El hombre es un depredador natural que se encuentra por encima del resto de las demás especies de la naturaleza y que puede dominarlas, busca su propio «bienestar» y satisfacción personal traducidas en supervivencia e inmortalidad genéticamente egoísta. El hombre está determinado genéticamente en su comportamiento, con pequeños matices modelados por el medio y el entorno, es una especie «mala por naturaleza» en el sentido Hobbesiano; porque la naturaleza humana se caracteriza por el deseo de poder y el egoísmo y la desconfianza entre los seres humanos.
Thomas Hobbes hace uso de la cita, Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro) —del comediógrafo latino Tito Maccio Plauto—, para retratar que el mayor enemigo de la humanidad es la humanidad. En cualquier situación somos más propensos a buscar nuestro beneficio (egoísmo, gen egoísta) que a ayudar a los demás (altruismo). El homo homini lupus expresa su comportamiento en tres esferas de animalidad:
contra los miembros de su misma especie, lo cual se traduce en actos tales como: guerras, genocidios, homicidios, torturas, hambrunas, robos, asaltos, etcétera;
contra sí mismo como especie, es decir, al atentar contra otros seres de su misma especie (inclusive contra su medio ambiente), está a su vez atentando contra sí mismo como especie y como humanidad;
contra sí mismo como individuo, esto es, toda vez que se destruye a sí mismo al caer en vicios que luego se convierten en enfermedades como el alcoholismo y la drogadicción, entre otras.
En el cristianismo, la mejor expresión del homo homini lupus, como fuente de conocimiento de la naturaleza humana, son los denominados siete pecados capitales: lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia, pereza y gula. Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. En definitiva, el depredador por excelencia del hombre es el hombre.
Thomas Hobbes dijo que el hombre es malo por naturaleza, que por eso necesita de la creación artificial de la sociedad para poder ser funcional y dejar atrás su lado salvaje; no obstante, no es por altruismo que es gregario y luego social, sino porque conviene a sus egoístas intereses de supervivencia y conservación de la especie (egoísmo altruista).
Años antes que Plauto y Hobbes, Nicolás Maquiavelo —al igual que ellos— señaló que:
Los hombres son malos y pondrán en práctica sus perversas ideas, siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente; y aunque alguna maldad permanezca oculta por un tiempo, por provenir de alguna causa escondida que, por no tener experiencia anterior, no se percibe, siempre la pone al descubierto el tiempo, al que llamamos padre de toda verdad.
Como especie, el humano es un ser social por naturaleza, pasa la vida en compañía de otros seres de la misma especie porque ello conviene a sus egoístas intereses para sobrevivir ante la realidad del medio en que existe. A diferencia de otras especies —y entre las muchas pautas de comportamiento, códigos de conducta y organización social que se da a través del tiempo—, el ser humano crea y se autoimpone como especie principios y valores.
Los principios y valores humanos son, en sí mismos, «estrategias de supervivencia» que ha creado y desarrollado para no exterminarse a sí mismo; puesto que el estado natural del hombre, como señala Hobbes, es el de las confrontaciones que llevan a una lucha continua de unos contra otros, generando acciones violentas, crueles y salvajes. Por principio de evolución y selección natural, el organismo más fuerte y apto se impone al más débil.
Bajo esta condición, durante la evolución, los primeros códigos de conducta en aparecer fueron las estrategias de supervivencia llamadas principios y valores de naturaleza social, debido a que se necesitaba de la existencia de mecanismos que regulasen una convivencia armoniosa y equilibrada que permitiese, a su vez, lograr la supervivencia, la continuidad y la evolución de la especie.
Los principios y valores de naturaleza social, de origen artificial, dieron lugar al surgimiento de un sistema normativo de carácter moral; entendida la moral como el conocimiento de lo que el ser humano debe hacer o evitar para conservar la estabilidad social. Tal sistema normativo permitió, en una primera instancia, vivir en grupo y cooperar. Luego, fue más fuerte nuestra condición y naturaleza animal, la cual es capaz de realizar grandes barbaridades y atrocidades contra su misma especie. Esto llevó a que las normas morales, como estrategias de supervivencia, resultaran ineficaces para asegurar que las ventajas de supervivencia fuesen mayores que las desventajas, haciéndose necesaria la creación e imposición de normas de carácter coactivo que trajesen aparejadas una sanción punitiva (la norma jurídica). Solo la norma jurídica con un cierto grado de eficacia resulta medianamente útil en el intento por controlar las pulsiones del homo sapiens-demens.
Para E.O. Wilson, la moral tiene un origen biológico genético. Wilson sostiene enfáticamente que:
La conducta humana es la técnica tortuosa por medio de la cual el material genético humano ha sido y será conservado intacto. No es posible demostrar otra función definitiva de la moral.
La explicación es puramente genética, pues según Wilson, los organismos individuales solo sirven para garantizar la reproducción máxima de los genes. Dicho en otros términos, los genes son siempre egoístas en los animales inferiores, en los superiores o en el hombre. Su objetivo supremo es siempre reproducirse, propagarse y perpetuarse a como haya lugar.
En otras palabras, la moral tiene un origen biológico puesto que nace como una estrategia de supervivencia de la especie, que luego se perfecciona a través de la emoción y de la razón (biología-cerebro-mente). La moral es propia del ser humano. En palabras de Darwin:
Un ser moral es un ser capaz de comparar sus acciones o motivaciones pasadas o futuras, así como rechazarlas o aprobarlas. No existen razones para pensar que alguno de los animales inferiores posea esta capacidad.
En la «Teoría de la capa» de Frans de Waal, se sostiene principalmente que la moralidad no es sino una ocurrencia tardía, mientras que, en esencia, los humanos somos seres egoístas y competitivos. Michael Ghiselin resumió esta concepción de moralidad: «araña a un altruista y verás sangrar a un hipócrita». Los biólogos que postulan esta teoría de la naturaleza humana creen esencialmente que las sensibilidades morales son un subproducto accidental de un proceso biológico, por lo que van en contra de la forma de lo que para, por naturaleza, estamos programados.
El biólogo Thomas Henry Huxley, en Oxford en 1893, expuso su «Teoría de la naturaleza humana y la moralidad», en la cual postulaba que las leyes de la naturaleza son inalterables, pero que, sometiendo su naturaleza a un cierto grado de control, el ser humano puede atenuar el impacto de estas leyes. En definitiva, lo que Huxley argumentó fue que la teoría de la evolución no explicaba nuestra moralidad, sino todo lo contrario: que desarrollamos la moralidad al oponernos a nuestra naturaleza. La moralidad humana fue una victoria artificial sobre un proceso evolutivo despiadado, a veces ingobernable y cruel. En tal sentido, el Dr. Nayef Al-Rodhan, ha señalado:
Hasta la fecha, la neurociencia no ha sido capaz de (al menos con la evidencia adquirida hasta ahora) de detectar ningún indicio que sugiera que los humanos seamos seres morales o inmorales por naturaleza. El ser humano, es un ser eminentemente amoral.
Los llamados principios y valores humanos que, engañosamente, se ha hecho creer que existen para mejorar a la humanidad, por el contrario, son instrumentos y estrategias de supervivencia que han sido creados para condicionar, manipular y controlar a los seres humanos mentalmente menos evolucionados, a los intelectualmente débiles y limitados que no tienen consciencia de la realidad del mundo en el que viven. Inclusive hay quienes, estando conscientes, simplemente elijen la comodidad de vivir manipulados. Al decir de Juan García Atienza:
Curiosamente, el ser humano es el único animal que obedece a aquello que desconoce radicalmente […] El hombre tiene que creer o tiene que aceptar a los que dicen saber. Si no lo hace, o se condena o se le suspende.
Existe un mundo, una realidad, que es controlada, condicionada y manipulada por una criptocracia o gobierno invisible, por una élite del poder que es amoral. Élite que, al decir del politólogo Dr. Luis Oro Tapia, se transformó en algo así como en un «quintral», es decir, en parásitos que aprovechan la sabia del árbol y que relucen en su cogollo de manera impúdica y ostentosa, no solo opacando el follaje, sino que además con riesgo de secarlo. Estos quintrales dirigen el comportamiento de aquella parte de la humanidad convertida en una granja de borregos ignorantes que se niegan a pensar.
Bertrand Russell decía que: «Los hombres nacen ignorantes, no estúpidos. Se vuelven estúpidos a través de la educación». El ser humano vive en una utopía que está basada en la hipocresía de un autoengaño, al querer presentarse —de forma consciente o inconsciente— ante sí mismo y ante los demás como un ser que ha creado y vive en un mundo civilizado, paradisíaco e idílico con sólidos principios y valores humanos; pero la realidad del mundo nos muestra la verdadera naturaleza humana.
El filósofo, teólogo, apologista, sociólogo y tratadista político español, Jaime Luciano Balmes y Urpiá, afirmaba: «El hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo, acaso más que para engañar a otros».
Casos que muestran la verdadera esencia de la naturaleza humana: abusos, sotanas y encubrimientos
«Abusos sotanas y encubrimientos» es un reportaje de informe especial liderado por el periodista Santiago Pavlovic. El periodista abordó una serie de denuncias de abusos sexuales cometidas al interior de la Iglesia Católica y analizó el rol de algunos obispos en esos casos. Los enviados papales, Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, llegaron a Chile y recopilaron denuncias de todo el país. La región de Aysén ha sido una de las más azotadas por los abusos sexuales de menores: 400 casos en cinco años, en una población de unos 120.000 habitantes.
Justicia, los hermanos corruptos
«Justicia, los hermanos corruptos» es una investigación de Informe Especial liderada por el periodista Santiago Pavlovic, abordó la magnitud de la corrupción en la Corte de Apelaciones de la ciudad de Rancagua. Los ministros cuestionados aparecen involucrados en tráfico de influencias, enriquecimiento ilícito y prevaricación. La Logia masónica no. 56, George Washington, de la ciudad de Rancagua, pareciera ser el nexo entre Arenas y los ministros Elgueta, Vásquez y Albornoz.
El lucro de la fe, la vida íntima del obispo Durán
«El lucro de la fe, la vida íntima del obispo Durán» es la investigación e Informe Especial liderada por la periodista Paulina de Allende-Salazar que abordó la vida del Obispo Metodista Pentecostal Eduardo Durán Castro. Este individuo compró mayoritariamente en efectivo más de 15 propiedades en los últimos 16 años. Hay otros inmuebles puestos a nombre de su hijo, el diputado Eduardo Durán Salinas, y de Alexia Fredes, una de las mujeres con las que mantuvo relaciones de intimidad. La suma total de los depósitos de cheques que recibió el Obispo Duran es superior a los $1,300 millones.
Los tres casos presentados dan muestra de la verdadera esencia de nuestra naturaleza humana —forman parte de un universo de millares de casos similares que tienen y han tenido lugar a través del curso de la historia de la humanidad. Ante nuestra realidad, se reafirma lo dicho por el autor de comedias Publius Terentius Afer (durante la República romana): «Hombre soy; nada humano me es ajeno», puesto que el auténtico hombre se halla, como afirma el pensador francés Edgar Morin, en la dialéctica Homo sapiens-demens.
El conocimiento de la naturaleza humana es ocultado a las masas ciegas e ignorantes por las élites dominantes, ellos montan una falacia de principios y valores —pseudo principios y valores— destinados a lograr la enajenación del autodenominado animal racional.
Pensadores como Erich Fromn (padre del psicoanálisis humanista), Marx y Engels, conocían los efectos perniciosos de este estado de enajenación; el proceso de cosificación de la persona en el cual no se relaciona productivamente consigo mismo ni con el mundo exterior, convirtiendo sus propios actos en «una fuerza extraña situada sobre él y contra él, en vez de ser gobernada por él». Situación en que el hombre invierte sus energías y creatividad para fabricar un ídolo —se rinde culto, en plena enajenación, a alguna clase de ídolo: Estado, clase, partido, grupo, iglesia, logia—, para después adorarlo y verter sus fuerzas vitales en esa «cosa». El ídolo no es ya el resultado de un esfuerzo productivo, sino algo exterior al hombre y por encima de él al que acaba sometiéndose. La enajenación es el ídolo como representación de las fuerzas vitales del hombre —en este caso los pseudo principios y valores humanos— donde el hombre ya no es el creador y el centro de estas, sino su servidor.
El desconocer o el negarse a reconocer la naturaleza humana causa la institucionalización de la falacia de los pseudo principios y valores humanos, toda vez que se diseña un mundo en función de «declaraciones prescriptivas», es decir, sobre el cómo debería ser algo, y no sobre la base declaraciones descriptivas, sobre el cómo es algo. Este es un problema del ser y el deber ser que identificaron los filósofos David Hume y G. E. Moore. Diseñar un mundo exclusivamente a partir de declaraciones prescriptivas es pretender vivir en una utopía como en la República de Platón, idealizando una concepción equivocada de la naturaleza humana: la utópica.
Para un conocimiento objetivo de la naturaleza humana y la determinación de lo que se podría llegar a denominar principios y valores humanos se debe trabajar desde declaraciones descriptivas, esto es, aceptando que la ciencia, además de describir cómo son las cosas, también puede decirnos cómo deben ser. Es decir, la ciencia, desde sus declaraciones descriptivas, puede abocarse a la búsqueda de determinar qué declaraciones prescriptivas han llevado, llevan y pueden llevar a la prosperidad humana. Las herramientas para ello se encuentran en campos tales como la ética evolutiva, la ética experimental, la neuro ética y los campos relacionados con investigaciones realizadas por científicos de notable claridad mental como Richard Dawkins (en biología evolutiva-genomas) y Edward O. Wilson (en sociobiología), entre otros.
Desde un punto de vista práctico, según postula el Dr. Nayef Al-Rodhan, la neurofilosofía (como declaración descriptiva) aporta nuevas perspectivas que afectan a la gobernanza y a la formulación de políticas: «entender los fundamentos neuroquímicos de la naturaleza humana», nuestra fragilidad y maleabilidad, cómo estamos programados para la supervivencia. Todo esto es fundamental para diseñar paradigmas de gobierno adecuados en consonancia con las características de nuestra naturaleza. Desde esta perspectiva, resulta importante garantizar a nivel de gobierno, las condiciones para políticas públicas que puedan mediar entre las descripciones neuro filosóficas de la naturaleza humana (lo emocional, amoral y egoísta), al igual que las necesidades fundamentales para la dignidad humana (la razón, la seguridad, la promoción y la protección de los derechos humanos, la responsabilidad, la transparencia, la justicia, la oportunidad, la innovación y la inclusión).
En definitiva, es en virtud de las declaraciones descriptivas aportadas por la ciencia que podemos obtener un conocimiento objetivo acerca de la naturaleza humana, lo cual permite afirmar que el ser humano vive rodeado de principios y valores teológicos, filosóficos e iniciáticos que en teoría modelan y ordenan su vida. No obstante, en la praxis, su realidad es similar a una piedra que ha estado por años sumergida en una fuente de agua, la cual al ser sacada del agua y ser quebrada para ver en su interior se observa que en su está totalmente seca, jamás la piedra fue penetrada por el agua; así es la cruda realidad del ser humano en relación con sus principios y valores.
La realidad del mundo nos enseña que los principios y valores humanos son una falacia, pues al ser humano lo mueve en su naturaleza más íntima un egoísmo cruel universal hacia el poder. Al decir de Thomas Hobbes: los hombres estamos impulsados por un «perpetuo e incansable deseo de poder que cesa solo con la muerte».