Si bien en estos tiempos de pandemia es normal estar «preocupados» por los aspectos relacionados con la salud, bien sobre la propia o la de familiares y amigos, cuando el nivel de preocupación excede a lo «normal» se puede sospechar que la persona puede tener alguna fobia, como por ejemplo a enfermar, denominada nosofobia. En cambio, la hipocondría según el Manual Diagnóstico DSM-V sería «la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener, una enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de uno o más signos o síntomas somáticos».
Este problema va más allá de la mera preocupación, pudiendo llegar a afectar la vida afectiva y laboral de la persona que lo sufre, por ejemplo, al evitar situaciones sociales. Sin embargo, en la era de la tecnología, podría pensarse que, a medida que se tiene más información, este tipo de problema se iría reduciendo, pues es innegable que Internet ha cambiado la forma de relacionarnos. Hoy en día la información en el ámbito de la salud está disponible para que pacientes y familiares puedan acceder fácilmente a ella. Si bien al principio toda esta información quedaba reservada casi en exclusiva a los profesionales de la salud, Internet ha permitido abrir este conocimiento a todo el mundo. De ahí que haya portales, foros y grupos de pacientes que buscan e intercambian información sobre una determinada patología.
De esta manera, hoy en día cualquiera puede buscar sobre una enfermedad o los síntomas que padece para informarse incluso antes de acudir a consulta. Un cambio de paradigma al que los profesionales de la salud tienen que adaptarse, ya que incluso está proliferando la consulta en línea como primer método de diagnóstico, pero ¿cómo afecta a la salud no tener Internet?
Para resolver esta cuestión se ha llevado a cabo una investigación desde la Anglia Ruskin University y el Institute for Health and Human Development, de la University of East London, junto con el National Research University Higher School of Economics (Rusia) cuyos resultados han sido publicados en la revista científica The Open Psychology Journal.
En el estudio participó una muestra de 800 ciudadanos de 47,198 habitantes de los barrios marginales de Londres; eran mayores de quince años, el 55.9% eran mujeres. A todos los participantes se les administró un cuestionario donde se evaluaba su nivel de felicidad, su nivel de esperanza (mediante el Trait Hope Scale), su salud general (mediante el General Health Questionnaire), su nivel educativo, el nivel de actividades físicas y creativas que realizaban, la asiduidad en la asistencia a actos culturales, el nivel de implicación social y de problemas de salud presentados y, por último, si tenían acceso a Internet en casa.
Los datos muestran que el 22.6% de la muestra no tenía acceso a Internet en casa, con los que se conformó un grupo de comparación frente a los que sí tenían, para analizar si existían diferencias significativas en el resto de las variables evaluadas. Los resultados indican que existen diferencias significativas en el nivel de salud general, mostrando menos síntomas entre los que tienen Internet. No encontrándose diferencias significativas en las otras variables medidas.
Hay que tener en cuenta que la obtención de información ha sido realizada únicamente mediante autoinformes, donde se podrían haber incluido, además, datos como el número de consultas médicas y el motivo de dichas consultas, como forma de complementar la información ofrecida. Igualmente, tratar de delimitar la relación entre dos variables como el tener o no Internet y una mejor o peor salud general puede ser precipitado, ya que deja fuera del análisis muchas otras variables que pueden estar interviniendo.
De hecho, el estudio indica que los que no tienen Internet son personas de edad media superior, con un nivel educativo finalizado menor y con una situación laboral desfavorable, con mayor porcentaje de personas desempleadas o retiradas. Por lo tanto, el disponer o no de Internet puede ser solo una variable más indicativa del estatus social y económico de la persona, lo que puede reflejarse en percibir mayores problemas de salud que aquellos que aun viviendo en barrios marginales tienen un estatus más «acomodado».
A pesar de lo cual hay que destacar la innovación en cuanto a la investigación se refiere, al tratar de «cuantificar» el efecto positivo de Internet en la salud de sus usuarios. Incluso si los resultados se tomasen como válidos, todavía faltaría explicar el motivo por el cual los que tienen Internet en casa sufren menos problemas de salud que los que no lo tienen. Todavía habría que explorar cómo los usuarios emplean esa herramienta, si para el diagnóstico, para buscar la farmacia o el especialista más próximo o, incluso, para algún remedio «casero». Por lo que, a pesar de que la investigación ofrece luz sobre la relación entre Internet y la salud de sus usuarios, no permite obtener más que una idea general que habrá que seguir analizando.
Es decir, con base en esta investigación, el acceso a la información sobre aspectos de la salud no solo puede reducir las consultas médicas, sino que puede resolver muchas dudas y, con ello, prevenir la preocupación que genera el desconocer cómo se siente la persona ante los primeros síntomas. Así y en el ámbito de la COVID-19, se han llegado a implementar aplicaciones informáticas que ofrecen información actualizada sobre la sintomatología que debe de llevar a los pacientes a sospechar sobre si los síntomas son debidos o no a dicha enfermedad. Esta es una manera para desahogar las consultas en atención primaria, pero que tiene su contrapunto en un incremento de personas «excesivamente» preocupadas por su propia salud, originando en algunos casos una «Cibercondria», donde la persona se pasa horas revisando páginas médicas para tratar de descubrir si tiene una u otra enfermedad, a partir de algunos «síntomas». Por tanto, el acceso a información sobre la salud es conveniente y adecuado siempre que se dé un buen uso a esta y no genere problemas de salud asociados con el exceso de preocupación al respecto.