En el marco del llamado «mes del terror», me gustaría hablarles sobre un influyente movimiento teatral cuyas derivaciones pueden llegar a resultar, en cierto grado, temibles. Sí, me refiero al teatro de la crueldad.
Esta corriente se inspira en ideas expuestas dentro del ensayo El teatro y su doble —Le théâtre et son double—, escrito en 1938 por el dramaturgo, director y actor francés Antonin Artaud (1896-1948), un hombre cuya oscura historia de vida, repleta de episodios, de una u otra forma, traumáticos, está, como en todo caso, estrechamente relacionada con su legado.
Su objetivo es despertar fuerzas dormidas en el individuo al enfrentarle con sus conflictos, anhelos y obsesiones, sorprendiéndole e incomodándole mediante situaciones impactantes, inesperadas y, en ocasiones, perturbadoras. Con esta dinámica se pretende alcanzar la meta de toda obra teatral —y de toda expresión artística—: dejar una huella en el público; es decir, que la pieza provoque en él un antes y un después, hurgando entre sus fibras más íntimas y llenando la escena de una concepción de la vida apasionada y convulsiva, de los pormenores de la naturaleza que, de acuerdo con Artaud, son, de por sí, crueles, retadores y, en alguna forma, atemorizantes de afrontar.
Al apuntar hacia un balance entre los pensamientos y los gestos, y de acuerdo con la convicción de Artaud acerca de que «no ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible», en el teatro de la crueldad, que puede ser considerado, por los más tradicionales, como una vía poco ortodoxa, se utilizan códigos expresivos que pueden, inclusive, desplazar el peso de los diálogos a un segundo plano —como en el teatro asiático—, para enfatizar el poder de entonaciones, movimientos, sonidos, gritos, luces, onomatopeyas, entre otros.
Con esos medios, suelen tocarse temas como el gusto por el crimen, las obsesiones eróticas, el salvajismo, el sentido utópico de la vida, la creación, el hombre, la naturaleza, la sociedad, etc. Vale resaltar que el único proyecto donde Artaud puso en práctica tales ideas fue en su montaje de Los Cenci, en mayo de 1935, pero no tuvo éxito.
Sin embargo, estas teorías han tenido una profunda influencia sobre el teatro occidental desde los años 60, lo cual se ve reflejado en montajes de The Living Theater de Nueva York, el grupo de teatro experimental más antiguo de Estados Unidos, y de Grotowski, quien también rechazó la primacía del texto como base de este arte, así como de elementos teatrales tradicionales —iluminación, escenografía o vestuario—, concentrándose en el trabajo físico del actor y su relación con el espectador. Otros importantes autores influidos por el teatro de la crueldad han sido Peter Weiss, Fernando Arrabal, David Mamet, Martin McDonagh y, en menor medida, Harold Pinter.
Por supuesto, de todo hay derivaciones y las ideas de Artaud no son la excepción, ya que existe una tendencia más radical, denominada, en inglés, In-yer-face —«En tu cara»—, que plantea que se deben golpear sentimientos primarios de la audiencia, desconcertándola mediante escenas violentas y chocantes que pueden captar su atención gracias al juego con el sadismo y el morbo surgidos al presenciar, por ejemplo, peleas sumamente crudas y sangrientas, personajes vomitando y defecando en las tablas, entre otros actos que ocurren directo en las narices de la gente. Esto se asemeja a lo que sucede cuando en una sala de cine se proyecta un filme de horror que, a pesar de todo, atrae la mirada curiosa de una audiencia segura, tal vez, inconscientemente, de que, en ese momento y a diferencia del indispensable carácter presencial del teatro, cuenta con la suerte de barrera de protección y distanciamiento —y paradójico acercamiento— que ofrece la gran pantalla.
Un célebre exponente de este estilo extremo es el dramaturgo y director de cine anglo irlandés Martin McDonagh, realizador de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, película galardonada protagonizada por Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell, John Hawkes y Peter Dinklage, quienes se encargan de desarrollar esta historia de drama, misterio y comedia negra que gira en torno a Mildred Hayes, una madre que alquila tres vallas de anuncios para llamar la atención sobre el crimen sin resolver del que su hija fue víctima.
La variación radical de las ideas de Artaud ha ocasionado polémicas, pues un público asustado puede tender a preocuparse más por el trauma que está viviendo que por el contenido de la trama en sí. Aun así, debe ser reconocido el valor del teatro de la crueldad como expresión artística, pues, con métodos poco ortodoxos y dada la diversidad de gustos y sistemas de aprendizaje, una obra montada bajo este estilo tiene la misma posibilidad que una pieza convencional de comunicar un mensaje y generar la ansiada catarsis individual y colectiva. A fin de cuentas, esa es la meta de todo arte, ¿no?