A lo largo de toda nuestra historia humana, los relatos breves que han narrado hechos, expresado ideas y pensamientos o fabulado creencias han significado aprendizajes importantes, a todos los niveles, desde lo más cotidiano hasta lo más sagrado. Ello se debe a que las enseñanzas que transmiten se basan en el establecimiento de conexiones relevantes. Los relatos cortos son realmente extraordinarios para adquirir habilidades en nuestra capacidad para tomar decisiones, con la enorme importancia que tiene esto en la resolución de problemas, en la transición de las experiencias vitales y, cómo no, en la forma que le damos a nuestros sueños.
En mi opinión, añadiría; los relatos breves, las metáforas, pueden hacer de modelos que acortan la distancia entre nuestra experiencia como personas y las teorías que concebimos para dar cuenta de nuestra propia vida en el entorno en el que nos desarrollamos, disfrutamos, sufrimos, gozamos o fracasamos una y otra vez. El relato breve metafórico es increíblemente eficaz porque mejora el pensamiento abductivo, que nos facilita llegar a la comprensión de dos conceptos o situaciones que nos resultan contradictorias cuando no encontradas. Es decir, tiende puentes entre el pensamiento inductivo, particular, sensible y emocional, y el pensamiento deductivo, axiomático, simbólico y racional.
Para un neurocientífico cognitivo como yo, la incorporación de metáforas a la intervención psicológica y a la medicina psicosomática no ha sido sencilla, pero sí eficiente y muy enriquecedora para todos los que participamos de un abordaje terapéutico abierto al desarrollo de esos talentos que cada uno tiene y que podemos utilizar para mejorar nuestra calidad de vida. En particular, las metáforas que extraigo del cine son mis favoritas. Espero saber explicarles, más adelante, por qué.
Metáforas y ciencia cognitiva
Durante mucho tiempo se ha considerado que las expresiones y relatos metafóricos (y los sistemas en que se puede organizar) desempeñaban un papel secundario en las ciencias. La metáfora siempre ha estado más asociada a la literatura que a la ciencia, pero la verdad es que durante años han sido utilizadas por algunas corrientes psicológicas. Las metáforas siempre favorecen nuevos puntos de vista y una visión diferente de las cosas, lo cual, para la psicología, es como maná caído del cielo.
Hasta no hace demasiado, las metáforas eran infravaloradas por la neurociencia cognitiva. En general, la ciencia encontraba las expresiones metafóricas como un defecto a evitar en las formulaciones científicas, que se suponían representaban literalmente la realidad. De forma típica, la metáfora se adscribía siempre a formas discursivas cuya finalidad comunicativa era diferente a la de la ciencia, como por ejemplo la persuasión en la retórica política o la emoción en el arte. Afortunadamente, «siempre» suele ser demasiado tiempo y el menosprecio a las alegorías, parábolas o imágenes ha cedido notablemente. Claro que, aún existen los científicos para quienes las metáforas continúan siendo un huésped incómodo.
Pero, el discurso metafórico de la ciencia es hoy un hecho, tanto por su función pedagógica en la transmisión de conocimiento —las metáforas dan colorido al lenguaje de la ciencia—, como por su valor heurístico —dan pie a nuevas ideas y teorías. Recomiendo los Diálogos de Galileo para comprobar cómo las metáforas contribuyeron a abandonar la idea aristotélica de que la tierra se encontraba fija en el centro del universo. También te puedes pasar un buen rato con Galileo (1974), un filme de Joseph Losey, basado en la muy notable obra teatral de Bertolt Brecht Galileo Galilei, ni más ni menos.
La psicología cognitiva, actualmente y desde hace ya décadas la corriente psicológica de mayor evidencia científica y eficacia contrastada de sus tratamientos, experimentó un cambio paradigmático en torno a la utilización de metáforas allá por el año 96 del siglo pasado (de eso hacen apenas veinticuatro años). Poco a poco, las metáforas han ido encontrando su sitio en la psicología cognitiva, coincidiendo con la incorporación de ideas constructivistas y humanistas al campo cognitivo. Estos nuevos vientos cambian dogmatismos y traen el empleo de metáforas en la acción terapéutica. Fruto de esta dinámica, por ejemplo, entre muchos ejemplos, es el uso de metáforas en los tratamientos para los trastornos obsesivos-compulsivos, como forma de ayudar al paciente a reevaluar sus pensamientos obsesivos. Incluso, a través de la hipnosis (la intervención cognitiva ha colaborado notablemente a desprenderla de ese halo entre lo misterioso y lo estúpido que siempre la ha envuelto), las metáforas se han convertido en buenas analogías de las diferentes problemáticas que nos presentan en consulta pacientes y personas que acuden al asesoramiento psicológico por algún asunto que no saben cómo acometer para solucionar. El uso de metáforas es otra forma de contemplar el problema; por lo general, resulta un nuevo enfoque para el paciente. Las nuevas estrategias siempre son bienvenidas, aunque a alguno/a le cueste salir de su madriguera para explorar.
¿Por qué son útiles las metáforas en terapia?
En psicoterapia podemos utilizar casi todo tipo de metáforas. Tanto las que podemos extraer de la vivencia o a través del relato del paciente, como las que puede proponer el terapeuta desde su experiencia clínica y psicosocial. Las metáforas, no son solo las de siempre, analógicas, sino también las virtuales que nos llegan con los nuevos tiempos. Sean cuales sean las que se utilicen, casi siempre resultan eficaces para activar algo absolutamente necesario en psicoterapia, la movilización del cliente, su participación. Las metáforas, aplicadas oportunamente, son excelentes para fomentar una actitud activa y positivamente adaptada al objetivo terapéutico.
Ya comenté, algo más arriba, la importancia de que las personas utilicen, y si es necesario descubran para utilizar, sus talentos en la recuperación de un problema o patología, en la construcción de un nuevo enfoque de las cosas, o en el cambio en el estilo de vida. Las metáforas tienen, además, otras ventajas importantes para conseguir motivación, compromiso y aceptación en las terapias psicológicas; son poco rechazadas y se recuerdan con facilidad. Una buena metáfora, apropiada al tratamiento, te conecta con las emociones. Además, las metáforas suelen gustar ¿no crees?
Naturalmente, el uso de metáforas tiene sus limitaciones. Especialmente hay que andarse con ojo ante la generación de malentendidos. Hay, por tanto, que elegirla bien, un efecto de emoción negativa podría desechar su uso para el resto de la relación terapéutica. La metáfora es de gran ayuda para establecer estrategias de afrontamiento, por consiguiente, conviene conocerlas bien y emplearlas asertiva y acertadamente.
Metáforas hay muchas, comunes, preposicionales, aposicionales o sinestésicas. Las encuentras en papel, en canción o en imágenes. Lo más habitual es que las leamos o que nos las narren. De cualquiera de las formas en que se nos presenten, las metáforas son de gran ayuda para entender, de manera rápida y sin grandes esfuerzos aquellas cosas que desconocemos, que nos confunden o que no sabemos bien cómo hemos de afrontar. Personalmente, en mi trabajo profesional, prefiero utilizar, siempre que sea posible, oportuno y se justifique su presencia, las metáforas visuales, por su capacidad para favorecer la descodificación, el recuerdo y la interpretación. De entre ellas, elijo escenas, secuencias y planos de las películas de cine. La vida, lo mismo que una película, no deja de ser una historia. Alguno de mis pacientes, me ha mirado como si acabara de aterrizar de Marte, cuando le he propuesto como tarea terapéutica para casa ver una determinada película de cine, de la que hablaríamos en la siguiente sesión para revelar su potencial metafórico como instrumento terapéutico.
Cine y psicología
La psicología y el cine son dos fenómenos que casi nacieron a la par, hacia finales del siglo XIX. En 1879, Wilhem Wundt fundó el primer laboratorio de psicología experimental. Las series de imágenes proyectadas por los hermanos Lumiére, consideradas el hito del nacimiento del cine, se producen en 1895. Se trata, por tanto, de dos hechos relativamente recientes, en comparación con otras ciencias u otras artes. Pese a su «juventud», sin embargo, han marcado significativamente el devenir de la sociedad contemporánea. Sus conexiones, tienen que ver con la naturaleza misma de la psique humana, las relaciones entre las personas, la adaptación a los entornos de supervivencia y de convivencia y al afrontamiento de los misterios de la vida.
El cine siempre se ha sentido atraído por las complejidades de la mente humana, por la psicología de las personas. Y es que el cine, amigas y amigos míos, tiene cierta tendencia hacia lo neurótico. Lo hemos visto cientos de veces en las películas de Antonioni, las de Woody Allen o las de Pedro Almodóvar, entre tantos otros. De igual manera, y probablemente de sobremanera, les han interesado a los autores cinematográficos los delirios, los trastornos mentales más severos, las escisiones de la mente evadiéndose de la realidad. Con Psicosis, Hitchcock nos puso el alma en vilo y el corazón en los huesos. En Persona, Ingmar Berman nos enfrenta a quemarropa con un fenómeno psicológico muy importante, el de la transferencia.
Como éstos, podríamos traer aquí cientos de ejemplos de argumentos sobre «la locura». Pero no es este el objetivo de este artículo. El cine, además de mostrar este interés por los temores de las personas, por sus sentimientos de culpa, creencias y supersticiones, definidas en la pantalla a través del subgénero de terror psicológico que mitifica, en muchos casos, los trastornos mentales, ha buscado otras fuentes de inspiración en la ciencia psicológica. Los cineastas, sin duda los de más talento, han sabido captar el interés que en el público despierta (incluso en la pantomima de sus comienzos) ver reflejadas las contradicciones personales y sociales de la vida cotidiana, de nuestros desencuentros existenciales y complejidades emocionales, y de nuestras experiencias vitales a través de las tramas y personajes de las películas. La influencia del cine sobre la conducta humana ha sido incuestionable.
En los últimos años, diferentes y distintas investigaciones en los campos de la sociología y la psicología han esclarecido la influencia del cine sobre la conducta, las creencias y la formación del carácter. Esto es así por su capacidad de repercutir sobre la formación del conocimiento, la integración de las ideas, la construcción de los valores personales, las costumbres y la creación de modelos de referencia. Este es el fundamento por el cual el cine también tiene una dimensión terapéutica. Ettore Scola, director de cine y escritor, dijo aquello de: «El cine es un espejo pintado», en referencia al papel del cine en relación con la contribución a una mejor adaptación de la existencia humana a la realidad ambiental y a las singularidades de la mente y subjetividad de las personas.
Las metáforas de cine en psicoterapia
Utilizar metáforas basadas o directamente extraídas de películas de cine, es un complemento ideal para la psicoterapia. Las películas y sus tramas contienen tanto elementos emocionales como racionales que nos permiten utilizarlos en la progresión terapéutica, para mejorar la eficiencia de esta. Las metáforas en general, y las de cine en particular, permiten, también, una mejor comprensión por parte del paciente/cliente de los aspectos más relevantes de la psicoterapia.
El cine en sí mismo, y en mi opinión, es metáfora, porque puede volver visibles y legibles nuestros pensamientos. Deja ver lo que queremos. A través de sus formas, podemos ayudar a encontrar la manera de afrontar una situación, tomar mejores decisiones o abrirnos a las experiencias y los sentimientos de otras personas. Las metáforas cinematográficas son excelentes para la translación de las experiencias interiorizadas, para reforzar el control de las disonancias cognitivas y para favorecer, también, la reestructuración cognitiva porque nos permiten operar más fácilmente con los cambios de tiempo y lugar a través de los tropos visuales y semánticos. La metáfora audiovisual, en general, nos aporta la posibilidad del discurso y el pensamiento de nuestras emociones y sentimientos contrarios o contrariados. O también, cómo no, nos aporta historias de comportamientos «anormales» de las personas.
La forma en que a través de las metáforas de cine podemos ayudar a una persona en un contexto de terapia psicológica, de asesoramiento psicológico o, como en mi caso, además, desde el abordaje de la medicina psicosomática, estará en función del problema (no siempre funcionan las metáforas, como no siempre funcionan elementos aún más importantes de la psicoterapia), del entorno personal, social y cultural, así como de las habilidades y preparación del terapeuta. En cualquier caso, el uso de metáforas, las que sean, debe adaptarse a la realidad de la orientación, el compromiso y la alianza terapéutica. No obstante, las historias de cine tienen la ventaja de que pueden diseñarse a voluntad; se les puede cambiar el inicio y el final, ir hacia adelante o hacia atrás, lo cual permite adecuarlas perfectamente a los entresijos del problema por el que una persona acude a la consulta de un psicoterapeuta. El cine, como coadyuvante, nos facilita la comprensión de algunas realidades, cambiar respuestas y gestionar emociones. Así que, en la terapia, como en nuestra realidad social, cultural y mental, conviene poner siempre un poco más de cine, por favor.