Hay dos cosas que tener en cuenta en los tiempos que corren, la primera, la carrera a lo Fast and Furious de la digitalización de todos los bienes y servicios, que va de la mano de lo que denominamos «nativos digitales» o generaciones emergentes y, la segunda, es la prohibición permanente de relacionarnos debido a la pandemia.
Todo esto me recuerda a Ayla, de la saga Los hijos de la tierra de Jean Marie Auel, quien es una niña cromañón de cinco años, que queda aislada de su tribu después de un terremoto. Pese a ser de una estirpe más desarrollada, es acogida por un grupo de neandertales, que basan sus razonamientos y comportamientos en las experiencias de sus antepasados. Ella pertenece al siguiente eslabón evolutivo, es una nativa digital de su tiempo; pronto, introduce en la tribu adelanto y renovación, se convierte un una niña fuerte e independiente, con un desarrollado instinto de supervivencia. Pero sus cualidades provocan el rechazo de una sociedad que aún no está preparada para dar un paso adelante en la historia de la humanidad.
¿Estamos preparados para digitalizar absolutamente todo en nuestra vida?, ¿estamos preparados para no relacionarnos? La cuestión es saber si el siguiente eslabón evolutivo es teletrabajar, no ir al gimnasio, buscar pareja y disfrutar del sexo a través del móvil, hacer la escuela en casa, tener solo amigos virtuales, acudir a conciertos donde nadie te pisa, vivir en la silla de tu casa frente a la pantalla del ordenador o de la tele, comprar todo por Internet y, de paso, felicitar a Amazon …¡aire, me ahogo! No estoy preparada para el futuro.
El gran virus rechaza la globalización, deja de ser global el movimiento de personas y servicios, solo se permite el movimiento de productos. Entrar en cualquier país supone tener la salud de un atleta olímpico y aprobar varias fases eliminatorias del virus. Esto conlleva replantear toda la industria del turismo mundial y entender un nuevo paradigma donde el protagonista de los servicios se vislumbra como un finalista de los Juegos del Hambre. De paso, ya que tenemos que pensar en nuevos conceptos, no olvidemos a los más afectados, la tercera edad. Toda la vida trabajando para disfrutar de una jubilación con tiempo para conocer lugares maravillosos y ahora resulta que no son aptos.
Si, es una globalización de ideas y de comunicación, eso sí, pero las nuevas prohibiciones no permiten bajar este potencial a lo real, cada vez más, este fenómeno se vuelve involutivo. A pesar de la gran autopista de Internet, y de poder comprar online un reloj en Suiza y que te lo traigan a España, la globalización se vuelve intangible por el deseo de protección de los gobiernos de cerrar sus fronteras a personas y servicios. Deja de tener sentido, ahora, quizás, el siguiente eslabón evolutivo nos lleva a comparar lo real con lo digital y dejar de pensar en lo físico.
¿Cuánto tiempo hace que no entras en una oficina bancaria? No supone ningún trauma, nos parece algo natural mover nuestro dinero a través de Internet. La cuestión es saber si en poco tiempo diremos lo mismo de la escuela y el trabajo. La pandemia nos avisa de lo que viene, no de forma inmediata; no será mañana mismo cuando veamos ciudades llenas de edificios vacíos e inservibles, universidades y colegios deteriorados como bloques de cemento, centros comerciales mostrándose al mundo como dinosaurios arquitectónicos. Pero, dentro de cien años, es bastante probable que los recién nacidos ahora en todo el mundo, cuando sean ancianos recuerden que ir a la escuela, trabajar, o divertirse, era todo físico.
Pensemos en Amazon durante la pandemia; pocas empresas pueden presumir de haber disparado su negocio, casi me atrevo a decir que es una de las compañías más poderosas del mundo, y también supongo que Jeff Bezos es el hombre más rico planeta. Al menos su patrimonio supera los 200,000 millones de dólares, según la revista Forbes. A más ver, esto refleja el cambio de los hábitos de consumo como consecuencia del coronavirus. Mientras España vivía en cuarentena y medio país estaba en ERTE, Amazon anunciaba la creación de nuevos centros de trabajo en el país. También en Estados Unidos ha contratado a más de 175,000 personas para hacer frente a la creciente demanda a causa de la crisis del coronavirus.
Envidiar la fortuna de Bezos es una opción, pero la considero inútil; me atrae más la idea del análisis, ver como este gigante del comercio electrónico se adapta a la evolución. Amazon España acaba de estrenar el programa Despega, que busca, precisamente, ayudar a las compañías en el proceso de modernización para vender online. Dirigido a pymes con poca o ninguna experiencia vendiendo por Internet que quieran afianzar y expandir su presencia online y a emprendedores que quieren crear su propio negocio de comercio electrónico. Amazon en esta Tercera Guerra Mundial parece estar ganando la batalla a la «nueva normalidad».
Pasado el gran virus, quedarán estructuras sociales y hábitos inservibles, pero también deberíamos plantearnos las estructuras políticas. Las administraciones gubernamentales se han mostrado inútiles, los presidentes de gobiernos de muchos países del mundo se han encontrado con una administración tan fraccionada que el control del virus se hace insufrible. La peste negra del siglo XXI ha ridiculizado a las grandes organizaciones internacionales. Están, pero no sirven en una situación de crisis mundial, nótese la ausencia de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de la Salud, a la hora de tomar directrices mundiales. La idea de englobar países y ser organizaciones consultivas se cae por su propio peso, con el covid cada cual va por su lado.
Cada país con su historia y cada historia con su presidente de gobierno que, a la vez, cuenta con diferentes presidentes de Comunidades Autónomas o gobernadores, como en Estados Unidos; en definitiva, una administración gigante, donde el ciudadano no para de recibir noticias contradictorias, el servicio sanitario se muestra deficiente y desbordado, los sistemas democráticos pierden el carácter del pueblo soberano para dar paso a los estados de alarma y excepción, todo acompañado de una perdida de libertad individual.
Con el coronavirus las luchas de popularidad entre partidos y entre países se me antojan atentados contra la humanidad; con miles de desempleados y miles de muertos, es el momento de luchar para conseguir acuerdos nacionales y globales.
En estos momentos de pugnas intestinas, de auge militar y de tiranos que se matan por la foto y el discurso borreguil ¿el marketing político puede ser calificado como crimen de guerra?