Querido Don Victor:
Le saludo respetuosamente después de haber leído sus diarios en el período de preguerra desde la llegada al poder de los nazis. Una pregunta ha venido a mi mente a medida que pasaba las páginas: ¿cómo pueden los seres humanos sobrevivir a un estado de tensión y estrés permanente tal como el que usted, su esposa y tantos padecieron? Son los tiempos de guerras, dictaduras y crisis, donde la amenaza de violencia, el terror y temor ante un posible ataque o la pérdida de lo que hace la vida más o menos llevadera: comida, techo, ropa, atención médica y fármacos cuando se está enfermo, formación, pero también la diversión y ocio («me encanta ir al cine, allí me olvido de todo», 20-03-1933), nos amarga cada minuto. Usted desde el «corazón», como debe ser en todo diario que sea realmente auténtico, nos muestra su debilidad y desesperación. Pero su constancia en la escritura de este hasta ver caer el nazismo fue la mejor prueba de la fe y esperanza en el fin de la pesadilla.
Todo comienza el 14 de enero de 1933 y sus preocupaciones están en la gran meta de tener una casa propia en su querida Dresde («la Florencia del Elba») y el medio es la búsqueda de un crédito que nunca llega. Es imposible no pensar en mi país y el enorme déficit de viviendas que posee, algunos hablan de más de dos millones en una población que no supera los 26, ¡y bajando por la emigración! Pero son muchos los profesores como usted y como yo que tenemos el mismo sueño y que nuestra labor fundamental para la sociedad no es remunerada con justicia. Es por ello por lo que dice en esta primera entrada: «Este asunto acabará con nosotros. Lo veo venir y me siento impotente». Pero no se rindió y, después de mucho dolor, el sueño se hace realidad en medio del horror que comenzó a finales de ese mes. Pero los nazis en su sadismo tenían que quitárselas enviándolos a una judenhaus (edificios o casas donde concentraban a los alemanes judíos al inicio de la guerra, aunque cada familia tenía su apartamento independiente como fue el caso de Klemperer y su esposa).
A lo largo de todos esos días lo he sentido cercano y amigo, porque son tantas las cosas que nos unen a pesar de los años que nos separan. No es solo vivir en el terror y las penurias o compartir sueños, sino también esa constante lucha del profesor-investigador por conseguir tiempo para leer y escribir. Es así como desde esa primera entrada nos dice su cantinela: «preparar las clases, que siempre me cuesta trabajo, y la pesadilla de las faenas caseras (encender estufas, limpiar el polvo, secar la vajilla…: un tiempo precioso» o «me limito cada vez más a dictar mis clases» (21-02-1933). Precioso tiempo, querido colega, para lograr la meta de publicar y hacer algo en el ámbito intelectual que valga la pena, y, en medio de todo esto, siempre el diario que no abandonamos por nada, porque su gran frase siempre ha sido mi mantra: «¡Quiero dar testimonio hasta el final!» Como dice el escritor Mario Vargas Llosa: «que la muerte nos encuentre escribiendo», que esa sea nuestra tarea hasta el último día. Y que el mundo sepa lo que vivimos porque, como repiten los venezolanos: «Nadie nos quita lo bailado» para bien o para mal y que la tragedia que sufrieron nuestras respectivas sociedades no sea borrada de la memoria colectiva.
Y llegó la pesadilla y lo que siente será una montaña rusa entre la tristeza (lo realmente predominante) y la esperanza a lo largo de todos esos doce años que parecían eternos. En un diario nunca se lee sabiendo el final, su presente es abrumador y así usted nos dice:
Desde hace unas tres semanas, depresión por este régimen reaccionario. Yo no escribo historia contemporánea. Pero sí quiero dejar constancia de mi amargura, que nunca me habría considerado capaz de sentir aún hasta este punto. Es una ignominia que aumenta cada día. Y todo el mundo guarda silencio y dobla el espinazo, más que nadie los judíos y su prensa democrática. […] Lo que más impresiona es la ceguera de la gente frente a lo que está sucediendo, qué falta de idea entre las verdaderas relaciones de poder. […] Entretanto, lo inseguro de la situación influye en cada detalle (21-02-1933).
La relación entre la política y el bienestar de cada persona es íntima y, por ello, bien dice que «influye en cada detalle». Al principio, a pesar de que el régimen terminará jubilándolo a la fuerza de su cargo docente por ser judío y por esto disminuyen sus ingresos a la mitad, pudo incluso comprarse un carrito y pasear de vez en cuando con su amada esposa: Eva. También dicha pensión le daba para medio vivir, ¡pero comían! Es inevitable pensar en los años recientes, cuando en mi país todavía se podía vivir con algo de dignidad en lo referente al acceso a lo básico, pero desde hace 7 años todo se derrumbó (90% del PIB ha desaparecido) y jamás soñaríamos con lo que usted vivió hasta 1939 y cuidado hasta los primeros años de la guerra en medio del racionamiento. La tragedia venezolana no tiene comparación, quizás cambiando lo cambiable solo con la Alemania de la hiperinflación (en la que ya tenemos más de 3 años) cuando el hambre y la miseria llevaron a los extremistas al poder. La jubilación o pensión acá solo te da para comprarte un pan, ni siquiera puedes comprarte medio cartón de huevos (15 unidades) y, aunque dan unos bonos, estos son el doble de dicha pensión y ya imaginará que no se puede comer con eso. Por todo esto, más de 95 % de los venezolanos nos alimentamos a medias con carbohidratos principalmente.
La gradual pérdida de las libertades por la construcción del totalitarismo nazi, pero muy especialmente la conversión de los alemanes de origen judío —como usted— en ciudadanos, ya ni siquiera de «segunda», sino su casi total exclusión de la vida en sociedad, la ha descrito de manera dramática. Solo lo salvaría de lo peor el estar casado con una «aria» («aunque si los dueños de una tienda son el marido judío y la mujer cristiana, o al revés, esa tienda se considera judía»), por no ser de religión judía sino cristiana (pero «la religión es indiferente solo importa la raza»), y haber sido combatiente durante la Primera Guerra Mundial. Todo comenzó muy temprano a casi un mes de la llegada al poder del «hombre histérico que siempre habla con los patéticos bramidos de un predicador» y que usó la quema del Reichstag (parlamento alemán) como pretexto para iniciar:
Esas furiosas prohibiciones, esas tropelías. Y, además, en las calles, por la radio, etc., una propaganda sin límites. […] Perfecta revolución y perfecta dictadura del Partido. Y toda la oposición como si se la hubiera tragado la tierra. Ese absoluto hundimiento de un poder que existía hace solo un instante, no: su completa extinción es lo que me deja tan impresionado. […] Nadie se atreve ya a decir nada, todos tienen miedo (10-03-1933).
Es impresionante cómo día tras día, sin el menor rebozo, salen en calidad de decretos la pura fuerza bruta, la violación de la ley, la más repugnante hipocresía, la más brutal bajeza de espíritu. Los periódicos socialistas tienen prohibición permanente. Los «liberales» están temblorosos (17-03-1933).
Nadie respira con libertad, no hay libertad de palabra, ni escrita ni hablada (27-03-1933).
Le agradezco que en muchas ocasiones hable claramente del nazismo como una «revolución» e incluso resalte sus semejanzas con lo que dice odiar: el bolchevismo. Porque el mundo debe entender lo que su compatriota, y también judía, la filósofa Hannah Arendt nos enseñó después de la Segunda Guerra: ambos eran extremadamente similares en sus rasgos totalitarios y, en este sentido, destructores de toda dignidad humana y la condición personal (separada del colectivo) y que usted supo tanto defender, siendo su diario una muestra de resistencia. Son claras sus palabras: «toda Alemania prefiere Hitler a los comunistas. Y yo no veo diferencias entre los dos movimientos; ambos son materialistas y llevan a la esclavitud» (14-11-1933).
Su capacidad de transmitirme todo ese horror e indignación («no puedo liberarme de esta sensación de asco y de vergüenza. Y nadie hace ni dice nada, todo el mundo tiembla y repta», 17-03-33) me ha prendado de su diario colocándolo entre mis favoritos. Mi anhelo es aprender del suyo. ¡Cómo me gustaría escuchar sus consejos! Pero tenga la seguridad de que, gracias a su diario, es como si me hablara y me enseñara a mejorar el mío. Son muchas las noches que he resistido el sueño para saber un poco más de ustedes. Y leer cómo vivió cada hecho que luego la historia se encargó de destacar. En mis próximas cartas me encargaré de comentarle cada uno de estos momentos.
En el tiempo, tanto dolor lo hará pensar que el nazismo estaba arraigado en la cultura alemana, pero le recuerdo sus palabras cuando todo comenzó: «Todo lo que yo consideraba no alemán: brutalidad, injusticia, hipocresía, sugestión de las masas hasta la embriaguez, todo eso es lo que prospera aquí» (03-04-1933). Quiero terminar mi carta con este toque de esperanza, con el recordarle su orgullo de sentirse alemán, todas las veces que se lo escuché (perdone, en realidad lo leí, pero como lo considero mi amigo es como si en algún momento lo hubiéramos conversado gratamente). Usted representa esa Alemania que todas las personas de buena voluntad admiramos. Espero pronto volverle a escribir. Reciba un fuerte abrazo y, como estamos en diciembre, una Feliz Navidad y Año Nuevo.