Ocho de la mañana. Estoy despierto desde las 4.30. He leído un poco, escrito algunas cosas y pensado en las palabras que tienen un origen histórico, que evocan tiempos remotos, donde se confunden las lenguas y el significado personal, que nos recuerdan todas las veces que esas mismas palabras han sido pronunciadas y repetidas. Es esta red de recuerdos la que nos traslada a ese pasado que está siempre presente, porque esas palabras, que cubren gestos y significados, son parte de nuestra identidad y aún las usamos como inventario de todo lo vivido.
Personalmente, he tenido que usar otras lenguas y palabras. Lo que me ha separado un poco de mí mismo. Pero me he vuelto a encontrar, asociando estas palabras a las viejas y volviendo en parte a mis orígenes. Decir amor es evocar tantos amores en tonos distintos y estas palabras, mis palabras, están ligadas a rituales, escenas, situaciones que forman el pasado, donde en cierta manera vivo. No digo que soy solo pasado, la vida tiene un punto de partida, un inicio y su lenguaje o su léxico personal cristalizado en recuerdos, evocaciones, reacciones y sentimientos, donde a menudo nos encontramos y perdemos.
Las palabras son herramientas de elaboración, son los átomos de nuestra narrativa y su significado tiene al menos dos caras: la formal como concepto comunicativo y la personal como instrumento evocativo. A menudo, estos aspectos congenian y se sobreponen, pero sucede también, que una de estas dimensiones domina sobre la otra, haciendo la narración o muy mezquina en vivencias personales o difícilmente legible. Cada palabra es un viaje retrospectivo, ahíto de asociaciones e imágenes y estas impregnan su significado, resonando emocionalmente en todos los ecos y fonemas, determinando la dirección de nuestra respuesta y percepción como liberación o castigo.
Se podría reconstruir nuestra historia familiar a través del léxico usado en nuestra infancia y con las palabras de aquel entonces. Describir a las personas de nuestro círculo, iniciando por nuestra madre, padre, hermanos y amigos, describiendo también la historia del período cultural en que crecimos y de las personas que nos han influenciado. Retomar los temas, autores e ideas de esa época y cómo estas vivencias nos han modelado. Yo, por ejemplo, tengo mis raíces en los movimientos de izquierda de los años 70 en Latinoamérica; fui influenciado por teorías como el marxismo académico, el psicoanálisis, Lacan y la lingüística analítica para entrar posteriormente en el mundo de la neuropsicología, donde las palabras son circuitos neuronales en una red semántica que se conserva y cambia en el tiempo, determinando nuestro comportamiento, pensamiento y percepción.
A través del léxico personal tenemos un método para rehacernos de nuestro pasado y, en parte, destino. He leído poemas, he seguido autores y he observado que en cada uno de ellos existe un léxico que sustenta su imaginario y que es un viaje al pasado, usando las palabras, para rescatar de ellas un significado más profundo de lo que decimos y conservar el contexto, donde fueron vividas.
Las palabras de ese léxico privado e íntimo nos relatan y describen a nosotros mismos y esta es la conclusión, cada uno de nosotros tiene un léxico personal, que encierra nuestra vida, preferencias, traumas y dilemas no resueltos que siguen vivos y resuenan cada vez que usamos esas palabras o las pronunciamos en silencio. Y es así, somos nuestras palabras, nuestro léxico, cuyo significado está escondido en la vida vivida y revivida por nosotros mismos, siendo un espejo donde resuenan los ecos e imágenes inciertas del olvido.