas, cuyas raíces pueden rastrearse hasta los inicios de la subespecie homo sapiens sapiens. Estas corrientes poseen cuatro rasgos comunes: primero, se fundamentan en cosmovisiones que anuncian o pronostican la destrucción inevitable de las realidades conocidas y su sustitución por realidades purificadas, perfectas o cuasi-perfectas; segundo, inspiran comportamientos militantes, esto es, determinados por adhesiones subjetivas a sistemas de creencias considerados como los únicos verdaderos e interiorizados como si fuesen dogmas religiosos o pseudorreligiosos, dados por revelación o por ciencia; tercera, se traducen en movimientos sociales cuyo objetivo es alcanzar la completa uniformidad de ideas, creencias y prácticas, y cuarta, quienes se adhieren a las cosmovisiones apocalípticas se autoproclaman como más evolucionados y superiores (cognitiva y espiritualmente) al resto de sus semejantes, reputados estos como inferiores e ignorantes. Debido a la condición de superioridad natural (ontológica y epistemológica) que los enfoques apocalípticos afirman poseer, sus promotores sostienen que les asiste el derecho de imponer su voluntad. El espíritu apocalíptico desea que todos los humanos sean gemelos espirituales unos de otros, y que las sociedades presenten un grado de uniformidad absoluta. El enfoque apocalíptico añora un mundo sin diversidades ni contrastes donde cada individuo sea feliz diluyéndose en el todo-colectivo, todo-tiranía. No importa si a ese todo se le identifica con la Historia, el mercado, el Estado, el gobierno, el partido político, la clase social, el líder, dios, la energía, la naturaleza, el agua, el fuego, la tierra, el aire, la revolución, la ciencia, el sistema financiero, la religión o la providencia, lo decisivo es diluirse en la paradisiaca totalidad purificada, y envolverse en ella hasta que los humanos, que en tal tesitura son calificados como una plaga, desaparezcan. Existen dos bloques de cosmovisiones apocalípticas, unas son de carácter religioso y religioso institucional, y otras seculares. Defino ambos bloques de la siguiente manera.
Cosmovisiones apocalípticas de carácter religioso y religioso-institucional
Estas cosmovisiones interpretan la historia y actúan en ella desde sistemas de creencias referidos a factores extrahistóricos, sobrenaturales o de mundos emocionales internos de las personas. La subjetividad llevada al extremo (subjetivismo), la ausencia de pruebas en sus aseveraciones, la excesiva influencia de los estados de ánimo, afectivo-emocionales, muchas veces irracionales, en el comportamiento de quienes se adhieren a estas cosmovisiones, y la existencia de pequeños grupos de iluminados (personas que se presentan como interpretes válidos y exclusivos del acontecer histórico), son rasgos que definen a los movimientos sociales inspirados en este tipo de cosmovisiones apocalípticas.
En relación con la crisis sistémica actual (sanitaria, económica, política, social y cultural), por ejemplo, la interpretan como una expiación-purificación después de la cual surgirá una nueva tierra, un nuevo cielo y un nuevo ser humano. Es claro que estas cosmovisiones expresan posiciones extremas de la experiencia religiosa, y es un error identificarlas con el conjunto de las experiencias religiosas y sus prácticas.
Cosmovisiones apocalípticas seculares
Estas cosmovisiones interpretan la Historia y actúan en ella desde sistemas de creencias referidos a factores inmanentes del acontecer histórico o natural, tales como la economía, la política, la cultura, la naturaleza o algunos de sus elementos (agua, fuego, aire, tierra). En contraste con las cosmovisiones extremas de carácter religioso y religioso-institucional (fundamentalismo), las visiones seculares postulan a la ciencia, la tecnología y el humanismo como sus fundamentos, pero cuando se analizan en detalle y con profundidad sus contenidos, muestran la misma adhesión a creencias sin prueba, el excesivo subjetivismo, y la preponderancia de contenidos irracionales en sus comportamientos. No son cosmovisiones científicas, tecnológicas y humanistas —como acostumbran a presentarse— sino cientificistas, tecnocráticas y no-humanistas. Durante los siglos XX y XXI, las manifestaciones político-ideológicas de estos enfoques son el comunismo, el socialismo del siglo XXI, el fascismo, el nazismo y los reduccionismos economicistas de mercado.
Un caso especialmente claro de lo que estoy afirmando sobre las cosmovisiones apocalípticas seculares es el de los movimientos sociales que interpretan la actual crisis sistémica global como una especie de expiación-purificación que antecede al final del sistema capitalista. En 175 años, la profecía del final del capitalismo nunca había alcanzado el grado de absurdidad que se conoce en nuestros días. Resulta que, ahora, este sistema llega a su término como resultado no de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (postulado anterior de la misma profecía), sino que se genera como consecuencia de la propagación exponencial del virus SARS-CoV-2 y la mortandad que lo acompaña. Esta tesis equivale a un malabarismo mental y una bufonada que, disfrazándose de academia y de ciencia, resulta tan alucinante como los relatos de quienes dicen que en estos tiempos estamos presenciando la invasión extraterrestre proveniente del planeta UMMO, diseñada y ejecutada por la civilización Ummita, mucho antes de que aparecieran los denisovanos, neandertales y sapiens.
La «gran transición»
Los asuntos referidos con anterioridad permiten acercarse a la cabal comprensión del actual momento histórico. En la antesala de la «gran transición» se conocen dos cambios de época. El primero corresponde a la Segunda Guerra Mundial, que derivó en la creación de un orden de relaciones internacionales marcado por la existencia de dos bloques de poder cuyos intereses y objetivos no solo eran disímiles, sino también mutuamente excluyentes. De un lado, se situaba el llamado bloque socialista (Consejo de Ayuda Mutua Económica, Pacto de Varsovia, Movimiento Comunista Internacional) y, del otro, el bloque capitalista (Europa Occidental, Estados Unidos, sistema financiero internacional y movimientos político-ideológicos socialdemócratas, democristianos y liberales). El denominado campo socialista era, en realidad, un tipo de capitalismo de Estado dictatorial o autoritario con algunas especificidades en la URSS, Polonia, Checoslovaquia y otros países de su esfera de influencia, mientras que el bloque capitalista estaba formado por varios tipos de capitalismo marcados por la influencia de las tradiciones liberales, sin excluir capitalismos dictatoriales no comunistas.
Entre los años 1980 y 1990, luego de un número relevante de cambios históricos parciales, se produjo el segundo cambio de época del período, comprendido entre 1940 y 1990. Este cambio de época resolvió las contradicciones entre los dos bloques de intereses que habían surgido al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y lo hizo en favor de los capitalismos regidos, unos más y otros menos, por las tradiciones liberales. La desaparición de la Unión Soviética, del Pacto de Varsovia, del Consejo de Ayuda Mutua Económica, la casi extinción del Movimiento Comunista Internacional, el relanzamiento de las economías de mercado, la dinamización del proyecto de la Unión Europea, y la consolidación de los EE. UU. como única superpotencia global, fueron los eventos principales que señalaban, sin equívoco, los tipos de capitalismos que habían resultado vencidos y cuáles eran los vencedores.
A partir del año 1990, se inicia el proceso de cambios parciales y progresivos que llevan hasta la situación actual, que aquí califico como «gran transición» (tercer cambio de época desde 1940) ¿Por qué «Gran transición»? Se está en presencia de una crisis sistémica global (sanitaria, económica, política, social y cultural), acompañada de una aceleración de la revolución científica y tecnológica que caracterizó a la tercera revolución industrial y que ha hecho posible el advenimiento de la cuarta revolución industrial (fusión de dispositivos mecánicos, eléctricos informáticos, digitales y biogenéticos). En la «gran transición» se están transformando los modelos de gestión socioeconómica y política hasta el punto de que se sustituyen los anteriores, sin que puedan saberse, por ahora, las características finales de los modelos de gestión social que están surgiendo, al colapsar las coordenadas históricas creadas a partir de 1990.
En términos estructurales la «gran transición», cuyo punto de origen lo sitúo hacia finales de la primera década del siglo XXI, se caracteriza por las siguientes y muy dinámicas realidades:
Primera: se experimenta un acelerado proceso de creación y desarrollo de un nuevo tipo de imperio, desconocido en etapas históricas previas, desenganchado de los Estados nacionales, gobiernos locales y territorios, y centrado en el poder internacional de las corporaciones, los sistemas bancarios, y los grupos financieros y mediáticos. Si este tipo de imperio corporativo-financiero-mediático se consolida y logra vencer a sus oponentes, las actuales superpotencias (EE. UU., China, Rusia, Unión Europea y otras) se convertirían en provincias poderosas del imperio. Este fenómeno de transformación en las realidades imperiales se encuentra lejos de consolidarse y aún puede revertirse, lo que explica buena parte de las actuales tensiones geopolíticas y socioeconómicas.
Segunda: existe un conflicto abierto en el binomio EE. UU.-RPCH, pero ninguno de estos actores posee en este momento suficiente poder hegemónico como para subordinar al otro, circunstancia que perfila una situación de «neutralización recíproca de fuerzas». En este contexto, la disyuntiva cooperación-rivalidad entre los EE. UU. y la RPCH adquiere tonos dramáticos. Si predomina la relación cooperativa, es previsible que las actuales tensiones disminuyan, pero, si ocurre lo contrario, será inevitable la universalización de la mutua oposición, hasta cubrir a todas las civilizaciones existentes con los consiguientes enfrentamientos armados convencionales y no convencionales, sean directos entre EE. UU. y la RPCH, o a través de sus aliados locales, regionales y continentales.
Tercera: Rusia y la Unión Europea, por lo pronto, juegan papeles secundarios en la geopolítica internacional marcada por las relaciones EE.UU.-RPCH, pero es claro que ambos actores trabajan para elevar su presencia e impactos en el escenario internacional, y lo hacen en un marco de relaciones heterogéneas (de cooperación y rivalidad) entre ellos, y de cada uno de ellos con la RPCH y los EE. UU. La principal insuficiencia de Rusia, en este tinglado, es la baja competitividad y productividad de sus sistemas productivos y bancarios, mientras que, en el caso de la Unión Europea, su mayor debilidad es la ausencia de cohesión interna, mal disimulada, y la insuficiente sintonía político-social con las poblaciones europeas.
Cuarta: se ha producido un desplazamiento de los principales centros de poder económico desde EE. UU.-Europa hacia las economías asiáticas, lo que supone un aumento exponencial de las acciones de las superpotencias para reforzar sus intereses en esas economías.
Quinta: el sistema de contradicciones internacionales vinculado con los hechos referidos en los puntos anteriores debe resolverse de alguna manera en la presente década (2020-2030), pero esa resolución no es nada fácil debido a que las sociedades actuales están atravesadas por crecientes polarizaciones ideológicas, políticas y culturales asociadas con prácticas vitales o existenciales decisivas de las personas y grupos de personas, a lo que se unen las relaciones de conflicto y cooperación entre las distintas civilizaciones (ortodoxa, occidental, latinoamericana, islámica, sínica, entre otras). El sistema de contradicciones es bastante más sistémico, complejo y profundo que el conocido durante los dos cambios de época previos, escenificados entre 1940 y 1990. Se está en presencia de un conflicto global de fuerzas sociales sin que ninguna sea hegemónica respecto a las otras, y esa situación de equilibrio estratégico es en exceso frágil, lo que conduce a un aumento exponencial de la violencia como vía para rediseñar el modelo de gestión hegemónica internacional.
Sexta: al tiempo que ocurren cambios fundamentales en materia de geopolítica y gestión de hegemonías político-ideológicas y económicas, se ha acelerado la revolución científico-tecnológica que caracterizó a la tercera revolución industrial, llegando hasta el nacimiento de la cuarta revolución industrial. El núcleo central de la cuarta revolución industrial, como expliqué al inicio de este ensayo, es la imbricación y unidad de procesos físicos, digitales y biológicos en los subsistemas productivos, financieros, sociales, políticos y ético-culturales. En este marco de intensa revolución científica y tecnológica, se desarrollan ámbitos de realidad determinantes de la vida cotidiana, tales como la universalización del uso de algoritmos, la biotecnología, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la robótica, la computación cuántica, la transformación del mundo del trabajo, la economía digital y algorítmica, el control y la seguridad algorítmica, el turismo extraterrestre, los impulsos para la creación de colonias humanas extraterrestres y la intensificación de los conflictos potenciales en la exploración espacial.
Octava: se están produciendo cambios fundamentales en materia de sensibilidades religiosas y pseudorreligiosas que prefiguran actuales o futuras experiencias cismáticas en distintas religiones. Es claro, por ejemplo, que el cristianismo católico en todo el mundo, pero especialmente en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, se encuentra en estado cismático. De manera simultánea a los cambios sistémicos —cismas reales o potenciales en las religiones institucionales—, se están fortaleciendo, expandiendo y generalizando experiencias panteístas de unión con la naturaleza (fuego, aire, tierra, agua) y espiritualidades autónomas y autogestionadas, separadas e independientes respecto a las desacreditadas dogmáticas tradicionales de las religiones organizadas; estas experiencias prefiguran el nacimiento de nuevos contornos religiosos globales, tales como la eco-religión, la traducción de la física cuántica en religión cuántica y el descubrimiento de vías de acceso a potencialidades espirituales antes monopolizadas por las religiones institucionales. El desenlace de los hechos referidos es aún incierto, pero resulta indudable que implica transformaciones sustantivas en las sensibilidades religiosas que deberán consolidarse de alguna forma en los próximos años.
Novena: el ascenso y beligerancia de los movimientos sociales vinculados con la progresividad de los derechos humanos, la ecología y el feminismo, es un fenómeno creciente, expansivo y de profundo impacto. Los perfiles del presente y del mundo futuro no son concebibles, ni en el corto, ni en el mediano, ni en el largo plazo, sin estos movimientos, y esto tiene decisiva influencia en las dinámicas políticas, sociales y económicas. Como ocurre en geopolítica, economía, sensibilidades religiosas y sistema de gestión internacional, también estos movimientos sociales están atravesados por un sistema de contradicciones internas que se suma al sistema de contradicciones globales, y que debe ser resuelto, de alguna manera, en los próximos años.
Décima: el eje transversal del sistema de contradicciones globales es una disyuntiva conocida desde tiempos antiguos y que fue determinante en los dos cambios de época previos a la «gran transición»: la que existe entre tendencias sociales autoritarias y centralistas, que sistematizan el control tecnológico, policial y militar de la población en un marco de uniformidad social, y las corrientes que, aun cultivando controles digitales y policiales de la población, promueven mayores niveles de diversidad, pluralidad, autonomía y autogestión. Al momento de escribir este ensayo, los componentes individuales y grupales de estas tendencias se encuentran en extremo mezclados, y esto hace muy difícil discernir la coyuntura. Es claro, sin embargo, que ambas tendencias están chocando con inusitada fuerza y violencia, y que tarde o temprano, por distintas vías, ese choque llegará a un desenlace.
¿Cuál puede ser el resultado histórico de los hechos referidos en los diez puntos anteriores? Estimo factible afirmar lo siguiente: la «gran transición» conduce a un tipo de sociedad donde los componentes científicos y tecnológicos serán determinantes en un grado desconocido hasta ahora, al mismo tiempo que las configuraciones religiosas y las sensibilidades culturales conocerán una síntesis de elementos tradicionales —asociados con las actuales religiones institucionales— con variables provenientes del panteísmo cultural ligado al ecologismo. En el plano político, económico y social es previsible un nuevo modelo de gestión de hegemonías, asunto que estimo se resolverá hacia el año 2030, siendo los dos hechos claves de esta década la reinvención de los Estados Unidos y la consolidación del poder global de la República Popular China. Estos dos hechos suponen una condición de ceteris paribus, es decir, que se mantengan constantes las otras variables de la situación histórica.
Nos ha tocado en suerte ser partícipes del más importante cambio de época desde 1940, y de uno de los más decisivos desde los tiempos genesiacos de la especie. Deben generarse grandes volúmenes de conocimiento y sabiduría sobre esta época para diluir las oscuridades, las confusiones y los muchos disimulos y camuflajes que se inventan para engañar, controlar y esclavizar a los humanos. A la larga —esta es mi esperanza— los muros caerán, y la humanidad será cada vez más libre y espiritual, pero es lamentable que ese resultado, incierto como es, implique una ramificación gigantesca de egolatrías, indignidades, sufrimientos, asesinatos y torturas. Que la historia humana es un panteón ensangrentado seguirá siendo cierto por mucho tiempo más, y quizás por siempre. La paz, como forma de vida, sin odios ni fanatismos no es un contenido de la «gran transición» actual, y tampoco lo es provocar reducciones sustanciales de la desigualdad dentro de los países y a escala global; estos dos aspectos quizás pertenezcan a la agenda de la próxima «gran transición», pero la actual no los contempla más allá de las retóricas políticas y las engañosas narrativas ideológicas.