Cuando niño, leía semanalmente una publicación sobre los animales del África. Era una enciclopedia que salía en fascículos llenos de fotografías y, muchas de ellas, mostraban las cebras, gacelas, ñus, elefantes, leones y guepardos de las sabanas del Serengueti. Después de mirar y leer los fascículos sobre las gacelas de Thompson y los leones de Kimisi, buscaba ansioso en los mapas para identificar los lugares alrededor, sobre todo, al sureste del lago Victoria, entre Uganda, Tanzania, Kenia y el noreste del Congo. Leía sobre el río Kangera, que alimentaba el lago, donde nacía el Nilo y también sobre las eternas migraciones de miles y miles de animales por la interminable sabana. Estos nombres y territorios, como el Kilimanjaro, me quedaron grabados en la memoria, junto a las increíbles imágenes del rinoceronte blanco, prácticamente extinto. He escrito un artículo sobre un proyecto que se está realizando en esa zona, un oleoducto financiado por la Total, que llevaría el petróleo desde Uganda hasta la costa del Mar Índico, En su recorrido, el oleoducto pasa por el corazón del Serengueti, la tierra sagrada de los masáis, por donde llevaban su ganado y uno los veía retratados, majestuosos en su soledad debajo de una acacia al atardecer, sintiendo que ellos habitaban en el mismo paraíso. Ahora, con este proyecto, siento la destrucción que llamamos progreso como una cuchillada y pienso nuevamente en los animales, los masáis y en el triste fin de una tierra inmaculada tan llena de vida, que no vacilamos en destruir por una ganancia sucia de muerte y, así, herido, acongojado, protesto con la única arma que tengo, las letras.
Sin que se hable mucho de ello, casi solapadamente, se está realizando un proyecto ambicioso, que atraviesa Uganda de norte a sur, partiendo de Hoima hasta la orilla sur del lago Victoria, siguiéndolo unos 33 kilómetros para después doblar hacia el este. De allí, cruza toda Tanzania, hasta el puerto de Tanga en el Mar Índico, al norte del país, no muy lejos de la frontera con Kenia. Se trata de 1.443 kilómetros de extensión lineal en el corazón palpitante de África.
En estos momentos se está excavando con una profundidad de más de dos metros y unos 40 metros de ancho. Se remueven árboles y se desaloja la población local. En un lugar donde la biodiversidad es una de las más abundantes en mamíferos y aves. Con algunas decenas de especies en vía de extinción como el rinoceronte blanco, bonobos y gorilas del vecino Congo, los leones del Kimisi, que junto con los guepardos tienen su casa o visitan este extenso hábitat, uno de los más bellos y frágiles de la tierra, expuesto ya a una desertificación progresiva desde el este. Un territorio habitado por los masáis, que, tradicionalmente, acostumbran a vagar libremente por la sabana, buscando pasto fresco para su ganado y cruzando horizontes y fronteras con sus rebaños.
Proyecto Oleoducto
El área afectada por el proyecto se encuentra inmediatamente al sur del Kilimanjaro, una reserva natural protegida por la Unesco y cuya fauna y flora son patrimonio inestimable de toda la humanidad. La línea trazada para el oleoducto, que llevaría el mal llamado oro negro desde el centro pulsante de Uganda, atravesando también el Serengueti, conocido por sus masivas migraciones de cebras, gacelas, jirafas, ñus y elefantes. El proyecto para transportar petróleo abre un surco en un territorio vulnerable y expone a un mayor peligro un frágil el ecosistema por motivos exclusivamente económicos, en un momento, en que Europa y muchos países del mundo se preparan a reducir el uso de carburantes fósiles para combatir el calentamiento global.
Detrás de este proyecto, tenemos la Total, sociedad petroquímica francesa con sede en Paris, donde se firmó el acuerdo por el clima: una contradicción entre muchas otras contradicciones y dilemas. La construcción del oleoducto, llamado EACOP, según sus siglas en inglés, East Africa Crude Oil Pipeline, presenta una serie de riesgos que han sido estudiados y a los cuales no se da respuesta alguna. El conducto pasa por una zona sísmica, sigue las llanuras que alimentan con sus aguas el lago Victoria, la reserva de agua potable más importante del continente. El río Kagera, el afluente con mayor caudal del lago, será cruzado por el oleoducto, que cortará una zona de pastoreo vital para las poblaciones locales y animales migratorios, dejando latente el peligro de perdida de petróleo, que podría contaminar enormes áreas pobladas de mamíferos y aves en un contexto, donde el exterminio de especies es ya un enorme desastre. La alteración del hábitat convertirá los animales en una mercadería creciente, que será el salvavidas de los sobrevivientes, que no emigran a las ciudades, después de ver destruidas sus tierras. Un desastre podría contaminar las aguas y terminar la vida en el lago Victoria, donde nace el Nilo e inicia nuestra «civilización».
Todo esto a nombre del progreso, del mercado y del desarrollo, explotando los recursos naturales del África, aunque incrementen el peligro climático y ecológico que todos vivimos y sufrimos, sin pensar en la naturaleza y otras formas de vida y culturas que son indispensables. Las preguntas son tantas y las dudas son aún más numerosas ¿Dónde están los límites?, ¿qué hemos aprendido a duros golpes para reconciliar naturaleza, ambiente y biodiversidad con la vida humana? Desgraciadamente, en realidad no hemos aprendido nada y esta destrucción, que llamamos progreso, poniendo la ganancia sobre la vida, no es más que autodestrucción y uno de los cientos de ejemplos que podemos citar. Es una hipocresía insostenible, alimentada por un egoísmo ciego que nos lleva directamente al desastre ecológico, que nunca hemos sabido controlar, banalizando además el trabajo enorme de protección ambiental y de los animales realizado por las organizaciones no gubernamentales, que defienden el territorio.
Centenares de miles de personas protestan online y se oponen al proyecto. Europa invierte en una economía verde, pero sus empresas contribuyen descaradamente a destruir lo que queda de naturaleza y vida, exterminando especies y, precisamente, en el momento en que sufrimos una pandemia causada por la sobreexplotación de los bosques y el reino animal. Es así como, por unos millones de euros, seremos cómplices de la destrucción del Serengueti y los alrededores al sur del Kilimanjaro, uno de los últimos baluartes de lo que fuese el paraíso terrenal. Os invito a protestar, a alzar la voz y gritar no, para que miles de miles de animales puedan vivir en paz en las llanuras abiertas del corazón del África. Los promotores del proyecto nos dirán que crea trabajo, ingreso, progreso, pero ya sabemos, como en la Amazonia, que esta forma de progreso es extermino, destrucción y muerte.