Este loco mundo en el que vivimos va tan deprisa que, si no les entregan un premio Nobel, no nos enteramos de lo que descubren los científicos. No tenemos ni idea de la ingente cantidad de descubrimientos que se realizan cada día. Descubrimientos que marcarán, en su mayoría, nuestras vidas.
Esta semana se ha entregado el premio Nobel de química a dos investigadoras: la francesa Emmanuelle Charpientier y la estadounidense Jennifer Doudna. Les entregan el prestigiado galardón por el mérito que tiene ser descubridoras de las «tijeras genéticas» CRISPR-Cas9, que permiten cambiar el ADN de animales y plantas.
Corta y pega
Sí. Así de fácil. El genoma de los seres vivos se puede cortar y pegar, y mis lectores aún sin enterarse (bueno, alguno lo sabría ya, no es cuestión de subestimar).
Las tijeras ya existían. El ser humano lleva años jugando con los genes de plantas y animales, ¿con los de humanos también? Quién sabe… El hecho es que, si no se ha hecho hasta ahora, la tentación puede ser enorme dada la gran precisión que se sugiere que estas tijeras CRISPR-Cas9 pueden llegar a tener.
El ADN y el ARN son secuencias, largas secuencias de información en forma de moléculas de aminoácidos, unidas uno a continuación de la otra.
El secreto está en qué viene después de qué, el orden. Cortar y pegar permite alterar la serie. Al parecer, hasta ahora, esa operación de cortar era bastante imprecisa. No se podía cortar donde uno quería y pasaba lo que pasaba (no quiero imaginar los ciertos fallos genéticos, con solo recordar alguna secuencia de película futurista de los ochenta me dan nauseas).
Algunas cosas no salían como tenían que salir y otras no era posible hacerlas. Ahora, gracias a estas científicas, los límites están un poco más allá.
Eso no tiene por qué ser algo bueno
¿Quiero decir que Emmanuelle y Jennifer no se merecen el premio Nobel? ¡Claro que no! Se lo merecen por el esfuerzo de investigación, por la ciencia. Solo hago una reflexión, habría que preguntar a Albert Einstein y Niels Bohr si estaban contentos con sus teorías y sus premios cuando se utilizaron en las primeras bombas nucleares.
La ciencia es tan humana como nuestros peinados, como la pereza y el deporte. Como el sexo. A los animales irracionales no les interesan la belleza o el placer, a los animales no les llama tampoco hacer el mal.
Unas tijeras genéticas podrían ser tan destructivas como una bomba nuclear. Bien usadas, esas tijeras podrían acercarnos el elixir de la vida: la desaparición de las enfermedades, poder superar el desgaste de nuestro material biológico, la regeneración de las células, el fin de la muerte… O tal vez a una raza superior, con la capacidad de superar a todas las demás razas existentes. ¿El bien o el mal?
Esas tijeras son una herramienta divina. Un poder superior, tan difícil de predecir como de controlar.
Descubrimientos sin premio
Personalmente me siento huérfano de actualidad científica.
Todo lo descubierto hace cinco años, ya está en la calle, entre nosotros. Hay dispositivos llamados teléfonos que se pliegan y son capaces de albergar todas las funcionalidades de un ordenador en el tamaño de la palma de la mano, incluso realizan medidas biométricas y de rastreo que a muchos nos hacen temer la pérdida completa de la intimidad, de la propia identidad animal que conservábamos, a duras penas, desde su llegada hace unos pocos años.
El siglo pasado se tardaba décadas en llevar la ciencia desde los laboratorios al mercado. Ahora el proceso es casi inmediato.
Las grandes fortunas tienen sus propios científicos trabajando para lanzar los nuevos productos cada temporada (y las temporadas duran cada vez menos). No hay mejor ejemplo que nuestro empeño en tener una vacuna contra la COVID-19 en tiempo récord.
Lo sabemos, es posible, lo hacemos todo el tiempo. Desarrollamos productos en menos de 12 meses, en menos de 6 meses; desarrollamos y vendemos productos antes de terminar de imaginarlos… La humanidad ha perdido la capacidad de sorpresa y eso es lo más me asusta.
Puede que estas tijeras consigan algo que, aunque nos parecerá normal, no lo sea para los que hayan nacido el siglo pasado.
¿Tendremos que redefinir qué es «normal»?
Una combinación, nos encantan las combinaciones
Imaginemos por un segundo (es gratis) que combinamos las tijeras genéticas con un nuevo pegamento genético que permite crear más de una cadena de aminoácidos. Tendríamos múltiples secuencias una detrás de otra, es decir, opciones, múltiples opciones.
Y, si en lugar de eso, creamos un pegamento genético que permita unir series de un tipo con otras de otro tipo, secuencias animales con sucesiones vegetales… O distintas especies. Si pudiéramos mezclarlas…
El lector intrépido estará pensando en organismos superiores sufriendo mutaciones. Seres masculinos y femeninos alternando de forma selectiva, o variando de fotosíntesis a respiración. Alternando estrategias de alimentación y de ataque a otras especies, cambiando de tamaño, de color…
No hace falta tanta imaginación.
Un virus
Los más avispados han abierto los ojos.
Sí. No hace falta pensar en organismos superiores. Un virus, un agente infeccioso microscópico acelular. Tijeras y pegamentos genéticos. Unas cuantas mejoras aquí y allá y se acabó la humanidad. Si el coronavirus tuviera el poder asesino del Ébola, manteniendo la capacidad de transmisión original, la mezcla de esas dos malditas creaciones de la naturaleza podría acabar con la humanidad.
Confinamiento o muerte… O sencillamente muerte. No hace falta mucha más imaginación: tijeras y pegamento.
Qué miedo, ¿no?
Pues eso, premio Nobel y tal y cual. Hablamos mientras dura la pandemia, pasadlo bien.