Para grabar en la memoria un tiempo tan complejo como el 2020, el Museo de Jade y Cultura Precolombina de San José —Costa Rica— produjo una muestra virtual y física, que a pesar de lo nefasto de la pandemia, devela un rasgo de la creatividad humana. Se aprecian mascarillas e intervenciones artísticas que reflejan los protocolos sanitarios para repeler el contagio de la COVID-19 y acudir —de forma simbólica— a la naturaleza como paliativo.
Adosar el cubre-bocas, es un acto de amor, intenta combatir el contagio del coronavirus para que otros semejantes no se contagien y, además, guarden las distancias sociales. Significa quererse a sí mismo y afirmar un estado de sí, en tanto tras ese objeto —que transmuta la imagen personal— subsiste un don de altruismo y solidaridad.
La máscara ha servido para la celebración, como en tiempos de carnaval o en rituales de sincretismo religioso. Aunque también es usada por delincuentes para ocultar la identidad y, a veces, provocan inhumanas prácticas escondiéndose tras un pasa-montañas. Se aprecian propuestas de corte social, pero también político, son abordajes pertenecientes a la esfera del acontecer. Para Rafael Manosalva, Docente de la Escuela de Cine y Fotografía Zona Cinco de Colombia:
Revisión y lecturas de lo expuesto
Se adoptan, como se dijo, soluciones que evidencian la confianza puesta por el humano en la Madre Tierra, al usar hojas, caracoles, flores, cáscaras, cortezas, bejucos, pieles animales, indicios significativos de tener al entorno como aliado.
Moyo Coyatzin se apropia de una fotografía que conlleva la celebración del Grupo Bocaracá, e inserta un dibujo a carboncillo de la mascarilla titulada Bocara + Cara & Moyocarilla. Vuelve la propuesta fogosa, lúdica, demuestra el estado de estar en cuarentena y busca pretextos para remontar el tiempo.
Zulay Soto encuentra la ocasión propicia para expresarlo con el performance, al adosar el cubre-bocas con algarabía; es tiempo para celebrar la posibilidad de compartir, por sentirse joven dando cara a la vida.
Doreen Bákit, con toda parsimonia, recorta su retrato impreso y crea con lo recortado una ventana para dejar ver la sonrisa. Asume positividad ante la pandemia, cuando los demás tapan su boca y nariz con asfixiantes mascarillas, ella deja fluir un gesto simbólico de desenfado.
El escultor malayo Chao Harn Kae, residente en Hong Kong, expone una impresionante máscara de terracota, modelada por él: teatralidad que acuerpa lo dramático en la fotografía de Liew Chee Heai.
Illimani de los Andes presenta la foto de una escultura en hielo y tierra extraída del cementerio Milagro de Dios de Managua, envuelta en lágrimas, con banderitas azul y blanco. Celebra In Memoriam a los desaparecidos en la Nicaragua campesina e indígena —su patria de origen—, donde a diario secuestran y asesinan a personas críticas a la dictadura de Ortega-Murillo. Necesitamos continuar resistiendo y luchar por la libertad de los presos políticos, potenciales víctimas de coronavirus.
Dinorah Carballo, con Sembranza, 2020, tejidos a base de semillas recolectadas, focaliza su relación con la cocina, la comida y la siembra. Comenta: «He realizado esta mascarilla, intensificando la necesidad de sembrar para contribuir con una mínima parte por todo lo recibido».
Para Yamil de la Paz García, al crear esta mascarilla en tela con inscripciones textuales impresas y que se repiten en el espacio, quiere conjurar el contagio deletreando la declaratoria de una sentencia.
Ricardo Ávila —costarricense hoy radicado en México— comparte su interpretación de crear el objeto con su lenguaje juguetón y, quizás, áspero, enmarcándose en una moldura, como si fuera él mismo el cuadro en exposición. En otra imagen, adopta un objeto intervenido con su pintura, una sillita, como si fuera escudo protector.
Amit Ganjoo usa una pieza del vestir tradicional de su lejana cultura, para cubrirse el rostro, gesto de celebración casi ritual, apto para protegerse y enmendar el carácter de su creatividad. En otra imagen, la mascarilla es símbolo de amistad entre Costa Rica y su patria, la India.
Marvin Castro busca en el jardín algún material que prefigure la idea de mascarilla: verde y natural. Una de las enseñanzas de esta muestra de arte contemporáneo, de crear mascarillas, es el grado de confianza que el artista pone en el entorno y, así, reflexiona acerca del valor de la vida.
La artista argentina Gala Berger adosa un cubre-bocas que posiblemente sea indumentaria del vestido, trueca su función para cargarle el simbolismo que persigue la muestra: combatir el contagio con elementos del entorno, pero sin perder su natural perspectiva femenina.
Luis Carlos Bonilla se suma al desafío de idear mascarillas, al encontrar una hoja en el jardín para adosarla a su rostro, de esta manera sostiene la consigna de quedarse en casa y protegerse.
Li Briceño ensambla algunos objetos muy distintos entre sí, encontrados en su taller; con la idea de que, en adelante, sean táctica posible para la protección contra el contagio.
Cristina Gutiérrez encuentra un gesto de hermetismo hecho con sus propias manos; significativo, en tanto nos dice que le es suficiente su propio cuerpo para protegerse y detener el contagio.
Alexander Chaves-Gould se suma a esta práctica creativa adosando a su rostro una especie de caracol; sugiere fortaleza al usar objetos naturales encontrados, cargando el signo de protección ante el estado de hermetismo.
Nelson Díaz cuestiona el grado de violencia que impacta a la sociedad actual con el uso del pasa-montañas de un ladronzuelo que fue encontrado infraganti y vapuleado por los vecinos, para concientizar respecto a lo inhumano del acto.
Luis Fernando Gómez interviene jícaros del árbol Crecenthia cujete, grabándolos con dibujos significativos del arte originario ancestral. Adosa a su rostro estos objetos para cubrirse las zonas sensibles al contagio.
Sebastián González con el proceso Hoy me Curo, utiliza un sistema de rotulado para oficinas, anterior al uso de las computadoras. Requiere trabajo y concentración, todo para adherirlo como mascarilla protectora que imprime esperanza puesta en la acción.
El nicaragüense, Alejandro de la Guerra, enmascara su rostro utilizando telas u objetos domésticos; «mampara» que lo aísla del virus y lo convierte en un acto teatral o cinematográfico, memoria de los auto-convocados a defender sus posiciones en el ajedrez político que vive su patria.
Eduardo Gamboa recoge flores del árbol Tabebuia ocracea, las dispone de manera que le sirva de tapaboca, con confianza admite que ha extraído del entorno.
La costarricense radicada en México, Adela Marín, explora el karma o la conciencia con un texto reflexivo sobre el signo de infinito. Se trata de un llamado a concentrarse en un tiempo de espera y esperanza, para que el planeta, en unión con el Cosmos, sean paliativos para combatir el mal.
La celebre artista nacional, Priscilla Monge, contribuye a la reflexión inicial de que adosar el cobertor es un acto de amor para consigo misma, pero también para con el otro u otra en la interacción cotidiana.
Eugenio Murillo encuentra la solución en un libro que leía en el momento de decidirse a participar en el evento y nos dice que el libro, además de enriquecer su bagaje, puede ser usado de manera extrema por si alguien estornuda frente a su humanidad.
Carlos Lorenzana —originario de El Salvador— pinta una mascarilla y la adosa al rostro, lo cual trae a la conciencia El Grito de Munch o un grito desesperado del filme El Muro de Pink Floyd.
Jennifer Navarro Campos propone a esta convocatoria una mascarilla hecha a partir de un material de desecho, como el cartón para transportar huevos.
Para Ernesto Pérez es suficiente un trozo de papel cartulina para recortar una especie de alas, con las cuales se eleva sobre la coyuntura y mira la pandemia desde otras alturas.
Ana Beatriz Sánchez con Aroma a lavanda, mascarilla de tela y acuarela, remarca la importancia del arte para meditar y agregar poética a lo que puede ser un cubre-bocas en situación de emergencia.
Para Karla Solano el performance no es ajeno, como tampoco la representación de su cuerpo y, en este caso, el rostro, al cual adhiere una rebanada de jamón serrano; esta obra refiere a las contingencias de una pandemia que descarna la humanidad.
Carolina Valencia —colombiana radicada en el país— se sume en el jardín para dejarse arropar por hojas y enredaderas. La naturaleza adquiere el significado de refugio, simbolismo de cueva interior donde paliar los males del mundo actual.
Orlando Vargas recurre a pañuelos para crear un tapa-bocas: Mascarilla a lo folk, mascarilla a lo malécu, mascarilla a lo mexica y mascarilla a lo Sarchí interioriza la acción evocadora de cuando jugábamos como niños a los bandidos y vaqueros, pero hoy se afronta a un nuevo enemigo: la COVID-19.
Rafael Ottón Solís aborda lo natural, la concha marina que en los glifos de la escritura maya representan el cero. Hoy es la hora cero para hundirse bajo las arenas costeras y generar un poético performance escuchando Alfonsina y el Mar de Alfonsina Storni.
Grace Herrera Amighetti aborda el mito de la mujer-tucán, en tanto su mascarilla fue modelada y pintada con la inspiración del pico de esta fogosa ave que brinca jugueteando sobre el árbol genealógico de la identidad.
Regina José Galindo, artista guatemalteca, adosa la mascarilla como un nuevo performance; recalca la sentencia «No Violaras» como si fuese uno de los Diez Mandamientos.
Para Mariela Richmond el arte emerge del agro y la tierra de una huerta familiar en la cual se producen alimentos. Con un rollo de zanahorias acabadas de cosechar, adosa su rostro, significado de que en la naturaleza se encuentran paliativos para el mal.
A Roberto Lizano le es suficiente su celular para tomarse un selfi y juguetear con las mismas herramientas del aparato y con ello dibujar mascarillas.
Para la italiana Milena Rigolli el arte encuentra esencia y proceso en los juegos con la geometría, con el origami; toma un papel y con sucesivos pliegues encuentra la solución para configurar su mascarilla protectora.
Para Josué Orellana, de Honduras, tener una mascarilla motiva a salir al huerto, pues ahí encuentra abundantes plantas u hojas para satisfacer la necesidad de aire, protección y, a la vez, juego.
Agalta Montes de Oca Domínguez, hondureña, pinta una mascarilla y adhiere algunas hojitas silvestres o medicinales con el afán de servirse de lo natural para dar la cara ante el contagio del virus.
Para Luis Chacón, el realizar el performance de adosar una mascarilla es suficiente con ir al jardín para colocarse florecillas y follaje en su rostro, aspecto que vincula al simbolismo de la natura como dadora.
Ana Wien, con su ingenio, pinta, a partir de su técnica y estilo personal, en la tela de la mascarilla el imaginario con el cual ella confía en la protección.
Para Noel Saavedra, creador nicaragüense, es suficiente utilizar la mascarilla como soporte de la naturaleza, adhiriéndole trozos de enredadera, rito de sanación contra la COVID-19.
Olga Dorado elabora la mascarilla para adosar en su rostro y utiliza materias caseras vinculadas a la prevención como el eucalipto, el ciprés y otras hierbas que acuerpen su propuesta.
Oni Jiko, artista francés, aborda la experimentación con recursos digitales, sortea varias propuestas de mascarillas que él aborrece en la vida real en tanto estas se vuelven carceleras y estereotipos sociales.
Para terminar con este recorrido por la muestra «Mascarillas x Artistas», Rosella Matamoros, acostumbrada a realizar performance, encuentra en su propio cuerpo el gesto y materia para manifestar su creatividad. Con dramatismo recoge su cabellera y la adosa en forma protectora, sumando una fiera mirada: «¡conmigo no te metas, COVID-19!»