Era una típica tarde de domingo en Buenos Aires, el cielo porteño se mostraba azul como muchos otros días, el sol sobre los árboles añosos del Zoológico de la ciudad les daba un color muy brillante y, allí, en el escenario estaba pasando algo muy interesante. Un dúo de niños hacía música para los demás niños. Ambos habían nacido en el 1900, y ahora nos encontramos en el 1911. Con apenas 11 años, se presentaban en concierto dos músicos que iban a hacer historia en el tango. Dos amiguitos, uno tocaba el violín y el otro el piano; ambos de pantalones cortos y un tanto vergonzosos, pero muy talentosos. Estos niños hacían un espectáculo por el cual el Zoológico de la ciudad de Buenos Aires les pagaba 4 pesos la función. Estos niños eran, en el violín, Juan D'Arienzo y en el piano, Ángel D'Agostino. Estos fueron íntimos amigos desde muy temprana edad.
Juan D'Arienzo nació en el barrio porteño de Congreso, en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Cevallos, el 14 de diciembre de 1900. Era el hijo mayor de una familia italiana afincada en la Argentina desde fines del siglo XIX; fueron sus padres, Alberto y Doña Amalia Améndola, de inmenso parecido físico a su hijo Juan. Su padre, don Alberto D'Arienzo, era representante comercial de dos casas famosas de aquellos años y logró un buen pasar económico para su familia, que pronto se extendió con otros dos descendientes: Ernani y Josefina. Ernani, el hermano de Juan, fue pianista y baterista de jazz y Josefina, también pianista, llegó a ser soprano, ya que cantaba muy bien las canciones líricas. Doña Amalia, era hermana de otro importante empresario de la fonografía argentina, Don Alfredo Améndola.
Cuando Juancito tenía la edad de comenzar la escuela primaria se mudaron al barrio de Balvanera, a la calle Pichincha 528. La escuela estaba en la calle México y Pichincha. Más tarde, cursó algunos años del bachillerato en el colegio Mariano Moreno.
El joven Juan iba creciendo y comenzó a hacer sus primeras experiencias laborales en negocios relacionados con la música. Trabajó en una gran tienda en la calle Cuyo 522 al 562 (hoy calle Sarmiento), entre Florida y San Martin, que se llamaba Avelino Cabezas. Era una gran tienda, del estilo de Gath & Chaves y Harrods. Allí comenzó a hacer sus primeras armas en el negocio musical, lo que le dio una visión más amplia que los demás músicos de la época.
Luego pasó a la Casa Taurell en Sarmiento y Cerrito, allí probaba pianos y violines y hacía escuchar la música de moda para promocionar la venta de partituras e instrumentos musicales. En la Casa Taurell, también trabajó su amigo íntimo, Ángel D'Agostino.
Los tangueros argentinos, deberíamos estar muy agradecidos con doña Amalia, la mamá de Juan, porque, gracias a ella, hoy disfrutamos de la música del más grande del tango. Amalia apoyó a Juan para que se desarrollara como musico popular, ya que su padre quería que él fuera abogado.
Así fue como, muy joven, en 1916, a los 16 años, empezó dando algunos conciertos privados a dúo de piano y violín con Eduardo Bonessi. Más tarde, por medio de su amigo, De Bassi, conoció al gran compositor de la guardia vieja, Carlos Posadas, y se sumó a la orquesta de este tanguista en calidad de segundo violín. Trabajó un tiempo en el teatro Avenida con el compositor de «El Retirao», «Cordón de Oro» y tantos éxitos, pero el maestro Posadas falleció repentinamente. Esto lo llevó a buscar nuevos horizontes, así que acudió nuevamente a su amigo inseparable, D'Agostino, y armaron un dúo para acompañar por varios salones de baile al gran bailarín «El Mocho» y «La Portuguesa».
¡Los amigos eran un éxito!; el cine Paramount los convocó para animar proyecciones mudas, pero, para esta ocasión, ya armaron una orquesta típica.
El tiempo pasaba y la experiencia de Juan aumentaba y, entre músicos y orquestas, comienzan momentos muy importantes en la vida del maestro. La orquesta iba tomando forma, llegó, en 1927, el primer cantante, Carlos Dante. Ya para 1928, la Orquesta se presentaba regularmente en el cabaré Florida Pigall de la Galería Güemes y, simultáneamente, en el lugar que iba a ser su casa por años, el Cabaret Chantecler.
1928 es un hito en su historia, grabó su primer tango con la voz del joven Carlos Dante, «Funyi Claro», que tenía en ese momento 22 años. Juan tenía el apoyo de su tío Amendola, hermano de su madre, que era el dueño de la firma Electra. Juan no era solo un buen músico, sino que estaba desarrollando su capacidad de compositor, así que, ese mismo año, grabó grandes éxitos que se siguen escuchando hasta hoy, como por ejemplo «Nada Más», que en ese momento se llamó «Callejas Solo» y que luego fue rebautizado, «Chirusa», y otros. Un gigante del tango estaba apareciendo. En total grabó 31 temas en 1928.
En 1929, llegó un joven veinteañero bandoneonista a suplantar a Ciriaco Ortiz, que no solo iba a tocar el bandoneón, sino que también iba a cantar y hacer sus primeras armas para la firma Electra. Este era Francisco Fiorentino, un grande de la escena del tango del 40. Grabaron con la orquesta «Victoria», «Soy un Arlequín», «Mala». En total, grabaron 10 temas en 1929.
¡Llegamos hasta 1930!, Imagínense una noche de esas; se visten lindo y arrancan caminando para la calle Paraná, al llegar al 440, o sea entre Corrientes y Lavalle, llegan a la puerta de un edificio estilo francés, caminan por la explanada, miran hacia arriba y dice «Cabaret Chantecler: ¡Hoy! La Orquesta de Juan D'Arienzo ». Los recibe en la puerta el «Príncipe cubano» entran, se sientan en una mesa, y al lado suyo se sienta Carlos Gardel, que es un buen amigo de Juan D'Arienzo, acompañado de Leguisamo y Razzano, habitués del lugar. En otra mesa se sienta Celedonio Flores, con Cadicamo y Pepita Avellaneda. También llegan actores famosos como Tito Lusiardo y Pedro Quartucci. Se toman un champagne y disfrutan de una orquesta y un cabaré que van a hacer historia en el tango. D'Arienzo y el Chantecler tuvieron una relación de 30 años, hasta que el Chantecler fue demolido y escribe «Adiós Chantecler» (con letra de Enrique Cadicamo).
Su fama era tan grande que, en 1933, cuando Argentina Sono Films filmó su primera proyección, (me refiero a la película Tango de Luis Moglia Barth), D'Arienzo fue llamado para integrar la nómina de orquestas de la cinta y, de manera grandilocuente para la época, casi de prueba del cine sonoro, se logró filmar la actuación de la orquesta en vivo desde el propio Chantecler. D'Arienzo, que ejecutaba en la escena el violín, tocaba el tango «Chirusa» de su propia creación.
En 1935, la casa Víctor, aprovechando el éxito público de D'Arienzo en las noches del cabaré, le ofreció un contrato que duraría toda la vida, siendo uno de los artistas que más discos vendiera en la historia del sello en la Argentina.
Este año, 1935, cambió el rumbo de la historia del tango. Gracias a la impuntualidad de Lidio Fasoli, el pianista de aquellos tiempos de la orquesta, Juan decidió integrar a un nuevo pianista: un asiduo visitante del Chantecler y un joven que acompañaba a veces con el piano a Carlos Gardel. Esta nueva dupla traería fuego y pasión al tango de los años 30. El pianista, que prontamente será apodado «Manos brujas», Rodolfo Biagi, un porteño del barrio de San Telmo, impuso desde el teclado un estilo característico: picado, más veloz que el resto de las orquestas, muy bailable, como para que pudieran ejercitarse en la danza aun quienes apenas conocían los rudimentos, porque eran conducidos por un ritmo contagioso. El recuperado compás de los tiempos de los tríos heroicos llevó a la orquesta a recurrir al casi abandonado dos por cuatro. El tango retomaba su alegría inicial. Se trataba de un estilo poco apto para el oyente, pero de gran vibración para los bailarines. Los instrumentos tocaban al unísono y solo podía distinguirse algún compás suelto del piano conductor, pero no más. Además de las actuaciones en el Chantecler, trabajó con D'Arienzo en LR1 radio El Mundo, en bailes de clubes, en exitosas giras, actuó en la película Melodías porteñas dirigida por Enrique Santos Discépolo y grabó 71 piezas entre el 31 de diciembre de 1935, en que registró «Orillas del Plata», y el 22 de junio de 1938, en que registró «Champagne Tango».
Cuando D'Arienzo comenzó a tocar en 1935 con Biagi, en tres o cuatro meses cambió el estilo de la música que se bailaba en Buenos Aires. Era normal en ese momento bailar Fox Trot y Swing. La orquesta devolvió el tango a los pies de los bailarines y, con ello, hizo que el tango volviera a interesar a los jóvenes. El Rey del Compás se convirtió en el rey de los bailes y, haciendo bailar a la gente, ganó mucho dinero, que es una linda forma de ganarlo.
D'Arienzo se caracterizó por la fuerza viva que ponía en su ritmo y, por otro lado, por los pianos impetuosos que tuvo, como lo fue Biagi, Juan Polito (1938-1940), más adelante, y, luego, un pianista que estuvo con don Juan 17 años y fue uno de los mejores pianistas de la época, Fulvio Salamanca (1940-1957).
D'Arienzo reflota a la «guardia vieja». Era la época en que, si querían comprar un disco de D'Arienzo en una disquería, tenían que comprar otros tres discos, si no, no les vendían solamente el de D'Arienzo. De la misma manera, como organizador, si querían invitar a la orquesta de D'Arienzo a un evento, tenían que invitar a otras cuatro o cinco orquestas, si no, D'Arienzo no iba.
En 1940, el Chantecler tenía dos turnos de orquesta, la primera parte se tocaba sin su director, o sea sin D'Arienzo hasta las 12 am, y el piano estaba al mando del primo de Fulvio, Juancito Diaz. A la 1 am, llegaba Juan y tocaba hasta las 4 am junto con Fulvio al piano.
La orquesta fue madurando y tenía dos pilares fundamentales para don Juan; dos músicos que lo ayudarían con la organización del equipo de gente. Uno era el bandoneonista, Héctor Varela, que se encargaba de los músicos de la orquesta y el otro, Fulvio Salamanca, encargado de los cantantes.
1940 fue el momento de replantear la orquesta, Echague se va y se lleva a casi todos los músicos con él, incluyendo a los cantantes de ese momento que eran Alberto Reynal y Carlos Casares. Cuenta Fulvio que Juan le dijo, «necesitamos un cantante, encargáte vos». Fulvio, llegado de Santa Fe-Las Varillas, con 18 años, se encuentra con la enorme tarea de encontrar un cantante nada más ni nada menos que para Juan D'Arienzo. Salamanca probó cientos de cantores, los cuales hacían cola por la calle, en la puerta de Radio El Mundo, donde eran las pruebas, esperando para cantar.
Cuentan que llegaron cantantes de primera línea como Roberto Ray, el Chato Flores y que, también, hacían su intento los conductores del tranvía número 5, el cual pasaba por la puerta de la radio en la calle Cerrito; cuando pasaban se bajaba el conductor para hacerse la prueba de canto, con su traje y su corbata. Pero un día, ya tarde, en la sala B de la radio, hizo una prueba un joven de 20 años, llamado Tito Falivene, que cantó el tango «La Mariposa». Al escucharlo, Fulvio dijo, «listo, ¡se acabaron las pruebas!» Este cantante fue contratado sin dudar e hizo su debut en el Chantecler, pero con un nombre artístico, «Héctor», por Héctor Varela, y buscaron un apellido con el maestro y le dijo, «te vas a llamar como mi esposa, Maure, pero con acento en la é». Allí comenzó una leyenda del tango, Héctor Mauré. Todas las canciones difíciles de interpretar eran fáciles con Mauré.
La época de oro del tango estaba en sus comienzos y la orquesta de Juan D'Arienzo ya movilizaba masas de bailarines. Cuenta Juancito Diaz, el pianista primo de Fulvio, que en los clubes había tanta, pero tanta gente, que debían ingresar con el Bus y con custodia policial, porque, si no, no podían entrar.
El tango estaba en efervescencia, El Rey del Compás estaba en pleno apogeo, la música era la estrella de la noche y puesta a los pies del bailarín.
Sería imposible escribir la historia del maestro en un solo artículo, así que aquí les dejo la primera parte de la historia. La próxima, nos dedicaremos a la propia época de oro del tango, los 40. ¡El esplendor de la música porteña!
Decía Juan D'Arienzo:
A mi modo de ver, el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter.