Memento mori o «recuerda que un día morirás» es una frase latina que recuerda la fragilidad y temporalidad de la vida humana. Se ha utilizado con asiduidad a lo largo de numerosas manifestaciones artísticas —bodegones, literatura, incluso, cine— y se cree que se originó en los desfiles victoriosos de generales triunfales en la Antigua Roma, donde un siervo les recordaba lo superfluo de su vanidad.
Este 2020, podemos decir que hemos aprendido a asumir más que nunca la fragilidad de la existencia y la casuística que hace que un microorganismo entre la vida y la muerte acabe con nuestros planes temporales. Teníamos organizado un perfecto estilo de vida hedonista entre los viajes, los planes con amigos, el trabajo y las obligaciones familiares y, de repente, todo se ha quedado en un suspenso inquietante; en una nebulosa que nos separa de lo conocido hacia lo incierto.
Nos enfrentamos a reuniones familiares en cuarentena y a través de pantallas, viajes pospuestos, trabajos en estado precario y muy pocas certezas a futuro. Pero, sin esa confianza, esa seguridad en la continuidad futura —aunque sea solo temporal— no podemos crear ni construir nada. Nos paralizamos. Ahí entra no solo el instinto de supervivencia, sino la creatividad, la esperanza para escribir las siguientes líneas de lo que será el futuro, como un novelista que se enfrenta por primera vez a una hoja en blanco.
El mes de noviembre se inicia siempre con la tradicional celebración de la fiesta de todos los santos, recordando a nuestros antepasados. Sin embargo, actualmente, se generaliza cada vez más la celebración, el 31 de octubre, del Halloween celta-anglosajón en que los disfraces, el consumo de dulces y caramelos, y las fiestas infantiles pretenden dar un toque más festivo y consumista a ese horror vacui, a ese temor a no ser y no estar.
En la tradición española, Don Juan Tenorio se presenta como el mito perfecto de alguien demasiado humano, que exprime todos los momentos de la vida al límite, que se aleja de las convenciones sociales para aprovechar cada momento pese a quien pese. Hoy, ese anhelo humano de seguir adelante puede verse en nuestro anhelo por viajar; porque toda esta pesadilla de soledad, dolor, muerte, incertidumbre pase y podamos retomar de alguna forma el pulso de lo que es la vida con normalidad. Probablemente ya nada será igual, pero esa adrenalina diaria, ese gusto por las pequeñas cosas no lo perderemos por mucho que cambie.
Es importante tener conciencia de que, efectivamente, un día no estaremos, pero no podemos vivir como si al segundo siguiente ya no existiésemos. Va contra la propia dinámica de la vida. No podemos dejar que la tristeza y la apatía nos inunden, ahí el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es un gran compañero porque abre la mente hacia la creatividad para buscar nuevos caminos, opciones y propuestas para reinventarse; para seguir adelante. Esta situación es lo más parecido a una guerra que los ciudadanos de las sociedades occidentales menores de 40 años hemos vivido y, para seguir adelante, hace falta motivación, disciplina, suerte y prudencia. Lejos quedan los políticos corruptos con sus promesas vacuas, el miedo o la apatía. Hay que luchar por seguir adelante; simplemente por estar.