Para nadie es un secreto mi incondicional preferencia por las obras de Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, Marques de Dalí de Púbol (1904-1989), pintor, escultor, grabador, escenógrafo y hasta escritor español, originario de Figueras. Puerta de entrada y punto de parada obligada de viajeros que entran y salen de España, gracias a su cercanía con la frontera de Francia, en el extremo noreste de Cataluña.
Aunque no conozco todas sus obras «en persona», al menos he podido disfrutar de una buena selección al haber visitado los Museos dedicados al pintor, tanto en Figueras como en San Petersburgo, Florida, EE. UU., así como exhibiciones u obras diversas presentadas en varios museos del mundo.
Entre esas obras que impresionan a primera vista está El Descubrimiento de América por Cristóbal Colón, también conocida como El Sueño de Colón. Es una obra de gran formato (410.2 cm X 310.1 cm) que me he tomado la libertad de presentar a continuación, para poder observar la mayoría de sus detalles. Este enorme cuadro, pintado al óleo, fue realizado entre 1958 y 1959, por encargo del filántropo, productor y coleccionista de arte, George Huntington Hartford II (1911-2008), quien lo exhibió ante amigos por un tiempo, para guardarlo hasta la inauguración de su Galería de Arte Moderno en Columbus Circle, Nueva York, en 1962. Hoy es parte de la colección permanente del Museo Dalí de San Petersburgo, en Florida.
En esta obra, Gala (1894-1982), eterna musa de Dalí, aparece majestuosa, como una virgen al estilo del pintor español Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), flotando en un estandarte que un joven e idealizado Cristóbal Colón (1451-1506) sostiene con su mano derecha. Dalí aparece arrodillado. Porta los hábitos de un monje de la orden de los carmelitas descalzos y en sus manos sostiene el crucifijo de San Juan de la Cruz.
La obra, además, representa el orgullo patriótico de su autor. A la derecha, podemos observar las banderas de las diversas provincias de España y Colón aparece como un joven español, particularmente catalán. Esta versión de Colón está basada en las teorías del historiador peruano Luis de Ulloa Cisneros (1869-1936), quien postuló y defendió la teoría de que Cristóbal Colón era catalán, no italiano. La conexión española de la obra también la vemos abajo, en la esquina izquierda. Allí aparece San Narciso, Santo Patrón de Cataluña y Obispo de Gerona, mejor conocido por su «milagro de las moscas». Según la leyenda:
En 1285, durante el asedio a Gerona de las tropas de Felipe III de Francia, del sepulcro del santo surgió una multitud de moscas que atacaron a los soldados franceses que pretendían profanar su tumba, haciéndolos huir, salvando así a la ciudad del dominio extranjero.
En esencia, Dalí, reconocido por su estilo meticuloso y delicado en obras de mediano a pequeño formato, nos presenta, en esta pintura de gran tamaño, una visión algo barroca, pero, también, su fenomenal habilidad artística y su pasión por ciertos temas históricos asociados a su vida y a sus orígenes.
Sin embargo, no es mi intención adentrarme solamente en la majestuosidad de la obra, sino en el desasosiego que me produjo el ver, a mediados de año, a grupos, que, aunque justificadamente molestos y disgustados ante el racismo sistémico que llevó a la muerte de George Floyd (1973-2020) y otras personas, principalmente afroamericanos, destruían estatuas, entre ellas varias de Colón (e incluso llegaron a vandalizar estatuas de Simón Bolívar en Bayfront Park, Miami y en el Parque del Oeste, en Madrid). Quizás la más emblemática fue la «descabezada» estatua del navegante, en el North End de Boston.
No quiero que se confunda mi enojo. Estoy 100% de acuerdo con las protestas ante el racismo sistémico y sistemático que vemos, quizás con mayor frecuencia en estos días, y que pareciera ser promovido por algunos grupos y personalidades. ¿Pero, qué culpa tienen esas estatuas? ¿Era necesario destruirlas? … y no es que yo sea un gran admirador de Colón, ni mucho menos. Es solo que tal acción me parece vandalismo. ¿Queremos sacar tal o cual estatua del lugar dónde está? Está bien, hagamos el planteamiento y decidamos el cambio. ¿Pero destruirlas sin control? Con eso no cambiamos la historia. ¿Qué tal si resignificamos a tales obras?
Miguel Ángel Cajigal, miembro de ICOMOS, una organización no-gubernamental internacional dedicada a la conservación de sitios históricos y monumentos comentó respecto a la destrucción de algunas estatuas de Colón en EE. UU. y en referencia al monumento a Colón en Barcelona, cuyo Ayuntamiento ha planteado la colocación de una placa explicando el contexto histórico y la vinculación con la colonización y la esclavitud:
Estoy absolutamente a favor de su resignificación. Incluso sería estupendo aprovecharlo para explicar correctamente los propios viajes de Colón. Es obvio que hablamos de un monumento con una entidad suficiente como para que desmontarlo no sea muy lógico, ni justificable, porque además es una pieza de gran valor histórico y artístico. Hay que pensar que es uno de los más importantes en tamaño e importancia de los que se le han dedicado en todo el mundo, quizás junto al Faro a Colón de la República Dominicana. Tampoco desmontamos los obeliscos de Roma por el hecho de que estén allí en memoria de un imperio que ejerció su poder militar en la mitad del continente europeo.
Traigo esto a colación ya que a mediados de este octubre culminó aquí en Estados Unidos el llamado «mes de la herencia hispana», que comienza el 15 de septiembre con la celebración de la independencia de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, continuando con la de México y Chile, que se celebran el 16 y 18 de septiembre respectivamente. Termina esta celebración días después de la conmemoración del día en que Colón puso pie por vez primera en el nuevo mundo.
Hace unos cuantos años, en 2006 específicamente, el ensayista, poeta y filósofo argentino Santiago Kovadoft comentó:
Se aproxima un nuevo 12 de octubre y aún perduran los ecos de la polémica desatada en 1992. Al cumplirse los quinientos años de la llegada de los españoles a América estalló la discusión [...] ¿Cómo debía designarse lo sucedido? ¿Descubrimiento? ¿Encuentro de culturas? ¿Usurpación? ¿Conquista? Una gama de posibilidades e imposibilidades interpretativas se viene desplegando con fervor desde entonces hasta hoy. El desacuerdo alentó confrontaciones interminables. Si la trascendencia del acontecimiento evocado resulta indiscutible, su caracterización, por uno u otro motivo insatisfactoria, prueba la dificultad para generar consenso donde tanta falta hace. Después de todo, si cabe a los nombres, como enseña Aristóteles, enunciar las propiedades de las cosas, la desorientación para lograr convergencias en esta materia evidencia que, aún ahora, aquellos a quienes la cuestión compete siguen hablando de cosas distintas.
Atraídos por el negocio de las especias, los portugueses pondrían en marcha los grandes descubrimientos de los siglos XV y XVI, al intentar buscar una ruta a «Las Indias» que fuera distinta a la que musulmanes e italianos controlaban. La corona española, gracias a Isabel I de Castilla (1474-1504), también conocida como Isabel La Católica, luego que a ella y a su esposo Fernando II de Aragón (1479-1504) les fuera otorgado tal título por el papa Alejandro VI (1431-1503), pudo ser convencida por Cristóbal Colón para tomar parte en tan relevante y necesaria búsqueda. Es así como aquel 12 de octubre de 1492, liderando a un grupo de navegantes, llegó a la isla de Guanahani, pasando luego a Cuba y Haití (La Española). Sin saberlo, descubrían el Nuevo Mundo al posesionarse de estas tierras en nombre de España.
En un segundo viaje, en 1493, Colón descubre las pequeñas Antillas, Puerto Rico y Jamaica. En 1498, explora las costas de Trinidad, el Oriente de Venezuela, la desembocadura del Río Orinoco. Al tocar tierra continental en la población de Macuro el 3 de agosto, Colón escribiría a los reyes Católicos que había encontrado el paraíso terrenal.
En su cuarto viaje bautiza a Honduras y viaja por las costas de Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Colón, obsesionado en encontrar «Las Indias», posiblemente murió sin saber a ciencia cierta que, en realidad, había descubierto un nuevo continente.
Ciertamente controversial, otros autores sostienen que el descubrimiento de estas nuevas tierras se debería atribuir a quienes poblaron el continente, al cruzar el estrecho de Bering, o quizás a chinos, o fenicios, o polinésicos, o egipcios, o vikingos. Posiblemente, todos tengan algo de razón, pero al respecto leamos lo que afirma el escritor e historiador español Julio Izquierdo Labrado:
[…] descubrir no es solo llegar, es tomar posesión, grabar nombres, dejar constancia de que se ha llegado, hacer que un escribano levante acta del acontecimiento, saber con mayor o menor exactitud a dónde se ha llegado, medir, cartografiar, y, sobre todo, informar a reyes, cosmógrafos, cronistas, marinos, por citar algunos oficios, y público en general, de tal manera que las tierras a las que se ha llegado se incorporen al general conocimiento de la cultura, de la civilización que envía esa expedición. Eso es descubrir.
Dejando a un lado controversias y debates terminológicos, la llegada de Colón a América impulsó el comercio, mejoró la navegación, globalizó al mundo. Cierto, hubo desmanes, no hay razón para negarlo, pero como nos dice el mexicano Octavio Paz (1914-1998):
No todo fue horror: sobre las ruinas del mundo precolombino los españoles y los portugueses levantaron una construcción histórica grandiosa que, en sus grandes trazos, todavía está en pie. Unieron a muchos pueblos que hablaban lenguas diferentes, adoraban dioses distintos, guerreaban entre ellos o se desconocían. Los unieron a través de leyes e instituciones jurídicas y políticas, pero, sobre todo, por la lengua, la cultura y la religión. Sí las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas.
Notas
Cajigal, M. A. (2020). En: Casanovas, M. Se busca a Colón (con o sin cabeza por Estados Unidos). Traveler. Junio, 23.
Izquierdo Labrado, J. (2005). El descubrimiento del Brasil por Vicente Yáñez Pinzón: el cabo de Santo Agostinho. En: Huelva en su Historia. España: Universidad de Huelva, volumen 1, pp. 71-94.
Kovadoft, S. (2006). El Mirador: El día del descubrimiento del otro. La Nación. Octubre, 1.
Paz, Octavio. (2003). Vislumbres de la India. España: Ed. Seix Barral.